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Los maestros de runas de la expedición disolvieron los encantamientos protectores poco antes de la puesta de sol. De hecho, los sustituyeron por un conjuro que en realidad podría atraer el escrutinio místico del enemigo, pero de un modo tan sutil que Kolvas, o Dar'Tan, no se percatarían de que querían ser descubiertos.
Al menos eso era lo que Vladawen suponía que debía ocurrir. Él, junto a un pequeño grupo de compañeros, habían hecho una agotadora marcha para alejárse del grueso de la compañía, que debía confiar en que estaban actuando según lo establecido. Bastante pronto, y escudriñando desde lo alto de un elevado promontorio, pudo distinguir columnas de guerreros de Dar'Tan avanzando al trote bajo el manto de la noche, encaminándose hacia el enemigo al que esperaban pillar desprevenido.
—Funcionó —dijo Khemaitas, con la piel teñida de oscuro, el cabello de un color blanco plateado y falsos tatuajes laboriosamente trazados con la brillante tinta azul y violeta que Vladawen había comprado en Lave—. Ahora nos queda esperar que nuestros aliados puedan sobrevivir a la batalla.
—Los orcos no son conocidos por su paciencia —dijo Vladawen—. Jugaría a nuestro favor que iniciaran su ataque nada más llegar, en lugar de retrasarlo hasta constituir una única fuerza.
—Nuestros amigos están listos para recibirlos —dijo Arbomad. Por la inquietud que se adivinaba en su voz, Vladawen infirió que no estaba demasiado contento quedándose en segunda línea, dirigiendo la defensa, pero ya era demasiado tarde para que cambiara de idea—. Y cuando llegue el momento, ya tienen decidido un lugar al que replegarse. Eso también irá en su favor.
—Por tus palabras —se pronunció Lillatu secamente—, pareces insinuar que quizá ellos tengan más posibilidades de salir de esto con vida que nosotros. Así que puede que lo mejor sea que nos preocupemos de nosotros mismos.
—Nuestro destino está en manos de Corian —declaró Gareth, y con ese comentario santurrón la discusión se interrumpió.
Y eso significaba que no les quedaba otra que esperar. A Vladawen eso lo ponía muy nervioso, pero iniciar sus movimientos demasiado pronto lo echaría todo a perder. Los centinelas que vigilaban las cercanías de la Fortaleza Sombría debían creer que había pasado suficiente tiempo para que su gente marchara de vuelta del campo de batalla hacia el castillo, con la victoria en sus manos.
Después de un tiempo que a Meerlah le pareció una eternidad, ésta dijo finalmente.
—Ya debe ser suficiente, ¿no es así?
—Probablemente —respondió Arbomad.
—Entonces pongámonos en marcha —dijo Ópalo.
Los elfos abandonados se habían teñido el pelo y las porciones visibles de su piel. El disfraz de los demás miembros de la compañía era menos elaborado. Humanos y enanos simplemente debían rendir sus armas a sus compañeros, permitir que les ataran las manos y, en general, asumir la actitud asustadiza y sombría de un cautivo vencido.
Cuando todo el mundo estuvo listo, se encaminaron por un sendero que resultó ser de lo más traicionero. Era de imaginar que los subalternos de Dar'Tan tuvieran que transportar botines y suministros a través de esa ruta, y Vladawen se encogió al considerar qué misión tan ardua y peligrosa debía ser aquella, aun sin hielo y nieve sobre el terreno.
Entonces, la visión del primer puesto de guardia le recordó el peligro al que él mismo debía hacer frente. Apostado por encima del sendero, el puesto estaba tan astutamente construido que incluso los ojos de un elfo encontraban difícil distinguirlo en la oscuridad. Vladawen era incapaz de establecer cuántos orcos acecharían a su espalda, pero pudo ver a uno de ellos asiendo el extremo de un cabo. Sin duda, al tirar de la cuerda se abriría una red y caería una lluvia de piedras rodando sobre el camino. Irónicamente, se trataba de la misma clase de letal artilugio que la compañía de Vladawen había levantado en el campo de batalla en que habían planeado hacerse fuertes.
