La boda

Cerca de la casa de mi tía había un cuarto que pertenecía a una residencia abandonada, y en aquel cuarto vivió alguien que había muerto hacía muchos años, nadie lo ocupaba. Lo pedí a través de la UNEAC, pero sólo podían dárselo a una persona que estuviese casada, según me indicó Bienvenido Suárez, un delincuente que podía llegar a ser gracioso en ocasiones. La Revolución no le iba a dar un cuarto a un homosexual para que metiera en él a hombres; era, evidentemente, lo que me quería decir Bienvenido Suárez. Tenía que buscar a una mujer, casarme con ella y hacer la petición formal de aquel cuarto a la señora Noelia Fonseca, directora de aquella zona.

Ingrávida González era una actriz de talento que había hecho una extraordinaria representación de La noche de los asesinos, de José Triana, dirigida por Vicente Revuelta. También había trabajado en una de las películas cubanas más famosas de aquellos tiempos, Lucía, de Humberto Solás. Le gustaban los hombres, no era homosexual; era una mujer divorciada, cuya vida privada no podía calificarse de inmoral porque tuviese uno u otro amante. Sin embargo, el puritanismo castrista miraba también con malos ojos a las mujeres solteras que tuviesen una vida sexual un poco liberal. Ingrávida fue por estas razones parametrada y expulsada de su trabajo, a pesar de su enorme talento como actriz. En este parametraje entró hasta la cantante Alba Marina por tener un amante que era veinte o treinta años más joven que ella.

Por aquellos años se hicieron famosas las recogidas de mujeres en las posadas. Estas posadas eran lugares creados por la Revolución donde las personas heterosexuales podían entrar unas horas y hacer el amor. La policía, sin embargo, entraba en aquellas posadas para ver qué mujeres cometían adulterio y, sobre todo, si eran las esposas de algún militante del Partido Comunista. Las mujeres sufrían castigos y eran incluso separadas de su trabajo, y sus maridos eran informados inmediatamente en una asamblea pública.

De manera que la mujer, como el homosexual, son considerados en el sistema castrista como seres inferiores. Los machos podían tener varias mujeres y esto se veía como un acto de virilidad. De ahí que las mujeres y los homosexuales se unieran, aunque sólo fuera como una manera de protegerse. Sobre todo, cuando era una mujer como Ingrávida González, que también había sufrido persecución por la misma debilidad: por gustarle los hombres. De manera que, cuando le conté a Ingrávida toda mi situación, ella se prestó a casarse conmigo y de esa forma solicitar aquel cuarto. Ella, por otra parte, tenía dos hijos a los que no sabía ahora ni siquiera cómo alimentar y yo, con mi sueldo de la UNEAC, la ayudaba económicamente. También Virgilio Piñera organizaba colectas para que ella y sus hijos no se murieran de hambre. Con la autorización que dan en Cuba a las personas que se van a casar para comprar algunas cosas, adquirimos alguna ropa y nos casamos.

El padrino de la boda fue Miguel Figueroa, que quería esa misma noche acostarse con Ingrávida a cambio de que yo me acostara con Olga; siempre Miguel, el pobre, buscando a un homosexual que se acostara con su mujer. Yo no acepté porque quería ir a descansar a la playa; otro extraordinario privilegio de los que se casan es poder alquilar una casa en la playa por cuatro o cinco días.

Ingrávida al fin aceptó irse con Miguel para un hotel, o tal vez para la misma casa donde él vivía con Olga. Me dijo que al día siguiente me vería en la playa. Al lado de la casa había un grupo de muchachos y, mientras esperaba a que mi esposa llegara, hice relación con uno de los muchachos. Le dije que esperaba a que mi esposa llegara y que me acababa de casar, y eso parece que lo erotizó más. Tuvimos un encuentro memorable, aunque él, quizá porque yo era el hombre que me había casado, decidió hacer de pasivo. Sin embargo, era un muchacho viril del que no se esperaba esa sorpresa.

Cuando Ingrávida llegó yo ya tenía un amante, que además se mostró un poco celoso por la belleza de mi esposa; Ingrávida era en aquel momento una mujer bellísima. Llegó con sus hijos, que nunca habían podido jugar cerca de la playa. Allí había como una especie de parque infantil y nos pasábamos el día meciendo a los niños en los columpios del parque, bajo la mirada siempre recelosa de mi joven amante.

En la playa redactamos la carta a Noelia Silva Fonseca solicitando el cuarto. Se decía que esta mujer era amante de Celia Sánchez. El texto de la carta era bastante patético y hacía un llamado a la condición de mujer y revolucionaria de Noelia. De todos modos, el cuarto aquél y todos nuestros planes con él, no fueron sino eso, planes.

Aquella mujer jamás se molestó ni siquiera en respondemos. Yo seguí viviendo en el cuarto de criados de mi tía, siempre amenazado por ella de ir a parar a la calle o a la cárcel. Por último, Ingrávida quedó en estado y no sabía ni ella misma de quién; no se sabía si lo que vendría sería un mulatico, un negro o tal vez un chino. Su situación económica se hizo desesperada y yo, por estar casado con ella, tendría que hacerme cargo de aquel muchacho de acuerdo con la ley.

Yo me sentía perseguido y con toda razón. A veces, cuando escribía, la policía parqueaba su auto en los bajos de mi cuarto y permanecía allí durante horas; era como una advertencia o una manera de intimidarlo a uno aún más. Ahora Miguel Figueroa, Jorge Dávila y yo no hacíamos sino reunimos cerca de las playas donde no pudiese haber un policía que pudiera escuchamos. Olga había vuelto a París y Miguel le había encargado patas de rana y equipos submarinos para huir, aunque fuese a nado, y una vez mar fuera, ver si un barco cualquiera lo recogía, fuese para donde fuese.

En una ocasión supe en casa de Lezama que una mujer se había tirado al mar en el Malecón para alcanzar un barco griego que salía del puerto. Los griegos la ayudaron a subir a bordo del barco y, una vez allí, llamaron a la policía cubana y la entregaron. Nada tenían que ver, evidentemente, estos griegos con aquellos griegos armoniosos que habían participado en la batalla de Troya.

En ocasiones la gente era arrestada sin ni siquiera tener pruebas concretas de que intentaban irse del país. Sencillamente por haber hecho un comentario o por haber tenido ciertos planes eran detenidos. Este fue el caso, por ejemplo, de Julián Portales, que había confesado a unos amigos que se quería asilar en una embajada latinoamericana y esos amigos eran informantes de la Seguridad del Estado y lo estimularon para que se acercase a la embajada de Argentina; ni llegó siquiera a la acera donde estaba la embajada; ya estaba detenido antes.

Esto fue una de las cosas más terribles que había logrado el castrismo; romper los vínculos amistosos, hacemos desconfiar de nuestros mejores amigos y convertir a nuestros mejores amigos en informantes, en policías. Yo ya desconfiaba de muchos de esos amigos.

Lo más dramático de todo aquello fue que estas personas fueron víctimas del chantaje y del propio sistema, hasta tal punto que fueron perdiendo su condición humana.

Finalmente, Ingrávida dio a luz a un niño blanco y de ojos más bien azulosos. ¿De quién sería aquel niño? Ingrávida decía que era de René de la Nuez, pero éste, enfurecido, le hizo redactar una carta en la cual ella comunicaba, oficialmente, que su hijo no era de René de la Nuez. Este hombre era del Partido Comunista, trabajaba como dibujante humorista en el Granma y no quería verse comprometido con una mujer que tuviese una mala reputación.

Antes que anochezca
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