22
Daz clavó su mirada en Gareth, y entonces bajó la vista para examinarse las uñas.
—Te recuperarás —gruñó el sanador.
Gareth se sintió profundamente aliviado, pero dado que aquello podría interpretarse como una falta de fe en su deidad, se esforzó por ocultar ese sentimiento.
—Ya lo había supuesto. Corian protege a sus guerreros de todo mal.
—¿Entonces por qué, en nombre de las heridas supurantes del Padre de las Plagas, viniste a llamar a mi puerta?
—Porque —dijo el elfo abandonado, ese que clamaba extrañamente ser el famoso Vladawen el Matatitanes— necesitábamos cura, y debíamos protegernos en algún sitio mientras seguía la revuelta.
—¿Y podéis decirme cuándo me he convertido yo en posadero?
—Se os están pagando bien vuestros servicios —espetó Lillatu, la mujer delgada y de pelo corto—. Y además tuviste oportunidad de juguetear y estudiar a la musa. Así que, ¿por qué no dejas de refunfuñar y traes algo de beber?
El enano masculló algo como "maleducados y malditos humanos", pero cruzó el sótano hasta un pequeño estante de hierro forjado repleto de vino, inspeccionó las polvorientas botellas y sacó una de ellas. Gareth se preguntaba si estaba actuando adecuadamente al juntarse con forajidos, pero rápidamente estableció que, débil y aterido como estaba, Corian no le iba a negar un reconstituyente. Cuanto antes recuperase su fuerza, antes podría retomar sus obligaciones.
Suponiendo que alguien todavía pudiera reclamarlas.
—¿Cómo supiste que estábamos en peligro? —preguntó Vladawen.
Tumbado en un camastro, en el centro de la cámara de conjuros secreta del maestro de runas, Gareth tiritaba y se subía la manta para abrigarse.
—Nunca lo supe con certeza. Sólo sospeché de los vínculos que mantenía Levin con el Culto del Gólem. El día siguiente a la noche en que os arresté, los herejes causaron todos esos disturbios, arrancando a todos los celadores de sus puestos en los sótanos. Supongo que al relacionar unos hechos con otros mi intuición me dijo que debía echaros un vistazo, y siguió insistiendo incluso después que mis compañeros quisieran convencerme de lo contrario. —Suspiró—. Por desgracia, eso significó escabullirme de ellos y también de mis deberes para con el resto de los paladines, perdidos en medio de la revuelta. Pero no vi otra alternativa. Dado que yo había sido quien os había encerrado, vuestra seguridad era responsabilidad mía.
—¿Quién es ese Levin? —dijo Lillatu mientras aceptaba un vaso de vino ambarino que le ofrecía Daz y le daba las gracias con la cabeza.
—Estaba a bordo del Doncella Fantasma al mismo tiempo que vosotros —dijo Gareth—. Es humano, y esa noche vestía una cota de malla, algo inusual en él.
—Sí. Os referís al clérigo de Belsamez.
—¿Cómo? —dijo Gareth incorporándose bruscamente.
—Eso creemos. Lo que es seguro es que es un lanzador de conjuros. ¿No lo sabíais?
—No. —Cogió su vaso de vino y lo apartó sin siquiera probarlo. Con todo lo que le había apetecido antes, de repente estaba demasiado excitado para beber—. Si puede hacer uso de magia, eso serviría para explicar en buena parte por qué era tan difícil seguirle el rastro o pillarlo incumpliendo la ley.
—¿Pero quién es realmente? —preguntó Vladawen—. Desde luego, un miembro de la tripulación de Khemaitas está claro que no.
