41
Cuando Kolvas entró en la sala de su mentor, un oscuro y espacioso ático decorado con una ecléctica selección de botines procedentes de múltiples caravanas saqueadas, Dar'Tan estaba junto a una de las altas ventanas presentes en la estancia, contemplando una daga de plata como si la estuviera utilizando a modo de espejo. Últimamente el elfo oscuro pasaba mucho tiempo de esa manera, comulgando con el poder que se agitaba, cobrando vida, en las profundidades de aquella hoja.
Pero su meditación no llegaba nunca a ser tan profunda como para dejarlo ajeno a su entorno, de modo que cuando vio a Kolvas concedió a su estudiante su habitual sonrisa cordial. El aprendiz sabía bien lo que iba a ocurrir a continuación: el mago de delgadez sobrehumana, con su mano espectral y el velo de perpetua oscuridad que lo rodeaba, lo invitaría a sentarse, beber y comer.
Tristemente, Kolvas sabía que esa vez no merecía un trato tan amistoso. Por eso se humilló en el suelo como un simple forajido orco al que se le hubiera ordenado presentarse ante su señor.
Dar'Tan dudó por un momento, y finalmente suspiró ante tal muestra de humildad.
—Debo entender que tu misión no ha sido exitosa.
—No, Maestro.
—Bueno, será mejor que me lo cuentes todo. Pero antes, por todas las voces de la noche y la piedra, levanta del suelo.
—Sí, Maestro. —Kolvas se levantó y se dispuso más o menos firme para relatar el fracaso en Mithril—. Empleé todos los rollos de pergamino y amuletos que me suministrasteis —concluyó—, pero finalmente no pude derrotarlos. Al contrario, acabaron con Levin y con suficientes osos trasgo como para aterrorizar al grupo. Sin embargo, eso no nos detuvo ni a Shan Thoz ni a mí. Nos hubiéramos reagrupado, prestos a atacar de nuevo, pero nos quedamos sin tiempo. El Doncella Fantasma zarpó al amanecer, y estoy seguro de que Vladawen, Ópalo y Lilly estaban a bordo. —El mago humano tomó un profundo aliento—. Soy consciente de que me encargasteis matar al Matatitanes, y acepto mi culpa por haber fracasado. Si es vuestro deseo que ponga fin a mi propia vida para satisfacer a Belsamez, iré hasta el altar de sacrificios por mi propio pie.
Dar'Tan negó con la cabeza.
—Es muy amable por tu parte, y debo añadir que has despilfarrado de forma ridícula la magia que te concedí. Dejé vacíos los sótanos para aprovisionarte.
Kolvas suponía que estaba exagerando, aunque ser consciente de ello no hizo menguar su vergüenza.
—Sí, Maestro.
—Está bien, supongo que, considerándolo desde un punto de vista más amplio, no es tan grave. No me hubiera importado si hubieras regresado diciendo que has consumido toda esa magia para enviar a Vladawen a la tumba. ¿Pero qué vamos a hacer con él ahora?
Kolvas dudó por un instante, y entonces decidió que no se trataba sólo de una pregunta retórica.
—Sois el mayor mago de todo Ghelspad. Vladawen está por encima de mis posibilidades, pero si habéis decidido arremeter contra él con vuestras propias manos...
Dar'Tan sonrió.
—Cuando no eras más que un pulgoso vagabundo que intentaba sobrevivir en tu amada ciudad, ¿llegaste a encontrar tiempo para contemplar el mar?
—Sí.
—¿Y cuántas sombras viste?
—Mmm... supongo que no demasiadas.
—Eso mismo creo yo. En cualquier lugar hay siempre algún resquicio de sombras, y es por eso que podemos hacer uso de nuestra magia en todas partes. No obstante, lo cierto es que nuestro poder es más débil en el mar que en la tierra. —La espectral mano de Dar'Tan se contrajo como enojada ante aquella afirmación—. Además, debo admitir que, morando aquí en lo alto de una montaña, tan lejos de la costa, no me he preocupado por trabar alianzas con los maestros de las profundidades. Bueno, en ocasiones consideré enviar enviados a los písceos, piratas de las Islas Dedos, o a alguna de las arpías marinas, pero siempre surgía algo que consideré más urgente.
—Lo que decís es peor aún de lo que pensaba. Vos tampoco podéis atacar a Vladawen. ¡Hasta que Khemaitas lo traiga de vuelta a Mithril! ¡Entonces será cuando le pongamos las manos encima!
Dar'Tan negó con la cabeza.
—Es demasiado precavido para regresar a la costa en la misma región. Para arrendar el buque que necesitaba, uno que navegara en aguas profundas, sí tenía que visitar un puerto de tamaño considerable. Sin embargo, ahora Khemaitas puede devolverlo a tierra en cualquier lugar de la costa.
—Lo siento, Maestro.
Dar'Tan se encogió de hombros, y eso hizo mecerse la mano espectral.
—Bueno, tampoco son todo malas noticias. El Mar Sangriento no necesita de nuestros esfuerzos para ser peligroso. Ni tampoco Kadum. E incluso si Vladawen consigue sobrevivir a su viaje, aún deberá localizar la Fortaleza Sombría, llegar hasta ella, adentrarse... Bueno, no creo que haga falta que siga mencionando contrariedades.
—Desde luego, Maestro.
—En ese caso, ahora lo que nos queda por decidir es qué hacer contigo.
—Ya os lo dije. Estoy listo para aceptar cualquier castigo que consideréis apropiado.
—¿Qué te parece un vaso de ese vino claro de Vera-Tre? Le hemos puesto la espita al último barril en el sótano, y después que lo acabemos, seguramente tendremos que arreglárnoslas sin él hasta después del deshielo, en primavera. O hasta que entremos en Mithril victoriosos, sea lo que sea lo que ocurra primero.
—¿Perdón? —dijo Kolvas pestañeando.
El elfo oscuro sonrió.
—¿De veras pensaste que iba a castigarte por no lograr matar a un campeón con el que los propios titanes no lograron terminar? Por la cabeza cortada del Cazador, ya lo mataste una vez, y no es tu culpa que Belsamez no acertara a apresar su alma. Alteraste el ritual de resurrección y me trajiste este puñal, y eso sigue siendo lo más importante. Por todo ello, sigo estando en deuda contigo.
—¿Y qué ocurrirá si la Demente pide mi cabeza?
—Ya te lo dije, hallaremos otra forma de contentarla. Pero dejemos ya de hablar de cómo me has fallado. Nada más lejos de la verdad. Ninguna decisión ha podido ser más acertada que la de confiar en ti.
A Kolvas se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Gracias, Maestro. Cuando ahorcaron a mi padre...
—Basta, por favor. Me honras, pero ciertos sentimientos es mejor dejarlos a un lado, especialmente entre despiadados jefes bandidos. —Dar'Tan hizo un gesto con su mano de sombras en dirección a la mesa y las sillas—. Ahora tomemos ese vino.