14. Una nueva faceta: estadista en Cartago
Nuestros conocimientos sobré la última etapa dé la vida dé Aníbal son deficientes, especialmente si los comparamos con la excelentemente bien documentada época anterior. Mientras él estratega cartaginés desafía a Roma protagonizando una serie de situaciones plenas de dramatismo y significado político, puede estar seguro de acaparar la atención de la historiografía antigua, la cual nos relata los capítulos más transcendentes de su lucha contra Roma poniendo especial empeño en describir minuciosamente las gestas militares. Cuando finaliza la segunda guerra púnica, la biografía de Aníbal adquiere un valor periférico para la política romana. Sus respectivas trayectorias discurren por sendas distantes, y éste es él principal motivo qué explica el escaso interés que ésta fase de la biografía de Aníbal suscita en los autores antiguos. De ésta situación se resiente, ante todo, el primer quinquenio dé la posguerra (200-195 a.C.).
Por estas fechas, Aníbal se convierte en un factor básico de la política interior cartaginesa. Su imagen, hasta entonces determinada por un acentuado carácter militar, cambia sus parámetros de referencia y percepción. Lo veremos a partir de ahora moviéndose en el escenario político de Cartago, como estadista y magistrado civil. Aparece plenamente ocupado en reformar el sistema dé gobierno interno de su ciudad, así como dedicado a remediar las graves consecuencias que comportaba la pérdida de la guerra para la sociedad cartaginesa.
Hacía decenios que Aníbal no había pisado el suelo de Cartago. Es de suponer que habría preferido regresar a su casa en circunstancias menos adversas a las actuales. Sus hermanos Asdrúbal y Magón, qué le habían acompañado a Hispania (237 a.C.) siendo aún niños y se habían convertido después en sus más fieles lugartenientes, habían muerto en el transcurso dé la guerra. Sobre el paradero de sus hermanas nada se puede decir con certeza. Posiblemente, Aníbal encuentra Cartago bastante cambiada. Pocas cosas debían mantenerse tal como las recordaba Aníbal al remontarse a sus tiempos de infancia pasados allí. Sin embargo, confía en recibir apoyo de sus partidarios, familiares y amigos del clan bárquida.
Son muy pocas las informaciones que poseemos sobre el entorno privado en ésta fase de su vida, vinculada estrechamente a su ciudad natal. La principal cuestión del momento era saber cómo reaccionaría la opinión pública dé Cartago al enterarse de su retorno. ¿Cómo sería recibido? ¿Le recriminarían la capitulación de Cartago frente a Roma? ¿Cuán grande era aún su prestigio entré la ciudadanía cartaginesa? ¿Le esperaban sanciones?
Pensemos qué Aníbal podía ser considerado como responsable de las grandes pérdidas humanas, materiales y territoriales que la derrota dé su ejército causó a la sociedad púnica. También había sido él quién había aconsejado aceptar la propuesta de paz romana que de tan absorbente modo amenazaba hipotecar él futuro de Cartago.
Por otra parte, nadie olvida la gloria de sus hazañas, esas incontables derrotas y humillaciones que infligió a Roma, año tras año, recuerdo que, aunque pertenece al pasado, sirve de consuelo en los tristes momentos actuales, en los que Roma ejerce un abrumador dominio sobre los destinos de Cartago. Para muchos contemporáneos, Aníbal sigue siendo un ídolo, una prueba viviente de lo que los cartagineses son capaces de realizar. Quizás Aníbal sea considerado por una gran parte de sus compatriotas como la única esperanza para mejorar las tristes perspectivas de futuro que se perfilan en el horizonte político de Cartago.
La imperante obligación de satisfacer los pagos de los tributos adeudados a Roma en concepto de reparaciones de guerra condiciona de forma determinante la política cartaginesa. Rehacer la economía púnica, colapsada por la prolongadísima duración del conflicto y la pérdida de las posesiones de ultramar, es la necesidad más acuciarte. Pero recomponer el deteriorado sistema económico exige tomar medidas inmediatas: hay que subsanar las devastaciones causadas por la guerra, volver a activar los canales comerciales, especialmente las rutas del tráfico de oro y metales preciosos que enlazan Leptis Magna con el interior de África, y, sobre todo, potenciar la agricultura en los territorios norteafricanos pertenecientes a Cartago.
