13. OREJAS DE ÓPALO: ENCUENTRO CON LOS OTROS ÁRBOLES

¿Qué mundo podría competir con las tribus onchiki? Como ejemplos de vivacidad, como practicantes de la alegría no pueden ser igualados por ningún otro pueblo. Su risa animará cualquier día sombrío; su música es un placer que se escucha con demasiada poca frecuencia. Entre todos los pueblos de la Tierra, los onchiki comparten sin duda el placer de lo divino...

Los pueblos de la Tierra

Su Excelencia, el emperador Faros VII

Sahir, el príncipe Izakar y yo seguíamos nuestro viaje hacia Isher, cabalgando juntos, manteniendo un ojo atento a cualquier cosa verde que pudiera ser una amenaza. Todavía no habíamos encontrado los otros árboles y empezábamos a preguntarnos si en efecto existían cuando, al acercarnos a la cima de una colina, oímos un débil chillido delante, y voces gritando en un idioma extraño.

—Alguien grita pidiendo ayuda —exclamó Izzy, espoleando a Flinch para ponerlo al galope, con Oyk e Irk pegados a sus talones.

Soaz gritó y golpeó con su látigo el costado de su umminha, aullando con toda la fuerza de sus pulmones. Yo miré a Sahir, quien me miró a su vez, sin saber qué hacer a continuación. Nuestros umminhi, sin embargo, que estaban acostumbrados a correr en manada, no esperaron instrucciones. Nos lanzamos rápidamente en persecución de Soaz, con los animales de carga y los guardias apresurándose detrás.

Justo al remontar la cima de la colina nos encontramos con media docena de personas pequeñas que estaban siendo atacadas por los árboles: unos árboles pequeños pero recios, de ramas largas y flexibles acabadas en penachos de duras hojas en forma de espada. Los árboles tenían rodeadas a las personas y su rebaño de vibles, y los golpeaban sañudamente con las afiladas hojas, como un apicultor que se encuentra con un enjambre enfurecido. Los vibles estaban acurrucados juntos, las orejas planas y los cuerpos temblando, mientras una jovencita trataba de protegerlos con su cuerpo. Al ver esto, Soaz cargó de inmediato con su cimitarra, golpeando ramas a diestra y siniestra. Oyk e Irk agarraron las puntas de las ramas y tiraron. Izzy, sin pausa, agarró algo y gritó...

Los otros árboles replegaron sus ramas y retrocedieron, abriéndose paso con sus retorcidas raíces hasta situarse a una distancia prudente. Allí clavaron rápidamente las raíces en la tierra y volvieron sus hojas hacia nosotros.

—Oh, señor Viento y todos los Siete Poderes Naturales —gritó el más mayor—. Pensaba que estábamos perdidos, de verdad.

—Gracias, gracias —gritó una hembra más joven, arrojándose al suelo y golpeándose la frente a los pies de Soaz—. Nos habéis salvado la vida.

—Levántate —le reprendió él—. No hay necesidad de golpearse la cabeza. ¿Qué estáis haciendo aquí?

—Teníamos derecho —dijo vehementemente el varón mayor, respondiendo al tono de Soaz más que a sus palabras—. Teníamos perfecto derecho.

Ya que Soaz gruñía en tavoriano y los otros chillaban en... bueno, ¿en qué estaban chillando? Yo los entendía, pero no tenía ni idea de qué lengua era. En cualquier caso, ninguno comprendía al otro. Diplomáticamente, Izzy intervino.

—Honorable persona mayor, querida y sensible hembra, fuerte y viril padre de esta tribu, retoños todos de cualquier edad y condición, esta persona grande y barbuda no pretende mostrar ninguna falta de respeto. Simplemente se sorprende al encontrar onchiki en este lugar, tan lejos del mar.

—Nuestro tejado se cayó —gimió el varón más joven, moviéndose histérico, tras el terror experimentado—. No tenemos techo, y eso significa que somos libres. Así que partimos...

—Teníamos derecho a partir. Hicimos bien al marcharnos —intervino el varón mayor.

—Íbamos a Zallyfro —gimió la hembra mayor—, ¡pero llegamos a este gran bosque y nos topamos con ellos, y no nos quisieron dejar pasar!

—Tendríamos que haber dado la vuelta —murmuró el varón mayor—. Deberíamos habernos quedado en casa. Tendríamos que haber sabido que no saldría bien.

