4. En busca de Argantonio: los Bárquidas en Hispania

¿Cómo juzgó el joven Aníbal el nuevo mundo en el que a partir de entonces le tocará desenvolverse y cómo se adaptó a él? Al hacernos esta pregunta llegamos a las fronteras de nuestra documentación, que si bien mana de forma copiosa cuando nos habla de Aníbal como homo politicus, casi nada nos dice sobre su vida privada. De manera que una considerable parte del diseño de su entorno familiar es producto de una reconstrucción histórica preocupada por atar cabos sueltos, así como de recomponer las piezas de un mosaico siempre fragmentario.

Una vez llegado a Hispania, el clan bárquida instaló su residencia en Cádiz. La ciudad fenicia, dotada de un magnífico puerto, adornada por renombrados templos y de un atractivo recinto urbano, estaba emplazada, al igual que Cartago, al borde del mar. Dominaba una rica zona de cultivos y de pesca, era el lugar de destino de las codiciadas materias primas de la región (especialmente metales preciosos), punto de entrada y salida y acogía en su seno una variada gama de talleres y factorías; era, en fin, el núcleo urbano más antiguo e importante de la Península Ibérica. El carácter de su población, en la que predominaba el elemento fenicio, debía de recordarle a Aníbal su ciudad natal.

En este apacible lugar Aníbal, como cualquier otro joven de buena cuna, recibió una esmerada educación. De sus maestros púnicos, cuyos nombres desconocemos, aprendió sus primeras letras. El historiador Sósilo de Esparta, uno de sus preceptores, fue quien le introdujo en el mundo de la erudición griega. Por mediación de Sósilo, Aníbal entró en contacto con dos temas que le fascinaron de manera especial: la mitología y la historia militar. Como tantos jóvenes aristócratas ávidos de saber, Aníbal leyó atentamente las obras que ensalzaban las epopeyas bélicas de Alejandro Magno. También devoró los tratados militares referentes a las reformas de Xantipo, el legendario condottiere espartano al servicio de Cartago durante la primera guerra púnica. Con no menos interés acogió la narración del mito de Gerión, que poseía una fuerte connotación local en el sur de Hispania. Prestemos atención a una de las más antiguas versiones del tema procedente del poema compuesto por Esteríoro, recogido en la Biblioteca de Apolodoro (II 5, 10): «Como décimo trabajo se ordenó a Herakles el ir a buscar el ganado de Gerión a Eriteia. Es ésta una isla, situada en las proximidades del Océano, que ahora se llama Cádiz, habitada por Gerión, hijo de Crisaor y de Calírroe, la hija de Océano. Gerión tenía los cuerpos de tres hombres, creó dos juntos, unidos, uno por el vientre, y divididos en tres desde los costados y los muslos. Era propietario de un rojo rebaño. Euritión era su pastor y su perro guardián, Orto, de dos cabezas, hijo de Equidna y de Tifón. Viajando a través de Europa para buscar el rebaño de Gerión, Herakles mató muchas bestias salvajes. Se fue al África, y al pasar por Tarteso levantó las dos columnas, una a cada lado, en los límites de Europa y África, como monumento de su viaje. El Sol, admirado de su atrevimiento, le dio una copa de oro, con la que atravesaría el Océano. Llegó a Eriteia y se hospedó en el monte Abas. El perro lo divisó y se precipitó sobre él, pero le golpeó con su maza. Cuando el pastor vino a salvar al perro, Herakles lo mató también. Gerión sorprendió a Herakles, al lado del río Antemo, en el preciso momento de llevarse el rebaño. Luchó con él y le mató. Herakles embarcó el rebaño en la copa, atravesó el mar hacia Tarteso, y devolvió la copa al Sol».

Aníbal, que ya en Cartago hablaba púnico y griego, pronto aprendería la lengua ibérica, indispensable vehículo para relacionarse con su nuevo entorno.

