XACBERT DE BARBERÁ
Occitania, verano de 1244
Nuestro pequeño grupo siguió adelante, en dirección este, en lugar de girar hacia abajo, a la costa. Crean de Bourivan temía que los puertos cercanos estuviesen vigilados, aunque los templarios hubiesen conseguido hacer prosperar el rumor de que los huidos del Montségur habían escapado cruzando las alturas de los Pirineos.
El camino emprendido a través del Rosellón era por lo demás también dificultoso. Los faidits tuvieron que descender muchas veces de sus caballerías y arrastrar el carro en el que viajaban William y los infantes. Las sendas pedregosas serpenteaban a lo largo de escarpadas lomas de montaña, aunque esto ofrecía la ventaja de poder observar cuanto se movía en los valles, renunciando en cambio a la posibilidad de ocultarse ante un enemigo que viniese de frente. Así pudo suceder que, detrás de una vuelta rocosa, se encontraran de repente con unos caballeros enfundados en ricas armaduras. Sigbert y Constancio blandieron sus espadas y acercaron sus caballos al carro. Pero los faidits estallaron en júbilo a la vista de los extraños y agitaron sus armas a modo de saludo:
—Lion de combat! —gritaron—. ¡Amigo y protector! —Del grupo de caballeros se separó una figura barbuda de aspecto salvaje que se acercó a todo galope al carro y a sus acompañantes.
Crean tiró de las riendas de su caballo, pero siguió sujetando la lanza en posición de ataque.
—¡Nobles señores! —exclamó el barbudo—. ¡No temáis! ¡Sólo queríamos asegurarnos de que los hijos del Grial no pasaran de largo ante el castillo de Quéribus sin haber gozado de la hospitalidad de Xacbert de Barberá[77].
Y sin esperar otra respuesta la comitiva se puso de nuevo en marcha con los caballeros desconocidos en cabeza.
Aunque el dueño del castillo pareciera apreciar tanto la presencia de los infantes como para presentarles sus respetos, el comportamiento que mostró después no daba muestra de ello. Apenas había conseguido Xacbert que sus sorprendidos huéspedes cruzaran bajo los altos muros de su castillo cuando ya se aprestó a conducir a Sigbert, Crean y Constancio hacia la bodega que guardaba el poderoso donjon[24] o torreón central con el fin de hacerles gustar sus maravillosos vinos. En lo que respecta a los demás, los faidits, William y los niños, se limitó a dar a sus criados unas breves órdenes para que fueran atendidos.
Tuvo que ser el fraile quien insistiera en la preparación de un baño para sus pequeños protegidos, que llevaban diez días de viaje. Mientras se cumplían los preparativos quedó solo con los infantes.
Xacbert invitó a los caballeros a sentarse en torno a la mesa y en seguida acudieron los escanciadores con jarras para llenar las copas.
—¡Por el santo Grial y sus herederos! —exclamó el señor del castillo. Bebió y se pasó la mano por la barba florida para limpiarla de los restos de vino. Sólo Sigbert pudo mantener el mismo ritmo de bebida, mientras que Constancio apenas la probaba e incluso ni se sentó, a la vez que Crean rechazaba con cortesía, aunque con decisión, tomar cualquier trago.
—No quería ofenderos, Bourivan —rezongó Xacbert sin enfado—. Sigo viendo en vos a un hijo de Occitania y se me olvida que habéis elegido otra vía.
Crean sonrió.
—El muchacho indómito que luchó a vuestro lado, Xacbert, por la libertad de su país, hace tiempo que se ha convertido a una vida ascética…
—… no obstante, ¡su cuerpo lo arrastra muchas veces por otros caminos! —tomó Constancio la palabra—. Aunque en este momento debe sentir lo mismo que yo: más que bañar nuestras gargantas precisamos de líquido para limpiar el cuerpo; un baño de agua caliente nos vendría en este momento mejor que el vino más fresco.
Xacbert parecía ligeramente ofendido por dicha propuesta, que estaba a punto de estropear su festín. No obstante, dio instrucciones inmediatas para que prepararan la sala de baños.
—¡Tendréis agua y tendréis vino! —les insistió con un gruñido.
—Os agradezco las molestias que os tomáis por nosotros, que somos unos extraños para vos. —Constancio no se dejaba confundir y añadió con malicia—: Todos sabemos poco unos de otros, ni siquiera por qué caminos hemos venido a encontrarnos aquí.
—Nosotros somos caballeros al servicio de una Orden invisible —le sermoneó Sigbert elevando su copa hacia Xacbert—, y obedecemos sin formular preguntas.
Crean se mantenía callado y apartado, pero Constancio no sentía inclinación a reprimir su curiosidad.
—No os voy a preguntar por el misterio del santo Grial —dijo, y tomó un trago largo intentando que Xacbert y Sigbert se sintieran reconciliados con él—, pero tal vez podríais informarnos un poco acerca del círculo de personas que respaldan esa leyenda, que a su vez…
—¿Leyenda? ¡La familia del Grial no es un invento! —le interrumpió bruscamente el dueño del castillo—. Los nobles Trencavel eran hombres y mujeres de sangre y hueso, a los que incluso he conocido.
