19. DORA CONOCE A UN DIONNE
Una noche, pocos días después de conocer a Abilene McCord, Dora recibió dos llamadas telefónicas.
La primera fue del bombero con el que había hablado. La casa de los Dionne, dijo, había sido incendiada premeditadamente. El lugar ardió hasta los cimientos, la brigada especializada investigó, pero nunca encontraron ninguna buena pista.
La segunda llamada fue de Harry Dionne. Dora se presentó como una oficial de policía que investigaba el fenómeno de los árboles y pensaba que podría haber comenzado en el barrio donde habían vivido los Dionne.
—¿Por qué piensa una cosa así? —preguntó él tranquilamente, con un extraño despego.
—Bueno... —ella no quería mencionar a Jared—. Yo vivía unas cuantas casas más abajo. Creo haber visto el primero... ah, uno de esos nuevos árboles. Y puede que esté relacionado con ese grande que había en su patio trasero.
—Qué idea tan extraña —su voz era distante, como en una conferencia con interferencias.
Ella tragó saliva y perseveró. Bueno, no era seguro y esto y lo otro, pero ¿podía reunirse con ella y hablarle de la gente que había vivido allí; sus hermanos, su padre, sus primas de fuera de la ciudad? La señora Gerber había mencionado a las primas de fuera.
Larga pausa.
—Yo tenía doce años cuando Demmy y Cory nos visitaron. Si quiere saber algo de ellas, debería hablar con mis hermanos. O con mi padre. Yo era demasiado joven.
—¿Están sus hermanos o su padre aquí en la ciudad?
—No. No lo están.
—Entonces, ¿no quiere hablar conmigo, por favor? Sólo déme sus impresiones. ¿Eran, ah... atractivas?
—Por supuesto. Teniendo en cuenta quiénes eran, quiénes son, resultan atractivas. Eso es parte del tema, ¿no? Aunque yo era demasiado joven para comprender de qué iba todo el jaleo, todos los hombres del barrio daban vueltas alrededor como machos cabríos.
Otra vez las cabras.
—Su hermano... hermanos, ¿son mayores?
—Sí, yo soy el más joven. Tengo cuatro hermanos, pero están muy repartidos por ahí.
—Así que usted tenía doce años...
—Tom y Dick estaban en el instituto, diecisiete y dieciocho, o por ahí. Charlie y Roger tenían unos veintipocos, acababan de graduarse.
De algún modo, por la descripción satírica de la señora Gerber, Dora había esperado cascos y cuernos, gente que se meaba en el suelo y escupía entre dientes, no una tribu de graduados universitarios.
—Si me reúno con usted para desayunar, ¿podría hablarme de aquel verano?
El trató de darle largas, sin muchas ganas; luego accedió, todavía con aquella voz relajada y átona. Dora escogió un hotel, cerca de la comisaría. Tratarían de estar allí a las ocho, según acordaron, pero ambos convinieron en que la hora fuera flexible, pues advirtieron que podrían tardar más en llegar hasta allí, dependiendo de lo que decidieran hacer los árboles. Ella planeaba salir temprano por la mañana, cosa que no era ningún problema porque, últimamente, se despertaba antes y se acostaba más temprano también. De algún modo, el bosque que rodeaba su casa parecía calmarse cuando se ponía el sol. Le entraba una especie de modorra muy difícil de combatir, incluso con la tele puesta. El corolario a todo esto era que el bosque se despertaba cuando salía el sol, anunciándose mediante el parloteo de los pájaros, que Dora no podía recordar haber escuchado antes de que hubiera árboles.
Harry Dionne era seis o siete años mayor que ella, cuarenta y dos o cuarenta tres, tal vez. Le estrechó la mano y se sentó frente a Dora. Como había dicho la señora Gerber, era velludo, con una fina capa de pelo en el dorso de las manos y una sombra azul que se extendía desde el cuello hasta debajo de su inmaculada camisa abrochada. Sin embargo, llevaba barba y bigote bien recortados, y el cuello pulcramente afeitado. Dora, tratando de ser razonablemente sutil, olisqueó el aire en busca del tufo a cabra. Detectó un aroma, fuerte, pero no del todo desagradable. Hasta ahí llegaba la caracterización de mamá Gerber.