—Es un tratante de la casa comercial Sol Naciente, pero es evidente que también es algo más aparte de eso. Empecé a vislumbrar la verdad una noche, la pasada primavera, cuando una bestia salió arrastrándose del Mar Sangriento para atacar a una prostituta del barrio bajo. Afortunadamente yo pasaba por allí, escuché a la mujer gritar y maté a la criatura. Después ella quiso agradecérmelo —continuó Gareth, ruborizándose—. Le tuve que explicar que un paladín no podía aceptar una recompensa de la clase que ella pretendía ofrecerme. Cuando la convencí, me transmitió en un murmullo el nombre de Levin, implicándolo en el asesinato de un cambista de Barrio Tormenta y en algunos otros crímenes. Ella afirmaba que aquel tipo era uno de los mayores bribones de la ciudad, y que si conseguía llevarlo ante la justicia la gente me aclamaría como a un héroe. No es que ése sea mi deseo, pero he jurado ocuparme de todo aquello que pueda amenazar el bien común. Sin embargo, no parecía que Levin fuera un villano tan horripilante, pero las palabras de aquella mujer se me antojaron sinceras. Hice algunas indagaciones y averigüé cosas que, aunque no eran condenatorias, sí eran bastante interesantes. Algunas personas lo habían visto por el Barrio Pirata a horas intempestivas, reuniéndose con el tipo de gente que un comerciante respetable debería esquivar.
—Gente como Khemaitas —dijo Vladawen.
—Gente como Khemaitas. No es que nos desagraden los elfos, aquí en Mithril, pero cuando son sospechosos de contrabando y de rendir culto en secreto a una deidad prohibida...
—Lo entiendo. Continuad vuestra historia.
—Finalmente descubrí que el Doncella Fantasma se había echado a la mar con el más vil contrabando en sus bodegas, ídolos y piedras consagrados a dioses oscuros, titanes y a toda clase de señores demonios. Pude verlo con mis propios ojos, y sentí el mal bullir en su interior. Averigüé cuándo estaba planeado que Khemaitas entregara todo ese material a Levin y organicé una redada.
Lillatu sonrió.
—Pero cuando llegasteis, los elfos habían hecho un trueque. El cargamento se había convertido en algo completamente inocente.
—¡Exacto! ¿Cómo lo supiste?
—Yo también tengo mis propios instintos. O lo que es lo mismo, es lo que podría haber hecho de haber estado en el lugar de Khemaitas y Levin, después de haber averiguado que tenía un molesto paladín tras mi pista.
—Supongo —dijo Vladawen— que fue una situación muy embarazosa.
—De veras que sí —dijo Gareth con tristeza—. Para cualquier agente de la ley es un hecho bastante grave divulgar una acusación falsa. Y es veinte veces peor para un paladín. Es una afronta para todo lo que representa. Considerando el modo en que los Tullian, los hermanos dueños de Sol Naciente, pidieron mi cabeza, fue un milagro que mi orden no me expulsara.
—En lugar de hacerlo, os dieron una segunda oportunidad —dijo Vladawen—. En vuestra misma posición, muchos otros se habrían asegurado de mantenerse bien lejos de Levin y Khemaitas. Sin embargo, vos retomasteis vuestras pesquisas. Desafiando incluso las órdenes de vuestros superiores, si no me equivoco con mis suposiciones. ¿Tan profundamente ansiáis vengaros?
—Sí —respondió Gareth—, pero no son mis sentimientos lo importante ahora. Sí lo es que, mientras era humillado, fui estando cada vez más y más convencido de que Levin suponía una grave amenaza para la ciudad. Alguien debía desenmascararlo, y parecía que yo era el único dispuesto a intentarlo. De ese modo, cuando se me presentó la oportunidad, os arresté esperando que el deseo de salir de vuestros apuros os animara a contarme lo que supierais sobre él. —Entonces sonrió—. Y así ha sido. Ahora, si somos capaces de demostrar que Levin sirve a la Asesina...
—No vayas tan deprisa —dijo Lillatu—. ¿Quién te ha dicho que vamos a testificar? De ningún modo vamos a regresar a la Torre Solar.
—Tenéis que hacerlo —dijo Gareth—. Lo siento. Sé que probablemente habéis salvado mi vida. Pero también es vuestra intención haceros a la mar para encontraros con el Sacudemontañas, y eso significa que no me queda otra alternativa que deteneros hasta que un clérigo con la debida autoridad me dé instrucciones para dejaros libres.
