12
Las brujas

Invierno del 333 d. R.

La casa de los padres de Leesha apareció a la vista. Era una casa modesta, considerando los medios de los que sus padres disponían, pero suficiente para las necesidades de la familia. La construcción estaba adosada a la pared trasera de la fábrica de papel de su padre. El camino que llevaba a la puerta principal estaba protegido con grafos.

Rojer no prestaba demasiada atención al paisaje. Caminaba un poco retrasado respecto a Leesha, de modo que podía observarla sin que ella se diera cuenta. La piel pálida y los ojos del color del cielo en un día claro hacían un agudo contraste con el pelo oscuro como la noche. Repasó sus curvas con la mirada.

La chica se volvió repentinamente, él dio un respingo y alzó los ojos con rapidez.

—Gracias otra vez por hacer esto, Rojer —le dijo ella.

Como si él pudiera rehusarle algo.

—Pues vaya tarea es sentarse a comer, aunque la comida de tu madre pusiera a prueba los dientes de un abismal.

—Para ti quizá no sea un problema —comentó—. Pero si aparezco sola, me dará la lata hasta que pierda los nervios con el asunto de cuándo voy a encontrar un marido. Contigo aquí, al menos tendrá que esconder los colmillos. A lo mejor incluso nos toma por pareja y me deja en paz.

Él la miró y su corazón se detuvo. Se refugió tras su máscara de Juglar y ni el rostro ni la voz traicionaron sus sentimientos al preguntar:

—¿No te importa que tu madre piense que somos pareja?

La chica se echó a reír.

—Me encantaría. Y la mayoría del pueblo lo aceptaría también, si no fuera porque tanto Arlen como tú y yo sabemos lo ridículo que es eso.

El Juglar sintió como si le hubiera dado una bofetada, pero su corazón reanudó los latidos y, con la máscara en su lugar, la muchacha no notó nada.

—Me gustaría que no le llamaras así —dijo él, cambiando de tema.

—¿Arlen? —inquirió ella y él se estremeció—. ¡Arlen! ¡Arlen! ¡Arlen! —repitió entre risas—. Es sólo un nombre, Rojer. No voy a hacer como si no tuviera uno, por muy misterioso que él quiera parecer.

—Sólo te digo que le dejes presentarse como quiera —replicó él—. Arrick siempre decía que si pones en escena algo que se supone que la audiencia no debe ver, antes o después, lo verán. Todo lo que necesitas es un descuido y su nombre estará en boca de todo el pueblo.

—¿Y qué si pasa eso? —preguntó Leesha—. El «Protegido» no se siente cómodo aquí porque la gente le trata de modo distinto. Admitir que tiene un nombre podría ser una buena manera de resolver eso.

—No sabes qué es lo que ha dejado atrás —comentó él—. Puede que alguien querido corra peligro si su nombre sale a la luz o podrían ir a por él con alguna cuenta que ajustar. Yo sé lo que es vivir así, Leesha. El Protegido me salvó la vida y si él no quiere que se sepa su nombre, yo al menos olvidaré que lo conozco, aunque eso signifique echar a perder la canción del siglo.

—Pero no puedes olvidar así como así las cosas que sabes.

—No todos tenemos tanto espacio en la azotea como tú —comentó dándose golpecitos con un dedo en la sien—. A algunos se nos llena y olvidamos las cosas pasadas que ya no sirven para nada.

—Eso son tonterías —dijo ella, y el hombre se encogió de hombros—. De todas formas, gracias de nuevo. Tengo una fila interminable de voluntarios para enfrentarse a los demonios por mí, pero ninguno dispuesto a plantarle cara a mi madre.

—Creo que Gared Cutter estaría dispuesto a ambas cosas.

La chica bufó.

—Él más que nadie es un pretendiente al gusto de mi madre. Gared me destrozó la vida y aun así ella quiere que le perdone y tengamos hijos, como si el hecho de que se le dé tan bien matar demonios lo convierta en un partido que merezca la pena considerar. No es más que una bruja manipuladora y envenena a todos los que la rodean.

—¡Bah! No es tan mala. Ponte en su lugar y la harás bailar a tu son como si tuvieras un violín mágico.

—La subestimas —repuso—. Los hombres contemplan su belleza y se niegan a ver más allá. A lo mejor crees que eres tú el que la hechiza, pero en realidad ella es la que te seduce a ti como hace con todos los hombres para volverlos en mi contra.

—Creo que estás exagerando. Elona no es un genio engendrado por el Abismo que exista sólo para destrozarte la vida.

—Lo que pasa es que no la conoces bien.

Rojer sacudió la cabeza.

—Arrick me enseñó todo lo que hay que saber sobre las mujeres y decía que las que son como tu madre, las que fueron hermosas y empiezan a acusar la edad, son todas iguales. Elona fue siempre el centro de atención cuando era joven, y esa es la única manera que conoce de relacionarse con el mundo. Tú y tu padre mantenéis largas conversaciones sobre grafos en las que ella no puede participar y se muere por llamar la atención, de la manera que sea. Hazle creer que es el centro de atención, aunque no lo sea, y la tendrás comiendo de tu mano.

Ella se lo quedó mirando un momento y luego soltó una risa que sonó como un ladrido.

—Tu maestro no sabía nada sobre las mujeres.

—Pues lo parecía —replicó él—, teniendo en cuenta lo bien que se le daba acostarse con ellas.

Leesha alzó una ceja.

—¿Y con cuántas se ha acostado su aprendiz usando esas brillantes técnicas?

Rojer sonrió.

—Las historias amorosas no son mi especialidad, pero te apuesto un sol milnés a que funcionarán con tu madre.

—Hecho.

—De modo que el mercader le dijo a Arrick: «¡Te he pagado para que enseñes a mi mujer a bailar!», y este, más ancho que largo, le contestó: «Y eso es lo que he hecho. Pero no es culpa mía si prefería hacerlo tumbada».

Elona estalló en carcajadas y derramó el vino de su copa cuando la depositó de golpe sobre la mesa. Rojer se unió a ella y luego chocaron las copas y bebieron.

Leesha frunció el ceño desde el otro extremo de la mesa, donde charlaba con su padre. Francamente, no sabía lo que lamentaba más, si ganarle la apuesta al Juglar o perderla. Quizá invitarle había sido una mala idea. Sus historias subidas de tono ya eran bastante malas de por sí, pero aún era peor que Rojer no apartara la mirada del escote de su madre, aunque en realidad no podía culparle teniendo en cuenta la exhibición que Elona hacía de su busto.

Hacía ya un buen rato que habían quitado los platos. Erny hojeaba el libro que le había llevado Leesha, los ojos empequeñecidos tras las gafas de fina montura de alambre que nunca parecían abandonar el borde de su nariz. Al final, gruñó, apartó el libro e hizo un gesto hacia la pila de libros encuadernados en piel que había frente a la chica.

—Sólo he tenido tiempo de hacer unos cuantos más. Los llenas a más velocidad de la que yo puedo encuadernar.

—Culpa a mis aprendices —repuso ella mientras retiraba la tetera del fuego—. Hacen tres copias de cada libro que completo.

—Aun así. Yo sólo he tenido un grimorio de grafos en toda mi vida y jamás lo he llenado. ¿Cuántos llevas con este último? ¿Una docena?

—Diecisiete, pero son tanto de demonología como de grafos, y la mayoría procede del Protegido. Sólo copiar los grafos de su piel me ha llevado varios libros.

—¿Ah, sí? —intervino Elona mirándola fijamente—. ¿Y cuánto trozo de piel has visto?

—¡Madre! —exclamó la chica.

—El Creador lo sabe, no soy quién para juzgar —continuó ella—. Pero podrían ocurrírsete cosas peores que traer al mundo al hijo del Liberador, aunque él sea un espanto a la vista. Y será mejor que te pongas a ello ya, si ese es tu plan. Pronto estarán compitiendo por ese privilegio muchas chicas más jóvenes y fértiles que tú.

—Mamá, él no es el Liberador —repuso la chica.

—Pues no es eso lo que piensa todo el mundo. Hasta Gared le adora.

—Oh, claro, si Gared Cutter piensa algo, seguro que será verdad —replicó, poniendo los ojos en blanco.

Rojer susurró algo al oído de Elona y ella se echó a reír de nuevo, desviando la atención otra vez a su persona’. Leesha dejó escapar un suspiro de alivio.

—Hablando del Protegido —intervino Erny—. ¿Por dónde anda? Smitt me ha dicho que ha venido otro Enviado del duque para convocarlo a una audiencia.

La muchacha se encogió de hombros.

—Dudo que le apetezca mucho ver al duque. Ni siquiera se considera súbdito de Rhinebeck.

—Pues será mejor que le digas que se lo piense dos veces —le advirtió Erny—. Hoya no está produciendo la cantidad de madera que solía y Rhinebeck no está precisamente contento. Ignorar a los Enviados lo mantendrá a raya de momento mientras las carreteras estén llenas de nieve y no pueda enviar una fuerza de cierta importancia, pero cuando los caminos queden despejados en la primavera, el duque querrá respuestas y la seguridad de que Hoya del Liberador le sigue siendo fiel.

—¿Eso hará? —preguntó Rojer, alzando la mirada—. Si el Protegido se enfrenta a Rhinebeck, Hoya se le unirá al instante.

