16. Aníbal redivivus
Esbozar la pervivencia de Aníbal en el curso de la historia, analizar su influencia y documentar su presencia a través de los siglos es un tema amplísimo que por ello tiene que quedar forzosamente al margen de la presente biografía, dedicada al estudio de su paso por la historia y no a la recepción de su imagen en posteriores épocas. A pesar de ello y a modo de epílogo, resaltaremos unos pocos puntos que puedan servir de orientación para diseñar a grandes trazos algunas de las múltiples repercusiones de tan fascinante personalidad.
Aníbal ha permanecido en la memoria colectiva de la posteridad como pocas figuras de la Antigüedad. Casi ningún protagonista de hechos memorables, de los que la Antigüedad tiene abundante constancia, se le puede igualar. Sus proyectos y acciones fueron demasiado renombrados y audaces como para ser olvidados sin más. El valor y la decisión de Aníbal a la hora de desafiar al estado más poderoso del mundo por aquel entonces, o sus acciones espectaculares cuando puso a Roma entre la espada y la pared, mantuvieron vivo el interés por su persona más allá de los siglos.
Su sueño de un proyecto alternativo a la realidad representada por Roma, aparte de su fascinación, no puede, por otra parte, ocultar sus repercusiones negativas: las horripilantes consecuencias de su larguísima lucha, las innumerables vidas que costó o el gran número de países y pueblos a los que afectó. Todos estos datos, aunque sólo sean nombrados más bien de forma marginal, también forman parte intrínseca del paso de Aníbal por la historia y de la sangrienta huella que dejó.
Es interesante constatar que mientras que, con el transcurso del tiempo, el recuerdo de su ciudad natal, Cartago, cae progresivamente en el olvido, el recuerdo de Aníbal permanece intacto. Eso no quiere decir que la percepción y evaluación de su papel histórico no sufriera oscilaciones. Sucede todo lo contrario. No llega a desarrollarse una sola imagen de Aníbal sino varias y a veces diferentes entre sí. Esta óptica es, como podremos percibir, el resultado de interpolaciones posteriores. Cada época va añadiendo su dosis peculiar de contemporaneidad, sus determinadas características específicas a la propia interpretación de Aníbal. Así por ejemplo, se genera la clásica y popular visión patriótica romana de Aníbal condensada en la obra histórica de Tito Livio, y en el poema épico de Silio Itálico, de acuerdo con el movimiento renovador del «nacionalismo romano» estimulado por el mismo emperador Augusto, que acentúa los rasgos negativos «púnicos» del singular personaje para servir de contraste a la rectitud del carácter romano.
En la medida en la que las antiguas provincias periféricas de la república romana, entre las que se incluye el norte de África, se adhieren a su dominio, llegando a convertirse en parte integrante y neurálgica de la nueva Roma imperial, se debilita la imagen predominante generada bajo la influencia de la perspectiva italo-romana de la época de Augusto.
Aníbal pasa de ser un típico representante de la comunidad púnica cargado de epítetos peyorativos referentes a la crueldad, la codicia y la avidez a convertirse en un inequívo
Aurelio Victor, reconocido historiador del siglo IV, se sirve de las hazañas de Aníbal para alabar, mediante la exaltación del estratega púnico, el comportamiento del emperador Probo. Isidoro de Sevilla es el último gran autor de las postrimerías de la Antigüedad o de principios de la Edad Media (siglo VII) que cita a Aníbal. Los próximos siete siglos constituyen una laguna respecto a la figura de Aníbal. Será en plena Edad Media tardía y de modo especial durante el Renacimiento cuando se volverá a recuperar la dimensión histórica de nuestro personaje.
En pleno siglo XVI, época dorada de las letras valencianas, Antoni Canals redacta un libro dedicado a Aníbal y Escipión, protagonizando con ello una de las más significativas actualizaciones del tema en la Edad Media.
Las artes plásticas de comienzos de la época moderna recuperan a Aníbal, que ya está presente en numerosas miniaturas e ilustraciones bibliófilas de fines de la Edad Media. Por citar un solo ejemplo queremos resaltar la conocida litografía flamenca del siglo XV depositada en la biblioteca de la Universidad de Gante que trae a colación, según el gusto de la época, el episodio del suicidio de Aníbal.
Las hazañas más conocidas de su biografía son insistentemente puestas de relieve una y otra vez mediante múltiples variaciones: la travesía de los Alpes, las batallas de Cannas y de Zama (sobre este tema poseemos un hermoso tapiz del siglo XVI en el Palacio Real de Madrid), así como un sinfín de episodios dramáticos de su propia vida (Aníbal jurando odio eterno a Roma, etcétera) y de las emblemáticas personas cuya biografía se cruza con la de Aníbal, tales como Masinisa, Sofonisba y de forma muy especial Escipión. A este último le dedica Tiépolo (1743) un expresivo cuadro, representándolo como símbolo de la virtud al aludir a la continencia de Escipión después de la toma de Cartagena. La actualidad de un sinfín de episodios anibalianos queda constatada por la creación del pintor valenciano Ramón Roig Segarra, quien, inspirado por la imagen de Aníbal frente al itinerante ejército cartaginés, nos ofrece una perspectiva contemporánea del personaje (1999). Un siglo antes (1868), el afamado artista Francisco Domingo Marqués ejecuta un excelente óleo titulado El último día de Sagunto, patética exaltación del nacionalismo valenciano.