—Bueno —dijo él, cuando les sirvieron el café y tras pedir zumo de naranja, tortillas y tostadas—. Aunque dudo de mi habilidad para hacerlo, ¿cómo puedo ayudarla?
—Ese árbol enorme que hay detrás de su antigua casa... o donde solía estar su antigua casa, es muy raro. La gente está interesada en saber cosas sobre él: quién lo plantó, cuánto tiempo lleva allí...
Largo silencio. Él miró en derredor con cara de preocupación.
—Quiere decir, por lo que está ocurriendo.
Ella vaciló, sin saber cuánto decir.
—Me preguntaba si podría haber empezado allí, en su antiguo patio, donde está ese árbol. Es el centro de todo, como si dijéramos.
La miró intensamente, y ella fue incapaz de apartar los ojos.
—Es un árbol familiar, sargento Henry. Hemos plantado brotes de ese tipo de árbol en todas partes donde hemos estado. Somos una familia antigua, muy antigua, con viejas tradiciones.
Fueron interrumpidos por la camarera, que trajo el desayuno y volvió a llenar las tazas.
Cuando se marchó, Dora preguntó:
—¿Es una de sus tradiciones casarse pronto?
—¿Por qué lo pregunta?
—La madre de su prima quería evidentemente que se casara. Según la madre de Jared, al menos.
Otro largo silencio.
—Lo quería, sí. —Harry Dionne cogió la taza de café y la miró mientras bebía—. Se suponía que Tom se casaría con Cory. Mi hermano, Tom. Eran de la misma edad. Así se hace en mi familia, aunque debo admitir que Tom se resistía bastante.
—¿Pero ella quiso escaparse con Jared, no?
—Por algún motivo que nunca he podido comprender, eso es evidentemente lo que hizo, pero ¿cómo se ha enterado?
Ella habló sin pensar.
—Estuve casada con Jared, señor Dionne.
La miró, el entrecejo un poco fruncido, los ojos intensos.
—¿Estuvo casada con él?
—Durante un par de años, sí.
—Pero no sigue casada con él. —Era una declaración, no una pregunta.
Ella se ruborizó y él asintió, como si hubiera contestado. —La gente que se asocia con nuestra familia de esa forma no se casa con nadie más —dijo él—. La madre de Jared prohibió el matrimonio, dijo que lo haría anular, pero eso era sólo un asunto legal. No podía cambiar lo que asumo que había sucedido ya. —Pero Jared se casó conmigo. Él le sonrió.
—Es usted una mujer bastante atractiva, señora Henry, pero no creo que Jared se preocupara por eso, ¿verdad? Si nuestra religión es verdadera, en el mejor de los casos su matrimonio habrá sido... digamos, ¿de compañeros?
Ella se concentró en su zumo de naranja, sintiendo de nuevo aquella alarma, aquella irritación, casi miedo. ¿Llevaba una etiqueta? ¿Sabía todo el mundo que era virgen?
—Mi padre decía que alguien casado con Cory no podría volver a casarse jamás. Creo que eso es cierto, y no tiene nada que ver con usted. —Largo silencio—. Preguntaba usted por el árbol. Ese árbol en concreto al que se refiere fue plantado por el padre del padre de mi padre, allá en el siglo diecinueve. En aquella época allí había una granja. Cambió de manos varias veces. La granja seguía allí cuando mi familia regresó el verano en que cumplí once años.»El día de nuestro regreso, mi hermano Dick clavó una escalera al tronco del árbol; Tom y él construyeron una casa en lo alto. Solíamos escondernos allí arriba y espiar a todos los vecinos, y no es que fuera un barrio muy grande. La casa ardió y papá no hizo ningún esfuerzo por reconstruirla. Después de lo sucedido con Jared y Cory... bueno, mi padre consideró que el vecindario era demasiado provinciano. Demasiada gente se metía en los asuntos de los demás. Era una especie de manzana.
—¿Conformidad forzada? —preguntó ella, metiéndose en la boca una cucharada de huevo.
—Um —él asintió, y untó de mantequilla una tostada—. Sí. La señora Gerber, de más abajo, parecía saberlo todo de todo el mundo y tenía una opinión formada sobre todos los temas.
—¿Especialmente sobre sus primas?
