18
El maestro del gremio Cholls
Primavera del 333 d. R.
–¿Por qué te has mostrado de acuerdo en ir? —preguntó Rojer en voz baja al Protegido después de que Janson escoltara a los hombres de vuelta al salón de descanso y los dejara a solas hasta que regresaran Leesha y Wonda—. Rhinebeck sólo desea deshacerse de ti porque teme que sus propios súbditos decidan seguirte.
—Yo no deseo eso más que él —repuso el hombre—. No quiero que la gente empiece a pensar en mí como una especie de salvador. Además, tengo mis propias razones para visitar Miln y hacerlo con el sello de Rhinebeck es una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar.
—Vas a darle tus grafos de combate —comprendió el Juglar.
El Protegido asintió.
—Entre otras cosas.
—De acuerdo. ¿Cuándo nos vamos?
El hombre se le quedó mirando.
—Aquí no hay ningún «nosotros», Rojer. Voy a Miln solo. Viajaré más rápido por la noche y tú me retrasarías. Además, tienes aprendices a los que enseñar.
—¿Y cómo lo hago? Sea lo que sea lo que les hago a los abismales, no es algo que se pueda enseñar.
—Demonios —le increpó el Protegido—, eso no lo sabes. Sólo llevas entrenándoles unos cuantos meses. Necesitamos a esos magos violinistas, Rojer. Tienes que encontrar la manera de que estén preparados. —Apoyó las manos en los hombros del joven y le miró a los ojos de modo que él vio la voluntad sin límites que ardía en su interior y más aún, la confianza que había puesto en él—. Puedes hacerlo —le dijo y luego le dio un apretón. Se volvió, pero esa mirada quedó tan clavada en él, que sintió como si parte de aquella voluntad hubiera arraigado en su interior. Él era el único que podía entrenar a los aprendices. Todo lo que necesitaba era superar el miedo e ir a por ello.
Gared se dirigió hacia el Protegido y puso una rodilla en el suelo.
—Déjame ir contigo —le suplicó—. No me da miedo cabalgar por la noche y no te estorbaré.
—Levántate —le espetó el hombre tatuado y le dio una patada en la rodilla doblada. El gigantesco Leñador se puso en pie con rapidez, pero mantuvo los ojos bajos. El Protegido le puso una mano sobre el hombro.
»Tú no me estorbarías, Gared, pero tampoco vas a venir conmigo. Voy a ir solo a Miln.
—Pero necesitas que alguien te proteja. El mundo te necesita.
—El mundo necesita hombres como tú más que gente como yo y además no quiero ningún guardaespaldas. Tengo otra tarea en mente para ti.
—Lo que sea —prometió él.
—Yo no necesito un guardaespaldas, pero Rojer sí. —El Juglar le dedicó una mirada furiosa, pero el Protegido lo ignoró—. Wonda escolta a Leesha y a mí me gustaría que vigilaras a Rojer. La magia de su violín es única e irrepetible y podría volver las tornas si pudiéramos controlarla.
El gigante hizo una profunda reverencia y la luz del sol que entraba por la ventana cayó directamente sobre él.
—Lo juro por la luz del sol. —Miró en dirección a Rojer—. No le quitaré el ojo de encima.
El Juglar miró al gigantesco e impredecible Leñador con no poca aprensión, indeciso entre si debía sentirse consolado o aterrorizado.
—Espero que al menos me dejes usar el excusado a solas.
Gared se echó a reír y le dio una buena palmada en la espalda, que le cortó la respiración y casi lo estrelló contra el suelo.
—Me marcho a Miln antes de que atranquen esta noche la puerta norte —le dijo el Protegido a Leesha cuando regresaban en el coche al dispensario de Jizell, una vez la recogieron tras su audiencia con el duque que había trascurrido exactamente como la duquesa madre había predicho—. De hecho, quiero irme tan pronto como Rondador esté preparado para el viaje.
Leesha había dado instrucciones a Wonda para que mantuviera un rostro inexpresivo en el caso de que los hombres confirmaran las palabras de Araine. La chica lo estaba haciendo muy bien, pero ella misma tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener la sonrisa que pugnaba por aflorar a su rostro.