—¿Os volvisteis tierra adentro, buscando una forma de sortear los árboles? —preguntó Izzy.

Confirmaron que eso era lo que había pasado, aunque éste había aconsejado lo contrario y aquel de allí había dicho otra cosa y ninguno de ellos había accedido específicamente a hacer nada.

Izzy nos tradujo el sentido de todo aquello a los demás, quienes lo mirábamos como si hubiera adquirido otra cabeza.

—¿Qué? —preguntó.

—¿Qué es eso que has gritado? ¿Qué has hecho? —quiso saber Sahir.

Izzy se agitó, incómodo.

—He hecho un gesto de Triple Admonición, sacado una redoma de Arcana marca RePel de mi faltriquera, lanzado una pizca al aire y gritado una Detención Imperativa con toda la fuerza de mis pulmones. Para hacer retroceder a los árboles. ¿Por qué lo preguntas?

—No nos habías dicho que fueras un hechicero —lo acusó Sahir, envarado.

—Cualquier palmiano educado sabe de hechicerías —respondió Izzy—. Todo el que sabe leer y escribir, al menos. ¿Cómo si no se puede andar por la vida?

—No hay hechiceros en Tavor —dijo Soaz, acariciando la cimitarra—. La magia es ilegal en Tavor desde su fundación.

—La magia es ilegal en un montón de sitios —replicó Izzy con aspereza—. Cada vez que los religiosos reclaman privilegios la declaran ilegal para todo el mundo menos para ellos y queman a la gente por ejercerla, lo cual convierte su práctica en algo muy poco atractivo. Sin duda en Tavor la magia religiosa es sagrada y todas las demás son consideradas superstición, pero los burbujianos no lo ven de esa forma. Piensan que la magia es sólo otra cosa ideada por Ghoti. ¿Y qué? ¿Queréis que levante el hechizo y deje que los árboles vuelvan?

Alzó las manos, obviamente dispuesto a hacerlo.

Soaz intercambió una mirada con Sahir, ambos algo preocupados, y luego se quedaron contemplando los árboles durante un rato; éstos a su vez les miraban y hablaban entre sí, pues el bosquecillo se agitó retorciendo ramas y agitando hojas.

—Oh, no dejes que vuelvan —gimieron las dos jóvenes a una, interpretando correctamente el movimiento de Izzy. La súplica fue reforzada por el varón y la hembra más pequeños, quienes hasta entonces habían estado consolando a los vibles.

—No —murmuró Soaz—. No dejes que vuelvan. Sin duda nuestra separación geográfica de Tavor nos separa también de sus leyes.

—Una sabia decisión —dije yo, dirigiendo una sonrisa a Izzy—. Sobre todo porque también nosotros tendremos que cruzar entre estos árboles para llegar a Zallyfro.

—Esos horribles árboles —corrigió Soaz—. Creo que los hemos encontrado por fin.

En este punto, las personas que Izzy había rescatado se presentaron, y conocimos a la familia Biwot: la abuela, Buceador, Sleekele, Anilla, Brillante, Cavador, Lucy Baja y Menudo. Izzy sugirió que se unieran a la tropa y que, en beneficio de la velocidad, lo hicieran subiéndose a nuestras criaturas de carga más grandes, que no se sentirían demasiado incomodadas por su modesta adición.

—¿Qué hay de los vibles? —gimió Lucy Baja—. No puedo dejar a los vibles. ¡No a Chimary, ni a Chock, ni a Willagong, ni a Gai!

Tras consultarlo un momento, se decidió que continuaríamos a pie, permitiendo que los cuatro vibles siguieran nuestro paso, pues, como explicó Lucy, aunque las criaturas de carga podían moverse con mucha rapidez en distancias cortas, se cansaban antes que los umminhi o los equinos.

Aunque el camino subió y bajó durante varios circums más, el arroyo Pangloss escalaba firmemente en su lecho, a veces a nuestro mismo nivel, a veces en una hendidura, pero siempre ascendiendo.

Dejamos atrás un cartel que nos despedía de Isher y otro que nos daba la bienvenida a Fan-Kyu Cyndly. Las montañas quedaron detrás de nosotros, el río se había convertido en un hilillo que serpenteaba por prados donde varios animales pastaban entre verjas compuestas principalmente por aquellos árboles. A lo lejos, al este y al oeste, podíamos ver las chimeneas y graneros de los pueblecitos, y dispersas en los campos había casas de piedra al final de caminitos estrechos. Sin embargo, no vimos ninguna persona, y al norte, en nuestra dirección de viaje, los árboles bloqueaban toda visión.

