21
A la estela del cuervo sombrío se arrastraba una criatura semejante a un cangrejo o a un piojo enorme, pero con la parte superior de su cuerpo como la de un bebé humano que estuviera pegado a la concha, y dos antenas erizadas en su cabeza pelona. Estos apéndices se agitaban cuando miraba a un lado y a otro.
Inmóvil, conteniendo el aliento, Vladawen rezó por que aquella criatura pasara correteando junto a la celda sin advertir su presencia. Y así fue. Sin embargo, eso sólo dio a Lillatu y Vladawen la más breve de las treguas. Poco después, se escucharon unas suaves pisadas en el pavimento del sombrío corredor, y fue el propio Kolvas quien anunció su presencia.
—Sabía que estabais aquí abajo —dijo el mago—. Después de todo, es el lugar en que los paladines encierran a sus prisioneros, y mis pájaros ya hubieran vuelto a mi lado si nadie ni nada se hubiera interpuesto en su camino.
Vladawen musitó rápidamente unas palabras de poder y esbozó unos símbolos místicos con la mano.
Kolvas contempló la mugre y el agua repartidas por el suelo de la celda.
—Ya veo, supongo que os habéis debido volver invisibles. Bueno, creo que puedo arreglarlo. —El mago levantó las manos y lanzó su propio conjuro, sin duda destinado a acabar con la ocultación del elfo. Vladawen aguardó con tensión para comprobar si era eso lo que realmente estaba ocurriendo.
No fue así. Su conjuro había confundido al mago sombrío, haciéndole conjurar un encantamiento diferente al que había pretendido realmente, y ahora la penumbra que cubría el pasillo se espesaba, ahogando casi por completo la luz del candil que lo iluminaba. Perplejo, Kolvas miró enloquecido a un lado y a otro.
Cuando Lillatu embistió al mago, el conjuro de Vladawen no pudo seguir enmascarándola y la asesina se hizo visible. Pasó su mano entre los barrotes e intentó apresar al distraído Kolvas, sólo para descubrir que estaba fuera de su alcance. El mago sacó rápidamente una daga bajo su capa, lanzó un mandoble y la asesina retiró presurosa su mano.
Kolvas dio inicio entonces a un nuevo conjuro. Vladawen agarró el cubo de madera de los desperdicios, lo arrojó contra la pared abandonando su propia invisibilidad, y luego hizo pasar uno de los fragmentos entre los barrotes de la celda. El trozo de madera alcanzó en el esternón al mago, que se retorció de dolor. Vladawen se dispuso rápidamente a arrojar otro improvisado proyectil y Kolvas se retiró ágilmente pasillo abajo, lo bastante lejos para desaparecer de su vista.
—¡Acaba con Vladawen, Lilly! —dijo el mago.
El elfo se giró bruscamente. Lillatu lo miró sonriente.
—Hoy no, no voy a hacer lo que él diga. Tenías razón. Ha dejado de tener control sobre mí.
—Habrá pensado probar suerte —dijo Vladawen.
—¿Puedes seguir pisándole los conjuros? —preguntó la asesina.
—Desafortunadamente no. Ese era el único "truco" que tenía preparado.
—Entonces...
El demonio volvió a arrastrarse hasta abandonar las sombras. Vladawen le arrojó otro pedazo del cubo, pero erró. La criatura le clavó la mirada y la cabeza empezó a darle vueltas. De repente todo se le antojaba divertido, y una retorcida risa burbujeó en su garganta. Desesperado, trató de convencerse de que aquel pequeño horror no era real, de que era sólo un fantasma al que Kolvas había dado forma a partir de las sombras, y que por ello debía carecer de cualquier poder. Por un instante consiguió ver a la criatura como sólo una mancha difusa que emborronaba el aire, y de repente sus pensamientos volvieron a recobrar lucidez.
Lillatu gritó alarmada. Vladawen se giró. Kolvas había vuelto a tomar forma y estaba leyendo un rollo de pergamino. Al completar la frase de activación, hizo con su mano el ademán de arrojar una piedra. De la punta de sus dedos brotaron proyectiles de una impenetrable materia sombría.
Vladawen y Lillatu se apartaron de un salto. Los dardos mágicos estallaron en el suelo, junto a ellos. Entretanto, el retoño cangrejo logró zafarse entre ambos y escabullirse, sin dejar de retorcer sus antenas. Vladawen, describiendo un rápido movimiento, lo pateó hasta volcarlo sobre su espalda. Sin dejarle tiempo para recomponerse, el elfo y la asesina lo patearon hasta machacarlo, haciéndolo pedazos que enseguida se volatilizaron en la nada. Por desgracia, aquello dio tiempo a Kolvas para volver a escabullirse, sin que ninguno de sus adversarios pudiera lanzarle un nuevo ataque.