—¿Ah, sí?
—Rhinebeck quiere que vaya como su agente ante el duque Euchor para pedirle ayuda para expulsar a los krasianos de Thesa —le explicó él.
Leesha intentó asentir con convicción, sobrecogida por el poder de la duquesa madre. ¡Cuánto habría dado por doblegar a los hombres a su voluntad sin que ellos se dieran cuenta!
El Protegido la miró expectante.
—¿Qué? —preguntó ella.
—¿No protestas porque me vaya? —Parecía desconcertado—. ¿No vas a insistir en acompañarme?
Leesha resopló.
—Tengo asuntos que resolver en Hoya —le dijo a la vez que rehuía su mirada—, y siempre has dicho que querías llevar los grafos de combate a todas las ciudades y aldeas. Es lo mejor.
El Protegido asintió.
—Yo también lo veo así.
No añadieron nada más durante el resto del viaje. Cuando llegaron al dispensario, las aprendizas estaban recogiendo las sábanas tendidas.
—Gared, por favor, ayuda a las chicas a recoger la ropa —le pidió cuando todos se hubieron apeado del coche. Él asintió y se fue—. Wonda, el Protegido necesita munición para el viaje hacia el norte; por favor, prepara un carcaj de flechas protegidas.
—Sí, señora —repuso la mujer, hizo una venia y se marchó a su vez.
—Cinco minutos en la corte y todo el mundo anda haciéndose reverencias —masculló el Juglar entre dientes.
—Rojer, ¿te importaría decirle a la señorita Jizell que le pida a las chicas que empaqueten comida para llenar las alforjas?
Rojer los miró y frunció el ceño.
—Quizá sería mejor que me quedara a hacer de carabina.
Leesha le dedicó una mirada fulminante, tal que Rojer hizo un floreo con la mano cargado de ironía y también se fue. Ambos se dirigieron a los establos donde el Protegido cogió la montura y la coraza protegidas del semental.
—Tendrás cuidado, ¿verdad? —le pidió Leesha.
—No habría vivido tanto tiempo si no lo hubiera tenido —replicó él.
—Llevas razón, pero no me refería sólo a los abismales. El duque Euchor tiene reputación de ser… más duro que Rhinebeck.
—¿Te refieres a que no se deja llevar de la oreja por sus consejeros? —preguntó él—. Lo sé. Ya lo conozco.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Hay algún sitio dónde no hayas estado?
—Más allá de la cordillera oriental —le respondió el hombre con un encogimiento de hombros—. Tampoco he atravesado el bosque occidental y no he visitado el territorio que hay desde el desierto de Krasia a la costa. Pero algún día iré, si puedo.
—Si el Creador lo quiere, a mí también me gustaría.
—Nada te impide, ni a ti ni a nadie, ir allá donde quieras —respondió él y levantó la mano tatuada.
«Quiero decir contigo», hubiera deseado añadir Leesha, pero se tragó las palabras. Las suyas lo dejaban todo claro. Ella era su Rojer. No tenía sentido pretender que las cosas eran de otra manera.
El Protegido le ofreció su mano.
—Ten cuidado tú también, Leesha.
Ella apartó su mano y le dio un abrazo.
—Adiós.
Una hora más tarde, él galopaba rumbo norte y aunque los ojos de la muchacha se habían humedecido, se sentía como si le hubieran quitado un gran peso de encima.
Leesha regresó a su rutina de cuando vivía en el dispensario: daba clase a las aprendizas y hacía guardia mientras Jizell atendía su correspondencia. Una parte de ella pensaba con ansiedad en los libros de protección que estaban en el morral en su habitación del piso superior, pero resistía la tentación de sumergirse en la sabiduría de Arlen, ya que sabía que una vez lo hiciera ya no podría pensar en nada más. El aprendizaje era tan adictivo para ella como el relámpago de magia que estallaba al matar a un abismal con el hacha protegida lo era para Gared. Así que durante unas horas, al menos, decidió refugiarse en el sencillo placer de mezclar hierbas y tratar los huesos rotos o los resfriados de los pacientes.