El importe del plazo anual que Cartago adeuda a Roma es de 200 talentos de plata. Como las arcas del estado están prácticamente vacías después de satisfacer todas las obligaciones que la capitulación incondicional había comportado (liquidar las cuentas pendientes con los mercenarios al servicio de Cartago, pagar el abastecimiento del ejército romano, etcétera), es preciso reunir esta cantidad a expensas de los ciudadanos más acomodados. Naturalmente, semejante circunstancia no podía volver a repetirse más veces. Urgía procurarse nuevos ingresos a toda costa. Lograr la disponibilidad de estas sumas es la meta prioritaria de la política cartaginesa. Como de sobra sabían los cartagineses, los romanos no gastaban bromas en este terreno y se mostrarían implacables, sin aceptar a excusas o explicaciones si Cartago no entregaba puntualmente las cantidades estipuladas.
Frente a estas necesidades tan acuciantes, las antiguas disputas entre los grupos dirigentes de la política cartaginesa respecto a la conveniencia de potenciar la expansión ultramarina o la penetración en suelo africano pierden su sentido. Como consecuencia directa de la entrega de la flota, Cartago no está capacitada para emprender empresas marítimas a gran escala, como había sido la conquista del sur de Hispania por los Bárquidas. Sin embargo, continúa siendo posible importar y exportar productos por vía marítima a través de la intacta marina mercante. Un tema muy espinoso es el deseo de intensificar la explotación del suelo africano. A partir de ahora Cartago debe contar con los apetitos territoriales de Masinisa, quien goza del incondicional apoyo de Roma.
Ante este cúmulo de dificultades, así como ante las perspectivas novedosas que marcan las líneas maestras de la futura orientación política de Cartago, surge una pregunta: ¿Qué papel desempeñará Aníbal en este sistema de coordenadas político-económicas? ¿Es de esperar que participe o que incluso llegue a retirarse de toda actividad pública?
Por el momento, todos los indicios apuntan hacia esta última alternativa. Al regresar a Cartago, sus adversarios lo llevan ante los tribunales y le involucran en un proceso de cuyo veredicto esperan su descrédito definitivo. Quieren con ello eliminarle como opción política en el futuro. Se le achaca haber impedido deliberadamente la conquista de Roma. También se le acusa de malversación de fondos. Sus enemigos le echan en cara haberse incautado indebidamente de botines de guerra. Al realizarse el juicio, Aníbal rebate uno por uno los argumentos de la acusación, con lo que logra fácilmente quedar absuelto de toda sospecha. Consigue con ello su primer triunfo en política interior cartaginesa después de la guerra y afianzar de este modo su situación.
A pesar de que, después de la firma del tratado de paz con Roma, habían finalizado las hostilidades, Aníbal continúa estando investido del máximo poder militar. Ejerce la función de comandante en jefe sobre el resto del ejército que ha sobrevivido a la batalla de Zama y que por estas fechas está acuartelado en distintas plazas de soberanía púnica. Pero como los romanos no dejan de presionar a las autoridades de Cartago, consiguen al fin que Aníbal sea depuesto de sus competencias militares.
No sabemos qué clase de actividades emprende Aníbal por esas fechas, y desconocemos si se instala en alguna de sus propiedades rurales o se va a vivir a la misma Cartago. La próxima noticia que permite dar cuenta de sus actividades data del año 197 a.C. En esta fecha será nombrado sufeta de Cartago. Se trata del más alto cargo público de la república cartaginesa, comparable a las competencias civiles de los cónsules romanos, magistratura anual que empezará a ejercer, junto a otro colega, a principios del año 196 a.C. Dado el prestigio de Aníbal, no es de extrañar que el nombre de su colega haya caído en el olvido, al volver a concentrarse la atención otra vez en el gran personaje. Este evento viene a certificar la inmensa popularidad y la gran aceptación de las que sigue disfrutando Aníbal. También nos indica que el partido bárquida mantiene el poder de convocatoria sobre sus seguidores, con lo que queda constatada la influencia que continúa ejerciendo en la política cartaginesa.