Esforzándose por proyectar un aire de arrogante seguridad en sí mismo, Vladawen pronunció la contraseña y describió con su mano izquierda la señal que Shan Thoz había revelado a Lillatu. Se preguntó, quizá por milésima vez, si al jefe de los osos trasgos pudiera habérsele ocurrido no proporcionar las señas adecuadas para encontrar la Fortaleza Sombría, sino unas falsas para que los atraparan.
El elfo aguardó. Los centinelas no respondieron, y supuso que eso sería mejor que la respuesta de una lluvia de jabalinas y piedras. Entonces hizo una señal con la mano, instando a su grupo a seguir avanzando por el sendero.
Y resultó que se había anticipado, pues un orco panzudo salió de detrás del escondite y, entre resbalones y patinazos, consiguió descender la pendiente hasta llegar al sendero sin pasarse y caer por el borde del mismo.
—¡Esperad! —gruñó—. ¡Esperad!
Vladawen le dedicó una mirada altiva, apenas consiguiendo ocultar su impaciencia.
—¿Sí?
Su actitud hizo dudar por un momento al trasgoide, que finalmente persistió en su tarea.
—No os conozco —dijo. Su acento hacía que su intento por hablar en lengua común fuera apenas comprensible.
—¿Y no conocéis vuestras propias contraseñas?
—No os conozco —repitió el centinela con un gruñido.
—Pues entonces, sin duda, estaréis ciego. Pertenecemos a la misma familia que vuestro señor, allá en el sur, en Dier Drendal. —El elfo rezó por que la criatura no conociera los ojos contaminados de los elfos abandonados, o por que no se hubiera relacionado con los suficientes elfos oscuros, aparte de Dar'Tan, para percatarse de que los drendali nunca soportarían un tratamiento así.
—Nadie informó de vuestra llegada.
—Éste es el recibimiento que obtenemos tras resolver los problemas de nuestro primo en su nombre —dijo Khemaitas resoplando—. Esos que, por cierto, eran también problemas vuestros, alimañas. Escucha, zoquete. No pareces estar muy informado, espero que estéis al tanto al menos de que un misterioso enemigo ha estado asaltando vuestros campamentos. Y de que, esta misma noche, vuestro príncipe ha hallado al fin su escondrijo, y ha enviado una fuerza a exterminarlos.
—Mmm... sí.
—Bien, ¿pues quién creéis que encontró a ese enemigo con el que vosotros fuisteis incapaces de dar, e informó a Dar'Tan? ¿Quién creéis que luchó codo a codo con su ejército y ayudó a acabar con el enemigo? ¿Creéis que podría tratarse de los mismos cansados viajeros que ahora mismo están tratando de entregar a un grupo de prisioneros a vuestro señor, para que los interrogue y los castigue?
—¿Son estos? —preguntó el centinela—. ¿Estos son los que acabaron con mi pueblo?
—Vaya, sí que lo has cogido rápido —suspiró el marinero.
El orco inspeccionó a los falsos prisioneros. Claramente conocía a los enanos por lo que eran, los fieros y eternos enemigos de su raza. Probablemente reconocería los símbolos y amuletos de ámbar de la Patrulla, y también la librea de un paladín de Corian. Entonces, con suerte, aquella combinación de verdad y mentira serviría para dar crédito a todo lo que los elfos le habían dicho.
El centinela se aproximó a Meerlah, la estudió con la mirada, la contempló lascivamente y la acarició. Entonces cerró su mano y la golpeó con el puño en el estómago. Cuando la mujer se encogió, la criatura le barrió las piernas y luego le pateó las costillas.