Cuando finalizaron los últimos turnos y las aprendizas se fueron a la cama, Leesha se preparó un té y se dirigió hacia la sala de estar de Jizell. A esa hora de la noche la habitación estaría vacía y aún caldeada por la chimenea, y podría trabajar en el pequeño escritorio que había allí. Leesha también tenía que ocuparse de la correspondencia que mantenía con Herboristas de todo el ducado, muchas de las cuales seguían sin conocer la noticia de la muerte de Bruna el año anterior. Al igual que trabajar con sus hierbas, mantener el contacto con viejos amigos era otra cosa que Leesha no había podido hacer desde que Rojer y ella se habían encontrado con el Protegido.
Cuando se acercó a la habitación, oyó el sonido inconfundible de cristales rotos. Al abrir la puerta se encontró al Juglar tras el escritorio de Jizell, con una garrafa de brandy delante. El fuego siseaba y las chispas estallaban junto a un montón de cristales rotos que había dentro de la chimenea.
—¿Estás intentando que arda todo el edificio? —gritó Leesha. La chica se arrancó una tira de tela de su delantal y se abalanzó para recoger el alcohol antes de que prendiera en llamas.
Rojer la ignoró y se llenó otro vaso.
—La señorita Jizell no se va a alegrar nada de que andes rompiendo sus vasos, Rojer —le recriminó.
El Juglar cogió la bolsa de colores que llevaba siempre consigo. Era vieja y estaba manchada, pero él la seguía llamando su «bolsa de las maravillas». La verdad era que solía meter la mano dentro y sacar cosas que dejaban boquiabiertos al público más escéptico.
Arrojó un puñado de antiguas monedas de oro del Protegido sobre el escritorio. Repiquetearon sobre la madera y la mitad cayó al suelo.
—Ahora se puede comprar cien más si quiere.
—Rojer, ¿qué te pasa? —le preguntó ella—. Si esto es porque te dije que te marcharas antes…
Él hizo un gesto desdeñoso con la mano y dio un trago al vaso. Leesha se dio cuenta de que estaba muy borracho.
—No me preocupa cómo os despidierais Arlen y tú en el establo.
Leesha le dedicó una mirada hostil.
—No pasó nada entre nosotros, si es eso lo que insinúas.
—Eso no es asunto mío —le respondió Rojer con un encogimiento de hombros.
—Entonces, ¿qué pasa? —le preguntó en voz baja, mientras se acercaba a él. Rojer la miró un momento, y después cogió de nuevo su bolsa de las maravillas, de donde sacó una pequeña caja de madera de la que extrajo una pesada medalla de oro.
—El ministro Janson me dio esto. Es la Medalla Real al Valor. El duque se la dio a Arrick por salvarme la noche que cayó Pontón. Y yo no lo supe nunca.
—Le echas de menos —repuso ella—. Pero eso es natural, él te salvó la vida.
—¡No lo hizo, por el Abismo! —gritó. Luego cogió la cadena y arrojó la medalla contra la pared al otro lado de la habitación, donde dio un golpe sordo y cayó al suelo con un tintineo.
Leesha lo sujetó por los hombros, pero los labios del chico se torcieron en una mueca furiosa y durante un momento ella pensó que le pegaría.
—Rojer, ¿qué pasó? —le preguntó en voz baja.
Él se separó de ella y se volvió. Leesha pensó que no diría nada pero después, al cabo de un rato, comenzó a hablar.
—Antes pensaba que sólo era una pesadilla. —Su voz sonaba tensa y ahogada, como si se fuera a quebrar en cualquier momento—. Mi madre y yo estábamos bailando, mientras Arrick tocaba el violín. Mi padre y un Enviado, Geral, daban palmadas al ritmo. Era temporada baja y no había nadie esa noche en la posada. —Inhaló con fuerza y tragó saliva con dificultad—. Entonces se oyó un gran crujido, como si algo se hubiera estrellado contra la puerta. Recuerdo que mi padre había estado discutiendo esa mañana con maese Piter, el Protector, pero tanto él como Geral dijeron que no había de qué preocuparse. —Se echó a reír con amargura, y sorbió por la nariz—. Supongo que sí deberíamos habernos preocupado, porque cuando todos nos volvimos hacia el sonido, un demonio de las rocas entró a través de la puerta destrozada.