Vladawen agarró dos de los barrotes de la celda y tiró de ellos con todas sus fuerzas; no se doblaron, ni logró sacarlos de sus juntas. Entonces lanzó un conjuro que pudiera resquebrajar la piedra sobra la que se asentaban, pero ésta no se inmutó.
—Lo siento —dijo.
—No es para menos —dijo Lillatu—. Bueno, en realidad no quise decir eso. Desde luego nos hemos quedado sin suerte.
Pasillo abajo, Kolvas graznó unas palabras de poder. Una estilizada lanza de sombras tomó forma desde el suelo del túnel, casi invisible en la penumbra. Como una serpiente, rebuscó por un lado y otro hasta deslizarse entre los barrotes, retorciéndose con la intención de enroscarse alrededor de Lillatu. La asesina esquivó al repugnante ser y le asestó un puñetazo. Su mano lo atravesó sin más, sin causarle ningún daño aparente, y la criatura recuperó su intención de apresarla.
Vladawen lanzó un mandoble, sólo para comprobar que él también era incapaz de golpearlo. Entonces Kolvas conjuró un nuevo zarcillo de sombras que se ocupara del elfo. La criatura se enroscó a su alrededor y Vladawen hubo de ejercer toda la presión que le permitía su fuerza para liberarse de su presa. Para entonces, el mago recitaba un nuevo encantamiento.
Sin embargo, lo interrumpió y echó a correr celda abajo. Hubiera sido una oportunidad perfecta para que Vladawen le hubiera lanzado otra esquirla de madera del cubo de los desperdicios, pero estaba demasiado ocupado esquivando aquellas pitones sombrías. Un instante más tarde, Gareth apareció a la carrera, empuñando su espada desenvainada y cubierta de sangre.
—¡Resistid! —dijo el paladín lanzando un tajo a uno de los tentáculos. Desgraciadamente, la criatura se disolvió antes que la hoja llegara siquiera a tocarla, y volvió a tomar forma en cuanto ésta la atravesó. Gareth determinó entonces intentar extirpar la magia en su origen, y se lanzó tras Kolvas.
Las pitones sombrías se escurrieron entre los barrotes de la celda, de vuelta al pasillo, ansiosas por alcanzar esa nueva amenaza que se cernía sobre su amo. El paladín las esquivó hacia un lado y otro, abriéndose paso entre ellas. Kolvas masculló palabras arcanas, quizá la frase de activación de otro conjuro más, a juzgar por su brevedad.
La mismísima sombra de Gareth serpenteó hasta abandonar la pared sobre la que se asentaba.
—¡Cuidado! —alertó Lillatu al paladín, pero el aviso llegó demasiado tarde. El ente espectral incrustó su etérea hoja en el torso del joven. Gareth jadeó y se derrumbó en el suelo. Irónicamente, en ese preciso instante los tentáculos se desvanecieron en la nada: los encantamientos que les habían dado vida habían consumido todo su poder.
Vladawen se arrojó sobre los barrotes de la celda y estiró las manos todo lo que pudo entre ellos. Sus dedos alcanzaban justo a tocar la hoja de acero del arma caída de Gareth. El elfo acercó la espada, arrastrándola, apenas notando que al hacerlo se estaba cortando. La sombra del paladín se giró de un salto y le lanzó un mandoble que atravesó sin inmutarse los barrotes de la celda. El elfo esquivó el ataque, y sintió cómo un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando la etérea hoja limpió el aire sobre su cabeza.
Vladawen se puso rápidamente en pie y empuñó con fuerza la larga espada. Cuando sus dedos se cerraron alrededor de la empuñadura, percibió la virtud que habitaba en aquella hoja y dio gracias por ello a El Que Permanece. Hacía falta un arma encantada para acabar con una sombra.
El espectro atravesó de un salto los barrotes y le lanzó un tajo al pecho. Vladawen se hizo a un lado y devolvió el golpe. La punta de su hoja se ensartó en el oscuro rostro de la sombra y la criatura se desvaneció.
Girando, el elfo comprobó que Lillatu había arrastrado a Gareth hasta situarlo junto a los barrotes de la celda. La asesina rebuscaba a tientas bajo su capa, gritándole:
—¡Las llaves! ¿Tienes las llaves?