—Como decía, yo era demasiado joven para estar implicado emocionalmente, pero recuerdo la sorpresa de mi padre cuando se enteró de que Demmy y Cory iban a venir ese verano. Sabía que aparecerían tarde o temprano, claro, pero no había caído en la cuenta de que sería ese verano. El lugar estaba hecho un lío. Éramos cinco chicos y ninguno cuidaba la casa. Los muchachos no nos molestábamos y, naturalmente, papá estaba muy ocupado con la Iglesia...
—¿Iglesia?
—Digo Iglesia porque es lo convencional. La verdad es que no tenemos una iglesia, un edificio, pero mi padre es un líder de nuestra religión.
—¿Cuál es su religión?
—Sargento Henry, no quería llegar a esto. Siempre estoy dando explicaciones sobre mi familia y mi religión. Desde que tenía seis años, en el jardín de infancia, he estado dando explicaciones sobre mi familia. Cuando me enamoré de alguien que no era miembro de la familia, no tiene ni idea de lo que pasé, dando explicaciones. ¡Me cansé de dar explicaciones! Somos una familia y tenemos una religión. No me refiero sólo a mis hermanos y a mi padre, sino a toda nuestra familia, repartida por todo el mundo. Hay miles de Dionne, y aunque no todos tenemos ese apellido, compartimos una religión que mantiene vivas nuestras tradiciones y ceremonias. Considérenos más bien como... bueno, digamos gitanos, aunque estamos bastante mejor educados y somos más cultos que los Rom, más bien como los judíos de la Diáspora, separados pero fieles a su herencia. No importa dónde vivamos, seguimos siendo miembros de la familia. Seguimos aprendiendo a hablar la antigua lengua, al menos para los rituales, y seguimos las antiguas costumbres.
»Mi padre es un Vorn, un sacerdote. Vorn puede usarse como título o como nombre. Tanto vale decir que es un Vorn como que es Vorn Dionne. Demmy es una de nuestras sacerdotisas. El matrimonio acordado entre un hijo de la estirpe de los sacerdotes y una hija de la estirpe de las sacerdotisas es un rito religioso periódico que tiene lugar cada generación, digamos tres o cuatro veces por siglo. Pretende establecer un lazo entre nosotros mismos, entre nuestra familia, y el mundo en que vivimos. —Lo decía desapasionadamente, como si lo hubiera repetido tan a menudo que las palabras se hubieran vaciado de significado.
Ella reflexionó un momento.
—Su hermano representaba el lado humano, ¿no? Y Cory... simbolizaba ¿qué? ¿La naturaleza?
La miró a los ojos, repentinamente sorprendido.
—En cierto modo, sí. ¿Está interesada en las religiones?
—¿En escuchar hablar de ellas? ¿En aprender de ellas? Sí. Mucho.
Él asintió despacio, decidiéndose.
—Bueno, muy bien, ya que está usted verdaderamente interesada. Nuestra religión nos enseña que la doncella seleccionada para el rito (y para que no haya duda de que es doncella, es seleccionada a los tres o cuatro años de edad) se considera el receptáculo actual de lo divino. Compárelo a la selección de un niño pequeño para ser el Dalai Lama o el Panchen Lama. Ese niño es buscado, luego identificado, luego preparado para ser el siguiente lama. Al parecer siempre «funciona», lo cual es bastante milagroso, al menos para la gente de fuera. ¿Se debe a la preparación? ¿O a la inclinación? ¿O es el niño realmente una encarnación? ¿O una combinación de los tres factores?
»Lo que creo personalmente cambia de vez en cuando, dependiendo de con quién esté hablando o de lo que haya leído últimamente, pero mi padre cree sinceramente que la muchacha seleccionada por la sacerdotisa es una encarnación. Como sacerdote, uno de los altos sacerdotes, de hecho, difícilmente podría creer otra cosa, y el hecho de que yo no siempre esté de acuerdo crea cierta tensión entre nosotros.
Tomó un sorbo de café, sacudiendo la cabeza apenado. —La doncella seleccionada se convierte en «hija» de la alta sacerdotisa. Es preparada y protegida cuidadosamente. Cada pocos años, un chico es elegido también, entre la estirpe de los sacerdotes, para que cuando la avatar femenina alcance la edad adecuada, haya un hombre que tenga más o menos su edad con el que emparejarla. Mi hermano Thomas fue designado cuando tenía unos once años, creo. Las altas sacerdotisas se reúnen con los hombres o los muchachos seleccionados. Es cosa suya acordar el compromiso. Dora meditó sobre esto un instante, luego lo dejó. — ¿Qué le parecía su prima?