—¡Oh, Rojer! —exclamó Leesha, con la mano en la boca, pero él no se volvió.
—Detrás del demonio de las rocas esperaban un montón de demonios del fuego, que se colaron entre sus patas y llegaron hasta el último rincón de la posada mientras él golpeaba el dintel y las jambas para hacerse sitio y poder entrar. Mi madre me cogió en brazos, salió corriendo y todo el mundo empezó a gritar a la vez, pero no recuerdo lo que decían salvo… —En ese momento a Rojer se le escapó un sollozo, y ella tuvo que luchar contra el deseo de acercarse a él, pero en seguida recuperó el control—. Geral arrojó su escudo protegido a Arrick y le dijo que nos cogiera a mi madre y a mí y nos llevara a un lugar seguro; luego él tomó su lanza y mi padre un atizador de hierro de la chimenea y los dos se volvieron para enfrentarse con los abismales. —El Juglar se quedó en silencio un buen rato; cuando habló de nuevo, sonó como un monólogo, sin emoción alguna—. Mi madre corrió hacia él pero Arrick la empujó a un lado, cogió su bolsa de las maravillas y huyó de la habitación. —Leesha soltó un jadeo y Rojer asintió—. No te engaño. Arrick sólo me ayudó porque mi madre me empujó al refugio con él, justo antes de que los demonios la alcanzaran, pero incluso entonces, intentó abandonarme. —Alargó la mano hacia la bolsa de las maravillas de Arrick y pasó los dedos por el ajado terciopelo y los parches de cuero raídos—. Por aquel entonces no estaba gastada ni descolorida. Arrick era el hombre del duque y su bolsa era nueva y reluciente como correspondía a un heraldo real. Y esa es la verdad sobre el «valor» de Arrick —dijo entre los dientes apretados—. ¡Salvó una bolsa llena de juguetes! —Estrujó la bolsa entre los dedos de su mano buena, apretándola tanto que se le pusieron blancos los nudillos—. Una bolsa que yo llevo conmigo a todas partes, ¡como si fuera importante para mí! —Sacudió el objeto ante los ojos de Leesha y luego sus ojos se movieron hacia el fuego que rugía en el hogar; empezó a rodear el escritorio para dirigirse hacia allí.
—¡Rojer, no! —gritó Leesha, que lo interceptó y se aferró a la bolsa. El Juglar la sujetaba con tanta fuerza que era imposible quitársela, pero al menos no intentó seguir adelante. Sus miradas se encontraron, los ojos de Rojer abiertos como los de un animal acorralado. Leesha lo abrazó y él enterró el rostro en su pecho, donde sollozó durante un rato.
Cuando dejó de estremecerse ella le soltó pero Rojer la apretó contra su cuerpo. Tenía los ojos cerrados, pero su boca se movió hacia la de la chica. Ella le dio un rápido empujón y Rojer perdió el equilibrio.
—Lo siento —murmuró.
—No pasa nada —contestó ella mientras le conducía de nuevo hacia el escritorio donde se dejó caer pesadamente. Respiró hondo, como si intentara controlar el estómago revuelto. Tenía el rostro pálido y sudoroso. Bébete mi té.
Leesha le quitó la bolsa de las maravillas y él no opuso resistencia. La dejó en un rincón oscuro, bien lejos del fuego, y luego recogió el medallón de oro de Arrick del lugar donde yacía en el suelo.
—¿Por qué lo abandonó? —preguntó el Juglar, al mirar el medallón—. Cuando el duque nos echó, recogió todo lo que había en nuestras cámaras que no estuviera atornillado al suelo. Podía haber vendido esa medalla con todas las otras cosas que malvendió a lo largo de los años que fuimos de un lado para otro. Podría habernos alimentado y dado un alojamiento durante meses. ¡Por la Noche!, podría haber pagado todas las cuentas de los bares que Arrick tenía por toda la ciudad y eso no es poco.