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A partir del siglo XVI, y con incipiente intensidad a partir del XVII, abundan las alusiones a Aníbal en la literatura inglesa (T. Nabbes, Hannibal and Scipio, 1635; N. Lee, Sophonisba or Hannibal's Overthrow, 1676), italiana (L. Scevola Annibale in Bitinia, 1805) y francesa. Thomas Corneille, (1669), hermano del famoso Pierre Corneille y C. P. de Marivaux (1723) lo llevan al teatro mediante unos famosos dramas que siguen siendo representados hasta nuestros días. Durante el siglo XIX, y en concordancia con la devoción que suscita en los románticos el mundo de los héroes y figuras clásicas, la literatura alemana se abre al tema y dedica a Aníbal especial atención, siendo sus más significativas aportaciones el drama de Christian D. Grabbe (1834) y la novela del escritor austriaco Franz Grillparzer (1835). Pero no sólo el mundo de las letras y del arte plástico, también el de la música se hace eco de nuestro personaje. Merece ser citada aquí la ópera de A. S. Sografi y A. Salieri Annibale in Capua (1801) y la no menos interesante adaptación de L. Rice¡ Annibale in Torino (1830).
Napoleón mostró siempre una alta consideración a Aníbal, en quien vio una especie de personaje modelo. Procura anularle en sus campañas italianas. En el famoso retrato ecuestre de David, Bonaparte franchissant les Alpes, del año 1801 pueden reconocerse los nombres de Aníbal y de Carlomagno. Los dos personajes históricos son sinónimos del programa que quiere realizar el Gran Corso. Durante su exilio en la isla de Santa Elena, Napoleón redactará una apasionada y entusiasta toma de partido a favor de quien considera el más insigne estratega de la Antigüedad.
La definitiva entrada de Aníbal en la conciencia del presente será facilitada merced al gran número de obras de literatura histórica que desde del siglo XIX hasta nuestros días tratan sobre él. Gustave Flaubert desempeñará un papel importante en la reavivación del interés por Aníbal mediante su novela Salambô, para cuya protagonista, una hermana de Aníbal, Flaubert inventa un nombre lleno de fantasía que, dando título a su novela, le catapultará a la fama internacional.
La influencia que ejerce Flaubert sobre una cantidad de autores decimonónicos es enorme. Citemos en este contexto la novela Sónnica la cortesana que Vicente Blasco Ibáñez dedica a Aníbal (1900), donde se esboza un relato pletórico de pasión y color para diseñar patéticamente el panorama del asedio de Sagunto.
La sociedad europea de los salones de la Belle-Époque reconoce en la imagen flauberiana de Cartago sus propias ideas de lo que cree que es el Oriente. Durante su trabajo en Salambô Flaubert llegará a confesar: «Me embriago de Antigüedad, como otros lo hacen con vino». Aquí se presenta Cartago como un gabinete de rarezas lleno de enigmas y amenazas, tétrico y misterioso. Las personas que actúan en ese mundo ficticio están rodeadas de un velo de realidad mística. Los rasgos característicos de este escenario, que poco tiene que ver con la realidad histórica, han quedado vivos en la memoria colectiva hasta nuestros días. Muestra de ello son las novelas más recientes sobre Aníbal (Gisbert Haefs: Aníbal, 1989; Ross Leckie: Yo, Aníbal, 1995), que no renuncian a la mezcla de exotismo y violencia, así como tampoco a la utilización de todos los lugares comunes pensables e impensables para proporcionar una serie de efectos drásticos a los lectores.
Precisamente por esta razón es aún más importante centrarse en las estrictas normas de la investigación histórica sobre Aníbal y sobre Cartago. En las obras monumentales de Otto Meltzer, Historia de los cartagineses (3 vols.), Berlín, 1879-1913, o de Stéphane Gsell, Historia Antigua del África del Norte (8 vols.), París, 1920-1928, por mencionar sólo algunos de los trabajos pioneros, se esbozan las bases de una imagen objetiva de la época y del fascinante personaje que la protagoniza. Esta tarea, continuada hasta nuestros días y que ha generado un interés ininterrumpido por el tema, queda plasmada en múltiples aportaciones científicas entre las cuales podemos destacar los trabajos de José María Blázquez Martínez, Karl Christ y más recientemente Serge Lancel (véase bibliografía). Y si para algo aprovecha prestar atención a la historia es porque, y en este punto coincidimos la mayoría: nuestro futuro precisa del pasado, que aunque no pueda ser utilizado como un manual para la solución de los más acuciantes retos del presente, sí puede servir por lo menos para evitar cometer siempre los mismos errores.