El Instituto del Libro
Con esas dos novelas premiadas, aunque por esa fecha aún inéditas, pasé a trabajar, gracias a las influencias del que era entonces mi amante, Miguel Barniz, en el Instituto Cubano del Libro, dirigido por Armando Rodríguez. Por cierto, nunca conocí a un hombre más bello que el amante de Armando Rodríguez; Héctor se llamaba. Era ese tipo de criatura única que irradiaba una belleza tan imponente, que era imposible seguir escribiendo después de que él pasara por los pasillos. No sé cómo se las arregló Armando para, siendo un alto funcionario del régimen, mantener a un amante tan bello sin que la envidia de los que no tenían acceso a Héctor dañara aquellas relaciones, o provocara su destitución del cargo que ocupaba. El caso es que Armando era amigo de Fidel Castro, como también Alfredo Guevara, cuya vida homosexual escandalosa es superconocida en toda Cuba y, especialmente, en La Habana, no habiendo nunca tenido que pagar las consecuencias de su actitud, como otros que lo han tenido que pagar tan caro. Héctor murió en pleno esplendor de un accidente en su propia motocicleta.