—¡Contadnos! —dijo Sigbert, a la vez que solicitaba que volviesen a llenarle la copa—. Nuestro Wolfram von Eschenbach[78] nos legó el canto de aquel que "corta por en medio", el ingenuo Parsifal…
—No era precisamente un tonto —se indignó Xacbert—; al revés, más bien era demasiado bueno para este mundo. —El señor de Quéribus respondía al reclamo, como buen cronista que era, y aún más al ver que también Crean se acercaba—. Los vizcondes de Carcasona, muy emparentados y unidos a la casa de Occitania, eran vasallos del rey de Aragón. Sabréis que también yo serví a don Jaime el Conquistador…
—¡Estuvisteis en la conquista de Mallorca! —lo alabó Crean, y Xacbert prosiguió a velas desplegadas:
—Aquello ya fue hacia el final. —Tomó un largo trago y prosiguió—: Al principio estuvimos en la cruzada de Simón de Montfort[81]. El bueno de Trencavel[79], Roger-Ramón II, a quien vosotros, los alemanes, llamáis "Parsifal"[80], defendía Carcasona. Esa vieja fortaleza de los godos, que incluso había conseguido resistirse a Carlomagno, parecía inconquistable. Estaba repleta de refugiados cátaros, a cuya entrega se negó el buen vizconde. Entonces el legado del Papa le ofreció negociaciones.
"Un joven templario, Gavin Montbard de Betfaune, le aseguró que tendría libre escolta, pero la palabra dada no fue cumplida: el noble Trencavel fue hecho prisionero, encarcelado y muerto. La ayuda del rey de Aragón llegó demasiado tarde y acabó mal. Los franceses se hicieron con el dominio del país, convirtieron a Occitania[82] en provincia y los «puros» fueron condenados al exilio.
Los criados anunciaron que el baño estaba preparado. Xacbert estaba de muy buen humor, cogió su copa y pidió a sus huéspedes y a los escanciadores que lo siguieran con las jarras llenas. Atravesando escaleras y pasillos llegaron hasta la sala de baños, instalada en una cueva abierta en la roca, donde un gran barreño los esperaba despidiendo vapor. Allí se despojaron de las ropas.
El señor del castillo se dirigió a Sigbert:
—¡Espero que el señor de Bourivan, tan abstemio él, no se beba el agua, porque nos obligaría a bañarnos en el zumo de las uvas!
Todos rieron, y los huéspedes se introdujeron en el agua caliente, donde Crean ya los esperaba sentado.
—Sé dominarme perfectamente —respondió éste con gran complacencia—, y después de esta advertencia lo sabré aún mejor. Supongo que hace mucho tiempo que no pisáis vos mismo el vino, Xacbert, puesto que se os ha olvidado lo pegajoso que es.
—En efecto, para los pies puede que sea mejor el agua —intervino Sigbert—, pero para beber preferiré siempre el vino. Alcanzad—me la copa, joven emir —dijo a Constancio—, y hacednos el honor de beber también: ¡las leyes del Corán aún no han llegado hasta Quéribus!
El interpelado se agachó junto a ellos.
—Os engañáis, buen señor. No lejos de aquí fue donde Roldán tocó en su día el olifante. —Pero sonreía.
De modo que sólo Crean siguió resistiendo cuando los escanciadores llenaron nuevamente las copas. Algunas mozas se acercaron al borde del barreño y empezaron a frotar con cepillos y paños de grueso lino la espalda a los caballeros, rodándolos después con cubos de agua limpia.
—Tras la caída de Carcasona —prosiguió Xacbert su relato —me retiré por primera vez más allá de los Pirineos y guerreé con don Jaime contra los infieles; perdonad, señor, este adjetivo —dijo volviéndose hacia Constancio—, tras lo cual el señor Papa tuvo a bien levantarle la excomunión al pertinaz hereje Xacbert —de nuevo resonó su estruendosa risa de guerrero—. Una vez de regreso en mi Languedoc natal formé, junto con Oliver de Termes[84], en el séquito del hijo de Trencavel, Ramón-Roger III[83], e intentamos reconquistar Carcasona. El joven vizconde halló allí la muerte, Oliver se sometió a Luis, y yo me retiré a este castillo. Desde entonces se considera que la estirpe de los Trencavel está extinguida, pero desde hace bastante tiempo hay murmuraciones entre los faidits de que en el Montségur estaban criando a dos infantes continuadores de la familia. El hecho de que se os haya enviado a vosotros, nobles señores, a su rescate, me permite esperar que viviré algún día para ver…
—¿Y hasta entonces creéis poder resistir en Quéribus? —preguntó Sigbert después de tomar un profundo trago. Y, sosteniendo la copa vacía en una mano, se puso a chapotear en el agua del baño—. Éste es el último refugio de los "puros" en el mar de Francia.
—¡Eso a mí no me incomoda! ¡La roca de Quéribus seguirá siendo tierra de Languedoc hasta el final!
Levantó su copa y brindó por su destino a la vez que miraba desafiante a Crean:
—¡La misma postura que mantuvo el señor Lionel de Belgrave, donde os enseñaron a vos a utilizar la espada!
—Belgrave es ahora una ruina a quien nadie nombra —observó Crean en un tono lleno de sarcasmo—; lo único que queda es un bueno vino para recordar aquella estirpe gloriosa.
—¡Así pues, bebamos al menos por los viejos tiempos! —exclamó Xacbert—. Recordemos cómo le abollamos el yelmo al de Montfort ante Tolosa: E venc tot dreit la peira lai on era mestiers / E feric lo comte sobre l'elm, qu'es d'acers… —rompió a cantar el barbudo luchador. Crean, que conocía la canço[85], lo acompañó:
—Que'ls olhs e las cervelas e'ls caichals estremiers, / E'lfront e las maichelas li partie a certiers, / E'l coms cazee en terra mortz e sagnens e niers!
Elevaron sus copas y bebieron.