Lucy Baja contemplaba los árboles con el rostro demudado, y le dijo a Izzy:

—No nos quisieron dejar pasar. Nos atacaron.

—¿Por casualidad golpeasteis alguno con un hacha? —preguntó Izzy. Yo sabía que recordaba el árbol de leña.

—Sólo para encender una hoguera y preparar té —dijo ella, inocentemente—. No había leña por los alrededores, así que Cavador trató de cortar un poco.

—Y fue entonces cuando os atacaron.

Ella admitió que así había sido.

Izzy compartió sus conocimientos con los demás.

—Si, como habéis pensado, los árboles leñeros son nuevos en esta zona, puede que haya otros tipos de árboles cuyos hábitos desconozcamos. Nuestro encuentro es una especie de choque cultural. Debemos aprender más sobre ellos.

—Creo que están intentando llevarse bien con nosotros —dije yo.

Sahir gruñó divertido, retorciendo la nariz.

—No, de verdad —insistí—. ¿No veis cómo crecen, a lo largo de las verjas? No llegan a los prados. No amenazan al ganado. Y no molestaron a los onchiki hasta que fueron agredidos.

—Me encantaría saber de dónde vienen —dijo Izzy—. Esos árboles no son conocidos en ningún lugar de la Tierra.

—Escúchalo —rió Soaz—. Sabe todo lo que ha habido en la Tierra hasta ahora. Sólo eres un cachorrillo, muchacho. ¡Nunca has salido de Palmia! ¿Cómo sabes qué puede haber al otro lado del mar, o más allá de las Sharbak al oeste de los Cuatro Reinos? ¡Además, tal vez Ghoti los ideó sin más! —Y estalló en carcajadas.

Izzy mostró los dientes, momentáneamente molesto, aunque me pareció que más consigo mismo que con Soaz. Se aclaró la garganta.

—Sahir —dijo, en un tono de lo más insinuante—, ¿la gente de Tavor ha oído algún rumor de que haya un mago suelto, o quizás un mago aprendiz intentando hacer negocio?

—Se dice que el hospicio de San Weel está habitado por magos —respondió Sahir—. Incluso Nassif ha oído eso.

—Ya sé lo del hospicio —recalcó Izzy—. Pero los magos de San Weel no andan sueltos, que digamos. Permanecen en San Weel y practican su magia allí, y en general no se inmiscuyen con los asuntos del resto del mundo.

—Estás pensando en los árboles, ¿verdad? —pregunté yo—. Crees que pueden ser mágicos.

—Bueno, me preguntaba...

—Cuando los vi por primera vez, eso pensé. Un montón de historias mías hablan de bosques encantados, árboles vivientes, árboles ambulantes, ese tipo de cosas.

Soaz soltó un gemido de preocupación.

—Siempre me han dicho que hablar de esas cosas es como invocarlas. Quizás deberíamos hablar de otro asunto.

—Oh, hablante de muchas lenguas, ¿qué están diciendo? —le preguntó Lucy Baja a Izzy—. ¿Están hablando de los árboles?

—Pequeña y servicial persona, así es.

—¿Por qué no querían los árboles que llegáramos a Estafan? Nuestras fortunas dijeron que teníamos que ir allí.

—¿Os bloquearon activamente el paso?

—Bueno, nos los encontramos por la noche. Y entonces Cavador trató de cortar leña...

—Si se la hubierais pedido en vez de cortarla...

—Eso es lo que yo creo, también —dijo ella, asintiendo con satisfacción—. ¿Supones que nos dejarán pedir disculpas?

Él se encogió de hombros. No tenía ni idea.

—¿Eso que cuelga de tu silla es un larbel? —preguntó a continuación la pequeña y suave persona.

—Lo es —dijo él, envarado.

—Me encanta el larbel —dijo ella—. Ojala mis manos fueran lo bastante grandes para tocar uno.

Los dos le miramos los brazos y las manos, que en efecto eran muy pequeños, más pequeños que los míos. Buceador era mucho más grande, casi del tamaño de Izzy.

—No hay ningún onchiki en Palmia —dijo él—. Nunca había visto un onchiki hasta ahora, y nunca se me ocurrió que tuvieran dotes musicales.