Vladawen se levantó, con su expresión entre el enfado y un desacostumbrado regocijo.
—Yo me marcho. Intenta detenerme.
Gareth se quitó la manta, se enderezó y cogió su espada larga. Vladawen desenvainó su estoque mientras empezaba a murmurar. Como mandaba la cortesía, Gareth dejó que el enjuto elfo se colocara en guardia. Entonces profirió un grito de guerra, fintó hacia la cabeza y le lanzó un tajo a la rodilla.
Las hojas repicaron cuando el Matatitanes repelió el verdadero ataque del paladín, y contraatacó hacia el corazón. Gareth retrocedió de un salto y repelió a su vez el ataque, pero el estoque del elfo describió un pequeño círculo, evitando la defensa del discípulo de Corian. La punta del arma se movió velozmente, deteniéndose a un palmo de su adversario.
—Esta vez no estoy lento y débil —dijo Vladawen—, y no tienes a tu taciturno amigo al lado para arrojarse sobre mí por la espalda.
Gareth se alejó de la fina hoja de plata, recuperó su guardia y volvió a arrojarse sobre Vladawen. Intentando arrancarle el arma le golpeó el estoque, pero el elfo lo bajó a tiempo para evitar el ataque. Antes de que el paladín pudiera volver a ondear su arma para disponer un nuevo embate, Vladawen se lanzó sobre él. De nuevo, su punta se detuvo justo antes de poder alcanzar a Gareth.
—¿Por qué no terminas tus movimientos? —preguntó Gareth, sintiéndose más ridículo y disgustado que alarmado.
—No necesito hacerlo —contestó el elfo—. Tienes talento, pero no la suficiente experiencia para suponer una verdadera amenaza para Lillatu o para mí. Ahora que has comprobado la inutilidad de intentar enjaularnos, espero que podamos marcharnos amistosamente. —Entonces se recuperó de la embestida, retrocedió un paso y enfundó su hoja tan rápidamente y con tanta habilidad como la había desenvainado anteriormente.
—No —dijo Gareth, alzando su arma—, de ningún modo nos vamos a separar así como así.
—Déjalo ya —espetó Lillatu.
—No voy a intentar arrastraros de vuelta a la Torre Solar. Al menos no ahora, no yo solo. Entiendo que sería inútil. ¿Pero qué dirá la Comandante Talar cuando regrese sin vosotros, después de haberme escabullido de mi escuadrón en plena revuelta? Sin duda me castigará, me apartará de su lado o quizá me encerrará, y entonces ¿quién impedirá que Levin siga haciendo de las suyas? Si fue él quien provocó el levantamiento de hoy, es capaz de hacer cualquier cosa.
—Nosotros no podemos ir tras él —dijo Vladawen—, por mucho que nos gustara saldar cuentas con él, con Khemaitas y con Kolvas, el mago sombrío. Nuestra misión es prioritaria. Simplemente vamos a ir a buscar un barco que pueda llevarnos a donde queremos ir.
—Pero no hay duda —dijo Gareth— de que Levin seguirá intentando daros caza, y si estoy allí cuando ataque, podré matarlo en una lucha justa, o reunir las pruebas necesarias para denunciarlo con éxito.
El elfo suspiró.
—Lo cierto es que no es una estrategia más desesperada que la que Lillatu y yo estamos empleando.
La asesina frunció el ceño.
—No estarás pensando en serio dejar que este chico venga con nosotros.
—Puede luchar, es buen sanador y conoce Mithril mejor que tú. Podría sernos útil, y sospecho que será más adecuado tenerlo caminando a nuestro lado que persiguiéndonos frenéticamente.
Lillatu fijó su mirada en Gareth.
—Jurad por vuestro honor de campeón de Corian que no daréis la voz de alarma a la primera patrulla que encontremos para que venga a ayudaros a contenernos.
—Juro que no intentaré volver a poneros bajo custodia hasta después que lleve a Levin ante la justicia.
—Eso es muy reconfortante.