Mientras en el distendido ambiente de Cádiz el joven Aníbal, junto con sus hermanos menores Asdrúbal y Magón, se prepara para sus futuras tareas, su padre Amílcar desarrolla una febril actividad diplomática y militar encaminada a fomentar la influencia cartaginesa en el país. Si bien la decisión de dirigirse a la Península Ibérica fue en principio más producto de las circunstancias que un objetivo prioritario, éste pronto cambiará de signo. La presencia de una fuerza de choque cartaginesa en Hispania (es el primer ejército púnico que opera en el continente europeo) introduce un elemento novedoso en una zona que, hasta el momento, no había llamado excesivamente la atención de las grandes potencias mediterráneas.

Siguiendo los relatos de las fuentes escritas y ateniéndonos a las pistas proporcionadas por la investigación arqueológica, podemos observar que la actuación político-militar de Amílcar se desenvuelve dentro del marco territorial del sur de la Península Ibérica, en las actuales provincias andaluzas y en Albacete, básicamente. Cádiz, lugar de desembarco y primera base de operaciones, constituye el punto de partida de las próximas campañas. Después de concluir una serie de correrías y estipular tratados de amistad con comunidades fenicias y autóctonas del valle del Guadalquivir, Amílcar decide trasladarse a una nueva residencia, la cual pronto se perfilará como centro del incipiente imperio bárquida. Los autores antiguos la denominan Akra Leuke, reteniendo sólo la denominación griega del lugar (desconocemos su genuino nombre púnico), y la investigación moderna la ubica generalmente en el territorio urbano de la actual ciudad de Alicante. Esta ecuación es, sin embargo, insostenible por varios motivos. En primer lugar, no poseemos ninguna fuente que de manera directa o explícita lo confirme. A ella se ha llegado mediante una dudosa interpretación toponímica que correlaciona Akra Leuke con Lucentum, el nombre latino de Alicante. Si esto fuera así, ¿por qué Asdrúbal, el sucesor de Amílcar, unos años más tarde, cuando ya se había consolidado el asentamiento cartaginés en Hispania, funda Cartagena en el sur de Alicante renunciando con eso a ejercer un control efectivo sobre los territorios colindantes?

Si nos fijamos en que la sistemática y penosa tarea de ocupación territorial, como atestiguan todas las fuentes, de la región meridional de la Península Ibérica sigue siempre la ruta de oeste a este, de sur a norte la posterior fundación de Cartagena sería plenamente incomprensible. Por consiguiente hay que postular otra ubicación de Akra Leuke que concuerde con los verdaderos avatares de la penetración púnica en Hispania. Lo más probable es que la nueva residencia de Amílcar se hallara cerca de la zona de máxima relevancia económica para los intereses cartagineses, y ésta hay que buscarla en el distrito minero de Sierra Morena (lugares con el adjetivo griego leukos no tienen que estar emplazados forzosamente en la costa, como insistentemente se viene afirmando, sino que, como también sucede en Grecia, pueden figurar en el interior del país). Otro indicio adicional que resalta la enorme importancia de la zona lo constituyen las alianzas matrimoniales del clan bárquida. Al igual que Asdrúbal, el yerno de Amílcar, también Aníbal se casará con una dama de la aristocracia de Cástulo, lugar situado en las proximidades de Linares (Jaén), hecho que de manera indirecta viene a corroborar que la familia bárquida, después de dejar Cádiz, debió de establecer allí su residencia. Desconocemos si el matrimonio de Asdrúbal con la hermana de Aníbal persistía aún o si éste contrajo nuevas nupcias después del posible fallecimiento de su mujer.

Los avances de Amílcar no podían pasar inadvertidos. Especialmente el hecho de fundar una ciudad y de exteriorizar así el deseo de apoderarse del país parece ser que alarmó a los romanos, quienes enviaron una embajada a Amílcar para pedirle explicaciones. Por suerte conservamos un fragmento en la obra de Dión Casio (XII Frag. 48) que nos ilustra la situación. El texto en cuestión dice así:

«Durante el consulado de Marco Pomponio y de Cayo Papirio (es decir en el año 231 a.C.) los romanos mandaron embajadores para hacerse una idea de las operaciones de Amílcar, aunque ellos no tenían intereses en Hispania. Amílcar les tributó los debidos honores y proporcionó convincentes explicaciones, declarando, entre otras cosas, que realizaba la guerra contra los hispanos sólo por razones de fuerza mayor, a fin de que los cartagineses pudieran satisfacer las deudas aún pendientes con Roma […] Así los enviados romanos no pudieron formular ningún reproche».

