CONTRA EL ANTICRISTO

Aigues Mortes, verano de 1244

Los muros cuadrados de Aigues Mortes fueron plantados en la charca sin vida de los pantanos de la Camargue porque el rey Luis, en su tozudez devota, no quería apoyarse en Marsella, ciudad gravemente pecaminosa y por otra parte innegablemente imperial; también porque necesitaba urgentemente un puerto para organizar su cruzada. Como pensaba reunir allí a un ejército gigantesco tuvo la suficiente previsión, dejando en un segundo plano su propia e impaciente devoción, de contar con un posible retraso por parte de los vasallos suyos a quienes había llamado a participar en la santa cruzada. De modo que procedió a construir una ciudad completa, con sólidos edificios de piedra. En una de esas casas, tan parecidas entre sí, celebraba sesión un consorcio de dominicos que se habían puesto de acuerdo en formar lo que era a medias un tribunal de la Inquisición, a medias una avanzadilla del concilio papal. No parecía molestarlos en lo más mínimo que los cadalsos estuviesen instalados delante de sus ventanas ni tener siempre ante la vista las piernas bamboleantes de los ahorcados.

—Necesitamos material presentable para oponerlo al emperador germano —declaró Andrés de Longjumeau abriendo con tono solemne la seduta—. La voluntad papal de celebrar un concilio para destruir al emperador es algo sabido por todos los presentes, ¡pero lo mejor sería disponer de material vivo que pudiésemos presentar aquí, y que nos sirviera de testimonio de las iniquidades y fechorías del Anticristo!

Sus acompañantes formaban un círculo intencionalmente reducido, compuesto por su joven hermano Anselmo, llamado también fra'Ascelino, muchacho ambicioso cuya inteligencia era muy superior a la de su hermano mayor, que no pasaba de ser un pavo vanidoso; Mateo de París, cronista afamado que administraba también la documentación secreta de la curia y tenía acceso al oído del "cardenal gris", y finalmente otra persona que no formaba parte ni del ordo praedicatorum ni era conocido por los demás: Yves "el Bretón". Éste asistía en calidad de observador representando a la corona francesa, en cuyos dominios tenía lugar la reunión. Pero su puesto honorífico no le impidió abrir en seguida la boca ni hablarle al mayor de los Longjumeau con sarcasmo apenas disimulado.

—Inocencio acaba de refugiarse en Génova —dijo—, y vos ya estáis pensando en una reunión multitudinaria de cardenales. ¡Primero hay que nombrarlos y después tienen que estar dispuestos a atravesar las tierras del emperador y a cruzar el mar para exponer su piel en este mercado!

—Vuestro rey se muestra más benevolente que vos, Yves. Os digo que el concilio se celebrará, aunque tardemos en reunirlo un año, ¡y aunque sea en suelo francés!

—Sinceramente, dudo de que lo consigáis, monseñor, pero no quiero desanimaros —lanzó "el Bretón" una última puntilla.

Fra'Ascelino se sintió obligado a acudir en ayuda de su estupefacto hermano:

—Nosotros, el sabio hermano Mateo y un servidor, hemos desarrollado un programa provisional que vos, estimado hermano, siempre que cuente con vuestra aprobación, deberíais someter al Santo padre en cuanto llegue el momento propicio y se digne considerar la propuesta. Contiene los puntos y los datos del comportamiento durante un discurso del que los autores creen que obtendrá el éxito deseado y necesario.

Aquí calló y sonrió, invitando astutamente a Mateo a respaldar la propuesta común, porque sabía que Andrés jamás la aceptaría si venía sólo de la boca de su hermano menor. ¡Por principio!

—Puesto que nuestro escrito contiene también algunas propuestas que se refieren a los gestos y la mímica, y nadie fuera de vos, Andrés, es capaz de hacerle comprender todo esto al Santo padre, os ruego permiso para presentarlo a dos voces: Yo me encargaría del texto propiamente dicho y fra'Ascelino de los comentarios confidenciales… —acabó por decir Mateo después de haber mirado de soslayo a Yves, tras lo cual Andrés le dedicó un gesto indicativo de que no había inconveniente.

Intricata, en el Castel Sant' Angelo composita y cantata[131] por monjes, ¡y además con voces alternas! Será difícil de soportar —dijo Yves con aspereza—. Retornaré en cuanto se hable aquí de algo importante —y se retiró.

Andrés dio, bastante indignado, señal de iniciar la presentación. Mateo y Ascelino se pusieron de pie y depositaron sobre el pupitre unas hojas cubiertas de densa escritura.