—Oh, cantamos. Tocamos el silbato y tañemos el arpa. Y los tambores. Nos encantan los tambores. En la feria de medio verano, tenemos una banda, y tocamos silbatos y tambores y campanillas de todas clases. —Soltó una risita—. Es lindo.

—¿Por qué vais a Zallyfro?

Ella le contó la larga historia de una tormenta y un embarcadero, y una caja de fortunas.

—Se supone que yo tengo que hacer algo con gansos. Y Anilla y Brillante trabajarán en una cervecería, la abuela y Sleekele cuidarán la casa, y Buceador limpiará chimeneas. Cavador y Menudo harán algo en la flota pesquera. Todo está predicho.

—Nada de sorpresas, ¿eh?

—A los onchiki no les gustan mucho las sorpresas, dice la abuela, ni gustan en Estafan tampoco. Lo que significa que debemos ayudarnos unos a otros.

Soaz llamó desde la cabeza de nuestra columna.

—Una ciudad por delante. ¿Queremos comida y albergue?

Yo desde luego sí. Sahir e Izzy estuvieron de acuerdo. Los onchiki pusieron pegas, explicándole a Izzy que sus fortunas servían como dinero sólo en los condados costeros. Al enterarse de este inconveniente, Sahir dejó claro que serían sus invitados. Como los onchiki habían sido rescatados de los árboles, los había estado observando todo el tiempo y los encontraba más divertidos que nadie del grupo, incluida yo. Esto me gustó. Ser la principal diversión para alguien tan ceñudo como el príncipe podía resultar agotador.

Llegamos a las afueras de la ciudad de Blander y encontramos allí una posada llamada El Casco del Vible. El lugar parecía albergar una amplia variedad de huéspedes, pues disponía de habitaciones pequeñas para las personas pequeñas y habitaciones más grandes para las personas más grandes, dormitorios para sirvientes y esclavos, y diversos establos para caballos y umminhi, además de Un corral grande y acogedor que valdría para los vibles. Soaz consiguió una suite para Izzy, para él, para Sahir y para mí; envió a los guardias y cuidadores a los dormitorios; ordenó que trajeran comida aquí y enviaran bebida allá; luego se desplomó delante del fuego retorciéndose las barbas con una mano mientras bostezaba ruidosamente.

Izzy y yo, mientras tanto, nos aseguramos de que los onchiki se instalaran en una habitación acogedora y de que les proporcionaran comida. Aceptamos su agradecimiento con un cierto embarazo. Cuando tuvimos la certeza de que estaban cómodos nos reunimos con nuestros camaradas.

—Vamos, príncipe Izakar —dijo Sahir—. Nunca terminamos nuestra conversación sobre los magos. ¿Crees que esos árboles son algún tipo de encantamiento?

—Podría averiguarlo —se ofreció Izzy. Se sentó en el asiento de la ventana, dobló las rodillas y se las abrazó—. Probablemente sería inteligente hacerlo. Hay ciertas formas de ver a través de los encantamientos, dependiendo de la fuerza de la magia. Es improbable que alguien de mi limitada habilidad determine la identidad del hechicero, pero incluso un tyro detectaría la resonancia que la magia deja siempre.

—No hay ningún árbol de ésos en la ciudad —dije—. Lo he mirado mientras veníamos.

—Entonces tendré que salir a su encuentro —dijo Izzy.

—Si no es magia, ¿qué? —preguntó Soaz, bostezando de nuevo y frotándose la espalda contra la silla para aliviar los músculos agarrotados del cuello y los hombros—. ¿Aparecen así, de repente? Si esto hubiera sido natural, si estos árboles hubieran crecido a partir de semillas, ¿no habríamos oído hablar de ellos cuando eran retoños? ¿Mientras eran matas? Es desconcertante.

Izzy asintió y apoyó la barbilla en las rodillas.

—Los onchiki dicen que nunca habían visto esos árboles antes de toparse con un millar de ellos. Sin embargo, tampoco habían venido al oeste. Ninguno de nosotros había estado aquí, así que es posible que los árboles lleven en este lugar algún tiempo.

—Sea como sea —murmuró Sahir—, podría ser brujería.

—Brujería —dijo Soaz—. O armamento.

—¡Armamento! —gruñó Sahir, los ojos desencajados—. ¿A qué te refieres?