Con toda probabilidad el joven Aníbal formaba parte del séquito de su padre y pudo presenciar de manera directa cómo actuaban los representantes de la potencia hegemónica del Mediterráneo occidental. Los embajadores romanos que debieron de ser cumplimentados en Akra Leuke intervenían por primera vez en los asuntos cartagineses en Hispania. Aunque poco pudieran objetar los romanos a las actividades de Amílcar, es de suponer que su presencia en Hispania debió de haber dejado un mal sabor de boca a los cartagineses, que la consideraban como una mal disimulada intromisión.

Sobre la primera aparición de Aníbal en público existe un relato (Polibio 111 11; Livio XXI 1) altamente seductor y tergiversado. La escena, compuesta como un acto de teatro, rebosante de efectos dramáticos, nos presenta al joven Aníbal jurando ante los dioses a instancias de su padre odio eterno a Roma. Leamos cómo la proyecta Tito Livio: «Se cuenta al respecto que, cuando Amílcar, tras su campaña de África, iba a ofrecer un sacrificio a los dioses a punto de conducir a sus tropas a España, Aníbal, todavía de casi nueve años de edad, le suplicó entre mimos que lo llevara a España; entonces su padre lo acercó a los altares y le obligó a jurar con las manos sobre las víctimas del sacrificio que sería enemigo del pueblo romano tan pronto pudiera».

Sin lugar a duda relatos de este tipo no son otra cosa que un montaje inventado por la historiografía romana para exculparse de las responsabilidades de la segunda guerra púnica. El mensaje que propaga la idea de que fue Aníbal quien desde el principio quiso la guerra pretende fomentar la siguiente versión: fueron los cartagineses quienes promovieron el conflicto, y, al afrontarlo, Roma no hace más que reaccionar ante el ímpetu revanchista de los Bárquidas. Si nos atenemos a la realidad histórica de los hechos, éstos discurren por cauces distintos de los diseñados por la propaganda romana.

El joven Aníbal recibe una sólida formación político-militar bajo la supervisión de su padre, experto hombre de armas y dotado de una notable capacidad de persuasión. Acompañándole en sus múltiples correrías, Aníbal adquiere intensos conocimientos sobre la topografía del país y el carácter de sus gentes. Aprende de él el arte de la guerra, y es testigo de las deliberaciones del alto mando cartaginés. Observa cómo Amílcar concierta tratados de amistad, se percata de los métodos para instalar fuerzas de choque en lugares conflictivos, le enseñan a negociar concesiones de explotación minera, es introducido en el terreno de la diplomacia, tan necesaria para captar voluntades y conseguir aliados. Fue sin duda su padre quien le explicó cómo tratar con las instituciones y los representantes de la metrópoli Cartago. De él aprendió la difícil tarea de operar con un ejército mayoritariamente compuesto por mercenarios de distintas procedencias. Aparte de sus clases, maestros y lecturas, fue en definitiva la vida cotidiana, así como las enseñanzas recibidas de su padre, lo que proporcionó a Aníbal sus más importantes lecciones.

Después de consolidar la influencia púnica en el valle del Guadalquivir y consumar el control de las zonas mineras penibéticas, Amílcar decide extender su dominio hasta el mar para procurarse un puerto independiente del de Cádiz, más cercano a Cartago, objetivo que afronta siguiendo el cauce del Segura. En el año 229 a.C. aparece sitiando la ciudad de Helike, cuya ubicación exacta suscita los mismos debates que Akra Leuke. Las opciones a favor de Elche (Alicante) y Elche de la Sierra (Albacete) poseen en común que ambos lugares están situados en la misma región. La identificación de Helike con Elche aparece relacionada con la equiparación de Akra Leuke y Alicante. Mas como resulta bastante improbable apoyarse en tal filiación, tampoco es válida esta atribución. Por otra parte, el emplazamiento de Elche de la Sierra, cerca del curso del Segura, sí que encaja mucho mejor con las citas de las fuentes que nos hablan de tribus oretanas que se oponían al avance cartaginés.