—Por ahora deberá bastar —dijo Vladawen—. A menos que prefieras matarlo.
—Si lo hacéis —dijo Daz—, luego tendréis que limpiar lo que ensuciéis.
—De acuerdo, lo soportaré —dijo Lillatu—. Con un poco de suerte, será otro quien no tarde mucho en darle muerte.
—Eso quiere decir que ahora somos camaradas —dijo Gareth—, o algo parecido, en cualquier caso. Decidme, ¿por qué Levin y los demás pueden querer veros muertos?
—Para impedir que lleguemos hasta Kadum —dijo Vladawen.
—¿Y por qué queréis encontrarlo?
—Es mejor que no lo sepas.
—Si tenéis buenos propósitos... —frunció el ceño Gareth.
—Pero aunque lo fueran, podrían violar las leyes de Mithril —dijo Lillatu—, aunque pueda pareceres difícil creerlo. De todas formas, ¿cómo vamos a poder hacer las gestiones necesarias para encontrar un barco cuando nuestros enemigos deben de tener espías vigilándonos en toda la línea del puerto?
Vladawen asintió.
—Como nuestro barquero, que sabía bien que debía huir de las inmediaciones del Doncella Fantasma antes que empezara el tumulto. Creo que deberíamos buscar respuestas de boca de alguien que no pueda traicionarnos. —El elfo se levantó, caminó hasta la escalera y tomó la talla de piedra preciosa que representaba su propio busto—. Siempre me culparé por no haber hecho uso de la musa antes, haciendo caso omiso de los avisos de Numadaya. De haber sido así, la pobre Ópalo aún estaría viva. Despierta.
Los ojos de la escultura se abrieron de par en par. Perplejo, Gareth se sobresaltó. Daz, que claramente había sabido qué esperar, avanzó para observar la talla más de cerca.
—Felicitaciones, hermano —dijo la estatua. Sus ojos de color negro perla giraron para mirar a Gareth, que sintió la malignidad de su mirada como una gélida ráfaga de viento—. ¿Es el sustituto de Ópalo? Desde luego, su alma es bastante más limpia de lo que acostumbran las de vuestras habituales compañías. Mejor que os andéis con ojo. No puedo imaginar que podáis llegar a congeniar durante mucho más tiempo.
—Necesitamos encontrar a un capitán —dijo Vladawen— que esté dispuesto a llevarnos hasta Kadum.
—Eso es algo complicado —dijo la escultura—. Por lo general, los únicos marineros lo bastante osados como para aceptar tal cometido también conocen y temen a Shan Thoz lo bastante bien para no querer correr el riesgo de interponerse en su camino.
—¿Quién es Shan Thoz? —preguntó Vladawen.
—Es posible que vuestro nuevo aliado lo conozca mejor como Mykis, señor de los Osos Trasgo, una fraternidad criminal menor. En realidad se trata de otro adepto de las sombras, y está ligado a Dar'Tan.
—¿Dar'Tan? —gritó Gareth—. ¿Aún vive?
La cabeza de piedra sonrió.
—Así es, y es muy dado a tomar paladines novatos para desayunar. Quizá deberíais considerar la idea de volver corriendo a vuestra torre mientras aún estáis a tiempo. Es cierto que Chovae Talahar os aplicará algún castigo, puede incluso que os aparte del sacerdocio, pero al menos viviréis.
Gareth tragó saliva.
—Si Levin y los demás están conjurados con Dar'Tan, entonces aún tiene más importancia que alguien les haga frente. En su época, el elfo oscuro llevó a Mithril al borde de la desgracia, antes de que Barconius arruinara sus tramas.
—Aprecio la información —dijo Vladawen colocando el busto sobre una mesa—, pero si recuerdas, te pregunté por un barco.
—Oh, sí —dijo la musa sonriendo—. Ya os dije que todavía soy un oráculo novicio. Debo aprender a ceñirme a las preguntas. Quizá podríais buscar fuera del círculo de influencia de Shan Thoz. Ir a por un barco a Ciudad de Mullis, o a algún otro puerto.