—Sí —admitió Erny—. Y otras aldeas también e incluso buena parte de la gente del mismo Fuerte Angiers. El Protegido podría comenzar una guerra civil con sólo decir una palabra, razón por la cual es muy importante que declare sus intenciones antes de que Rhinebeck tome alguna decisión drástica.

La muchacha asintió.

—Hablaré con él. Tengo asuntos pendientes en Angiers.

—El único asunto pendiente que tienes está debajo de tu falda —masculló Elona entre dientes. El Juglar se atragantó y el vino le salió por la nariz. La madre sonrió con suficiencia mientras bebía de su copa.

—¡Al menos yo mantengo las mías pegadas a los tobillos! —replicó Leesha con brusquedad.

—No uses ese tono conmigo —le recriminó ella—. Puede que no tenga ni idea de demonología o de política, pero lo que sé es que te queda menos de un invierno para convertirte en una vieja bruja solterona y me da igual cuántos abismales hayas dejado muertos a tu espalda, te irás a la tumba lamentando no haber traído nuevas vidas al mundo.

—Soy la Herborista del pueblo —aclaró la muchacha—. ¿Salvar a los que habrían muerto no cuenta como traer vidas?

—Vika salva vidas —replicó su madre, refiriéndose a una de sus discípulas Herboristas—, pero eso no ha impedido que le haya dado una buena prole al Pastor Jona. Y la comadrona Darsy lo hará en breve, si consigue encontrar a un hombre capaz de cerrar los ojos y tenerla tiesa el tiempo suficiente para poner un bebé en su acogedor útero.

—Darsy ha hecho más por esta ciudad de lo que tú harás jamás, madre —le espetó la chica en respuesta. Ella y Darsy, ambas aprendizas de la Bruja Bruna, habían estado enfrentadas en el pasado, pero no por mucho tiempo. Ahora Darsy era la alumna más devota de Leesha, si no la mejor.

—Tonterías —repuso la madre—. Yo he cumplido con mi deber, le he dado una Herborista, tú, a este pueblo. Puede que seas una desagradecida, pero creo que Hoya se ha beneficiado bastante de mis esfuerzos.

Leesha frunció el ceño.

—Cualquier idiota que os vea juntos a ti y al Protegido ve que hay algo entre vosotros —la presionó Elona—, y parece que tampoco eso te satisface. ¿Es que falla en la cama? Darsy me dio unas hierbas para tu padre cuando él…

—¡Eso es ridículo! —exclamó Rojer mientras Erny enrojecía—. Leesha nunca habría…

Elona le cortó con un bufido.

—Bueno, con quien seguro que no terminará es contigo. Está tan claro como el día que le has echado el ojo encima, pero no eres lo bastante bueno, Juglar, y tú lo sabes. —El rostro de Rojer se tornó rojo como la remolacha. Abrió la boca pero no salió sonido alguno de ella.

—No tienes derecho a hablarle de esa manera, madre —replicó la muchacha—. Tú no sabes…

—¡Siempre a vueltas con lo que no sé! —ladró ella—. ¡Tu madre es demasiado torpe para darse cuenta del sol que le da en la cara! —Se tragó el vino de golpe y su rostro adquirió aquella mirada cruel que Leesha conocía tan bien y que tanto temía—. También conozco la canción de este muchacho donde cuenta cómo te encontró el Protegido cuando unos bandidos te dieron por muerta en la carretera. Y yo sé cómo tratan los hombres a las mujeres, cuando no hay nadie dispuesto a detenerlos.

—Madre —le advirtió ella, con la voz endurecida.

—No es la manera en que me habría gustado que perdieras tu virtud —comentó Elona—, pero ya era hora de que alguien lo hiciera, y supongo que jamás te habría ocurrido de no ser así.

La muchacha descargó un golpe con la mano sobre la mesa, con los ojos llameantes.

—Coge la capa, Rojer. Se hace de noche y estaremos más a salvo ahí fuera, entre los demonios.

Leesha guardó los libros en blanco en su morral y se lo colgó al hombro; luego descolgó su capa ricamente bordada del perchero al lado de la puerta, se la echó sobre los hombros, y se la abrochó al cuello con un alfiler protegido de plata.

Erny se le acercó con las manos extendidas en un gesto de disculpa. La chica le abrazó mientras el Juglar se ponía su capa y Elona permanecía en la mesa con su copa.

—Desearía que no salieras por ahí después de oscurecer, tengas una capa mágica o no —le pidió él—. No quiero que te pase nada.

—Rojer tiene su violín —lo tranquilizó ella—, y yo tengo más trucos además de los grafos de invisibilidad por si nos topamos con algún abismal. Estaremos bien.

—Podrás embrujar a todo el Abismo a tu antojo, pero no a un simple hombre —se burló Elona mirando dentro de su vaso.

Leesha la ignoró, se alzó la capucha y salió hacia el crepúsculo.

—¿Me crees ahora? —le preguntó a Rojer cuando la puerta se cerró a su espalda.

—Me parece que te debo un sol —admitió él.

La nieve crujía bajo las botas de Leesha, mientras Rojer y ella se dirigían hacia el pueblo. Su aliento formaba nubes de vaho en el aire frío del invierno pero sus capas estaban forradas de piel y les mantenían calientes.

Rojer no había dicho una palabra desde el comentario de Elona. Tenía la cabeza gacha, de modo que el rostro quedaba oculto detrás de sus largos mechones rojos. Llevaba el violín guardado en la funda, colgado bajo la capa de colorines pero ella había notado, por la forma en que flexionaba los dedos, que ansiaba cogerlo. Siempre tocaba el violín cuando estaba disgustado.

Leesha sabía que Rojer estaba prendado de ella. La mayoría de la gente lo sabía, esa era la verdad. La mitad de las mujeres del pueblo pensaban que ella estaba loca por no aprovechar la oportunidad. ¿Y por qué no? El Juglar tenía un bello rostro aniñado y el ingenio rápido. Su música era más hermosa de lo que las palabras podían expresar y sabía hacerla reír cuando estaba triste. Más de una vez había demostrado que estaba dispuesto a morir por ella.

Pero por más que lo intentaba, no conseguía verle como un amante. Apenas tenía dieciocho años, sus buenos diez años menos que ella y era su amigo. En muchos sentidos, era su único amigo. La única persona en la que confiaba, pues lo consideraba el hermano pequeño que jamás había tenido. Y no quería hacerle daño.

—Tu aprendiza Kendall vino a verme el otro día —comentó Leesha—. Una chica muy bonita.

Él asintió.

—También es mi mejor alumna.

—Me preguntó si sabía cómo hacer una poción de amor.

—¡Ja! —ladró él. Después se detuvo de pronto y la miró—. Espera, ¿la puedes hacer?

Leesha se echó a reír.

—Claro que no. Pero la chica no tiene por qué saberlo. Le di una tintura de té dulce en su lugar y le dije que lo compartiera con la persona cuyo amor deseara. Estate atento a ver si te ofrece té, por si tienes que prepararte para una noche de amor.

Él sacudió la cabeza.

—Jamás te líes con tus aprendices.

—¿Otra de las brillantes sentencias del maestro Arrick? —bromeó ella.

Rojer asintió.

—Y una que me alegra decir que practicó a la vez que la enseñaba. Sé de otros aprendices en el gremio que no tuvieron tanta suerte.

—Esto no se le puede comparar. Kendall es más o menos de tu edad y es ella la que anda comprando pociones de amor.

El Juglar se encogió de hombros, se caló la capucha y tiró de los bordes de la capa para unirlos mejor y fortalecer la red de grafos. Se había desvanecido la última brizna de luz y a su alrededor comenzaban a alzarse formas nebulosas, que se solidificaban en abismales. Las criaturas siseaban y miraban a su alrededor, olisqueándolos en el aire pero incapaces de encontrarles.

Erny había construido su casa lejos del pueblo para no tener quejas por el olor de los productos químicos que usaba al fabricar el papel, pero esa distancia también le impedía beneficiarse de la zona cubierta de grafos de bloqueo que protegía los límites del pueblo.

Un demonio del bosque se aventuró en el camino de Rojer. Husmeó el aire sin localizarlo y el chico se quedó helado, incapaz de moverse. Hubo un rápido movimiento bajo su capa y Leesha comprendió que uno de los cuchillos protegidos que Rojer solía llevar atados en las muñecas había caído en la palma de su mano buena.

—Rodéalo, Rojer —le dijo, sin dejar de andar—. No puede verte ni oírte. —Él pasó de puntillas alrededor del monstruo, sin dejar de mover el cuchillo entre los dedos, nervioso. Había crecido haciendo juegos de manos con hojas y ahora podía hacer blanco en el ojo de un abismal a veinte pasos.

—Es que esto de andar entre abismales como si fuera de día no es normal.

—¿Cuántas veces tenemos que hacer esto para que dejes de repetir lo mismo? —suspiró la chica—. Las capas son tan seguras como un edificio.

La Capa de Invisibilidad era una invención suya, basada en los grafos de confusión que el Protegido le había enseñado. Leesha los había modificado y bordado con hilo de oro en la fina tela de la prenda. Cuando la llevaba puesta los demonios la ignoraban, aunque se dirigiera derecha hacia ellos, siempre que llevara un paso lento y regular y la mantuviera bien cerrada.

