4. OÍR COSAS

En 1973 la revista Science publicó un artículo que causó inmediato furor. Se titulaba «Acerca de estar sano en un medio enfermo», y describía un experimento en el que ocho «pseudopacientes» sin ningún historial de enfermedades mentales se presentaron en diversos hospitales de los Estados Unidos. Su única dolencia era que «oían voces». Les dijeron al personal del hospital que eran incapaces de distinguir lo que decían las voces, pero que oían las palabras «vacío», «hueco», y «choque». Aparte de esa invención, se comportaron de manera normal y relataron sus experiencias anteriores (normales) e historial médico. Sin embargo, a todos ellos se les diagnosticó esquizofrenia (excepto a uno, al que se le diagnosticó «psicosis maníaco-depresiva»), permanecieron hospitalizados hasta dos meses y se les recetaron antipsicóticos (que no se tragaron). Una vez ingresados en clínicas mentales, siguieron hablando y comportándose con total normalidad; informaron al personal médico de que sus voces alucinatorias habían desaparecido y que se encontraban bien. Incluso tomaron notas de su experimento, sin disimulo (algo que una de las enfermeras anotó como «conducta de escribir»), pero ninguno de los pseudopacientes fue identificado como tal por el personal[18]. Este experimento, concebido por David Rosenhan, psicólogo de Stanford (y él mismo pseudopaciente), puso de relieve, entre otras cosas, que el solitario síntoma de «oír voces» era suficiente para un diagnóstico inmediato y categórico de esquizofrenia, incluso en ausencia de cualquier otro síntoma o comportamiento anormal. La psiquiatría, y la sociedad en general, estaba corrompida por la creencia casi esquemática de que «oír voces» significa la locura, y que sólo ocurría en un contexto de grave desequilibrio mental.

Esta creencia es bastante reciente, como dejaron claras las concienzudas y humanitarias reservas de los primeros investigadores de la esquizofrenia. Pero en la década de 1970, las drogas antipsicóticas y los tranquilizantes habían comenzado a reemplazar otros tratamientos, y la elaboración de un historial concienzudo, el considerar toda la vida del paciente, se había visto sustituida por el uso de criterios del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales para llevar a cabo diagnósticos precipitados.

Eugen Bleuler, que dirigió el enorme sanatorio de Burghölzli, cerca de Zúrich, entre 1898 y 1927, prestaba mucha atención y se mostraba receptivo con los centenares de esquizofrénicos que tenía a su cargo. Reconocía que las «voces» que oían sus pacientes, por descabelladas que pudieran parecer, estaban estrechamente asociadas con sus enfermedades mentales y sus delusiones. Las voces, escribió, encarnaban «todos sus afanes y miedos (…) toda su relación transformada con el mundo exterior (…) y por encima de todo (…) con los poderes patológicos u hostiles» que los acechaban. Lo describió con todo detalle en su magnífica monografía de 1911 Demencia precoz. El grupo de las esquizofrenias:

Las voces no sólo hablan al paciente, sino que transmiten electricidad por todo el cuerpo, lo golpean, lo paralizan, le quitan sus pensamientos. A menudo se encarnan en forma de personas, o de otras maneras muy extravagantes. Por ejemplo, un paciente afirma que una «voz» está posada sobre cada una de sus orejas. Una voz es un poco más grande que la otra, pero ambas son más o menos del tamaño de una nuez, y están formadas tan sólo por una boca grande y fea.

Las amenazas o los insultos constituyen el contenido principal y más corriente de las «voces». Día y noche llegan de todas partes; de las paredes, de arriba y abajo, del sótano y el techo, del cielo y el infierno, de cerca y de lejos. (…) Cuando el paciente está comiendo, oye una voz que dice: «Cada bocado es robado». Si se le cae algo, oye: «Ojalá te hubieras cercenado el pie».

