Se quedó mirándome, como si en ese justo momento, tras oír mi propuesta, su pensamiento hubiese salido volando con rumbo a sus recuerdos más alejados, y sólo su cuerpo fuera el que se hubiese quedado allí, conmigo. Poco a poco, un suave movimiento de su cabeza fue dirigiendo su mirada hacia la calle, y yo continué sin quitarle el ojo de encima. Estoy totalmente seguro de que, durante todo el tiempo que permanecimos en silencio, ella no vio ni uno de los hombres, mujeres, niños, coches, taxis, autobuses que pasaron por delante de la ventana del Nuevo Derby. Los ojos de Mariña estaban perdidos en recuerdos lejanos, en un mundo al que, probablemente, ya había perdido el hábito de visitar. No sé cuánto tiempo estuvimos así. Segundos, minutos, años… Ni me importaba. Me había ofrecido para aquel viaje, así que ahora no sería yo quien echase el freno.

—Mi padre no podía ser la bestia de la que todos hablaban —dijo de repente, todavía con la mirada perdida en las luces de una calle por la que la noche comenzaba a bajar.