Cayo Hueso
Cuando salí de mi edificio en Monserrate, la jefa de vigilancia del CDR se me acercó y me dijo: «No te preocupes que yo J no te voy a delatar; lo que quiero es que, si ves a mi hijo, le digas que estoy bien». Insólitamente, cuando llegué a Cayo Hueso, al primero que me encontré fue a su hijo y le pude dar el recado de su madre. El me llevó para unos almacenes donde tenían todas las cosas donadas por exiliados de Miami para los que llegaban por el Mariel y me dio un par de zapatos nuevos, unos jeans y una camisa reluciente; me dio jabón y una inmensa cantidad de comida. Me bañé, me afeité y comencé a parecer de nuevo un ser humano.
Allí me encontré con un bailarín de la compañía de Alicia Alonso, quien me contó que un momento después de salir yo del Mariel mi nombre era gritado por todos los altoparlantes; la policía me buscaba. Después supe que todos tenían que mostrar su pasaporte antes de entrar al puerto y que paraban todas las guaguas preguntando por mí; la Seguridad del Estado y la UNEAC ya estaban alertas y, pensando que aún estaba en El Mosquito, llevaron a cabo una enorme pesquisa para evitar que yo me fuera del país.
Nos llevaron para unos albergues en Cayo Hueso hasta ver qué ubicación posterior nos daría Inmigración. En medio de aquella multitud, me encontré con Juan Abreu; al fin podíamos abrazarnos fuera de Cuba y ya libres.
En cuanto llegué a Miami traté de ponerme en contacto con Lázaro, y también con Jorge y Margarita Camacho, que en ese momento estaban en España. A Lázaro lo vi, por suerte, al llegar a la casa de mi tío; me estaba esperando y todavía nos parecía imposible que los dos, aunque con una diferencia de una semana, estuviésemos en Estados Unidos. A Margarita y Camacho les escribí; ellos se habían enterado de mi salida por un cable que había sido publicado en España; ahora yo intentaba recuperar mis manuscritos, y Margarita y Jorge, que estaban en su casa en el campo, no los tenían allí. Llamé entonces a Severo Sarduy, a quien ellos le habían entregado mis manuscritos; en esa primera llamada Severo me dijo que no los tenía. Le escribí desesperado a mis amigos Camacho y Margarita de nuevo y ellos me calmaron diciéndome que no me preocupara, que ellos tenían los originales.
Por fin, recibí todos mis papeles, lo cual fue para mí una experiencia indescriptible. Ahora, podía verlos y acariciarlos tranquilamente, aunque sabía que me llevaría años poder corregir aquellos páginas escritas tan apresuradamente.