AGRADECIMIENTOS

Ante todo quiero dar las gracias a los centenares de pacientes y corresponsales que han compartido sus experiencias de alucinaciones conmigo a lo largo de muchas décadas, y sobre todo a los que me han permitido citar sus palabras y contar sus historias en este libro.

Tengo una gran deuda contraída con mi amigo y colega Orrin Devinsky, que ha estimulado mis pensamientos con sus muchos artículos publicados y de próxima aparición, y que me ha mandado a muchos de sus pacientes. He disfrutado y me he beneficiado de las discusiones con Jan Dirk Blom y de la lectura de sus libros maravillosamente exhaustivos Dictionary of Hallucinations y Hallucinations: Research and Practice. Me siento profundamente agradecido por la amistad y el consejo de mis colegas Sue Barry, Bill Borden, William Burke, Kevin Cahill, Jonathan Cole, Douwe Draaisma, Henrik Ehrsson, Dominic ffytche, Steven Frucht, Mark Green, James Lance, Richard Mayeux, Álvaro Pascual-Leone, Stanley Prusiner, V. S. Ramachandran y Leonard Shengold. Y también le doy las gracias a Gale Delaney, Andreas Mavromatis, Lylas Mogk, Jeff Odel y Robert Teunisse por compartir conmigo sus experiencias, y a veces sus pacientes.

También quiero dar las gracias a Molly Birnbaum, Daniel Breslaw, Leslie Burkhardt, Elizabeth Chase, Allen Furbeck, Kai Furbeck, Ben Helfgott, Richard Howard, Hazel Rossotti, Peter Selgin, Amy Tan, Bonnie Thompson, Kappa Waugh y Edward Weinberger. Eveline Honig, Audrey Kindred, Sharon Smith y otros de la Narcolepsy Network me presentaron amablemente a muchas personas que sufrían narcolepsia y parálisis del sueño. Bill Hayes, un amigo y escritor al que admiro mucho, leyó todos los capítulos con su ojo de escritor y me aportó muchas sugerencias valiosas.

Por su apoyo y ánimo, quiero dar las gracias a David y Susie Sainsbury; a Dan Frank, que ha revisado pacientemente borrador tras borrador de este libro (al igual que muchos libros anteriores); a Hailey Wojcik, inapreciable ayudante de investigación, mecanógrafo y compañero de natación; y a Kate Edgar, mi amiga, editora y colaboradora durante treinta años, y a quien está dedicado este libro.