Soaz se puso en pie, se desperezó, se dio la vuelta y volvió a sentarse.

—El Imperio Farsakiano, como todos bien sabemos, está decidido a dominar el mundo. Supongamos que han inventado esos árboles. Supongamos que los están sembrando por todo el mundo. ¡Supongamos que a una señal dada, los árboles se levantarán para marchar contra los habitantes!

Me quedé boquiabierta, e Izzy me miró, frunciendo el ceño. Cada vez que me miraba su rostro adquiría una expresión peculiar, como si quisiera decir algo pero no pudiera. Se recuperó haciendo chasquear los dientes y apartó la mirada. Luego dijo:

—Es tan probable que hayan sido criados como defensa contra la dominación farsakiana como que sean parte de la invasión. —Izzy se aclaró la garganta varias veces, como si se le hubiera quedado algo atascado—. Servirían de muralla defensiva contra los invasores.

—No creo que sean farsaki —dije yo—. No parecen farsaki. Se supone que los farsaki son feos y terribles. Matan a la gente sin parpadear. Pero los árboles ni siquiera hicieron mucho daño a los onchiki que los molestaron, y eso fue después de que uno los golpeara con un hacha.

—¿Cómo lo sabes? —exclamó Izzy—. No hablas ukluk.

—No —dije yo, asombrada—. Tienes razón. No hablo ukluk; pero, de todas formas, los he oído decirlo. La pequeña te lo estaba contando. Quise ponerla en mi regazo y acariciarla, es tan dulce y rápida y lista, y no mucho mayor que un niño.

—Lucy Baja —dijo Izzy—. Ése es su nombre. Su padre es Buceador, su madre es Sleekele, sus hermanos son Cavador y Menudo, sus hermanas son Anilla y Brillante. Llaman abuela a la más vieja.

Yo asentí.

—Bueno, supongo que los entiendo igual que entiendo a los armakfatidi. Pones la mente de una manera especial, y las palabras entran. Plink. Así de fácil.

—Nada ha entrado jamás en mi mente procedente de los armakfatidi —gruñó Soaz—. Ni yo consentiría tal intrusión. ¿Te permite ese talento hablar con esta gente?

Traté de formar palabras ukluk, pero a mi boca no llegó nada que tuviera sentido.

—No. Es decir, creo que no.

Izzy volvía a mirarme con aquella expresión.

—Quizás el talento de Nassif sea mágico —dijo—. Uno de esos talentos descabellados de los que he oído hablar, una reliquia de tiempos antiguos. En ciclos previos, se decía que la gente poseía telequinesia y clarividencia y cosas así, aunque nadie logró explicarlas ni probarlas rigurosamente. En esta época, talentos así tal vez se hayan desarrollado de forma más evidente y digna de confianza, ya que hay poca tecnología que interfiera. Existe, después de todo, la Sociedad Sworpiana de Videntes, un grupo mágico reconocido oficialmente... —Su voz se apagó cuando vio que todos lo estábamos mirando, asombrados.

—¿Qué tiempos antiguos? —preguntó Soaz.

—¿Qué ciclos previos? —preguntó Sahir.

—Nada —respondió él con voz temblorosa—. Una fantasía mía, eso es todo. Algo que... me divierte.

Ninguno de los tres estábamos dispuestos a dejarlo correr. Nos lo quedamos mirando.

—¿Qué? —preguntó.

—Hemos estado pensando en tus poderes mágicos —dijo Sahir—. Hemos estado pensando que tal vez sea el momento de que nos digas qué te trae a este viaje.

—Oh, eso —dijo Izzy con evidente alivio—. Naturalmente, si queréis. La matrona que me ayudó a nacer, una vidente de Sworp, profetizó que yo debería resolver el Gran Enigma antes de haber alcanzado la mayoría de edad, o moriría con toda la posteridad. Con lo cual podía estar refiriéndose a mis hijos o a los de todo el mundo. Ya que la profecía provino de una vidente sworpiana, y pasaremos por Sworp camino del hospicio de San Weel (donde espero que los magos puedan ayudarme con el Gran Enigma), decidí hacer pesquisas por el camino. En cualquier caso, es mejor que quedarme sentado en casa, preguntándome qué debería hacer y esperando a que todo estalle siglos antes de lo amenazado.

—¡Qué excitante! —exclamé, mirándolo con calidez.