—Quizá sabía que no la merecía —apuntó ella—. A lo mejor sentía vergüenza de lo que había hecho.
Rojer asintió.
—Eso creo. Y por alguna razón, eso lo empeora aún más. Querría odiarle…
—Pero era como un padre para ti y no puedes hacer eso —finalizó Leesha por él, y luego sacudió la cabeza—. Conozco ese sentimiento muy bien.
La muchacha le dio vueltas al medallón entre los dedos, sintiendo su suavidad.
—Rojer, ¿cuáles eran los nombres de tus padres?
—Kally y Jessum. ¿Por qué?
Ella depositó el medallón sobre la mesa y rebuscó en uno de los muchos bolsillos de su delantal hasta encontrar el pequeño estuche de cuero donde guardaba sus instrumentos para grabar grafos.
—Si esta medalla debía servir para honrar a los que te salvaron de la masacre de Pontón, entonces debe honrarlos a todos.
Con una caligrafía suave, fluida, grabó: «Kally, Jessum y Geral» en el metal liso. Cuando terminó, los nombres relucieron a la luz del fuego. El Juglar los miró con los ojos muy abiertos. Luego, cogió la pesada cadena y se la pasó por encima de la cabeza.
—Cuando mires esto, no pienses en cómo te falló Arrick; recuerda a aquellos cuyo sacrificio nadie cantó.
Él tocó el medallón y las lágrimas salpicaron el oro.
—Siempre lo llevaré conmigo.
La chica le puso una mano en el hombro.
—Sé que lo harás, hasta que se trate de salvar la medalla o la vida de alguien. Tú no eres Arrick, Rojer, tú eres mucho más fuerte.
Él asintió.
—Ya es hora de que lo pruebe. —Se puso en pie, pero se tambaleó tanto que tuvo que apoyar la mano en el escritorio para recuperar el equilibrio—. Pero tendrá que ser por la mañana —se corrigió.
—Controla tu temperamento y déjame que sea yo quien hable —le dijo Rojer a Gared cuando entraron en el gremio de los Juglares—. No te dejes engañar por las grandes sonrisas y los colorines. La mitad de los hombres que hay aquí te quitarán el monedero del bolsillo sin que te des cuenta.
El gigante apretó la mano contra su pantalón.
—Pero tampoco lo agarres así —añadió el Juglar—. De esa manera les estás enseñando dónde lo llevas.
—Entonces, ¿qué hago? —preguntó él.
—Sólo mantén las manos a los costados y no dejes que nadie tropiece contigo —le explicó. El hombretón asintió y le siguió de cerca mientras Rojer le guiaba por los pasillos. El gigantesco Leñador, con las hachas protegidas cruzadas a la espalda, atrajo unas cuantas miradas en el edificio, pero no demasiadas. En el gremio de los Juglares, todo era espectáculo, y los que los miraban se preguntaban cuál era el papel de aquel hombre y en qué obra.
Finalmente, llegaron a las oficinas gremiales.
—Rojer Mediagarra desea ver al maestro Cholls —anunció Rojer al oficinista que atendía a los recién llegados.
El hombre le miró con atención. Era Daved, el secretario de Cholls, con el que ya se había encontrado antes.
—Estás loco apareciendo aquí después de tanto tiempo —le espetó en un áspero susurro, a la vez que escrutaba el pasillo para comprobar si había alguien observando—. ¡El maestro te arrancará los huevos!
—No lo hará si quiere salvar su pellejo —gruñó Gared. Daved se volvió hacia él y sólo vio un par de fornidos brazos cruzados, así que tuvo que alzar la cabeza para toparse con los ojos del gigante.
—Como digáis, señor —añadió el ofinicista, tragando saliva. Después se levantó de su pequeño mostrador situado en el pasillo—. Informaré al maestro de que estáis esperando. —Y dicho esto salió disparado en dirección a las pesadas puertas de roble de la oficina del maestro del gremio. Llamó con los nudillos y se desvaneció en su interior ante la apagada respuesta.