—Empezaremos por disparar nuestras armas pesadas —dijo Mateo a modo de introducción—, puesto que los reyes de Inglaterra y de Francia enviarán a sus observadores y os habréis dado cuenta de que éstos no son de ningún modo afectos a nuestra causa. Además, el emperador estará representado por su mejor jurista, juez de su tribunal supremo. El ambiente nos será adverso, y no está ni mucho menos decidido que el emperador germano sea condenado, pues algunos de nuestros prelados podrían vacilar; hemos de prevenir que se vean engañados por falsas afirmaciones de buena voluntad y por el ofrecimiento de soluciones pacíficas.

—Imaginemos la entrada de los asistentes con ropaje festivo —declamó Ascelino a continuación, esforzándose por responder a la gravedad de la situación—. La sesión se iniciará con una invocación solemne del Espíritu Santo; después se insistirá en la oración común para ponernos a tono, seguida por un silencio prolongado para entregarnos a la meditación. ¡El sermón no debe iniciarse ni demasiado pronto ni con excesivo apresuramiento!

Volvió a tomar Mateo la palabra:

—El tema será: "¡Todos cuantos recorréis este difícil camino, prestad atención y ved si hay un dolor tan intenso como el mío!"

—¡Las lamentaciones de Jeremías! —comentó Ascelino—. ¡Primeros sollozos, aún reprimidos!

—Exposición del tema —prosiguió Mateo, quien disponía de un órgano sonoro y agradable—: su Santidad compara su dolor con las cinco llagas del Crucificado. Primer dolor: "el que le infligen los inhumanos tártaros, empeñados en destruir a la Cristiandad."

—¡Aflicción conmovedora! —sonó la voz clara de Ascelino—. ¡Es de suponer que hallará un amplio consenso!

—Segundo dolor: "el causado por el cisma de la Iglesia griega ortodoxa que, contra todo derecho y razón, se ha separado y apartado del regazo de su madre, como si ésta fuese más bien su madrastra."

—Profundo pesar —intervino Ascelino—. ¡Sufrimiento soportado con paciencia!

—Tercer dolor: "la lacra de diversas sectas heréticas que se extienden como manchas en varios lugares de la Cristiandad, muy especialmente en Lombardía."

—¡Indignación naciente, aún refrenada! —susurró Ascelino con aire de conspirador—. ¡Cunde el nerviosismo!

—Cuarto dolor: "el causado en Tierra Santa, donde los jorezmos infames han destruido la ciudad de Jerusalén, haciendo correr torrentes de sangre cristiana…"

Mateo se vio interrumpido por Yves, que abrió la puerta con evidente satisfacción de poder molestar.

—¡Vuestro eficaz hermano Vito de Viterbo acaba de apresar a dos gitanos que afirman haber visto unos niños huidos! —Y empujó hacia la estancia a Vito quien, a su vez, arrastraba atados con cuerdas a dos pobres gitanos. Los tres venían cubiertos de fango, como si hubiesen estado revolcándose en los pantanos de la Camargue. Yves se detuvo indeciso en la puerta y miró hacia atrás, hacia el cadalso, como buscando una soga disponible, lo que hizo que se le escapara la rápida mirada con que Ascelino conminó a Vito a que guardase silencio e indicó también a su hermano Andrés que se abstuviera de todo comentario.

Para ir más seguro, el propio Vito expuso la situación:

—Esta gente acogió a los fugitivos. Eran tres caballeros de la Orden de los templarios…

—¡Pero si eso ya lo sabemos, querido Vito! —Ascelino se apresuró a interrumpirlo.

—Lo que no sabéis —opuso Vito ofendido en su orgullo de cazador— es que dos de ellos hablaron en árabe con dos "asesinos" que se hallaban en los alrededores.

Yves intervino en tono burlón:

—¡Esos dos ismaelitas han regresado ya a su país, cargados con ricos presentes de parte de nuestro rey!

—¿O sea, que puedo soltar a estos dos gitanos? —gruñó Vito, aunque no daba señal de querer desatar las cuerdas que sujetaban a los presos.

—No —respondió Yves con sequedad—. ¡Cualquier participación en una conspiración para asesinar al rey significa alta traición! ¡Están condenados a morir en la horca!

Los dos gitanos no entendían probablemente el francés, pues no se sobresaltaron. Pero Vito sí se rebeló:

—¡No han hecho nada ni sabían nada!

—La ignorancia no los exime —contestó con frialdad "el Bretón"—. ¿No querréis oponeros a la ley?

—¡No deberíais hablar así, Yves! —A Vito se le encendió la frente de rabia ante su impotencia—. ¿No os recibió el mismo rey con los brazos abiertos en lugar de entregaros al verdugo?

—¿Acaso soy yo el rey? —se mofó Yves, y empujó a los dos gitanos fuera de la habitación—. ¿De qué niños huidos se trata, por cierto? —y al formular la pregunta se volvió una vez más hacia atrás.

Fra'Ascelino ironizó con rapidez:

—No tiene importancia: son consecuencia de un desliz ocurrido en la familia de los Capoccio.