A menudo las voces son muy contradictorias. En un momento pueden volverse contra el paciente (…) a continuación pueden contradecirse. (…) Los papeles de a favor y en contra a menudo los asumen voces de personas distintas. (…) La voz de su hija le dice a un paciente: «Van a quemarlo vivo», mientras que la de su madre afirma: «No lo quemarán». Además de las voces de sus perseguidores, los pacientes a menudo oyen la de algún protector.

Las voces a menudo se localizan en el cuerpo. (…) Un pólipo puede ser la ocasión de localizar las voces en la nariz. Una molestia intestinal hace que se relacionen con el abdomen. (…) En casos de complejos sexuales, el pene, la orina en la vejiga, o la nariz, profieren palabras obscenas. (…) Una paciente embarazada, de manera real o imaginaria, oirá que su hijo o hijos hablan dentro de su seno. (…)

A veces hablan objetos inanimados. La limonada habla, el nombre del paciente se oye pronunciado por un vaso de leche. Los muebles le hablan.

Bleuler escribió: «Casi todos los esquizofrénicos que están hospitalizados oyen “voces”». Pero recalcó que lo contrario no se daba: oír voces no denotaba necesariamente esquizofrenia. En la imaginación popular, sin embargo, las voces alucinatorias son casi sinónimo de esquizofrenia: una idea de lo más falsa, pues de las personas que oyen voces, muy pocas son esquizofrénicas.

Muchas personas afirman que oyen voces que no se dirigen específicamente a ellas, como me escribió Nancy C.:

Regularmente sufro alucinaciones de conversaciones, a menudo cuando me quedo dormida por la noche. Tengo la impresión de que estas conversaciones son reales y tienen lugar entre gente real, al mismo tiempo que las oigo, pero que ocurren en otra parte. Oigo parejas que discuten, todo tipo de cosas. No se trata de voces que pueda identificar, no son de gente que conozca. Tengo la impresión de que soy una radio, sintonizada en el mundo de otra persona. (Aunque siempre es un mundo que habla inglés americano). No se me ocurre ninguna otra manera de definir estas experiencias que calificándolas de alucinaciones. Yo nunca participo; nunca se dirigen a mí. Yo simplemente escucho.

«Las alucinaciones en los cuerdos» fueron un fenómeno perfectamente reconocido en el siglo XIX, y con el auge de la neurología la gente intentó comprender más claramente qué las provocaba. En la Inglaterra de la década de 1880 se fundó la Sociedad para la Investigación Psíquica con el objetivo de reunir e investigar relatos de apariciones y alucinaciones, sobre todo las de aquellos que habían perdido a un ser amado, y muchos científicos eminentes —físicos, y también fisiólogos y psicólogos— se unieron a la sociedad (William James fue activo en la rama estadounidense). La telepatía, la clarividencia, la comunicación con los muertos y la naturaleza del mundo espiritual fueron objeto de investigación sistemática.

Aquellos primeros investigadores descubrieron que las alucinaciones no eran infrecuentes entre la población. Su «Censo internacional de alucinaciones de los cuerdos en estado de vigilia» de 1894 examinó la incidencia y naturaleza de las alucinaciones experimentadas por personas normales en circunstancias normales (procurando excluir a cualquiera que tuviera algún problema médico o psiquiátrico evidente). A diecisiete mil personas se les envió una sola pregunta:

¿Alguna vez, creyendo que estaba completamente despierto, ha tenido la impresión de ver un ser vivo o un objeto inanimado, o de que le tocaba; de oír una voz que, por lo que podía descubrir, no procedía de ninguna causa física externa?

Más del 10% respondieron de manera afirmativa, y de entre ellos, más de un tercio oía voces. Tal como observó John Watkins en su libro Oír voces, las voces alucinatorias «que poseen algún tipo de contenido religioso o sobrenatural representaban una minoría pequeña pero significativa de ese porcentaje». Sin embargo, casi todas las alucinaciones eran de carácter cotidiano.

