Desalojo
También en 1983 el dueño del edificio en que vivía decidió echamos del apartamento; quería recuperar el edificio y necesitaba tenerlo vacío, para repararlo y alquilarlo por una mensualidad mayor a la que nosotros pagábamos. Fue una guerra entre el dueño y los inquilinos; aquél se las arregló para rompemos el techo de la casa y el agua y la nieve entraban en mi cuarto. Era difícil mantener una guerra contra los poderosos, sobre todo cuando uno no tiene ni la residencia en un país extranjero y desconoce hasta el idioma y el lenguaje jurídico. Finalmente, tuve que abandonar el cuarto en que vivía. Me trasladaron para un viejo edificio, cerca de la casa en que antes habitaba. En este país la cosa más normal es que la gente se esté mudando con frecuencia, pero yo en Cuba una de las cosas que más había padecido era el hecho de no tener un lugar donde vivir y tener que andar siempre ambulante; tener que vivir en el terror de que en cualquier momento me pusieran en la calle y no tener nunca un lugar que me perteneciera. Y ahora en Nueva York tenía que pasar por lo mismo. De todos modos no me quedó más remedio que cargar mis bártulos y mudarme para el nuevo tugurio. Después me enteré de que las personas que siguieron firmes en el apartamento cogieron hasta veinte mil dólares del dueño para mudarse. Mi nuevo mundo no estaba dominado por el poder político, pero sí por ese otro poder también siniestro: el poder del dinero. Después de vivir en este país por algunos años he comprendido que es un país sin alma porque todo está condicionado al dinero.
Nueva York no tiene una tradición, no tiene una historia; no puede haber historia donde no existen recuerdos a los cuales aferrarse, porque la misma ciudad está en constante cambio, en constante construcción y derrumbe, para levantar nuevos edificios; donde ayer había un supermercado, hoy hay una tienda de verduras y mañana habrá un cine; luego se convierte en un banco. La ciudad es una enorme fábrica desalmada, sin lugar para acoger al transeúnte que quiera descansar; sin sitios donde uno pueda, simplemente estar sin pagar a precio de dólar la bocanada de aire que se respira o la silla en que nos sentamos a tomarnos un descanso.