El templo
Al otro día fuimos al templo de Arcadio Reyes, y, mientras las mediumnidades dirigidas por Arcadio nos «despojaban» a mi madre y a mí, girando a nuestro alrededor, yo sentí un miedo terrible. Pensé que una de aquellas médiums, entre las cuales se encontraba una de mis once tías, caería poseída por un espíritu y éste revelaría allí, ante todo el barrio, lo que Orlando y yo habíamos hecho en los matorrales.
Cayó mi tía Mercedita con el espíritu y yo me di por muerto. Al caer se dio varios cabezazos contra la pared, por suerte de madera, del templo. Pero mi tía no dijo nada de lo que me preocupaba; estaba envuelta en llamas y pedía muchas oraciones para que aquel fuego que la abrasaba, o que nos abrasaba a nosotros, desapareciera. Quizás era un espíritu discreto y no quería hacer alusiones muy directas a mis relaciones con Orlando.
Yo, aunque seguía sintiéndome culpable, me sentí más tranquilo; los espíritus no habían revelado claramente mi pecado; pecado que, por otra parte, yo tenía muchos deseos de seguir cometiendo. Con el tiempo, Orlando se convirtió en un joven hermoso y llegó a tener hasta una bicicleta, cosa insólita en el lugar donde nosotros vivíamos. Se casó y ahora tiene muchos hijos y nietos.