De su mandato como sufeta de Cartago conocemos un episodio estrechamente relacionado con las finanzas públicas, asunto especialmente espinoso en vista de las constantes exigencias romanas. Se suscita una disputa entre Aníbal y uno de los principales recaudadores de impuestos, cuyo nombre ignoramos pero que con seguridad era alguien encargado de llevar las cuentas del estado. Tito Livio, que es quien nos narra el episodio (XXXIII 46, 3), lo denomina quaestor, que viene a ser el equivalente romano del magistrado responsable del erario público. El aludido personaje no quiere dar explicaciones a Aníbal sobre su modo de llevar las cuentas. También se niega a acudir a la cita que Aníbal concierta con él ante el tribunal de delitos monetarios. Por lo visto se sentía seguro de sí mismo al proceder así, consciente del apoyo del que gozaba dentro del partido antibárquida. Como además espera ser en breve admitido en el colegio de los 104, una especie de alta cámara vitalicia dotada de atribuciones políticas y judiciales y baluarte de la aristocracia cartaginesa, después de concluir su mandato como quaestor, desdeña el requerimiento de Aníbal. Su forma de proceder, al negarse a dar explicaciones sobre su actuación pública, constituye una premeditada provocación. Pero Aníbal no se deja poner tan fácilmente fuera de combate. Ordena el encarcelamiento de su opositor y le acusa de alta traición ante la asamblea del pueblo cartaginés, máximo órgano político de Cartago.
Esta sentencia favorable a Aníbal, que aprovecha la ocasión para reformar el sistema constitucional cartaginés, le abre nuevas perspectivas políticas. Promulga una ley que impide ser en el futuro miembro vitalicio del colegio de los 104, además de limitar su pertenencia a un año, quedando prohibida la iteración. Con ello, propicia un duro golpe a sus adversarios políticos y debilita al mismo tiempo el sistema de gobierno oligárquico de Cartago.
Estas medidas, que Aníbal logra hacer entrar en vigor gracias al apoyo que le presta la asamblea del pueblo, aumentan su popularidad al tiempo que le proporcionan un fuerte sustento político. A partir de ahora, el invicto estratega se gana la fama de ser un insobornable magistrado púnico, guiado por la idea de reformar las instituciones políticas de Cartago con el fin de mejorar su eficacia. Aníbal hace comparecer ante la justicia a todos aquellos que cometen delitos de cohecho y que utilizan los cargos públicos que ostentan para enriquecerse.
Merced a las innovaciones introducidas por Aníbal, el sistema fiscal se revela más justo, más controlable por los poderes públicos y más efectivo. Todo esto contribuye a estabilizar el potencial financiero de Cartago. El éxito de sus medidas depara una serie de ventajas a la extenuada ciudadanía. La hacienda pública puede ser rápidamente saneada, lo que conlleva cerrar el ejercicio fiscal con un superávit, mediante el cual se satisfacen con creces las cuotas de los plazos que hay que pagar anualmente a Roma. Con las cantidades sobrantes el erario público empieza a acumular reservas.
Al contemplar los vaivenes de la política interior de Cartago durante la magistratura de Aníbal, nos podemos percatar de una situación sumamente paradójica. El dictado de paz impuesto por Roma a Cartago, cuyo principal objetivo era limitar radicalmente el campo de acción de la gran metrópoli norteafricana, obligándola a abstenerse de la política mediterránea, también genera efectos positivos. Éstos son mayores de lo que a primera vista pueda parecer. La respetable cantidad de recursos y fondos que en el pasado tenían que ser invertidos en la flota de guerra para garantizar su disponibilidad y eficacia, así como para pagar la soldada de los mercenarios al servicio de la política ultramarina de Cartago, puede ser ahora utilizada exclusivamente para realizar proyectos civiles, para ser reinvertida en obras públicas, medidas de mejora, etcétera. Con ello se contribuye a aumentar la riqueza del estado al dotarlo de una notable infraestructura civil (Plutarco, Vida de Catón 26).
