15
Ópalo despertó de una pesadilla para encontrarse con una realidad no mucho más feliz. Estaba empapada, tenía frío y yacía con las manos atadas firmemente a la espalda, con una cuerda tersa que le desgarraba las muñecas y le entumecía la piel. Le dolía la mandíbula allí donde había recibido el golpe de Vladawen, y la náusea cuajaba en su estómago.
Al abrir los ojos se encontró con lo peor. Frente a ella, agachado, estaba Kolvas. En su último encuentro con aquel tipo menudo, ella le había clavado el cuerno de dragón en el pecho. Momentos después, el mago se había volatilizado al reino de las sombras, llevándose consigo el puñal divino. Ópalo se había atrevido a esperar que la herida que le había infligido hubiera resultado mortal, pero obviamente no había sido así.
La maga intentó aparentar no haber recuperado el sentido, pero su enfermizo estado lo impidió. Un apretón en su estómago le llenó la boca con ardiente bilis. Ópalo consiguió ladear la cabeza para vomitar, logrando así no arrojarse toda esa repugnancia encima.
Alguien rió.
—Parece que le caes bien a la chica.
Cuando cesaron las arcadas, y después de pestañear para vaciar sus escocidos ojos de lágrimas, Ópalo miró a su alrededor para observar su compañía. Yacía en lo que tenía aspecto de ser un atestado compartimiento de carga. La tenue luz amarillenta de un único candil bastó para revelar la presencia de Khemaitas y del conjurador, que aún empuñaba su cetro, ambos a la espalda de Kolvas. Sin duda había sido el humano enfundado en la cota de malla quien había proferido la burla.
Kolvas apretó la boca al mirar a su alrededor.
—No espero que la gente hinque sus rodillas ante mi presencia para llamarme señor. Es mi maestro quien merece ese trato, y no yo. Sin embargo, Dar'Tan me encargó asegurarme de que Vladawen nunca llegue a abandonar Mithril, y creo que posiblemente podamos pasar por este trance dejando a un lado vuestras bromas.
—Ya —dijo el hombre de la armadura—, pero resulta que yo no soy ningún criado de Dar'Tan. Soy un clérigo de Belsamez, y es a ella únicamente a quien debo lealtad.
—La Dama de las Pesadillas desea ver muerto al Matatitanes tanto como el propio Dar'Tan.
—Eso tengo entendido. Sin embargo, lo que ella no ha llegado a aclararme en ningún momento es si debo aceptar órdenes de vos. He pasado los últimos diez años aquí en Mithril levantando una red de agentes, embaucadores e informadores. Vos, en cambio, la pasasteis de un lado a otro de las Kelder, robando ovejas o haciendo lo que sea que vuestra gente se dedica a hacer allí arriba. El fondo del asunto es que estoy mejor cualificado que vos para dirigir esta empresa.
Kolvas soltó un bufido.
—Claro, y por eso Vladawen consiguió subir a bordo.
—Al menos, y gracias a mi plan, alguien logró acercársele lo suficiente para asestarle una estocada. ¿Cuánto llegasteis a acercaros vos, arrastrándoos entre las sombras?
—¡Lengua bífida de Mormo! —espetó Khemaitas—. ¿Qué sentido tiene que estemos discutiendo, aparte de recordarnos por qué los elfos sienten tanto desdén hacia los humanos? Centrad vuestros esfuerzos en interrogar al prisionero, si es eso lo que queréis hacer.
Kolvas tomó un profundo aliento y lo dejó escapar lentamente.
—Tenéis razón en una cosa. Tenemos trabajo que hacer. —Y entonces se giró hacia Ópalo—. Volvemos a encontrarnos.
La maga pensó en escupirle en la cara, pero le pareció que el gesto transmitiría tanta impotencia como rebeldía.
—Ojalá estuvieras muerto. Si Lilly te coge, hará que desees estarlo.
—Oh, vamos, no seas tan poco amistosa. Sabes que siempre me caíste bien, siempre pensé que estábamos hechos de la misma pasta, magos errantes luchando por abrirse paso en la vida.
—¿Y por eso me echaste encima a los acechadores del Ukradan?
—No me dejaste otra opción cuando me sorprendiste liquidando a los Escudos Negros. Sólo quería cambiar el curso de la resurrección, hacerme con el puñal de plata y los demás talismanes, y escapar sin hacerte ningún daño.
—Mentiroso.
—¿Por qué iba a querer hacerte daño? ¿Qué podía ganar con eso? Incluso ahora, después que me apuñalaras, no te guardo rencor. Guardo mi odio para los arrogantes bastardos que mataron a mis padres, y que me dañaron más profundamente de lo que tú podrías haber hecho en mil años.
—No me menosprecies.
—No lo hago. Te respeto. Me gustaría ayudarte a regresar, sin que sufras ningún otro percance, a Darakeene o a cualquier otro lugar al que quieras ir. ¿Qué te parece? Tu libertad a cambio de la musa eslareciana.
Ópalo bufó.
—Ni hablar.
—Piénsalo con calma. No eres elfa, no puedes hacer uso de ese artefacto, y acabaremos dando con él igualmente. Simplemente nos estarás ahorrando algunos pequeños problemas.