Después le hizo otra capa al Juglar, bordando los grafos con brillantes colores para que hicieran juego con su traje multicromático, y le agradó ver que apenas se la quitaba, ni siquiera a la luz del día. Nunca veía al Protegido con la que había hecho para él.

—No tengo nada contra tus grafos, pero creo que jamás dejaré de repetirlo.

—Yo confío en la magia de tu violín para que me mantenga a salvo, ¿por qué no confías tú en la mía?

—Estoy aquí fuera en la oscuridad, ¿no? —afirmó él, toqueteando la capa—. Es sólo que me parece espeluznante. Odio tener que decirlo, pero tu madre no andaba muy lejos de la verdad cuando te llamó bruja.

Ella le miró con cara de malas pulgas.

—Una Bruja Protectora, por supuesto —aclaró Rojer.

—Antes solían llamar brujería a la Herboristería. Pero yo sólo trabajo con grafos, como todos.

—No eres como los demás, Leesha. Hace un año apenas podías proteger un alféizar y ahora el mismísimo Protegido estudia contigo.

La chica resopló.

—No es para tanto.

—Sé sincera. Discutes sus propios grafos.

—Arlen es tres veces mejor Protector que yo —le reconvino ella—. Es sólo que… es difícil de explicar, pero después de haber estudiado tanto los grafos, los diseños empezaron… a hablarme. Cuando veo un grafo nuevo, adivino su propósito sólo con estudiar sus líneas de poder. Algunas veces incluso puedo cambiar las líneas para alterar sus efectos. He intentado enseñar a otros, pero nadie parece ser capaz de hacer otra cosa que memorizarlos.

—Eso es lo que me sucede a mí con el violín —repuso él—. La música me habla. Puedo enseñar a mis alumnos a tocar las canciones bastante bien, pero no se toca «La Batalla de Hoya de Leñadores» para apaciguar a los abismales. Tienes que… «masajear» su estado de ánimo.

—Me gustaría que alguien pudiera «masajear» el estado de ánimo de mi madre —masculló entre dientes la muchacha.

—El tiempo lo hará —repuso él.

—¿Sí? —inquirió ella.

—Pronto llegaremos al pueblo. Cuanto antes hablemos de tu madre, antes habremos terminado y podremos seguir con nuestros asuntos.

Leesha se detuvo de pronto y se le quedó mirando.

—¿Qué haría yo sin ti, Rojer? Eres el mejor amigo que tengo en el mundo. —Y remarcó la palabra «amigo».

Incómodo, él continuó andando.

—Ahora ya sé cómo se comporta contigo.

Ella se apresuró a seguirle.

—Odio pensar que mi madre pueda tener razón en nada…

—Pero eso sucede con frecuencia, porque mira el mundo con una claridad objetiva.

—Claridad despiadada, más bien.

—Llámalo como quieras —respondió él con un encogimiento de hombros.

Leesha, de manera aparentemente distraída, alzó el brazo y cogió nieve de una rama baja con su mano enguantada, pero Rojer detectó el movimiento y esquivó la bola de nieve que le lanzó con facilidad. Alcanzó a un demonio del bosque que se revolvió frenético buscando a su asaltante.

—Tú quieres tener hijos —le dijo Rojer sin rodeos.

—Pues claro que sí —repuso ella—. Siempre los he querido. Sólo que aún no ha llegado el momento oportuno.

—¿El momento oportuno o el padre apropiado?

La chica expulsó el aire con un resoplido.

—Ambas cosas. Sólo tengo veintiocho años. Con ayuda de las hierbas, podré llevar un embarazo a término dentro de dos décadas más, pero no con la facilidad con la que podría haberlo hecho hace cinco o diez años. Si me hubiera casado con Gared, nuestro primer hijo tendría ahora catorce años y seguramente habríamos tenido un montón más.

—Arrick solía decir: «No se gana nada con lamentar lo que no pudo ser». Aunque, claro, él era una prueba viviente de lo duro que era vivir con esas palabras.

Leesha suspiró y se tocó el vientre imaginando el útero en el interior. En realidad, no era haber perdido a Gared lo que lamentaba. Su madre tenía razón en cuanto a lo que había ocurrido con los bandidos en el camino, como Rojer sabía muy bien. Pero lo que ella no le había contado, a él ni a nadie, era que estaba en sus días fértiles cuando ocurrió y que había temido tener un bebé a consecuencia de ello.

Había acariciado la esperanza de que Arlen añadiera su semilla cuando ella le sedujo unos cuantos días después. Si él lo hubiera hecho, ella habría criado al bebé, si hubiera venido, con la convicción de que era un hijo de la ternura y no de la violencia. Pero el Protegido se había negado, pues había hecho voto de no tener hijos para que la magia demoníaca que le daba su poder no los infectara de algún modo.

Así que había preparado la infusión que se había jurado no tomar jamás y se aseguró de que la semilla de los bandidos no arraigase. Después de bebérsela, había llorado amargamente sobre la taza vacía.

El recuerdo le trajo lágrimas de nuevo a los ojos, que corrieron frías por sus mejillas en la noche invernal. Rojer se le acercó, y Leesha pensó que las enjugaría, pero en vez de eso, metió la mano dentro de su capucha y la sacó con rapidez, con un pañuelo de colores que simuló haber encontrado en su oreja.

Se echó a reír a pesar de todo y se secó las lágrimas.

Para cuando llegaron al pueblo, media docena de abismales les seguían el rastro; olisqueaban sus pisadas en la nieve, aquellas que se habían salido del radio de la magia de la capa. Una mujer que estaba al borde del terreno protegido por grafos de bloqueo los miró sorprendida. Un instante después, dos flechas protegidas atravesaron a los demonios como rayos. Otros proyectiles alcanzaron a aquellos que no fueron capaces de escapar.

Ahora, todas las chicas de Hoya de Leñadores aprendían a tirar con arco y empezaban en el momento en que podían sostener uno. Muchas de las mujeres mayores, que carecían ya de la fuerza necesaria para tensar uno de los grandes, habían comenzado a apuntar usando uno tensado con manivela de manera que al menos podían dispararlo. Las mujeres hacían turnos para patrullar los límites del pueblo y se encargaban de acabar con aquellos demonios que se aventuraban a acercarse demasiado.

Cuando llegaron al alcance de la luz, Leesha vio que era Wonda quién les esperaba. Alta, fuerte y fea, era fácil olvidar que la chica pronto cumpliría quince años. Su padre, Flinn, había muerto en la Batalla de Hoya de Leñadores y Wonda había resultado herida de gravedad. Se había recobrado por completo, aunque había quedado cubierta de cicatrices, y le había cogido afecto a Leesha en el tiempo que pasó en el hospital. Wonda la seguía como un sabueso, preparada para matar al abismal que osara acercarse. Portaba el gran arco de tejo que le había dado el Protegido y le daba un uso realmente letal.

—Me habría gustado que me dejara escoltarla, señora Leesha. Es demasiado importante para caminar a solas fuera del límite bloqueado.

—Eso es lo mismo que ha dicho mi padre —respondió ella.

—Su padre lleva razón, señora —contestó la joven con una sonrisa.

—A lo mejor cuando termine de hacer tu Capa de Invisibilidad.

—¿De verdad? —preguntó ella, con los ojos abiertos como platos. Cada capa llevaba muchísimas horas y era un regalo regio.

—Si estás decidida a seguir mis pasos como una sombra, no veo que haya otra alternativa. Le di el diseño a mis aprendices para que lo bordaran la semana pasada.

—¡Oh, gracias, señora! —exclamó ella mientras echaba sus largos brazos alrededor de Leesha y la abrazaba de una forma infantil que parecía poco apropiada en un cuerpo más alto y corpulento que el de muchos hombres.

—Aire —pidió ella al final. Wonda la soltó y se retiró con rapidez y una mirada avergonzada.

—¿Quién era esa linda jovencita que se ha aventurado a salir fuera del espacio bloqueado? —preguntó Rojer en voz baja mientras Leesha y él se dirigían hacia el pueblo. Las calles adoquinadas de Hoya de Leñadores serpenteaban y se retorcían de forma bastante incómoda, pero al hacerlo formaban un grafo de protección enorme y complejo diseñado por el mismísimo Protector. No había abismal, grande o pequeño, que pudiera alzarse desde el suelo de la ciudad, ni poner un pie en ella o sobrevolarla. Las calles relucían débilmente con el cálido fulgor de la magia.

—Ya hace tiempo que lo hace. Arlen la pilló fuera dos veces la semana pasada, sola, cazando demonios. La chica está decidida a que la vacíen. Me gustaría mantenerla siempre a la vista.

En otros tiempos el pueblo habría estado oscuro y silencioso después del crepúsculo, pero ahora los adoquines relucientes arrojaban luz sobre las docenas de personas que se movían de un lado para otro. Hoya había perdido a muchos habitantes en la batalla que se había librado hacía casi un año, pero su número se había ido incrementando debido a la gente de las aldeas cercanas que habían llegado atraídos por la leyenda en auge del Protegido. Estos recién llegados se detenían y susurraban entre sí mientras Rojer y Leesha pasaban, las únicas personas conocidas en quienes confiaban.

