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—¡Quiero ver a Dar'Tan! —insistió Vronk Matamulas que, tan agitado como estaba, mostraba menos deferencia de la acostumbrada.
—Nuestro señor está ocupado en otros quehaceres —contestó Kolvas—. Puedes hablar conmigo, o puedes esperar hasta que tenga tiempo para reunirse contigo.
El encorvado orco frunció el ceño, haciendo que su cara llena de cicatrices y sus dientes sucios y astillados parecieran aún más desagradables.
—Un señor de la guerra debe dirigir a su gente, y no puede hacerlo si se aparta de ella, encerrado.
—Dar'Tan hace lo que le place —gesticuló Kolvas. Las sombras de la sala que pisaban se alzaron en actitud amenazadora, siguiendo sus palabras, y el guerrero de piel verdosa se estremeció—. Y también en lo que respecta a castigar la irreverencia. Veamos, ¿quieres o no hablar conmigo?
—Está bien —gruñó Vronk—. Ayer perdimos otro campamento.
—Ya lo sabemos.
—¡Lo sabéis y no hacéis nada al respecto!
—Los habitantes del castillo os ayudaremos a matar a esos asaltantes, pero antes tendremos que encontrarlos. ¿Cómo puede ser que los orcos estéis teniendo tantos problemas con esto, especialmente teniendo en cuenta que todo el terreno está cubierto de nieve? ¿Dónde están vuestros cazadores y rastreadores?
—¿Y dónde están vuestros espejos mágicos y vuestras varas de adivino? —respondió Vronk con un bufido.
—Te lo advertí. —Kolvas describió un pase místico con su mano y abofeteó la cara a Vronk.
El orco se tambaleó hacia atrás, no debido a la fuerza física del golpe sino porque el toque de Kolvas lo había despojado de algo de su vitalidad. La bestia miró al mago con los ojos inyectados en sangre, llenos de odio y temor, y tragó saliva por dos veces, como si estuviera conteniendo el vómito.
—Dar'Tan es consciente de que sus servidores necesitan ayuda —reiteró Kolvas—, y la proporcionará. Ahora márchate de aquí y cuéntaselo al resto de la tribu, antes que decida que la Fortaleza Sombría necesita un esclavo más.
Vronk se humilló y se retiró. Kolvas ascendió por el interior de la ciudadela hacia el oscuro y recién amueblado templo en que su maestro pasaba ahora casi todo su tiempo. Allí encontró a Dar'Tan, arrodillado y musitando frente al altar y la reluciente daga de plata que yacía en lo alto de éste.
Kolvas tuvo que hablar por dos veces antes que el elfo oscuro volviera la vista, y se asustó, porque Dar'Tan no parecía reconocerlo. Aquello sobresaltó al aprendiz de mago como pocas cosas habían hecho en su vida, y tanto como el que Belsamez lo culpara de la resurrección de Vladawen.
Sin embargo, después de un momento, Dar'Tan pestañeó y sonrió, y el joven mago se sintió aliviado.
—No queda mucho para que vuelva Jandaveos —dijo el elfo—, no mucho.
—Bien —dijo Kolvas dubitativo—. Pero me gustaría que pudierais dedicar algo de tiempo a otra cosa que no fuera preparar este nacimiento.
—Así lo hago. —Dar'Tan se levantó y se limpió con la mano la parte baja de la túnica. Su brazo de sombras se retorció para cumplir esa misión sin que su maestro necesitara doblar su cintura—. Toda esta adoración pasa factura a las rodillas. Sin embargo, cuanto más comulgo con la deidad más fuerte se hace nuestro vínculo, y cuanto más firme se haga, más nos ayudará cuando por fin partamos a la conquista de Mithril.
—Lo comprendo, y también soy consciente de que no debería tener problemas para dar por mí mismo con estos misteriosos incursores. No obstante, por alguna extraña razón, soy incapaz. Creo que si pudierais ir en su busca en persona, como los orcos os ruegan que hagáis, tendríais más éxito en esa misión.
—Posiblemente sea así, pero a veces una persona debe fijar sus prioridades, y todo lo que es verdaderamente importante para ambos descansa muy al este de aquí.
—Lo sé, Maestro. Pero aun así, ¿por qué desperdiciar algo que ya habéis ganado?
Detrás de su velo de sombras, Dar'Tan arqueó una ceja.
—¿Supongo que estarás exagerando, no es así? ¿Qué puede ser en Scarn más abundante que los orcos? ¿Qué puede importar entonces que unos pocos sean masacrados? Siempre podremos encontrar sustitutos.
—Pero si se niegan a seguir sirviéndoos...
—Entonces los reprenderemos hasta hacerlos entrar en razón. Eso fue lo que hice la primera vez que llegué a las montañas.
—Está bien. ¿Deberé abandonaros con vuestras meditaciones? —dijo Kolvas con un suspiro.
—No mientras frunces así los labios. Si aún estás descontento, podemos seguir discutiendo el asunto. Ya sabes que no es necesario que te muerdas la lengua conmigo. Siempre he valorado tu opinión.