—Bueno, era preciosa, desde luego. Incluso un niño de doce años se daba cuenta. Pelo salvaje y maravilloso, ojos en los que podías ahogarte y un cuerpo de gata, magnífico, todo músculo, de piel tersa y huesos delicados.
—Debió de causar una verdadera conmoción. Él sonrió.
—Entre los vecinos, sí. Recuerdo haber pensado que era extraño que mis hermanos no resultaran afectados, a excepción de Tom, por supuesto. Tom le echó un vistazo y decidió que el matrimonio no estaba tan mal. Todos mis hermanos se enfurecieron cuando descubrieron que ella se había fugado con Jared Gerber. No, eso no es expresarlo adecuadamente. Ellos, mi padre y Demmy se quedaron anonadados. Era imposible que una cosa así sucediera. Cory, simplemente, no podía haberlo hecho, igual que el Dalai Lama no puede renunciar a su religión y convertirse en estrella del rock.
»La señora Gerber vino a casa y montó un numerito, eso sí lo recuerdo. Demmy estaba enfadada pero lo soportaba en silencio, y hablaba con mi padre en el retrete, con la puerta cerrada. Creo que nos amenazó con calamidades durante al menos una generación. Lo siguiente que supimos fue que Jared volvió a casa diciendo que Cory lo había abandonado y se había escapado a alguna parte. La señora Gerber hizo anular el matrimonio, y la prima Demmy se marchó a buscar a la chica. — ¿La encontró?
—No lo sé. Sólo sé lo que pude oír. A esa edad, yo no participaba en discusiones sobre asuntos religiosos. Incluso entre los adultos, sólo los miembros de la familia que se unen a la casta sacerdotal se habrían preocupado, y con doce años, ya se consideraba que yo no cumplía los requisitos. Era demasiado charlatán, demasiado gregario, no lo suficientemente sincero. Mi hermano Tom se convirtió en parte de la casta sacerdotal, y los demás nos dedicamos a otras profesiones.
—¿Se les permite tener otras profesiones?
—Se nos anima a ello. Científicas principalmente. Durante las últimas décadas las ciencias biológicas han sido muy, muy importantes entre nosotros. Sin duda se planea algún gran proyecto, pero aunque uno de mis hermanos se dedica a eso ahora, yo no. Soy contable.
—Siento haberlo interrumpido. Dijo que no se dedicaba a asuntos religiosos...
—No me incluían en las conversaciones sobre el tema. Hubo también un montón de distracciones, ya que aproximadamente por aquella época la casa se quemó. No estábamos allí en ese momento. Papá nos había llevado a todos de excursión.
—¿Cómo se llama esa religión suya?
Él se ruborizó un poco.
—Normalmente sólo decimos, «nuestra religión».
Ella meneó la cuchara en el platillo, persiguiendo elusivos fragmentos de pensamiento.
—Nadie en su familia estudiaba botánica ni nada por el estilo, ¿verdad?
Él se concentró en volver a servirse café.
—Hubo quien sí. Y en microbiología y biología molecular, y media docena de otras «ologías»; pero si se refiere al árbol, el árbol estaba allí sin más. Cada vez que vemos uno igual, sabemos que nuestra gente ha vivido en el lugar.
—Pero nadie sabe de qué clase es.
—Estoy seguro de que los Vorn lo saben, pero los niños que construyen casas en los árboles no se preocupan mucho por eso. No recuerdo que nadie me mencionara la especie y nunca estuve lo bastante interesado para preguntar.
—¿Hasta qué punto conocía bien a Jared?
Él la miró, los ojos entornados.
—Era unos cinco años mayor que yo. De la edad de Tom. Las únicas cosas interesantes que recuerdo de él son que fue alcanzado por un rayo una vez y sobrevivió, y que era el único tipo del instituto que tenía una casa propia.
Dora soltó la taza y derramó un poco de su contenido en el platillo.
—¿Era dueño de la casa entonces?