Entraron en el Cementerio de los Abismales, donde había estado en otro tiempo la plaza en la que habían perecido tantos demonios y hoyenses. A pesar de su nombre, el cementerio era aún el centro de la actividad de la ciudad, la plaza donde se entrenaban los aldeanos y donde se reunían los Leñadores todas las noches para recibir las bendiciones del Pastor Jona antes de dirigirse a cazar demonios. De hecho, estaban allí ahora, con las cabezas y los amplios hombros inclinados, dibujando grafos en el aire mientras el clérigo rezaba por su seguridad en la noche límpida.

Había otros aldeanos por allí cerca cuyas cabezas se inclinaban para unirse a la bendición. No había ni rastro del Protegido. No tenía tiempo para bendiciones y ya llevaba un buen rato de caza. Algunos días no daba señales de vida, salvo los cuerpos de los demonios que dejaba helándose en la nieve hasta que se alzaba el sol de la mañana y los quemaba.

—Ahí tienes a tu prometido —le dijo Rojer e hizo un gesto en dirección a Gared Cutter, que estaba al frente de los Leñadores, muy encorvado para que el Pastor Jona, al que había acosado cuando eran niños, pudiera coger un carboncillo y pintarle un grafo sobre la frente.

El antiguo prometido de Leesha era un gigante y se elevaba sobre los otros Leñadores, pocos de los cuales bajaban del metro ochenta. Tenía el cabello largo y rubio y sus brazos bronceados mostraban unos músculos muy desarrollados. Le sobresalían los mangos de dos hachas protegidas por encima de los hombros y los guantes de piel basta tachonados de acero martillado y grabados con grafos colgaban de su cinturón. Pronto se ennegrecerían con las salpicaduras del icor demoníaco.

Gared no era el más grande de los Leñadores ni, desde luego, el más listo, pero había destacado en la Batalla de Hoya de Leñadores como un líder al que hasta los más ancianos seguían sin cuestionar. Era él quien gritaba a los hombres para que entrenaran más duro durante el día, lideraba el ataque por la noche y dejaba más abismales muertos a su paso que cualquier otro salvo el mismísimo Protegido.

—Sea lo que sea lo que te haya hecho a ti —comentó él—, tienes que admitir que es de esa clase de hombres a los que se les hacen canciones y se les elevan estatuas.

—Oh, no se me ocurriría negar que es hermoso —respondió ella mirando en su dirección—. Siempre lo fue, y atraía a todo el mundo como el hierro al imán, haciendo que le adoraran. En su momento, yo fui una de ellos. —Sacudió la cabeza con nostalgia—. Su padre era igual. Mi madre rompió sus votos matrimoniales repetidamente con él y, a un nivel animal, incluso puedo llegar a entenderlo. Ambos hombres son perfectos especímenes en su aspecto exterior.

Se volvió hacia el Juglar.

—Es su interior lo que me preocupa. Los Leñadores le siguen sin cuestionarlo, pero ¿los dirigirá en defensa de Hoya o sólo por el amor a la carnicería?

—También tuvimos la misma duda respecto al Protegido, en su momento —le recordó él—, y nos demostró que estábamos equivocados. Quizá suceda lo mismo con Gared.

—Yo no apostaría por ello —apostilló ella, a la vez que se apartaba de la escena para continuar el camino.

En el extremo más lejano del cementerio se encontraba el Templo y en uno de los laterales del edificio de piedra, el nuevo hospital, cuya construcción había finalizado justo antes de las primeras nieves.

—¡Ah, señora Leesha! ¡Rojer! —les llamó Benn, al descubrirles.

El vidriero estaba con sus aprendices, que llevaban cacharros de vidrio soplado y largas hojas de cristal. Por allí cerca había un grupo de violinistas, afinando sus instrumentos de forma estridente. Benn dio unas cuantas instrucciones a sus aprendices y se acercó hasta donde se encontraban ambos.

—Listos para cargarlos cuando tú quieras, Rojer —le dijo.

—¿Cuáles fueron los resultados de la noche pasada? —preguntó Leesha.

Benn rebuscó en su bolsillo y sacó un pequeño vial de cristal. La chica lo cogió y paseó los dedos por los grafos. Parecía cristal ordinario, pero los grafos eran suaves, como si lo hubieran calentado de nuevo después de haberlos tallado.

—Intenta romperlo —la animó Benn.

La chica lanzó el vial contra los adoquines con toda la fuerza que pudo, pero el cristal rebotó con una nota clara. Ella lo recogió y lo estudió con detenimiento; no tenía la más ligera marca.

—Impresionante. Tus grafos mejoran.

El vidriero sonrió y le dedicó una pequeña inclinación.

—Puedes romperlos en un yunque, si realmente deseas hacerlo, pero no es nada fácil.

Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Resistirían incluso eso. Déjame ver uno que no hayas cargado.

Benn asintió y le hizo una señal a un aprendiz para que le trajera otro vial, casi idéntico al primero.

—Aquí tienes uno de los que pensábamos cargar esta noche.

La chica estudió de cerca el vial y pasó la punta del dedo por los surcos del grabado.

—Puede ser que la profundidad del tallado afecte al poder de la carga —reflexionó—. Pensaré en ello. —Deslizó los viales en un bolsillo de su delantal para estudiarlos luego.

—Ahora estamos produciendo a buen ritmo, sin complicaciones —aclaró Rojer—. Benn y sus aprendices soplan y graban los grafos a diario, y mis estudiantes y yo atraemos a los abismales para que los carguen por la noche. Pronto todas las casas tendrán ventanas de cristal protegido y estaremos capacitados para almacenar fuego demoníaco en cantidad y sin riesgos.

Leesha asintió.

—Me gustaría observar esta noche el proceso de carga.

—Por supuesto —dijo Rojer.

Darsy y Vika estaban esperando en la puerta del hospital.

—Señora Leesha —la saludó Vika al llegar. Era una mujer poco agraciada, ni guapa ni fea, de constitución sólida con caderas de criadora y cara redonda.

—No tienes que hacerme una reverencia todas las noches, Vika —la reconvino la muchacha.

—Claro que lo haré —repuso ella—. Tú eres la Herborista del pueblo.

Vika lo era también, pero ella y Darsy, aunque eran mayores que Leesha, la aceptaban como jefa.

—Dudo que Bruna hubiera aguantado esto —la contradijo ella. Su mentora, la última Herborista del pueblo, había sido una mujer de temperamento terrible que despreciaba la formalidad sin sentido.

—La vieja bruja estaba demasiado ciega para apreciarlo —intervino Darsy, acercándose y ofreciéndole a Leesha un asentimiento como saludo. Inclinarse y arrastrarse no era muy del agrado de Darsy, pero había más deferencia en aquel asentimiento que en todas las reverencias y «señora» de Vika.

Pariente de los Cutter, Darsy era alta y de cuerpo recio, aunque más musculosa que gorda. Podía superar casi a cualquier hombre en las competiciones masculinas de fuerza en la feria, y la pesada hoja que llevaba en la cintura había cortado las extremidades de más de un demonio que pretendía acabar con algún caído en el campo de batalla.

—El hospital estará preparado si los Leñadores vuelven con algún herido —comentó.

—Gracias, Darsy —le agradeció la chica.

El hospital siempre estaba ocupado a medianoche, cuando los Leñadores volvían de la caza. Los demonios del bosque eran enemigos terroríficos incluso ante las hachas protegidas. Bajo el dosel de las copas de los árboles, su piel se fundía con la corteza de los troncos como si vistieran Capas de Invisibilidad y mientras algunos caminaban por el suelo del bosque, con un aspecto parecido al de los árboles, otros acechaban por las ramas como monos, para caer de forma inesperada sobre la víctima.

Pero a pesar de todo, las muertes eran escasas entre los Leñadores. Cuando un arma protegida caía sobre un demonio y se reavivaba su poder, siempre había una consecuencia. La magia se extendía como un reguero por el portador del arma, quien sentía un gran éxtasis y sensación de invencibilidad. Aquellos que probaban la magia eran más fuertes y se curaban más rápido, al menos hasta el alba. Sólo Arlen seguía sintiendo ese poder durante el día.

—¿En qué trabajan ahora las aprendizas? —preguntó Leesha a Vika.

—Las mayores están bordando los diseños de tu capa y el resto esterilizan los instrumentos y practican las letras.

—He traído libros nuevos y el grimorio que he terminado —dijo Leesha y le alargó el morral.

La mujer asintió.

—Lo copiaré lo más rápido que pueda.

—¿Estás haciendo que tus aprendizas de Herboristas copien grafos? —le preguntó Rojer—. ¿No es mejor que se dediquen a eso los aprendices de Protectores? Podría hablar…

La muchacha sacudió la cabeza.

—Todas mis chicas reciben ahora lecciones de grafos. No las dejaré indefensas al caer el crepúsculo como estuvimos nosotros.

Rojer dejó a Leesha hacer su ronda en el hospital y se marchó hacia la glorieta, la estructura al borde de la plaza donde se reunían sus aprendices para tocar. Eran un grupo heterogéneo, tan colorido como los pantalones del Juglar. Algunos de ellos eran hoyenses, pero la mayoría procedía de otros pueblos, atraídos por las historias del Protegido. La mitad eran demasiado mayores para sostener un arma o una herramienta de trabajo, así que decidieron probar con el violín para comprobar al final que carecían de la destreza necesaria. Muchos otros eran niños con cuya habilidad no se podría contar hasta que pasaran los años.