Las risas que siguieron a esta observación, aunque Vito no se vio capaz de participar en ellas, convencieron a "el Bretón" de que el asunto carecía de interés, y se marchó. Poco después pudieron contemplar a través de la ventana cómo el preboste colocaba las cuerdas en torno al cuello de aquellos desgraciados.

—¿Dónde habíamos quedado? —refunfuñó Andrés de Longjumeau.

—En los torrentes de sangre cristiana vertida —volvió a retomar Mateo el hilo—, Tierra Santa destruida y mancillada.

Y Ascelino añadió:

—Emoción que va creciendo en violencia, ¡a ser posible interrumpida por sollozos! Hacia el final podría repetirse alguna que otra exclamación como: "¡pobre y santa ciudad de Jerusalén!", proferida con una voz ahogada por las lágrimas, y después una pausa: un silencio que sirve para ponderar el gran sufrimiento…

Delante de las ventanas se inició en ese mismo instante un lamentable griterío. Algunas mujeres gitanas habían empujado a un lado a los guardias y rodeaban el cadalso con sus hijos colgados del pecho y de las manos. El griterío se convirtió en lloros y lamentaciones. Dos parejas de piernas se sacudieron unos momentos y quedaron después rígidas y colgadas como ramas secas que ya sólo mueve el viento de otoño.

Ascelino prosiguió:

—Hasta los partidarios más recalcitrantes del emperador deben preguntarse: "¿Cómo es posible que suceda esto?" Y después se iniciará en voz baja la respuesta…

Hizo un gesto de invitación a Mateo, quien había estado observando, pensativo, el bamboleo delante de la ventana.

—Pero el quinto y más profundo de los dolores es el siguiente: "por culpa del príncipe…"

—¡Nada de pronunciar nombres! —le recordó Ascelino:

—"… el príncipe que podría haber evitado este desastre…"

—En el aire quedará flotando, sin ser pronunciada, la observación: ¡Pero no interviene! ¿Por qué?

—… a pesar de ostentar el título de soberano máximo de este mundo, emperador sobre todos los reyes…"

—¡Eso no les va a gustar a los ingleses, y menos aún a los franceses! —comentó Ascelino con suavidad, casi disculpándose ante Mateo por las continuas interrupciones, pero éste se limitó a sonreír condescendiente:

—"¡… un emperador que debería actuar como protector de la Iglesia de Cristo, pero que en realidad se ha convertido en su enemigo más encarnizado; que persigue con crueldad a sus fieles servidores; que los entrega en secreto a los enemigos que hemos mencionado, favoreciendo a éstos en todo, haciendo causa común con ellos con toda desvergüenza y procurando día y noche la perdición de la Iglesia católica, nuestra santísima madre!"

—En este punto, el Santo padre —intervino Ascelino excitado—, no podrá seguir adelante, dominado por el dolor y la tristeza: ¡llorar! ¡llorar! Una oleada de compasión debe caer sobre el concilio y transformarse en fuente de ardientes lágrimas de amargura. El Papa no debe ceder; conviene que alguien lo apoye, pues el dolor lo abatirá de tanto sollozar; a ser posible caerá a tierra y permanecerá allí en oración muda, interrumpida sólo por los sollozos y las lágrimas, hasta que todos los prelados que piensen y sientan como el Santo padre hagan lo mismo y sus oponentes no se atrevan a abrir la boca.

—¡Buen trabajo, Mateo! —lo elogió Andrés—. ¿Esto es lo que os enseñan en San Albano[132]? —El interpelado sonrió con humildad y señaló reconocido al joven dominico que parecía agotado por la representación teatral realizada—. No obstante, mucho depende del arte oratorio del Santo padre. Con estas sencillas indicaciones pretendemos apoyar su glorioso talento exhibicionista para representar convenientemente la imagen del hombre dolorido, con el fin de que el frente de los defensores de Satán se tambalee primero, para después caer destrozado.

En este momento Vito, que había seguido con alguna dificultad la representación alterna de los dos frailes sin abandonar su expresión taciturna y ceñuda, pidió a su vez la palabra:

—¡Aún sería mejor añadir algo más, como colgarle al emperador la culpa de tener unos bastardos herejes! ¡Hay gente que le perdona sus amoríos y el hecho de que tenga casi un harén, pero el haber engendrado una mezcla de sangre real y sangre hereje provocaría el rechazo hasta de sus reales primos!

—¡Bien pensado, Vito de Viterbo! —respondió Andrés de Longjumeau—. Ésa será tu contribución a la derrota del Anticristo. Pero con la condición de que consigas traer a esos críos a tiempo para presentarlos al concilio, acompañados además de sus madres, ¡que deben confesar haber sido amantes pecadoras del emperador!

Los hijos del Grial
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