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Cartago, derrotada por Roma, no queda paralizada por el golpe psicológico que supone la pérdida de su imperio colonial, ni tampoco se sume en la desesperación y en la inactividad. Al contrario, observamos una pronta recuperación económica, basada en la potenciación de una agricultura modélica en las privilegiadas zonas de cultivo norteafricanas pertenecientes a Cartago, y también constatamos un auge de la actividad artesanal y comercial y un sensible incremento de las obras públicas. El plano urbanístico de Cartago, datable de la época posterior a la segunda guerra púnica y perceptible a través de las últimas excavaciones (Nierneyer), acredita la modernidad y el lujo de sus zonas oficiales y residenciales y la magnificencia del recinto portuario. Todas estas obras de mejora empiezan a ser materializadas en los primeros decenios del siglo III a.C.
Las medidas que Aníbal adopta para aumentar la eficacia del sistema político y fiscal no provocan sólo adhesiones y simpatías. También le crean grandes enemistades. Algunos miembros de la oligarquía dominante implicados en los escándalos financieros o en los casos de corrupción que Aníbal pretende esclarecer se proponen combatirle implacablemente. Quieren exiliarle de Cartago y buscan un motivo, así como la cooperación de Roma para lograrlo. Se trama una intriga. Difunden en Roma el rumor de una conjura entre Aníbal y el rey seléucida Antíoco III. Propagan la murmuración de que la meta del pacto es reunir una coalición de enemigos de Roma para volver a reanudar la guerra.
Los círculos políticos dirigentes de Roma utilizan la propicia ocasión que les brindan los miembros del partido antibárquida para lanzar un ataque frontal contra el temido estratega cartaginés. A excepción de Publio Cornelio Escipión, quien da una prueba de grandeza de espíritu al desechar la trama urdida contra Aníbal, pues reconoce claramente sus verdaderos motivos, la mayoría del senado romano opta por creer lo que los adversarios de Aníbal predican en su contra. Se acuerda mandar una delegación senatorial a Cartago para pedir su extradición. Mientras tanto, Aníbal observa atentamente el desarrollo de los sucesos. Al tomar Roma carta directa en el asunto, no se hace ilusiones sobre sus perspectivas de futuro en Cartago. Consciente del peligro que se está fraguando, prepara su fuga de Cartago para evitar caer en manos de sus enemigos (verano 195 a.C.).
Esta sucesión de hechos marca uno de los paréntesis más negativos en la vida de Aníbal y en la historia de su ciudad natal. Hacía apenas veinte años, Aníbal llevaba muy poco tiempo aún en la dirección del ejército púnico en Hispania cuando aparece una delegación del senado romano en Cartago para pedir la entrega del general cartaginés a raíz de la crisis de Sagunto. El consejo de Cartago, por aquellas fechas, rechaza pleno de indignación la propuesta romana y se muestra dispuesto a correr el riesgo de la guerra antes que claudicar ante semejante pretensión.
En el verano del año 195 a.C. los embajadores romanos que acuden a Cartago para expedientar a Aníbal se comportan como si la ciudad fuera su parcela de dominio; no piden, sino que exigen, y las autoridades cartaginesas les complacen en todo, llegando al extremo de sacrificar a su más prestigioso ciudadano, último símbolo de la independencia de Cartago. Al conocerse la huida de Aníbal, se decreta confiscar su patrimonio y su casa es arrasada, como si con este acto se quisiera borrar la existencia de su morador. Los romanos piden que no quede nada en Cartago que pueda suscitar el recuerdo de la familia bárquida y las autoridades cartaginesas colaboran servilmente complaciendo este deseo.