Sólo podían considerarse prometedores un puñado de los que restaban y, entre todos, destacaba la bella Kendall. Era rizoniana y acababa de llegar a Hoya. La joven era lo suficientemente mayor para apañarse con los arreglos complejos, pero lo bastante joven para aprender con rapidez y tenía auténtica aptitud para la música. Su esbeltez y su agilidad la hacían igual de apta para dar volteretas y hacer acrobacias que para tocar el violín. Algún día sería una gran Juglaresa.

Rojer no recibía de forma inmediata a sus aprendices y ellos sabían mantenerse en un segundo plano hasta que lo hacía. Sacó el violín y probó las cuerdas, comprobando su tono. Satisfecho, colocó el arco en su mano mutilada. Le faltaban el índice y el dedo medio, arrancados por un demonio del fuego cuando era sólo un niño, pero los dedos que le quedaban eran ágiles y fuertes y el arco se convertía en una extensión de su brazo.

Todos los sentimientos que había reprimido detrás de su máscara de Juglar esa noche encontraron su propia voz en la música, de modo que inundó la plaza con su melodía hechicera. Capa a capa, fue añadiendo complejidad a la música, templando los músculos y preparándose para el trabajo de la noche.

Los aprendices aplaudieron cuando terminó y Rojer se inclinó antes de acompañarlos en una serie de melodías más simples que les servirían de calentamiento. Rojer se estremeció con todas las notas discordantes. Sólo Kendall era capaz de mantener su ritmo, con el rostro contraído en un gesto de concentración.

—¡Terrible! —les reprochó—. Aparte de Kendall, ¿alguno de vosotros ha cogido su violín desde anoche? ¡Práctica! ¡Todos y cada uno de los días!

Algunos de los aprendices murmuraron entre dientes ante el reproche, pero él tocó una serie de notas discordantes en el violín para reprenderles.

—¡Tampoco quiero escuchar vuestras quejas! —ladró—. Estamos intentando hechizar demonios, no tocando un reel en una boda. Si no os vais a tomar esto en serio, ¡es mejor que devolváis el violín a su estuche!

Todo el mundo bajó la mirada y Rojer comprendió que se había pasado. Aunque no había sido ni la mitad de duro de lo que habría sido Arrick, estaba lejos de haber sido suave. Sabía que debía decir algo que les animase, pero no se le ocurría nada. Arrick no había sido precisamente un buen ejemplo en ese sentido.

Se alejó de ellos respirando agitadamente. Sin pensarlo siquiera comenzó a mover de nuevo el arco y transformó su vergüenza y su frustración en música. Dejó las emociones fluir con los sonidos y cuando se volvió hacia los aprendices, hizo que la música les hablara, les diera la esperanza y el valor que no podía transmitirles con sus palabras. Mientras tocaba, la gente empezó a animarse y los ojos se les llenaron de decisión nuevamente.

—Eso ha sido precioso, Rojer —dijo una voz cuando apartó finalmente el arco de las cuerdas. Observó a Kendall de pie a su lado. Ni siquiera había notado que se acercara, tan perdido como estaba en su música.

—¿Tienes sed? —le preguntó la chica, ofreciéndole una jarra de cerámica—. He hecho té dulce. Todavía está caliente.

«¿Ha sabido Leesha durante todo este tiempo que yo le gustaba a esta chica?», se preguntó.

Elona le había dicho: «No eres lo bastante bueno para ella, violinista, y tú lo sabes».

Y parecía que Leesha también lo sabía. Sólo faltaba que le hubiera entregado a Kendall con un lazo atado.

—Nunca me ha gustado mucho el té dulce. Hace que me tiemblen las manos.

—Oh —exclamó Kendall, decepcionada—. Bueno… vale.

—Quiero que esta noche hagas un solo. Creo que estás preparada.

A la chica se le iluminó la mirada.

—¿De verdad? —dio un grito y lo abrazó, estrechándolo un poco más de lo necesario.

Por supuesto, tenía que ser el momento en el que llegara Leesha. Rojer se envaró y Kendall se retiró confundida hasta que vio a la chica. Se separó del Juglar con rapidez e hizo una profunda reverencia.

—Señora Leesha.

—Kendall —respondió ella al saludo con una sonrisa—, ¿eso que huelo es té dulce?

La muchacha enrojeció intensamente.

—Yo, ah…

El Juglar frunció el ceño.

—Corre a preparar tu violín, Kendall. —Luego se volvió hacia Leesha—. Va a hacer un solo esta noche.

—¿Está preparada para eso?

Rojer se encogió de hombros.

—¿Lo está Wonda para cazar abismales? Yo era más joven que ella cuando hechicé a un demonio por primera vez.

—Estabas en una situación realmente desesperada.

—Estará a salvo. Yo estaré junto a ella para relevarla si me necesita y las mujeres estarán vigilando con las flechas preparadas. —Asintió en dirección al límite donde estaban los grafos, y donde las arqueras, incluida Wonda, se reunían.

Los preparativos comenzaron con las arqueras limpiando un área amplia de terreno tras el borde de los grafos de bloqueo. Rojer dirigió entonces a sus violinistas en una serie de notas discordantes que llenaron el aire con la cacofonía atonal que tanto odiaban los abismales. La glorieta concentraba el sonido justo en el área exterior de los grafos de bloqueo, donde solían reunirse los abismales, a veces en grandes cantidades.

A cubierto bajo la música, los aprendices de sopladores de vidrio se apresuraron a salir fuera de la zona bloqueada y colocaron el cristal protegido a lo ancho y largo del claro. Había hojas grandes, botellas de cristal soplado, viales, e incluso un hacha de cristal cuya fabricación y protección debía de haber llevado semanas.

Cuando los sopladores regresaron y estuvieron a salvo, los violinistas cambiaron la melodía. Rojer gritaba instrucciones para dirigir la música y tocaba a su vez, usando a sus aprendices para amplificar su magia y convencer a los demonios de que se acercaran al claro. Entonces se adelantó solo fuera del área bloqueada, para atraer a las criaturas con su música, y controló cada paso que los abismales daban hasta situarlos donde él quería.

—Kendall —la llamó y la chica avanzó hasta él y comenzó a tocar. Rojer bajó el volumen de su música y se retiró cuando ella elevó la suya y tomó su lugar ante los monstruos, hasta que él pudo dejar de tocar por completo y dejar a los demonios hipnotizados bajo su control.

Rojer caminó hacia donde esperaba Leesha al otro lado del límite de los grafos de bloqueo.

—Es realmente buena —le dijo con orgullo—. Los demonios la seguirán como marionetas y cargarán todo lo que toquen.

Y así era, los abismales seguían a la chica mientras ella deambulaba con cautela por todo el claro. Se producían estallidos de luz cuando los demonios tocaban el vidrio a su paso, y los grafos grabados trasvasaban una pequeñísima parte de la magia demoníaca y la reorientaban a un propósito distinto.

Los abismales siseaban y se rascaban las zonas donde percibían la extracción. Kendall intentó cambiar el tono de la música para calmarlos de nuevo, pero tenía tanto miedo que su ejecución se vio afectada y comenzó a saltarse notas. Intentó incrementar el tempo para compensar la pérdida de ritmo pero eso sólo empeoró las cosas. Los demonios comenzaron a sacudir las cabezas en un intento por superar la confusión.

Rojer se dirigió hacia Kendall lentamente, envuelto en su capa protegida. Tenía tiempo suficiente de llegar antes de que las cosas con los abismales se pusieran feas, pero entonces Kendall dio un paso en falso. Una botella se hizo añicos bajo su pie, y el cristal atravesó la suave piel del zapato. La muchacha gritó y el arco se deslizó por las cuerdas con un sonido discordante.

Inmediatamente los abismales se reanimaron y el hechizo se quebró. Las bestias comenzaron a removerse cuando sus narices captaron el aroma de la sangre y se lanzaron sobre ella entre chillidos.

Rojer comenzó a correr pero se había apartado demasiado para hablar con Leesha y uno de los abismales hundió profundamente sus garras en el cuerpo de Kendall y se la acercó para hundir varias filas de dientes en su hombro antes de que él llegara a su alcance. La sangre empapó el vestido de la joven y los otros demonios saltaron sobre ellos, dispuestos a luchar para obtener una parte de la presa.

—¡Arqueras! —chilló Rojer desesperado.

—¡Podríamos darle a Kendall! —gritó Wonda en respuesta. Y observó que todas las mujeres habían abatido los arcos, pues ninguna se atrevía a disparar.

Rojer comenzó a tocar, con notas que pretendían asustar y alejar a los demonios. Estos chillaron y frenaron el ataque, mientras dejaban caer el cuerpo de Kendall al suelo. Sin embargo, el olor a sangre impregnaba el aire y no era tan fácil obligarlos a retirarse. Siseaban y barrían el aire con las zarpas, bloqueando el camino del violinista.

—¡Kendall! —gritaba Rojer—. ¡Kendall! —Ella alzó la cabeza débilmente, jadeando en busca de aire y luego alargó una mano en su dirección.