Después de nueve años de permanencia en suelo hispano, Amílcar fallece durante el asedio de Helike (invierno 229-228 a.C.) al ser atacado de forma repentina por el rey Orisón, quien acude en socorro de los sitiados. Durante la retirada Amílcar perece al intentar vadear un caudaloso río. Aparte de esta versión que procede de Diodoro (XXV 14), en mi opinión la más fidedigna, existen otras noticias sobre la muerte de Amílcar. Livio (XXIV 41) la ubica en un lugar llamado Castrum Album, mientras que Apiano (I 5) sólo alude al episodio de forma imprecisa relacionándolo con una lucha contra tribus íberas.

Evidentemente el ataque a Helike formaba parte del plan de conquista del valle del Segura. El objetivo prioritario de la primera fase de la expansión cartaginesa en la región andaluza lo constituía el sometimiento del hinterland de las factorías fenicias de la costa mediterránea y atlántica de Andalucía (Adra, Almuñécar, Málaga, Huelva, etcétera) siguiendo los cauces del Guadalquivir y Genil para apoderarse luego de las ubérrimas zonas de la campiña de Sevilla y Córdoba. Al concluir con éxito esta tarea, Amílcar emprende la segunda fase de su plan con la meta de penetrar por la zona minera de Sierra Morena hasta el Mediterráneo.

¿Cuáles eran los recursos de Amílcar para llevar a cabo sus proyectos? La espina dorsal de su ejército la formaban las tropas mercenarias reclutadas en Cartago antes de ponerse en marcha hacia Hispania. Además contaba con un importante núcleo de caballería númida. Desde el primer momento Amílcar no cesa de alistar tropas hispanas para incorporarlas a su ejército, como testifica Diodoro (XXV 14) al narrarnos que al fin de un combate sostenido contra Istolao, consiguió el concurso de 3.000 hombres, pertenecientes a las tribus celtas enclavadas en las estribaciones de Sierra Morena. Estas luchas parecen guardar relación con una de las metas prioritarias de Amílcar: la conquista de las zonas mineras de la Beturia céltica, país que se extiende entre las cuencas del Guadiana y del Guadalquivir.

También nos hablan las fuentes de otra campaña que inició Amílcar contra Indortes, quien había logrado movilizar a un formidable ejército compuesto de 50.000 guerreros que, a pesar de su aplastante superioridad numérica, fue derrotado. La conclusión que se obtiene de ello es bastante clara. Las comunidades hispanas que no querían ser sometidas por la fuerza al dominio púnico se apresuraban a estipular las condiciones de una entrega voluntaria que evitara males mayores.

Durante el transcurso de su mandato, Amílcar puso especial énfasis en mantener buenas relaciones con la metrópoli. Prueba de ello son los envíos regulares de tributos y botines a Cartago. Con ello conseguía naturalmente revitalizar a sus partidarios al tiempo que aumentaba su ya notable popularidad entre la ciudadanía. Como su campo de acción también abarcaba Libia, no dudó en momentos de crisis en actuar enérgicamente para evitar cualquier clase de revuelta que allí se fraguara. Así hay que entender el desplazamiento al norte de África de Asdrúbal, a quien le encargó la misión de sofocar una insurrección protagonizada por unas tribus númidas descontentas con el gobierno cartaginés. Asdrúbal cumplió su cometido aniquilando a un gran número de adversarios e imponiendo a la zona rebelde nuevos tributos.