—No podemos permitirnos perder más tiempo en viajes.
—Además —dijo Daz—, en ningún otro puerto al norte de Hedrada atracan tantos veleros de aguas profundas. En esta época del año podrías pasar meses esperando a encontrar el barco adecuado con el capitán apropiado.
—Entonces comprad o robad un bote —dijo la cabeza de piedra.
—Sabes bien que no tenemos la capacidad de dominar un barco en las fauces de los vendavales de invierno. Deja de juguetear y danos la verdadera respuesta —dijo Vladawen con el ceño fruncido.
—Perdonadme, hermano. Debéis entender que me consultáis tan raramente que tiendo a buscar de forma natural formas de prolongar la conversación. Pero ahora os concedo la información que necesitáis. Si el Doncella Fantasma no os lleva hasta Kadum, ningún otro velero lo hará.
—¡Eso es ridículo! —dijo Lillatu—. Sabes que Khemaitas está asociado con Kolvas.
—Sólo porque Levin ha arrojado una maldición sobre el mascarón de proa de su buque —dijo la cabeza, como si aquella frase no implicara nada extraordinario. Quizá, al ser ella misma una escultura animada, no pensara que fuera así—. Arrebató a esa dama sus sentidos y el habla. Devolvédselos y romperéis el lazo con el que Levin ata a Khemaitas, y muy probablemente consigáis convertirlo así en vuestro aliado.
—¿Cómo podremos conseguir algo así? —preguntó Vladawen.
—Mmm... —La talla abrió la boca en un exagerado bostezo—. Lo siento. Ya dije todo lo que podía decir por hoy, —Entonces cerró la boca y también los ojos, hasta convertirse, a todas luces, en una talla inerte.
Por un momento, Vladawen pareció estar a punto de arrojar a su homólogo contra el suelo, pero finalmente se limitó a tomar aliento profundamente para luego dejarlo salir poco a poco.
Menos preocupada por mantener la compostura, Lilly masculló una obscenidad tras otra, propias de cualquier mozo de carga de Barrio Tormenta.
—¡No puedo creerlo! —concluyó.
—Yo sí —replicó Vladawen—. En su momento pude percibir algo extraordinario en ese mascarón de proa. Además, la musa no puede mentir.
—Sólo digo que estoy ya harta de que cosas inertes, que no deberían tener vida, la tengan. No me importa si son gólems, esqueletos, Sendrian arrastrándose como un acertijo o tu retorcido "hermano" aquí presente: siempre nos traen mal. Incluso dejando eso a un lado, ¿qué posibilidades hay de que Khemaitas uniera sus fuerzas a las nuestras, ahora que hemos acabado con algunos miembros de su tripulación?
—Puede que sí lo haga, considerando lo que está en juego. Yo... —A Vladawen se le doblaron las rodillas, se desmayó y se dio con la cabeza en el borde de la mesa. Una vez en el suelo, tembloroso, de su garganta brotó un agudo lamento.
Abandonando su habitual conducta áspera, tanto Daz como Lillatu corrieron a agacharse junto al elfo abatido, con gesto preocupado.
—Creí que le habías extirpado todo el veneno del Mar Sangriento —dijo la mujer.
—Nunca pensé que estuviera contaminado —contestó Daz—. Ahora cierra el pico y déjame trabajar. —Recitando unos versos, esbozó en el aire un brillante símbolo de color verde.
Entretanto, Gareth puso su mano sobre Vladawen e invocó el poder de Corian. Pudo sentir la acostumbrada marea cálida de virtud curativa, pero había algo extraño también en aquella sensación. Le recordaba al modo en que había ondeado su hoja inútilmente atravesando a la pitón de sombras, sin que el acero llegara a alcanzar nada sólido.
Sin embargo, transcurridos unos momentos Vladawen pareció recuperarse. Parpadeó, y sus extraños ojos oscuros recuperaron la consciencia.
—Estoy bien —graznó—. Sólo fue un pequeño desvanecimiento. Quizá la maldición de Chern haya empezado ya a volverme frágil y viejo.