Los aproximadamente cinco años de estancia de Aníbal en Cartago no pasan de ser un episodio, a pesar de las reformas que introduce en la política interior. Desde luego, su retorno a Cartago en la fase final de la segunda guerra púnica es más producto de las circunstancias que le obligan a tomar esta determinación que fruto de una decisión voluntaria y premeditada. Motivado por la derrota sufrida y el extraordinario auge del poderío romano, cuyas repercusiones se percibían fuera y dentro de Cartago, su situación política y personal será, a partir de este momento, bastante precaria. Precisaba ser definida de nuevo. A pesar de que Aníbal seguía contando con el apoyo de sus partidarios y su prestigio continuaba intacto, esto no significa que pudiera considerarse inmune frente a las impugnaciones de sus poderosos enemigos. Especialmente si tenemos en cuenta que los hilos de la política cartaginesa están siendo manejados por Roma, donde se decide en última instancia todo lo referente a Cartago. Es esta la razón por la que Aníbal no goza de absoluta seguridad en su ciudad. Su destino depende en gran medida del estado de ánimo de Roma.
Al repasar la precaria situación de Aníbal, caracterizada por la indecisión y la ambigüedad, surge la pregunta: ¿qué lugar del mundo antiguo le puede brindar la protección que necesita para sentirse seguro del acoso de Roma? Dado el proceso de expansión romana, las opciones viables han ido disminuyendo constantemente. En la cuenca del Mediterráneo occidental apenas queda algún sitio (Hispania, África, Sicilia, etcétera) en el que los romanos no hayan puesto su pie. La única alternativa que se perfila viable la constituyen los países del mundo helenístico (los estados griegos de Atenas, de Esparta, de Corinto, etcétera, así como los reinos de los Antigónidas, Seléucidas, Tolomeos, etcétera) en el este del Mediterráneo.
A los diez años (237 a.C.), y pleno de energía y esperanza, viaja Aníbal en compañía de su padre y demás familia a conquistar un país de occidente cuya posesión había suscitado grandes expectativas de consolidar el futuro de su ciudad natal. Pasados más de cuarenta años, vuelve Aníbal, ahora hombre maduro y después de haber conmocionado medio mundo con la gran guerra que protagoniza contra Roma, a la edad de 52 años, a emprender otro viaje no menos trascendental, esta vez en dirección contraria: hacia oriente (195 a.C.). ¿Cabe pensar que, al igual que sucedió al conquistar Hispania, Aníbal espere ahora volver a movilizar una nueva plataforma para conseguir realizar sus planes de desquite?
El escenario político en el que se desenvolverá Aníbal durante los próximos años, al consumarse su fuga de Cartago, se caracteriza por el debilitamiento del poder de las dinastías helenísticas tradicionales y el paralelamente constatable aumento del intervencionismo romano.
Como consecuencia directa de su victoria sobre Aníbal y Cartago, los romanos extienden sus tentáculos más allá del Adriático y ponen a los países del Egeo en su punto de mira. Cuando actúan por primera vez en este hasta entonces novedoso espacio geográfico para la política romana, lo hacen en un momento de profunda crisis de las monarquías helenísticas. En el año 204 a.C. sube al trono de Alejandría un rey niño, Tolomeo V Epífanes, hecho que provoca una inmediata reacción en los países vecinos. Filipo V de Macedonia, ex aliado de Aníbal y ahora socio de Roma tras concluir el tratado de Fénice (205 a.C.), y Antíoco III, soberano del imperio seléucida, no quieren desperdiciar la oportunidad que representa el vacío de poder generado en Alejandría para desposeer al nuevo soberano de Egipto de parte de sus territorios en Siria y en el Egeo.
Aterrados por el consiguiente aumento de recursos de los reyes Filipo V y Antíoco III, que amenaza romper el equilibrio territorial de la zona, Atenas, Rodas y Pérgamo, estados que temen por su seguridad, solicitan el auxilio de Roma (Polibio XVI 23-28). Los romanos, que después de anular el peligro cartaginés no se muestran dispuestos a permitir otra análoga formación de un gran bloque de poder en el Egeo, aceptan la oferta, que les permitirá convertirse en un factor de peso en el Mediterráneo oriental. Ante todo, porque tienen la impresión de que su intervención se puede realizar sin mayores impedimentos.