El mago humano sonrió.
—Gracias, Maestro. Sólo creo que... bueno, algo me hace pensar que quizá no deberíamos descuidar nuestra posición aquí. Puede que la conquista de Mithril sea una empresa más ardua y duradera de lo que pensáis.
—¿Cómo iba a ser, cuando estaremos aunando nuestros esfuerzos a los de un dios?
—Según los clérigos, Corian ama nuestra ciudad por encima de muchas otras. ¿Qué ocurriría si se pusiera del bando de nuestros adversarios?
—Jandaveos no cree que lo haga, no de una forma que pueda importar. Dice que las deidades que sobrevivieron a la Guerra Divina consideran que ya han arriesgado lo suficiente su existencia. Es posible que deseen acrecentar su poder a través de tramas que urdan, e incluso bajo la guisa de avatares, pero no tomarán las armas por sí mismos contra otros de su propia clase.
—Puede que sea así. Pero se dice que el gran gólem era lo suficientemente poderoso para hacer frente a gigantes y a titanes.
—También se dice que no se ha movido desde el final de la Guerra, y sin duda es porque está estropeado. Diablos, hasta uno de los dedos se le ha caído. Una vez gobernemos la ciudad, echaremos abajo ese chisme y lo desmontaremos. No tiene sentido desperdiciar una fortuna así en plata de ley.
—Sois tan confiado... —dijo Kolvas, negando con la cabeza.
—Porque sé lo que será Jandaveos. Comprendo que tú no, pero te pido que tengas fe.
—La tengo, Maestro, tanto en vos como en él, pero aun así tengo una cosa más que decir. ¿Habéis pensado quién puede ser el que está matando a los orcos?
Dar'Tan se encogió de hombros, al tiempo que su espectral mano se agitaba.
—Podría ser cualquiera. Llevan riñendo con los trasgoides de los territorios adyacentes desde hace más tiempo de lo que nadie puede recordar. Pero creo que quieres que considere la posibilidad de que sea Vladawen.
—Así es.
—Aunque, según nuestros espías pudieron averiguar, el Doncella Fantasma nunca regresó de su excursión en la que se adentró en aguas prohibidas.
—Ghelspad no carece precisamente de línea de costa. Vuestros agentes no pueden vigilarla en toda su extensión.
—Incluso aunque sobreviviera, aunque Kadum, por alguna razón insondable, se decantara por ayudar a uno de los más grandes enemigos de su raza, ¿cómo iba a saber el Matatitanes cómo llegar hasta aquí? —Dar'Tan levantó su esbelta mano de piel de ébano, de carne y sangre—. No importa, espera, yo mismo puedo conjeturar sobre eso. El Sangrante le sugirió la dirección correcta, o si no la musa eslareciana.
—Exacto.
—Sin embargo, ahora viene lo que no puedo explicar. ¿Es que erradicar unos cuantos campamentos orcos dispersos iba a servir a Vladawen para acercarlo algo a la reivindicación del cuchillo sagrado? ¿Es que no están las fronteras más cercanas de la Fortaleza tan bien defendidas como siempre? ¿No son fuertes las puertas y los muros? ¿No disponemos de un pozo que nunca se seca y de suficiente comida para abastecernos hasta la primavera? Todo lo que tenemos que hacer es quedarnos aquí dentro, y no habrá mal alguno que pueda llegar hasta nosotros.
Hasta vos desde luego no, pensó Kolvas. Pero yo debo dar caza a Vladawen si no quiero sufrir las contrariedades de la Dama de las Pesadillas. Durante un instante, sintió un amargo rencor hacia la complacencia de Dar'Tan. Entonces recordó que el elfo oscuro era su segundo padre, el benefactor al que le debía todo, y con resolución apartó esa hostilidad de su cabeza.
—No se me ocurre el modo en que Vladawen pudiera llegar hasta la daga —dijo Kolvas—, pero no tengo ninguna duda de que llegará un momento en que pueda urdir un plan. Siempre ocurre así, y preferiría matarlo antes de que pueda llegar a ponerlo en marcha. Es la forma más prudente de actuar.
—Supongo que puedes estar en lo cierto. Debes seguir intentando dar con esos asaltantes empleando tu magia, y organizar a los orcos para que busquen, colaborando entre ellos de un modo más coherente. Ajusta también los protocolos de seguridad del modo que juzgues apropiado. Instruye al capitán de la guardia para que mantenga alerta a la guarnición del castillo. Cuando llegue el momento, lo instaremos a enviar sus tropas montaña abajo, de forma rápida.
—Y vais a asumir un papel más activo en el asunto.
Dar'Tan torció su gesto, en una rara muestra de impaciencia.
—Hago siempre todo lo que puedo, y cuando puedo. Sin embargo, mi querido pupilo y amigo, te preocupas demasiado. Supón que ocurre lo impensable y que Vladawen llega hasta la Fortaleza. En ese caso, simplemente tendrá que hacer frente a todos los peligros que lo estarán esperando aquí, y a la cabeza de todos ellos, tú y yo. O lo que es lo mismo, no tiene la menor oportunidad.