—No soy ninguna idiota. Sólo quieres saber dónde está escondido el busto porque te imaginas que Vladawen y Lilly habrán vuelto a refugiarse a ese lugar, y quieres ir a por ellos.
—Siento tener que decirte esto, pero tus amigos están muertos. Esta vez, para siempre.
Khemaitas dejó escapar un suspiro.
—Esa jugada no te funcionará. Ya sabe que vosotros, imbéciles, estáis buscando todavía al Matatitanes, porque ya lo dejasteis bien claro con vuestra pequeña discusión.
Kolvas apretó la mandíbula reprimiendo una mala contestación.
—No tomé parte en la pelea —dijo a Ópalo—, pero ellos ya me pusieron al tanto de que Vladawen y Lilly salieron muy malheridos, y que luego, con el lastre de sus armaduras, saltaron hasta el agua helada. Sería un milagro que hubieran llegado hasta el puerto. Casi seguro estarán muertos, aunque planeo seguir con la búsqueda para poder confirmárselo a mi maestro. Ahora, ¿puedes decirnos dónde está la musa?
—No lo recuerdo —dijo Ópalo.
—Veamos si soy capaz de avivar su memoria —dijo el clérigo de Belsamez, dando un paso al frente. Musitó una rima y describió unos sinuosos pasos con su apuesta y bien cuidada mano.
Ópalo se puso rígida. Aquel hijo de perra ya había jugueteado con su mente una vez, obligándola a arremeter contra sus amigos. Estaba decidida a que no volviera a ocurrir. Como si estuviera obrando un conjuro, se concentró para que no doblegara su voluntad.
Al finalizar su encantamiento, el clérigo le tocó la frente. La maga sintió cómo el poder chisporroteaba a través de su cuerpo, y entonces notó en su cabeza una flojera extraña y traicionera.
—¿Dónde se hospeda Vladawen? —preguntó el clérigo.
El nombre de la posada pequeña y destartalada bulló en el interior de su boca. Su impulso más natural fue el de dejarlo brotar de sus labios, pero no lo hizo, y obstinadamente negó con la cabeza.
—¿Dónde está la musa eslareciana? —preguntó el inquisidor.
Ópalo lo miró sin dejar de resistirse a la inducción, casi placentera, de la magia que le recorría el cuerpo.
—¿Dónde puede haber ido Vladawen en busca de un sanador?
Era un alivio poder ceder a la presión, sabiendo que no iba a revelar nada.
—Ni idea. No soy de aquí.
El clérigo resopló.
—Bravo, dama. El conjuro sólo funciona con tres preguntas, así que podéis estar contenta por haberlas sorteado. Parece que es momento de cambiar de táctica. —Entonces sacó de su bota un puñal muy alargado.
—De ningún modo —dijo Khemaitas—, no a bordo de mi barco.
El apuesto clérigo arqueó una ceja.
—No estáis en posición de mostraros remilgado. Puede que Kolvas y yo discrepemos sobre quién debe dirigir la búsqueda del Matatitanes, pero confío en que recordéis quién os da las ordenes, y por qué será mejor que las acatéis.
Aquel espacio era demasiado reducido para entablar una pelea a espada. El elfo abandonado prefirió por ello echar mano a su daga.
—Tengo mis límites.
—¡Ya basta! —saltó Kolvas—. Ya dijisteis que la otra jugada no funcionaría. Pues bien, ésta es la otra que nos queda. Ópalo tiene el suficiente valor para resistir a la tortura durante un tiempo. Para cuando consigamos sacarle dónde se hospeda Vladawen, éste ya estará lejos de allí. Debemos tomar otras medidas. Levin, si disponéis de una red de agentes, movilizadla. Ambos podemos conjurar a espíritus para que ayuden en la búsqueda.
—Y —dijo Khemaitas—, ya de paso, podéis sacar a esta mujer de mi barco.
—Temo que eso no podrá ser —replicó Levin—. No sé por qué Gareth ha aparecido aquí esta noche, y por lo poco que sabemos aún debe de estar espiándonos. Ahora ya sabe que estoy a bordo, de modo que no importa si ve que una barca me devuelve al puerto. Kolvas sí puede marcharse tan sigilosamente como vino, deslizándose a través del mundo de las sombras. Pero lo que no queremos es que un paladín nos pille cargando con un prisionero.
—Debe de haber algún truco del que podáis echar mano.
—Aunque lo hubiera, tengo cosas más importantes de las que ocuparme. Limitaos a mantenerla oculta aquí.
—Ya cumplí con mi parte del trato, os ayudé a levantar vuestra trampa...
—Nuestro acuerdo seguirá en vigor hasta que me asegure de que el Matatitanes está muerto, y si queréis ver de nuevo en marcha esta chatarra, os sugiero que sigáis metido en esto.
Los conspiradores cruzaron sus miradas durante unos instantes más y entonces, finalmente, Khemaitas asintió a regañadientes.
Kolvas sacó un pañuelo de uno de los muchos bolsillos de su roída capa de conjurador.
—No hace falta que te diga cómo va esto —dijo a Ópalo—, tenemos que amordazarte. No podemos permitir que te pongas a recitar conjuros.