—¿Aquí? ¡¿Ahora?! —gritó un hombre en el interior y un momento después las hojas de madera se abrieron de un portazo y mostraron al maestro Cholls. A diferencia de los alegres colores que solían vestir los Juglares, el maestro del gremio llevaba una fina camisa de lino y un chaleco de lana. Lucía una barba muy cuidada, y el pelo aceitado y bien peinado hacia atrás. Parecía más un miembro de la realeza que un Juglar. De hecho, cuando cayó en ello, Rojer se dio cuenta de que jamás le había visto actuar y se preguntó si realmente era un Juglar.
—¡Hay que reconocer que los tienes bien puestos para aparecer por aquí, Mediagarra! Te tenemos preparado un magnífico funeral pues aún me debes… —Miró a Daved.
—Cinco mil klats —informó el secretario—, una docena arriba o abajo.
—Resolvamos eso cuanto antes —dijo Rojer. Luego sacó del bolsillo un monedero lleno de monedas de oro del Protegido y se lo entregó al maestro del gremio. Las monedas valían al menos el doble de la cantidad adeudada.
Los ojos de Cholls se iluminaron ante el brillo del oro cuando abrió el monedero. Sacó una de las monedas y la mordió, y su ceño fruncido desapareció ante la impronta que sus dientes habían dejado en el maleable metal. Volvió la mirada hacia Rojer.
—Supongo que puedo dedicarte algo de mi tiempo para escuchar tus disculpas —comentó, y se hizo a un lado para franquear la entrada de ambos hacia el interior de su oficina—. Daved, trae té para nuestros invitados.
Cuando el secretario les llevó el té, Rojer deslizó otra moneda de oro en su mano, probablemente una cantidad mayor de la que solía ver en un año entero.
—Esto es por el papeleo necesario para devolverme a la vida.
El secretario asintió con una amplia sonrisa.
—Estarás fuera de la pira y entre los vivos a la caída del crepúsculo. —Dicho esto, salió de la habitación y cerró la puerta a su espalda.
—Muy bien, Rojer —comenzó Cholls—. ¿Qué demonios pasó el año pasado y dónde Abismos has estado? Un día estáis tú y Jaycob arañando unos klats por ahí para pagar la deuda y al siguiente recibo una nota de una oficina donde me piden que pague la cremación de maese Jaycob en el crematorio de la ciudad, ¡y tú has desaparecido!
—A maese Jaycob y a mí nos atacaron —explicó Rojer—. Yo pasé meses en un dispensario recuperándome, y cuando estuve bien pensé que lo mejor era irme de la ciudad por un tiempo. —Sonrió—. Y desde entonces, he estado asistiendo a la historia más increíble que uno pueda imaginarse y lo mejor de todo es que, ¡es verdad!
—No tan deprisa, Mediagarra. ¿Quién os atacó?
Rojer le dedicó al maestro del gremio una mirada cargada de sentido.
—¿Quién crees?
Los ojos de Cholls casi se le salieron de las órbitas y tosió para disimular.
—Ah, sí, bueno, lo importante es que te encuentras bien.
—¿Dices que alguien te mandó al dispensario? —preguntó Gared, mientras agitaba su puño en el aire—. Sólo dime dónde le puedo encontrar y…
—No estamos aquí para eso —dijo Rojer con una mano sobre el brazo de Gared pero sin dejar de mirar a Cholls. El maestro suspiró con aspecto abatido.
—Al Abismo con el té —masculló entre dientes—. Necesitamos una bebida de verdad. —Las manos le temblaban ligeramente mientras rebuscaba en su escritorio hasta que sacó una jarra de barro vidriado y tres copas. Sirvió una dosis generosa en cada una de ellas y se las ofreció.
—Porque sepamos escoger nuestras batallas con sabiduría —dijo al levantar la copa e intercambió una mirada con Rojer mientras bebía.