Los últimos objetivos militares de Amílcar señalan la nueva orientación de los avances cartagineses que apuntaban al litoral mediterráneo. Esta tarea se abordó bajo la dirección del sucesor de Amílcar, su íntimo colaborador Asdrúbal, pues, al fallecer repentinamente Amílcar, el ejército cartaginés en Hispania proclama sin demora a su yerno Asdrúbal como comandante en jefe. El pronunciamiento en favor de Asdrúbal sólo es comprensible si se tiene en cuenta que, al lado de los contingentes de mercenarios y de los aliados hispanos, en el ejército de Amílcar prestaba servicio un importante núcleo de ciudadanos cartagineses compuesto por tropas de elite y el cuerpo de oficiales, así como representantes del consejo de Cartago. La elección del ejército será inmediatamente confirmada por Cartago, que tenía un gran interés en que el proceso de expansión púnica en Hispania fuera lo más venturoso posible y continuara sin interrupción.

Una simple comparación de los escenarios en los que se movió Asdrúbal con los de Amílcar pone de relieve la parquedad de las fuentes disponibles, que casi nada nos aportan al respecto. Únicamente se resalta la fundación de Cartagena, sucesora de Akra Leuke, y a partir de ahora nuevo centro del dominio bárquida en Hispania. Su perímetro de más de veinte estadios de longitud nos da ya una idea de la magnitud del sitio. El nombre de la nueva sede de Asdrúbal, idéntico al de Cartago (Ciudad Nueva), respondía a un programa. No se pretendía con ello, como se ha sostenido a mi parecer sin fundamento, manifestar un alejamiento respecto de la metrópoli. Lo contrario está más cerca de la verdad. Al repetir el nombre de la metrópoli se subrayaban los estrechos vínculos existentes. Al mismo tiempo se proclamaba que el radio de acción de Cartago no quedaba limitado al norte de África, como habrían deseado los romanos.

Especialmente a través del excelente puerto de Cartagena, Asdrúbal abrió una puerta hacia el exterior para comunicar de forma más eficiente las regiones de Andalucía oriental con el mundo mediterráneo. Adicionalmente a la implantación en Cartagena del cuartel general cartaginés, la fundación de la nueva residencia se encuadraba dentro de una concepción estratégica global. El lugar había sido elegido también por la riqueza de recursos de sus alrededores. Las minas de plata, los campos de esparto y las pesquerías constituían un factor económico nada desdeñable. Poco tiempo después de su fundación, Cartagena desarrollará un importante papel económico, militar y político como símbolo del creciente poderío cartaginés en Hispania.

Sobre el urbanismo de Cartagena poseemos unos valiosos apuntes que nos ha legado Polibio, autor que pudo cerciorarse personalmente de los detalles que relata durante una visita que realizó a la ciudad. Cuenta Polibio (X 10, 6): «El casco urbano de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional es bien accesible desde el mar. Unos montículos ocupan el espacio restante […] La colina más alta, situada al este, cerca del mar, está coronada por un templo de Asclepio. El montículo de enfrente, de características parecidas, alberga magníficos palacios reales, edificados, según se dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder monárquico. De las elevaciones de la parte norte, una, orientada hacia el este, se llama la de Hefesto, la que sucede a continuación es la de Altes, personaje que, al parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata, la tercera de las colinas lleva el nombre de Crono. Se ha abierto un canal artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo a la gente del mar. Por encima de este canal que divide la franja de tierra que separa el lago del mar se ha tendido un puente para que carros y acémilas puedan transportar por aquí, desde el interior de la región, los suministros necesarios».