—En mi cinto —gruñó el joven paladín.
Lillatu las encontró, se puso en pie de un salto y abrió la celda.
—Dame la espada —le dijo a Vladawen.
El elfo se la entregó. Hubiera deseado poder vengar a Ópalo con sus propias manos, pero Lillatu clamaba con más fuerza aún que él por la vida de la maga. Ambos se lanzaron pasillo abajo. Un poco más adelante, perdido entre la oscuridad, su enemigo recitaba las sibilantes palabras de una lengua arcana y secreta.
Unos rayos de negro fuego, o posiblemente relámpagos, tomaron forma en medio del aire. Vladawen se pegó a la pared, pero no pudo evitar que algunas de aquellas descargas de poder lo arañaran, quemándolo y congelándolo al mismo tiempo, como el toque de los fantasmas a los que había combatido en Hollowfaust.
Aún intentaba liberarse del aturdimiento y del agudo dolor cuando tres enormes ratas surgieron de la penumbra. No es que fueran terriblemente ágiles, pero la tercera de las criaturas estuvo a punto de arrancarle un pie a Lillatu de un mordisco antes que ésta lograra partirla en dos de un tajo. Sin duda ella también debía de estar bajo los efectos aturdidores de la tormenta sombría.
—Venga —dijo Vladawen—. Dejémoslo.
—Eso ni pensarlo.
—Quién sabe cuántos rollos de pergamino y talismanes más ha podido darle Dar'Tan a Kolvas. Nosotros, por nuestra parte, sólo tenemos un arma y estamos malheridos. Ya lo matarás otro día.
—Lo haré ahora —dijo mientras, cojeando, reanudaba la marcha.
Vladawen la cogió de un hombro.
—No es nuestro único enemigo, y por ello no merece la pena arriesgar tanto por él. Tenemos una misión que completar.
—A la mierda nuestra misión —graznó la asesina, que finalmente permitió que Vladawen la desplazara en dirección contraria. Un instante después, frunció el ceño cuando el elfo se agachó para levantar a Gareth—. Debes de estar bromeando.
—Vino hasta aquí para ayudarnos.
—Pero fue él quien nos encerró.
—Lo sé, pero no pienso dejarlo aquí para que Kolvas lo mate. —Entonces ayudó al paladín a ponerse en pie—. ¿Serás capaz de caminar?
—Creo que no —dijo el joven, con las rodillas temblorosas—. Mi armadura parece ahora tan pesada... Ese fantasma me robó toda mi fuerza.
—Te ayudaré —dijo Vladawen. Los tres corrieron a toda prisa por los pasillos de la prisión, volviendo la vista cada poco tiempo para ver qué nuevo horror lanzaba Kolvas tras sus pasos.
Y fue un enorme sapo de tres cabezas. Tras acabar con él, Lillatu dijo entre jadeos:
—¿Dónde están nuestras cosas, chico? Dímelo si no quieres que sea yo quien te mate, y ahorre así a las mascotas de Kolvas el esfuerzo.
—En la bóveda —jadeó Gareth—. Os diré dónde exactamente cuando lleguemos.
El joven cumplió su palabra. Parecía que los paladines, e incluso sus subalternos, eran tan incorruptibles como indicaba su reputación. La musa, el cuerno de dragón disimulado con el aspecto de un cetro, la bolsa con las monedas, las joyas, la poción para respirar en el agua y el estoque divino, estaban todos justo donde Gareth los había dejado; a nadie se le había ocurrido desvalijar aquel botín. Vladawen se sintió mejor cuando se colocó el fajín sobre los hombros, aun cuando, dolorido y molido como estaba, apenas era capaz de empuñar en condiciones su estoque de plata.
Por suerte, aquello no iba a ser necesario. Quizá Kolvas no fuera tan osado como para seguirlos tan de cerca, puesto que finalmente atravesaron las puertas de la Torre Solar sin sufrir ningún otro ataque. La perspectiva más allá de los muros de la fortaleza no era mucho más acogedora que el terror que ésta escondía: fuegos crepitando y llenando el aire de volutas de humo, villanos rompiendo ventanas, volcando carromatos y arrojando piedras, y las ordenadas formaciones de guardias enfrentando su disciplina al enfurecido frenesí de los alborotadores. Vladawen presumió que toda aquella contingencia podía suponer una ventaja para ellos, ¿pues cómo iba a poder Kolvas seguirles la pista en medio de aquel caos? El mago sombrío había perdido su oportunidad, y con la alegría de esa idea el elfo y sus camaradas se escabulleron entre la multitud.