Gared les miró a ambos con expresión suspicaz y el Juglar se preguntó si el musculoso Leñador era tan tonto como todo el mundo pensaba. Sin embargo, al cabo de un momento, se encogió de hombros, cogió la copa y se la bebió de un trago.
Al instante sus ojos se abrieron de par en par y el rostro se le puso de un rojo brillante. Se dobló sobre sí mismo, tosiendo violentamente.
—Por el Creador, muchacho, ¡no te lo tragues así! —le reprendió Cholls—. Esto es brandy angiersino y probablemente sea más viejo que tú. Está hecho para degustarse a sorbos.
—Lo siento, señor —susurró Gared con la voz ronca, entre jadeos.
—En Hoya están acostumbrados a la cerveza aguada —apuntó Rojer—. Grandes jarras llenas de espuma que los gigantes como él se beben por docenas. El poco alcohol que tiene se va derecho desde el tubo de fermentación al vaso.
—No hay lugar a la sutileza en eso —admitió Cholls, asintiendo—. ¿Y tú, Mediagarra?
Rojer sonrió.
—Fui aprendiz de Arrick, ¿no? —Bebió otro trago de su copa y movió el líquido en su boca, saboreándolo mientras expulsaba el ardor del alcohol a través de la nariz—. Bebía brandy antes de tener pelo en la barba.
Cholls se echó a reír, rebuscó de nuevo en su escritorio y sacó una pitillera de cuero.
—Supongo que en Hoya fumaréis —le dijo Rojer a Gared, que aún tosía un poco. El hombretón asintió.
El maestro del gremio dio un respingo repentino y se volvió bruscamente para encarar a Rojer.
—¿Has dicho Hoya?
—Sí —repuso él, mientras cogía un pellizco de tabaco de la pitillera de Cholls y lo ponía en la pipa que sostenía en la mano lisiada—. Eso he dicho.
Cholls se quedó boquiabierto.
—¡¿Tú eres el mago violinista del Protegido?!
Rojer asintió, encendió una astilla con el fuego de la lámpara que había sobre el escritorio del maestro y la aplicó a la pipa que se encendió con una llamarada.
Cholls se retrepó en su asiento y observó al Juglar; tras un momento, asintió.
—La verdad es que si lo pienso no es tan sorprendente, desde luego. Siempre pensé que había algo mágico en tu manera de tocar.
Rojer le pasó la astilla, el maestro encendió la suya y luego se la pasó a Gared.
Fumaron en silencio un buen rato, hasta que Cholls se incorporó y golpeó la cazoleta de la pipa para extraer las cenizas, tras lo cual, la colocó en un soporte de madera que había sobre el escritorio.
—Muy bien, Rojer, tú puedes quedarte ahí sentado todo el día, pero yo tengo un gremio que dirigir. ¿Me estás diciendo que estabas en Hoya de Leñadores cuando llegó el Protegido?
—No sólo estaba en Hoya cuando llegó el Protegido, sino que llegó conmigo y Leesha Paper.
—¿La que llaman la Bruja Protectora?
El Juglar asintió y Cholls frunció el entrecejo.
—Si me estás tomando el pelo, Rojer, te juro por la luz del sol que yo…
—No te estoy mintiendo. Todas y cada una de las palabras que te he dicho son ciertas.
—Tú y yo sabemos que estamos hablando de la historia por la que cualquier Juglar mataría —continuó Cholls—, así que vayamos a lo importante. ¿Cuánto quieres por ella?
—Maestro, el dinero ya no es lo que me motiva —repuso Rojer.
—No me digas que has sufrido algún tipo de conversión religiosa. Arrick se revolvería en su tumba. Ese Protegido llenaría filas y filas en cualquier espectáculo juglaresco, pero tú no crees que sea el Liberador, ¿verdad?
Se oyó un fuerte chasquido y ambos hombres se volvieron para ver cómo uno de los brazos de la silla de Gared se había roto tras un fuerte apretón del gigante.
—Él es el Liberador —gruñó el hombretón— y cualquiera que diga lo contrario se las verá conmigo.