De repente una figura enorme rebasó a Rojer, que apartó la mirada del violín para ver cómo Gared placaba a uno de los demonios y empujaba a otro en el mismo movimiento. Ambos abismales cayeron derribados bajo el fornido Leñador, mientras los grafos de sus guantes relucían salvajemente con cada uno de los duros golpes que le propinaba al abismal sobre el que había caído. Cuando el otro se recuperó, Gared ya estaba de nuevo en pie, pero el abismal fue rápido y le mordió en el brazo.

El Leñador chilló y agarró al abismal por la entrepierna con la mano libre. Flexionó sus brazos enormes, alzó al enorme demonio del bosque y lo usó como un ariete para derribar a los demás. Tanto él como los demonios cayeron en un tumulto justo en el momento en que los otros Leñadores llegaban hasta ellos lanzando tajos a las criaturas con sus hachas protegidas.

En mitad de la conmoción su violín carecía de utilidad, así que Rojer corrió junto a Kendall y manchó su capa de sangre cuando la arrojó sobre ella. La joven gimió débilmente cuando él intentó alzarla. Pero el jaleo había atraído a más demonios del bosque y estos afluían a mayor velocidad de la que podían abatirlos las arqueras.

Gared, con un hacha en cada mano y el brazo ensangrentado, se abrió camino hasta ellos. Luego arrojó las armas al suelo y levantó a la muchacha como si fuera una pluma. A cubierto por las arqueras y los Leñadores, corrió con ella en brazos hacia el hospital.

—¡Necesito un donante de sangre! —gritó Leesha cuando Gared abrió la puerta del hospital de una patada. Acostaron a la chica en una cama y las aprendizas salieron disparadas a la búsqueda de los instrumentos de la Herborista.

—Yo me ofrezco —dijo Rojer, remangándose.

—Comprueba si es compatible —pidió la Herborista a Vika mientras se dirigía a lavarse los brazos y las manos. La mujer extrajo una muestra del Juglar con rapidez mientras Darsy intentaba echar una ojeada al brazo de Gared.

—Preocúpate de aquellos que estén peor que yo —respondió él y se apartó a un lado. Señaló a la puerta, por donde comenzaban a entrar otros Leñadores heridos.

Hubo un torbellino de actividad y sangre mientras las Herboristas trabajaban. Leesha cortó, sujetó con pinzas y cosió a Kendall durante dos horas mientras el violinista miraba, algo mareado tras la transfusión.

Finalmente la chica hizo una pausa para pasarse el dorso de una mano ensangrentada por la frente sudorosa.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Rojer.

—Vivirá —respondió ella con un suspiro—. Gared, déjame que le eche una ojeada a tu brazo.

—Es sólo un arañazo —repuso él.

Intentó no fruncir el ceño y procuró pensar en lo valiente que había sido, pero por mucho que lo intentara, no podía olvidar que casi le había arruinado la vida con sus mentiras y cómo había golpeado brutalmente a todos los hombres a los que había visto hablando con ella después de que Leesha rompiera su compromiso.

—Te ha mordido un demonio, Gar. Si dejas que el brazo se infecte, te lo estaré cortando antes de que te des cuenta. Ven aquí.

El gigante gruñó y se quejó.

—Tampoco es tan malo —comentó ella, después de limpiar la herida con tintura de apio de monte. Los cortes limpios de los agudos dientes del demonio, cargados con la magia que habían absorbido, se estaban cerrando ya. Le envolvió el brazo en un vendaje limpio y después se dirigió a Rojer en un aparte.

—Te dije que Kendall no estaba preparada para un solo —le susurró enfadada.

—Yo pensé… —comenzó él.

—No pensaste. Querías alardear y ¡casi le cuesta la vida a esa chica! ¡Esto no es un juego, Rojer!

—¡Ya sé que no lo es! —repuso el chico con brusquedad.

—Entonces actúa en consecuencia.

El Juglar frunció el ceño.

—No todos somos tan perfectos como tú, Leesha. —Sus ojos relucían con furia, pero ella vio a través de la rabia el dolor que escondían.

—Ven conmigo —le dijo, cogiéndole de la manga, pero él apartó su brazo de un tirón, aunque la siguió a su despacho. Allí Leesha le sirvió un vaso de alcohol fuerte más apropiado para utilizarse de antiséptico que para consumirlo.

—Lo siento —se disculpó la Herborista—. Me he pasado.

Él pareció desinflarse. Se dejó caer sobre una silla y se bebió el vaso de un solo trago.

—No, que va. Soy un impostor.

—Tonterías —replicó ella—. Todos cometemos errores.

—Yo no he cometido un error. He mentido. He mentido y he dicho que podía enseñar a la gente cómo hechizar abismales cuando lo cierto es que ni siquiera yo entiendo cómo lo hago. Igual que mentí el año pasado cuando te dije que te podría traer sana y salva desde Angiers. Y así es como me abrí camino en las aldeas después de la muerte de Arrick y como entré en el Gremio de los Juglares. Parece que lo único que hago bien es mentir.

—Pero ¿por qué? —preguntó ella.

El Juglar se encogió de hombros.

—Porque sigo pensando que simular ser algo es igual que serlo. Como si al imitarte a ti y al Protegido me convirtiera en uno de vosotros.

Leesha se le quedó mirando muda de sorpresa.

—No hay nada grande en mí, Rojer. Tú lo sabes mejor que nadie.

Pero él se echó a reír.

—¡Ni siquiera lo ves! —gritó—. De tu cabaña salen una serie infinita de armas y grafos, los enfermos y los heridos se curan a un gesto de tu mano. Todo lo que yo puedo hacer es tocar el violín y ni aun con eso puedo salvar una vida. El Protegido y tú os habéis convertido en héroes mientras yo me paso los meses enseñando a mis aprendices y para lo único que sirven es para que la gente pueda bailar.

—No menosprecies la alegría que tú y tus aprendices habéis traído a un pueblo atosigado por las privaciones.

—No hago nada que no pueda hacer también un barril de cerveza —respondió él con un encogimiento de hombros.

Ella le cogió las manos entre las suyas.

—Eso es ridículo. Tu magia es tan fuerte como la de Arlen o la mía. El hecho de que tengas tantos problemas para enseñarla es exactamente la prueba de lo especial que eres. —Se echó a reír con amargura—. Además, por muy grande que me hiciera, siempre tendré a mi madre para que me encoja.

Era una noche sin luna y adonde fueron Leesha y Rojer, lejos del relumbre de la zona protegida, la oscuridad era casi completa. Ella caminaba con ayuda de un palo largo, en el extremo superior del cual colgaba un frasco de productos químicos que relucía con fuerza y arrojaba luz sobre el camino. El palo y el frasco estaban grabados con grafos de invisibilidad; los abismales podían ver la luz, pero no la fuente de la que procedía ni a los dos humanos ocultos bajos sus capas.

—No veo por qué no puede encontrarse con nosotros en el pueblo —masculló Rojer entre dientes—. Puede que él no sienta el frío, pero yo sí.

—Algunas cosas es mejor hablarlas en privado —comentó ella— y por donde él va, suele atraer multitudes.

El Protegido les esperaba en el camino plagado de grafos que llevaba a la cabaña de Leesha. Rondador Nocturno, su enorme semental negro, completamente acorazado y con cuernos, era apenas visible en la oscuridad. El sólo llevaba un taparrabos y toda su piel tatuada estaba expuesta al frío.

—Llegáis tarde —comentó.

—Hemos tenido algunos problemas en el hospital —repuso ella—. Ha ocurrido un accidente mientras cargábamos vidrio. ¿Por qué no llevas tu capa puesta? —Intentó que la pregunta sonara casual, pero le dolía que no se la pusiera después de todas las horas que había invertido en ella. Jamás se la había visto llevar a excepción de una vez que se la puso sobre los hombros para comprobar algo.

—Está en mi alforja. No quería ocultarme de los abismales. Si quieren venir a por mí, que lo hagan. El mundo puede vivir con unos cuantos menos.

Ataron a Rondador a un poste en el patio y entraron dentro. Leesha sacó una astilla de su delantal y encendió el fuego, llenó una tetera de agua y la colgó sobre las llamas.

—¿Cómo van los magos del violín? —le preguntó el Protegido a Rojer.

—Más violinistas que magos, me temo —contestó él—. No están preparados.

El hombre tatuado frunció el ceño.

—Las patrullas de los Leñadores serían más eficaces con un violinista que manipulara las emociones de los demonios.

—Puedo salir yo con ellos. La capa me mantiene a salvo.

Él sacudió la cabeza.

—Necesito que enseñes.

El Juglar dejó escapar un suspiro y miró a la chica.

—Hago lo que puedo.

—¿Y Hoya? —preguntó el Protegido cuando ambos se le unieron en la mesa.

—Crece con rapidez —repuso ella—. Ya tenemos casi dos veces más habitantes de los que había antes de que el flujo de personas comenzara el año pasado y siguen llegando a diario. Hemos planeado un pueblo nuevo para acomodar todo ese crecimiento, pero no podemos construirlo a ese ritmo.

El Protegido asintió.

—Podemos hacer que los Leñadores roturen más tierra y pongan en cultivo otra zona protegida.