Vladawen lanzó una mirada furtiva a Arbomad. Como el resto de los falsos cautivos, el capitán de la Patrulla estaba enlazado de forma que, aunque sus ataduras parecían firmes, en realidad podría deshacerse de ellas con un fuerte tirón de brazos. Ahora, henchido de rabia ante el maltrato sufrido por su amada, estaba completamente rígido, pero se mantuvo firme.
El centinela se volvió.
—Entregad los prisioneros a los orcos. Nosotros somos a quienes ellos perjudicaron.
—Puede que Dar'Tan quiera entregar a algunos de ellos. Pero eso le concierne sólo a él —dijo Vladawen encogiéndose de hombros—. Por ahora, no obstante, debemos continuar nuestro camino.
—Por supuesto, con vuestro amable permiso —apostilló Khemaitas, arrastrando sus palabras.
—Marchad —asintió el orco.
Vladawen y sus compañeros tuvieron que representar la misma escena un par de veces más en su ascenso hacia la fortaleza, por fortuna siempre con éxito, y sin que ningún otro miembro de la compañía recibiera un maltrato especialmente significativo. Descubrieron que el recelo de los centinelas decrecía a medida que se acercaban a la ciudadela. Los guardias, evidentemente, debían de suponer que, si sus camaradas de más abajo ya habían permitido el paso de aquellos extraños, entonces no había duda de que todo estaba en su sitio.
Finalmente, a muy poca distancia del pico que hacía las veces de ciudadela, el sendero descendió hacia un desfiladero. Presumiblemente, al final del mismo debía de aguardar la puerta. Cuando Vladawen descendió para adentrarse en él, se le quedó la boca seca. Sintió un estremecimiento de pánico y odio, y titubeó.
—¿Qué ocurre? —preguntó Khemaitas.
—Puede que nada. Pero sospecho que algo acecha en la oscuridad de este pasaje.
—Yo también puedo sentirlo —dijo Ópalo—. Creo que cualquier conjurador podría.
—Sea lo que sea —dijo Meerlah—, supongo que debe tratarse de otro guardia. Quizá podamos engañarlo como hicimos con los orcos. En caso contrario, acabaremos con él, y punto.
La compañía avanzó sigilosamente, y Vladawen sentía como su inquietud crecía a cada paso. Incluso durante la Guerra Divina, batallando contra toda clase de horrores, nunca había tenido una sensación semejante.
De repente una forma oscura, imprecisa y del todo indescriptible en medio de la penumbra, se alzó frente a ellos. El elfo pronunció el salvoconducto y la criatura lo agarró de la cara, apretando los dedos. Vladawen retrocedió de un salto, a tiempo apenas de esquivar la abrasadora frialdad de su toque.
Claramente, las señas que Shan Thoz había transmitido a Lillatu no iban a servirles de nada en la actual situación. Vladawen rebuscó bajo su capa, desenvainó su estoque de plata y embistió. La hoja atravesó al espectro, que se desvaneció en la nada.
Unos relámpagos de luz azulada surcaron entonces la oscuridad. El elfo se hizo a un lado, Ópalo liberó sus manos y conjuró dardos de fuerza para destruir una segunda aparición.
—¡Por el hacha de Goran! —exclamó un enano—. ¡Mirad!
La oscuridad que había frente a ellos bullía. Era imposible distinguir una sola figura en aquel oscuro caos, pero Vladawen comprendió el significado de lo que tenía ante sus ojos. Los espectros habían bloqueado, fusionándose, el sendero que tenían frente a ellos. Aquellos seres parecían ser la misma clase de sombras animadas que Kolvas había enviado contra él en Barrio Tormenta, pero en el transcurso de los años, Dar'Tan debía haber conjurado en aquel lugar un número de ellos tan elevado que cualquier fuerza inferior a un ejército sería derrotada fácilmente. De ese modo, si por cualquier razón la contraseña no había funcionado, Vladawen no tenía ni idea de cómo iban a poder sortear a aquellas criaturas.