—Una misión de idiotas —gruñó Soaz.

—¿Y ése es el único motivo? —preguntó Sahir, entornando los ojos.

—Por lo que a mí respecta, es más que suficiente. ¿Y tú?

—Nuestra familia ha perdido un... talismán. Necesitamos encontrarlo para asegurar la continuidad de... todo. O eso le dijo una vieja vidente a mi padre en el desierto situado al este de Isfoin.

—Me han dicho que mi matrona acabó en el desierto situado al este de Isfoin —musitó Izzy—. No me sorprendería que los dos tuviéramos la misma misión, enviados por la misma visión.

—En tu profecía, ¿crees que es tu vida o todo el mundo lo que se destruye? —preguntó Sahir con curiosidad.

—Las palabras podrían significar cualquier cosa —dijo Izzy.

—Un Gran Enigma —dije yo, paladeando las palabras—. Parece muy misterioso. Pero no muy romántico. No es como rescatar a una princesa o descubrir el secreto de la vida inmortal ni nada por el estilo. —Sacudí la cabeza, asombrada—. Sería más excitante si supiéramos de qué se trata.

—Mucho más excitante —convino Izzy con aspecto compungido tras este análisis. Se volvió a mirar por la ventana—. Sinceramente, creo que este viaje resulta ya lo bastante excitante.

Lo observé. Cuando se ponía así, con expresión ligeramente preocupada, lo encontraba tremendamente guapo. Su pelo era tan oscuro como sus ojos, e igual de brillante. Sus dedos eran largos y gráciles. Los dientes le brillaban entre los labios como heridas abiertas. Suspiré, un suspiro pequeñito. Mientras yo tuviera que ser un muchacho, no había nada que hacer al respecto. Además, los dos éramos demasiado jóvenes...

—¿Qué te preocupa, Izakar? —preguntó Sahir.

—Nada —murmuró él con un suspiro—. Nada en absoluto.

Soaz lo miró con los ojos entornados, luego me observó a mí, con una sonrisa maliciosa, la lengua en la comisura de la boca. Yo sabía lo que estaba pensando y me puse colorada. Soaz simplemente ronroneó para sí mientras se iba a dormir.

Todos estábamos tan cansados que dormimos bien, y éramos tan sanos que nos beneficiamos del descanso. La tropa que partió por la mañana era una mejora con respecto a los abatidos forasteros llegados a Blander la noche anterior. Izzy se sentía tan bien que sacó su larbel, se lo puso en las rodillas y empezó a tocar una marcha, a pesar de que las orejas de Flinch se agitaban con la música, como si quisiera espantar moscas.

Montada en uno de los caballos, Lucy Baja empezó a canturrear y, a lomos de otro, Menudo se le unió con un silbato que llevaba colgado de una bolsita en su cinturón. Los umminhi, como era su costumbre cuando escuchaban música, iniciaron un murmullo armónico con la garganta, y yo estaba pensando lo bien que habrían quedado unos tambores cuando los oí retumbar. Buceador, encaramado en el equipaje, marcaba el compás con una olla.

—Su familia es muy musical, señora —le comentó Izzy a la abuela, que cabalgaba junto a él.

—Largos inviernos, hijo —repuso ella—. Largos inviernos y mucha nieve. Eso es lo que hace que brote la música; todo el mundo congregado alrededor del fuego y todas las puertas bien cerradas.

—¿No pescan ustedes en invierno, entonces?

—Oh, lo hacemos, lo hacemos. Algunos peces sólo pueden atraparse en invierno; pero cuando hemos terminado, no nos quedamos en mitad del frío. Nos ponemos a cubierto para resguardarnos y evitar congelarnos.

Continuamos cantando durante un buen trecho, Izzy marcando las melodías y los demás siguiéndolo. Cuando se cansó, hizo una pirueta de agradecimiento con el larbel y lo volvió a guardar. Menudo y Buceador continuaron unos momentos, tamborileando y silbando, con aire alegre, y después también ellos guardaron los instrumentos.

—Hasta ahora, no hemos visto ninguno de esos árboles —comentó Izzy sin dirigirse a nadie en concreto—. Quizás todo el asunto fuera una tempestad en un vaso de agua.

Subimos una ligera pendiente mientras él hablaba, y nuestras monturas se detuvieron de pronto al ver el bosque que bloqueaba por completo el camino.