—De todas maneras necesitamos también la madera —admitió la muchacha—. No hemos enviado un cargamento al duque Rhinebeck desde hace un año.

—Hemos tenido que reconstruir todo el pueblo —repuso el hombre tatuado.

Leesha se encogió de hombros.

—Quizá quieras explicarle tú eso al duque. Te ha mandado a otro Enviado, para que vayas a una audiencia. Te teme, a ti y a tus planes para Hoya.

El Protegido sacudió la cabeza.

—Yo no tengo plan alguno, más allá de conseguir asegurar Hoya frente a los abismales. Cuando eso esté hecho, seguiré mi camino.

—Pero ¿qué hay de la Gran Guerra contra los demonios? —preguntó Rojer—. Tienes que liderar a la gente.

—Oye tú, ¡que yo no soy ese magnífico Liberador! —gruñó el Protegido—. Esto no es ninguna fantasía del Canon de un Pastor y yo no he sido enviado por el Cielo para unir a la humanidad. Sólo soy Arlen Bales de Arroyo Tibbet, un chaval estúpido con más suerte de la que se merece, y en su mayor parte más mala que buena.

—Pero ¡no hay nadie más! —insistió el Juglar—, si tú no nos conduces a la guerra, ¿quién lo hará entonces?

El hombre tatuado se encogió de hombros.

—Ese no es mi problema. Yo no voy a liderar ninguna guerra. Todo lo que me interesa es que aquel que quiera luchar, pueda hacerlo. Una vez que hayamos eliminado ese obstáculo, me quitaré de en medio.

—Pero ¿por qué? —inquirió Rojer.

—Porque no cree que sea humano —aclaró Leesha, con el reproche implícito en el tono de su voz—. Cree que está tan contaminado por la magia abismal que es un peligro para nosotros tan grande como ellos, incluso aunque no haya ninguna prueba que lo confirme.

El hombre le dirigió una mirada irritada, que la muchacha le devolvió.

—Hay pruebas —afirmó él al final.

—¿Cuáles? —inquirió ella, con la voz más baja pero aún llena de escepticismo.

El Protegido miró a Rojer, que se encogió bajo el brillo desagradable de sus ojos.

—Lo que yo diga en esta cabaña ha de quedar entre nosotros —le advirtió—. Si oigo lo más mínimo en un cuento o una canción…

—Te lo juro por el sol que brilla. Ni una palabra —le respondió el Juglar alzando las manos.

El hombre tatuado lo miró y finalmente asintió. Bajó la mirada cuando comenzó a hablar.

—Me siento… mal cuando estoy en una zona bloqueada.

Los ojos del Juglar se abrieron de par en par y la muchacha contuvo el aliento mientras su mente se disparaba. Al final se obligó a sí misma a expulsar el aire. Había jurado encontrar una cura para el Protegido, o al menos estudiar detalladamente su condición y pensaba mantener ese voto. Él le había salvado la vida y la de todos en Hoya. Le debía eso y más.

—¿Cuáles son los síntomas? ¿Qué te pasa cuando pones el pie en una zona protegida?

—Hay… una especie de resistencia. Como si estuviera andando contra un fuerte viento. Noto cómo los grafos se calientan bajo mis pies, pero yo siento frío. Cuando cruzo el pueblo es como vadear aguas profundas. Disimulo y nadie parece notarlo, pero yo lo sé. —Se volvió hacia ella, con una mirada triste—. El bloqueo intenta expulsarme, Leesha, como haría con cualquier demonio. Sabe que ya no soy humano.

La muchacha sacudió la cabeza.

—Tonterías. El sifón del grafo simplemente intenta obtener algo de la magia que tú has absorbido.

—No es sólo eso —continuó él—. La Capa de Invisibilidad me marea, y las hojas de las armas protegidas siempre se caldean y aguzan a mi contacto. Temo que me estoy convirtiendo en algo más demoníaco cada día.

Ella extrajo uno de los viales de cristal protegido de un bolsillo de su delantal y se lo ofreció.

—Aplástalo.

El Protegido se encogió de hombros y lo apretó con toda la fuerza que pudo. Era más fuerte que diez hombres y por ello podía romper el cristal con facilidad, pero el vial resistió su presión.

—Cristal protegido —comentó él, examinándolo—. ¿Y ahora qué? Yo mismo te enseñé este truco.

—No estaba cargado hasta que lo has tocado —explicó ella y los ojos del Protegido se abrieron sorprendidos.

—Eso prueba lo que te estoy diciendo.

—Eso sólo prueba que debemos hacer más pruebas. He terminado de copiar tus tatuajes y los estoy estudiando. Creo que el siguiente paso es comenzar a experimentar con voluntarios.

—¡¿Qué?! —exclamaron al unísono ambos hombres.

—Puedo fabricar una tintura de hojas afectadas por el hongo que llamamos roya y que permanece en el cuerpo no más de dos semanas —explicó ella—. Llevaré a cabo pruebas controladas y evaluaré los resultados. Estoy convencida de que podemos…

—No, bajo ningún concepto —la contradijo Arlen—. Lo prohíbo.

—¿Qué tú lo prohíbes? —inquirió ella—. ¿Es que eres el Liberador, para dar órdenes a la gente? No me puedes prohibir nada, Arlen Bales de Arroyo Tibbet.

Él la miró con hostilidad y la chica se preguntó si no habría ido demasiado lejos. La espalda del hombre se arqueó como la de un gato amenazado y durante un momento temió que saltara sobre ella, pero Leesha no se arredró y le plantó cara. Al final, él se relajó.

—Por favor —le pidió Arlen, con el tono más suave—. No lo hagas.

—La gente va a imitarte. Jona ya está dibujando grafos en la gente con carboncillos.

—Dejará de hacerlo si yo se lo pido.

—Sólo porque él piensa que eres el Liberador —apuntó Rojer y se estremeció ante la mirada que le devolvió el Protegido.

—Eso no supone diferencia alguna —aclaró ella—. Es sólo cuestión de tiempo que tu leyenda haga que un tatuador venga a Hoya y entonces no habrá forma de pararlo. Mejor si experimentamos primero, de forma controlada.

—Por favor —insistió el hombre de nuevo—. No maldigas a nadie más con mi condición.

Leesha se le quedó mirando con la ironía retratada en las pupilas.

—Tú no estás maldito.

—¿No? —Se volvió hacia el Juglar—. ¿Tienes uno de esos cuchillos arrojadizos tuyos?

Rojer hizo un movimiento de muñeca y el cuchillo apareció en su mano. Lo giró con destreza y se lo ofreció al Protegido por la hoja, pero él sacudió la cabeza. Se puso en pie y se alejó unos pasos de la mesa.

—Lánzalo contra mí.

—¿Qué? —preguntó el joven.

—El cuchillo. Arrójamelo justo al corazón.

—No —le respondió Rojer negando con la cabeza.

—Te pasas el día arrojándoselos a todo el mundo —replicó él.

—Porque es un truco, pero no te voy a lanzar uno al corazón, ¿estás loco? Aunque puedas utilizar tu rapidez demoníaca para eludirlo…

El Protegido suspiró y se volvió hacia la mujer.

—Entonces, tú. Tírame algo…

Casi no había terminado la frase cuando ella agarró con rapidez una sartén de un gancho al lado del fuego y la lanzó.

Pero la sartén no llegó a su destino. El Protegido se transformó en una neblina y el artefacto la atravesó como si fuera humo. Luego la sartén chocó con un tintineo contra la pared y cayó al suelo. Ella jadeó por la sorpresa y el Juglar se quedó con la boca abierta.

La neblina tardó varios segundos en coagularse de nuevo y volver a formar el cuerpo del hombre tatuado. Él respiró profundamente después de solidificarse.

—He estado practicando. Disiparse es fácil, como si relajaras tus moléculas y las expandieras del mismo modo que el agua se expande en forma de vapor cuando hierve. No puedo hacerlo a la luz del día, pero de noche, puedo hacerlo a voluntad. Lo peor es recomponerse. Algunas veces me preocupa que si me disipo demasiado… simplemente, me arrastre el viento.

—Eso suena espantoso —comentó Rojer.

El Protegido asintió.

—Pero no es lo peor. Cuando me disipo, siento que el Abismo tira de mí. Y al amanecer, esa atracción es muy… insistente.

—Como aquel día en la carretera, con la luz anterior al alba —apuntó la mujer.

—¿Qué día? —preguntó el Juglar, pero ella apenas le oyó, mientras revivía en su mente aquella terrible mañana.

Tres días después de haber sufrido el ataque en el camino, el cuerpo de Leesha se había curado pero el dolor no se había amortiguado. Lo único en lo que podía pensar era en su útero y en lo que podría estar creciendo allí dentro. Bruna le había enseñado a preparar un té que podía expulsar la semilla de un hombre antes de que arraigara.

—¿Por qué iba yo a querer hacer algún día una cosa tan vil? —le había preguntado ella—. Hay muy pocos niños en el mundo.

Bruna la miró con expresión triste.

—Espero que nunca tengas que averiguarlo, niña.

Pero ella lo comprendió cuando los bandidos la abandonaron. Si hubiera tenido su bolsita de hierbas podría haber preparado el té tan pronto como se lavó el cuerpo, pero los hombres también se lo habían llevado. La decisión no estaba en sus manos. Para cuando llegara a Hoya, sería demasiado tarde.