Si examinamos la topografía histórica y la contrastamos con las informaciones deducibles de nuestras fuentes literarias, es posible diseñar un cuadro de la nueva zona de dominio cartaginés edificada por Amílcar y su sucesor Asdrúbal en poco más de un decenio. Su centro de gravitación lo constituía el territorio delimitado por el Guadalquivir y el Segura al norte y el océano Atlántico y el mar Mediterráneo al sur; allí se ubicaban los campos más fértiles y las zonas de explotación minera más prósperas de la Península Ibérica. Mientras que las parcelas áridas del interior permitían métodos de cultivo extensivo, las grandes planicies situadas en las cercanías de los ríos ofrecían magníficas condiciones para explotaciones intensivas, semejantes a las que en el norte de África practicaba Cartago y que rendían considerables cantidades de aceite, cereales y vino. Aquí se establecen las mayores aglomeraciones urbanas. Era precisamente esta zona la que desde el siglo VIII a.C. había sido objeto de un intenso proceso de aculturación orquestado desde las factorías fenicias del litoral atlántico y mediterráneo. Aunque éstas fueron fundadas para procurarse metales preciosos, en el curso del tiempo se va desarrollando una infraestructura económica altamente diferenciada. No sólo la explotación del subsuelo, sino también la comercialización de productos agrícolas y las capturas pesqueras tienen que ser tomadas en cuenta. A través de Cádiz y del recién abierto puerto de Cartagena los Bárquidas, que ya ejercían un efectivo control sobre la economía de la región, potenciaban su proyección al exterior.

La zona oriental del dominio púnico, es decir, las áreas montañosas de las actuales provincias de Jaén, Granada, Albacete, Almería y Murcia, presenta un sistema económico diferente del de la baja Andalucía. El paisaje es agreste, los valles se estrechan y las condiciones climáticas son más desfavorables. A pesar de esto la región que abarcaba el curso superior del Guadalquivir hasta la desembocadura del Segura poseía gracias a las riquezas del subsuelo una importancia vital. Al lado del distrito minero de Río Tinto (Huelva), las inmensas reservas de cobre, mineral de hierro y plata en la vecindad de Cástulo (Jaén), el sector minero de la Sierra Almagrera, con salida al mar en Villaricos (Almería), así como las minas de plata cerca de Cartagena, hicieron de esta vasta comarca uno de los territorios más codiciados del Mediterráneo occidental.

Sobre las estructuras de la ordenación interna del imperio bárquida es muy poco lo que sabemos. Probablemente hay que trazar un paralelo entre su organización territorial, siguiendo la propuesta de Carlos González Wagner, y el hinterland africano dominado por Cartago, dividido en tres pagi (unidades administrativas). Un indicio que hasta ahora no se ha correlacionado con esta idea bien podría ser, a mi parecer, la dislocación del ejército púnico, visible a través de nuestras fuentes escritas, en el momento en que Publio Cornelio Escipión aparece por primera vez (210 a.C.) en Hispania, en tres comandos militares confiados a Asdrúbal, hijo de Giscón (litoral atlántico), Magón Barca (zona de Huelva) y Asdrúbal Barca (Carpetania).

A partir de los años veinte del siglo III a.C. todo el sur de la Península Ibérica constituye una unidad territorial bajo influencia púnica o en parte sometida al dominio directo de los Bárquidas. Pese a sus considerables diferencias en lo referente a la topografía, la demografía, las formas de organización política y el nivel de desarrollo económico, esta extensa región llega a configurar un espacio relativamente homogéneo. Así vienen a confirmarlo los hallazgos arqueológicos: por ejemplo la línea de difusión de la cerámica de barniz rojo, tan característica para detectar procesos de aculturación púnica, llega hasta las estribaciones de esta zona, mientras que los territorios situados al norte de ella aparecen sujetos a otras influencias culturales. No es de extrañar que en la zona de dominio bárquida abunden campamentos militares (elocuentes indicios de una progresiva ocupación militar de los puntos neurálgicos de la zona) y, relacionados con ellos, tesoros de monedas púnicas destinados a retribuir la soldada a la tropa, todos ellos situados al sur del Guadalquivir y del Segura, como las investigaciones de Francisca Chaves Tristán han podido demostrar. La proliferación de datos de este tipo evidencia la voluntad de Cartago de implantar profundas raíces en esta región tan vital para su economía, sobre todo después de los reveses sufridos al final de la primera guerra púnica. La pérdida de Sicilia y Cerdeña quedaba compensada con creces por la posesión del imperio bárquida en Hispania.