—¡Ni se te ocurra! —le increpó Rojer—. Él mismo dice que no lo es, y al menos que quieras que le diga que te estás comportando como un burro, no causarás problemas.
El Leñador le miró airado durante un instante y Rojer sintió que la sangre se le helaba, pero le sostuvo la mirada. Tras unos momentos, Gared se calmó y miró al maestro avergonzado.
—Siento lo de la silla —se disculpó, mientras intentaba colocar el brazo en su sitio sin demasiado éxito.
—Ah, no te preocupes —replicó Cholls, aunque Rojer sabía que la silla debía de valer más de que lo que la mayoría de los Juglares solían llevar en sus bolsillos.
—No estoy cualificado para decir si es el Liberador o no —explicó Rojer—. Hasta el año pasado, pensaba que la existencia del Protegido era un cuento para críos. De hecho, yo mismo recopilé unos cuantos mientras iba de un lado para otro. —Se inclinó hacia el maestro—. Pero es real. Mata demonios con las manos desnudas y tiene poderes para los que no encuentro explicación.
—Trucos de Juglar —repuso Cholls, escéptico.
Rojer sacudió la cabeza.
—Yo he dejado con la boca abierta a más de un pueblerino con mis trucos mágicos, maestro. No soy ningún paleto que se deje deslumbrar con juegos de manos y polvos mágicos. No estoy diciendo que le haya enviado el Creador, pero lo que hace es magia de verdad, tan auténtica como el sol que brilla.
Cholls volvió a retreparse en el asiento y unió las puntas de los dedos.
—Supongamos que me estás contando la verdad. Eso sigue sin explicar qué haces aquí si no se trata de que me quieras vender la historia.
—Oh, sí, la venderé, claro. He compuesto una canción, La batalla de Hoya de Leñadores y la pedirán a gritos en todas las cervecerías y las plazas de la ciudad. Además, han ocurrido suficientes hechos extraordinarios durante el último año como para darle trabajo a todos tus Juglares, y para que puedan llenar sus sombreros una y otra vez.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres si no es dinero? —le preguntó Cholls.
—Necesito enseñar a otros la magia del violín, pero soy mal maestro. Hace meses que tengo aprendices y tocan lo bastante bien para un reel en un baile, pero ninguno de ellos puede afectar el estado de ánimo de un abismal mucho más allá de «enloquecido por la sangre» a «salvaje».
—La música tiene dos aspectos, Rojer, maestría y talento. Una se aprende, pero la otra no. En todos los años que llevo en esto, jamás he visto un talento como el tuyo. Tienes un don natural que ningún instructor puede transmitir.
—¿Eso quiere decir que no vas a ayudarme?
—No he dicho tal cosa. Simplemente quiero que lo tengas en cuenta. Puede que aun así haya algo que podamos hacer. ¿Te enseñó Arrick los signos musicales?
Rojer miró al maestro con curiosidad y negó con la cabeza.
—Consiste en usar las manos para dar instrucciones a un grupo de músicos —explicó Cholls.
—Como un director.
El hombre sacudió la cabeza.
—Los músicos a las órdenes de un director ya conocen la pieza que ejecutan. Un codificador musical puede componer sobre la marcha, y si sus músicos conocen las señales, le pueden seguir.
Rojer se sentó erguido en la silla.
—¿Eso es verdad?
—Totalmente cierto —respondió Cholls con una sonrisa—. Tenemos un cierto número de maestros capaces de enseñar ese arte. Los enviaré a todos a Hoya del Liberador y les indicaré que sigan tus instrucciones. No creas que es un acto generoso —continuó ante la mirada atónita de Rojer—. Sean cuales sean las historias que nos des, valdrán para una temporada, pero sea el Liberador o no, va a ser el hecho más sobresaliente de nuestra época y la historia aún se está gestando. Está claro que Hoya se encuentra en el centro de la historia. Querría haber enviado ya a algún Juglar por allí, pero primero por la disentería y luego por los refugiados, nadie ha tenido arrestos para ir. Si me prometes seguridad y alojamiento, yo… les persuadiré.
—Te lo garantizo —afirmó Rojer con una amplia sonrisa.