Pero cuando recuperó la bolsita, también venía con ella la necesidad de elegir. El único ingrediente que faltaba era la raíz de opio y había visto alguna justo al lado del camino cuando salieron corriendo hacia una cueva para protegerse de la lluvia.

Incapaz de descansar, se había levantado antes de que amaneciera del todo mientras Rojer y el Protegido aún dormían y recogió a hurtadillas unos tallos de la hierba. Incluso entonces, no estaba segura de si sería capaz de beberse el té, aunque estaba dispuesta a hacer la infusión de todas formas.

El Protegido se le había acercado en ese momento y la había sorprendido, pero se obligó a sonreír y hablar con él. Divagó sobre plantas y demonios para distraerse de su verdadero propósito. A pesar de todo, los pensamientos giraban en su mente en el más absoluto caos.

Pero cuando ella le insultó sin intención de hacerlo, el dolor en sus ojos lo hizo salir de su interior. De repente, había visto algo del hombre que había sido en algún momento anterior. Un buen hombre, que había sido herido como ella, pero que había abrazado su dolor como si fuera un amante, en vez de dejarse vencer por él.

Ella sintió también ese dolor, que resonaba en el suyo propio, y todos aquellos pensamientos que giraban en su mente de pronto encajaron como los engranajes de un reloj y supo lo que tenía que hacer.

Momentos después, ella y Arlen yacían juntos sobre el barro, en un abrazo frenético nacido de la mutua desesperación, interrumpido de pronto cuando les atacó un demonio del bosque. El hombre que la acariciaba se desvaneció, para convertirse de nuevo en el Protegido y luchar para apartar al abismal de ella. Cuando el sol se alzó, ambos comenzaron a disiparse. Ella los miró aterrorizada mientras empezaban a hundirse en la tierra.

Pero cuando la neblina se separó de la tierra y ambos se solidificaron, el demonio se desvaneció al tocarle la luz del sol. Leesha se acercó entonces a Arlen, pero él la rechazó y ella le maldijo por ello. Atrapada como estaba en sus propios sentimientos, apenas le había dedicado un pensamiento a lo que le podía estar pasando a él.

Leesha sacudió la cabeza y regresó al presente.

—Lo siento mucho —le dijo al Protegido.

Él le restó importancia con un gesto de la mano.

—Tú no tomaste mis decisiones.

Rojer la miró, después a él y de nuevo a ella.

—Por el Creador, tu madre tenía razón. —Rojer se dio cuenta en ese momento. Ella comprendía que la noticia sería un golpe para él, pero no había nada que pudiera hacer. De alguna manera, estaba contenta de que el secreto hubiera dejado de serlo.

—No puede ser debido a los tatuajes —comentó Leesha, volviendo al tema que tenían entre manos—. No tiene sentido. —Volvió a mirar al Protegido—. Necesito tus grimorios. Todos ellos. Todo lo que aprendo de ti viene filtrado por tu propio aprendizaje y necesito el material original para comprender qué causa esto.

—No los tengo aquí —replicó él.

—Entonces iremos a por ellos. ¿Dónde están?

—Los más cercanos están en Angiers, aunque tengo otros en Lakton, y en el desierto de Krasia.

—Angiers nos viene bien —repuso ella—. Tengo asuntos pendientes con la señorita Jizell y a lo mejor tú puedes convencer al duque de que no vas detrás de su corona mientras estemos allí.

—Puede que sea de ayuda —añadió Rojer—, crecí en la corte de Rhinebeck, cuando Arrick era heraldo suyo. Visitaré el gremio de los Juglares a ver si puedo contratar algún profesor apropiado para mis aprendices.

—De acuerdo —concluyó el Protegido—. Saldremos con las primeras luces del alba.

Las amplias alas de los mimetizadores devoraban los kilómetros, pero el príncipe de los abismales odiaba la luz de la superficie y dos veces tuvieron que acogerse al Abismo para esperar a las horas más oscuras de la noche. Era la noche posterior a la luna nueva e incluso los efectos de la fina tajada que era el astro en ese momento eran excesivos para los ojos acostumbrados al Abismo del demonio. Cuando regresaron allí, no volvieron a alzarse de nuevo hasta que el maldito orbe ceroso se desvaneció y dio lugar a un nuevo ciclo completo.

La zona protegida de Hoya de Leñadores apareció a la vista, y su magia robada brillaba como un faro. El mentalista siseó ante su vista y su mente comenzó a pulsar para enviar la imagen hacia el sur, a miles de kilómetros de distancia en un instante, recibida como un eco por la mente de su hermano.

La réplica se produjo de forma casi inmediata y el cráneo del demonio reverberó con la frustración de su hermano.

El mimetizador aterrizó en silencio y el mentalista desmontó. Inmediatamente el demonio que había servido de montura se despojó de las alas, se convirtió en un ágil demonio del fuego y se precipitó hacia adelante para asegurarse de que el camino del príncipe de los abismales estuviera libre mientras se dirigía al pueblo.

La zona protegida era demasiado grande para anularla y también demasiado poderosa para que pudiera atravesarla un príncipe abismal. El demonio contempló cómo la magia acumulada reverberaba alrededor del pueblo, una barrera más sólida que la piedra. Intentó traspasarla con el pensamiento y los suaves nódulos de su cráneo enviaron unas pulsaciones para contactar con las mentes de los que estaban dentro, pero la concentración pura de magia bloqueó incluso la intrusión mental.

El demonio rodeó el pueblo y comprobó el terreno alrededor de las curvas y giros de los grafos. Era una fuerte defensa con pocos puntos débiles y los que había no eran fáciles de explotar. Los demonios esclavos salieron de entre los árboles, atraídos por la presencia del príncipe abismal, pero un pensamiento de él los envió lejos de nuevo.

Encontró un lugar donde dos hembras humanas permanecían al borde de los grafos, armadas con unos instrumentos primitivos. El demonio escuchó atentamente sus gruñidos y gañidos esperando una entonación particular que le señalara sus nombres. Pronto los descubrió y las hembras se abrazaron antes de separarse para caminar por el borde en direcciones diferentes, con las armas preparadas.

El mentalista corrió hacia la mayor de las dos y se situó en un punto aislado para esperarla. Antes de que llegaran a encontrarse, el príncipe abismal le hizo una señal al mimetizador y su sirviente se hinchó, y las escamas se derritieron y fueron reemplazadas por piel rosada y la envoltura exterior del ganado de la superficie.

El mimetizador se tiró al suelo en las sombras justo fuera del terreno bloqueado cuando la mujer se acercó. Gritó su nombre, una copia exacta de la voz de la más joven: «¡Mala!».

—¿Wonda? —gritó en respuesta la víctima que habían escogido. Ella miró a su alrededor en una búsqueda frenética, pero al no ver ningún demonio, corrió hacia donde se encontraba su amiga.

—¡Te acabo de dejar! ¿Cómo has llegado hasta aquí?

El mentalista saltó de detrás de un árbol y la mujer jadeó y alzó el arco. Los nódulos del cráneo del príncipe abismal latieron suavemente; la mujer se puso rígida y las manos bajaron el arma contra su voluntad. El mentalista se acercó a ella y la mujer le ofreció el proyectil que había querido lanzarle para que lo inspeccionara.

Los grafos del arma mostraban un gran poder; el mentalista podía sentir cómo tiraban de su propia y potente magia. Movió sus garras hacia ellos y se maravilló del brillo que comenzaron a emitir aun cuando su piel estaba todavía a muchos centímetros.

El príncipe demonio sondeó la mente de su víctima y filtró las imágenes y los recuerdos como si estuviera hurgando en un viejo baúl. Aprendió mucho, demasiado para ponerse en acción sin reflexionar sobre ello.

Faltaban aún horas para el amanecer, pero el cielo ya mostraba algo de luz. Más lejos, allá en el sur, percibió el asentimiento de su hermano. Ya habría tiempo de considerar el problema.

El mentalista contempló a la mujer. Podría borrarle el recuerdo de su encuentro y llevarla de regreso hacia la zona bloqueada, sin que llegara a saber nunca lo que había ocurrido, pero el contacto con la mente humana, bien alimentada y joven, espoleó su hambre.

Al sentir el deseo de su señor, el mimetizador envió un afilado tentáculo para segar la cabeza de la mujer. Recogió el trofeo y le abrió el cráneo con la garra para presentar la comida a su amo.

El príncipe abismal arrancó la dulce materia del interior y se dio un festín. La carne no era tan tierna como los sesos ignorantes de su ganado personal, pero había cierta satisfacción en cazar sobre la superficie, lo cual añadía placer al ágape.

El demonio miró a su mimetizador, que permanecía vigilante mientras el príncipe abismal disfrutaba de su comida. Tras un latido de su señor para dar su permiso, el mimetizador se hinchó, abrió unas fauces enormes, cubiertas de dientes, se deslizó hacia la mujer y se tragó el resto del cuerpo de una sola vez.

Cuando tanto el señor como el siervo estuvieron saciados, se disolvieron en la neblina para deslizarse de nuevo hacia el Abismo mientras el cielo se llenaba de luz.