—Su madre la compró para él cuando tenía trece o catorce años. Para que la tuviera cuando estuviera preparado para disfrutar de una casa propia.
—¿Cuando tenía trece años?
—Eso era muy típico de ella, en realidad. Es una mujer muy insistente, la señora Gerber. Una mujer abstemia, sin emociones, inquisitiva y rácana. Estoy seguro de que nunca se gasta un centavo sin razonarlo. Estoy seguro de que no pasa un solo día sin que guarde algo para una necesidad futura. Encontró una casa echada a perder, a precio de saldo, y la compró, a nombre de Jared. El trabajo de Jared era cuidarla, justo desde el principio. Era su casa, y él hizo su trabajo. Aunque mis hermanos dijeron que era imposible, yo sugerí en aquella época que el motivo por el que Cory se escapó con él era porque Jared tenía esa casa. Así habrían tenido un lugar donde vivir.
—No tenía ni idea.
—Oh, sí. Estaba excavando los cimientos para el garaje y el patio, él solo, el verano en que se escapó con Cory.
—¿Ha visto la casa últimamente?
—No, últimamente no. Nos mudamos, y buen viaje.
Llamó a la camarera y pagó la cuenta, todo con un rápido movimiento, antes de que ella pudiera ofrecerse a pagarla o compartirla, y luego continuó su relato.
—A veces pasaba con mi bici por allí, sólo para decir hola. Vi la casa de Jared cuando la terminó. He de decir que tenía el sitio muy limpio.
—Demasiado limpio —murmuró ella, y entonces al advertir su mirada, añadió—: Me refiero a Jared —sacudió la cabeza—. Jared y su madre son muy, muy limpios.
El se la quedó mirando, luego sonrió, súbita y sorprendentemente, como un rayo de sol inesperado.
—Está preocupada por Jared, ¿no? ¿Tal vez se siente responsable? No debería hacerlo. Según nuestra religión, todo hombre tiene un centro salvaje en su interior, aunque en algunos es enormemente pequeño. Tal vez fue ese núcleo de su interior lo que le hizo liarse con mi prima; pero créame, si es así, lo agotó todo en las pocas horas frenéticas que pasó con ella. No tenía ni idea de con qué estaba en contacto. Para cuando ella se marchó, allí se quedó, pobre hombre, casi seco, perdido, sólo un cascarón. Alégrese de haberse dado cuenta a tiempo.
—A tiempo...
—Para usted. Toda mujer tiene también esa fuente de salvajismo. Supongo que usted no ha utilizado el suyo. La civilización no nos permite muchas salidas seguras. O bien nos reprimimos, o nos resulta fácil esquivarlo con algo maligno o destructivo. Por eso la gente se aferra a nuestra religión. Nos proporciona un canal seguro para el salvajismo que hay en todos nosotros. Con lo que está sucediendo ahora, tal vez no haya otros canales seguros.
—¿Qué sabe usted sobre lo que está sucediendo ahora? —le desafió ella.
—No mucho —contestó él, poniéndose en pie—. Pero veo el bosque por los árboles. Comprendo por qué mi gente está preocupada por lo que sucede. Mi padre, que rara vez dice que se ha equivocado en nada, se preocupaba hace poco de que algunas acciones emprendidas por los Vorn puedan haber estado equivocadas, porque no sabían cómo iba a desarrollarse este asunto de los árboles. Realmente le preocupaba.
—Personalmente, me gustan los árboles —dijo ella, testaruda—. Me gustan los pájaros. Están llenos de música.
Él sacudió la cabeza.
—Bueno, tal vez los pájaros sean lo peor de todo. Espero que lo sean. Pero por las idas y venidas entre mi gente, todas esas conversaciones a puerta cerrada, todas las caras largas, yo diría que es más que eso. Esperan algo, algo grande, y llevan haciéndolo algún tiempo. No sé lo que es, y aunque lo supiera, no podría decírselo.
—Parece poco colaborador —dijo ella.
—Lo cual es uno de los argumentos que constantemente me enfrentan con mi padre —dijo él, con tristeza—. No me van mucho los secretos. Pero claro, cuando has vivido con ellos durante varios miles de años...
—¿Tanto? —lo preguntó con una mueca.
—Eso dicen.
Él le estrechó la mano, alzó la suya en un triste saludo y se marchó.