En el año 197 a.C. el cónsul romano Tito Quinctio Flaminino derrota en Cinoscéfalos a las tropas de Filipo V de Macedonia, quien a partir de este momento pierde su posición hegemónica en Grecia. El hecho es de una trascendencia determinante. Desde los tiempos del legendario Alejandro Magno, la infantería macedónica, artífice de la conquista del imperio persa, era considerada invencible y pieza fundamental del poderío militar y del prestigio de las armas griegas. Polibio (XVIII 29-32) describe su formación en campo de batalla de la siguiente manera: «Cada infante (hoplita), con sus armas, ocupa un espacio de tres pies en posición de combate, y la longitud de las lanzas (sarisas), que en un principio era de 16 codos, se acorta a 14 […] lo que deja una distancia de 10 codos por delante de cada hoplita, cuando carga sujetando la lanza con las dos manos».
La infantería pesada macedónica (falange) constaba de una compacta formación de hombres provistos de lanzas de seis metros, capaces de detener cualquier ataque o propinar un golpe decisivo. Por otra parte, su escasa flexibilidad la hacía altamente vulnerable. La falange era sin duda un arma llena de prestigio, pero ya anticuada y poco práctica para conseguir con ella imponerse a los vencedores de Aníbal. Su supremacía se quiebra, tras una sola batalla, ante el ímpetu de las legiones romanas, consagradas definitivamente como la tropa del mundo mediterráneo.
En el año siguiente (196 a.C.) tiene lugar el famoso discurso pronunciado por Tito Quinctio Flaminino durante los Juegos Ítsmicos de Corinto. El general romano proclama la libertad de Grecia y la firme voluntad de Roma de garantizarla en el futuro (Polibio XVIII 46). El impacto que causa esta declaración de principios en el mundo griego es enorme. Por estas fechas, la postura que adopta Roma en el engranaje político del Mediterráneo oriental se caracteriza por su recato. Por una parte, los romanos, al derrotar a Filipo V de Macedonia, estabilizan el tradicional sistema de equilibrio territorial en favor de los estados griegos menos poderosos. Sin embargo, Filipo V y los otros monarcas helenísticos continúan siendo los factores decisivos de la región, va que Roma, después de enfrentarse a Macedonia, se abstiene de intervenir directamente en la política griega, creando con ello un nuevo elemento de inestabilidad. Será en medio de este juego de poderes y pasiones políticas, en este mundo, seno de una cultura antiquísima y agitado por convulsiones políticas y sociales preocupantes, rebosante de esperanzas y resentimientos antirromanos, donde Aníbal aparecerá de repente. Desde el primer día de su llegada se ve confrontado con esta vibrante realidad.
Antes de cerrar este capítulo, dedicado en gran parte al análisis de las consecuencias que la segunda guerra púnica tiene para Cartago, no podemos dejar de subrayar las no menos significativas repercusiones del antagonismo romano-púnico respecto a Roma. Posiblemente la más importante de todas es la puesta en marcha de un intenso proceso de helenización que de modo especial echará profundas raíces en las capas dirigentes de la sociedad romana. La lucha contra Cartago, ciudad que desde hacía mucho tiempo estaba sujeta a las corrientes civilizadoras griegas, obliga a Roma a imbuirse de las ideas, la técnica, la religión y el arte heleno. Durante la época que abarca la primera fase de la biografía de Aníbal, es decir, desde mitad hasta finales del siglo III a.C., las letras griegas (tragedia, comedia, épica, etcétera), la historiografía, la arquitectura, así como la mayoría de las ciencias exactas helenísticas (matemáticas, física, mecánica, etcétera), pasarán a formar parte de la vida cultural romana. La lengua griega se convertirá, al lado del latín, en el idioma de la elite romana, que llegará a dominarla como si de su lengua materna se tratara.