Quizá la alucinación auditiva más común consiste en oír que alguien pronuncia tu propio nombre, ya sea una voz conocida o una voz anónima. Freud, en Psicopatología de la vida cotidiana observó al respecto:

En tiempos en que yo, de joven, vivía solo en una ciudad extranjera, a menudo oía a una voz querida, inconfundible, llamarme por mi nombre; decidí anotar entonces el momento en que me sobrevenía la alucinación para preguntar luego, inquieto, a quienes permanecían en mi hogar, lo ocurrido en ese mismo instante. Y no había nada[19]. [Trad. de José Luis Etcheverry.]

Las voces que a veces oye la gente que padece esquizofrenia suelen ser acusadoras, amenazadoras, burlonas u hostigadoras. Por el contrario, las voces alucinatorias que oyen las personas «normales» a menudo no tienen nada de particular, tal como revela Daniel Smith en su libro Muses, Madmen, and Prophets: Hearing Voices and the Borders of Sanity. El padre y el abuelo del propio Smith oían dichas voces, y sus reacciones fueron muy distintas. Su padre comenzó a oír voces a la edad de trece años, escribe Smith:

Las voces no eran elaboradas, y su contenido tampoco era inquietante. Pronunciaban órdenes sencillas. Le indicaban, por ejemplo, que moviera un vaso de un lado al otro de la mesa, o que en el metro pasara por un torniquete en concreto. Sin embargo, el hecho de escucharlas y obedecerlas hizo que su vida interior se volviera, según cuentan todos, insoportable.

El abuelo de Smith, por el contrario, se tomaba sus voces alucinatorias con mucha calma, incluso a broma. Contaba cómo intentaba utilizarlas a la hora de apostar en los caballos. («No funcionaba, en mi mente se confundían voces que me decían que ese caballo ganaría o que ese otro estaba a punto de ganar»). Le iba mucho mejor cuando jugaba a las cartas con sus amigos. Ni el abuelo ni el padre tenían una gran afición a lo sobrenatural; ni tampoco ninguna enfermedad mental significativa. Simplemente oían voces que no tenían nada de particular y que les hablaban de cosas cotidianas, al igual que millones de personas.

El padre y el abuelo de Smith rara vez hablaban de sus voces. Las escuchaban en secreto y en silencio, pensando quizá que admitir que oían voces sería visto como un indicio de locura, o al menos como signo de una grave alteración psiquiátrica. Sin embargo, muchos estudios recientes confirman que no es infrecuente oír voces, y que la mayoría de los que las oyen no son esquizofrénicos; son más bien como el padre y el abuelo de Smith[20].

Está claro que las actitudes hacia el fenómeno de oír voces son de una importancia crucial. Hay quien se siente torturado por las voces, como ocurría con el padre de Daniel Smith, y quien las acepta sin complicaciones, como su abuelo. Tras estas actitudes personales están las actitudes de la sociedad, actitudes que han diferido profundamente en distintas épocas y lugares.

Oír voces es algo que se da en todas las culturas, y a menudo se le ha concedido una gran importancia: los dioses de los mitos griegos a menudo hablaban con los mortales, y también los dioses de las grandes tradiciones monoteístas. Las voces han sido importantes en este aspecto, quizá más que las visiones, pues las voces, el lenguaje, pueden transmitir un mensaje o una orden explícitos, algo que no ocurre con las imágenes por sí solas.

Hasta el siglo XVIII, las voces —al igual que las visiones— se atribuían a seres sobrenaturales: dioses o demonios, ángeles o espíritus. No hay duda de que a veces se daba un solapamiento entre esas voces y las de la psicosis o la histeria, pero en su mayor parte las voces no se consideraban patológicas; si pasaban desapercibidas y permanecían en el ámbito privado, simplemente serían aceptadas como parte de la naturaleza humana, parte de la manera de ser de algunas personas.

Más o menos a mediados del siglo XVIII, una nueva filosofía laica comenzó a ganar terreno con la aparición de los filósofos y científicos de la Ilustración, y se pasó a considerar que las visiones y voces alucinatorias tenían una base fisiológica en la hiperactividad de ciertos centros cerebrales.

Pero seguía manteniéndose la idea romántica de la «inspiración». El artista, y sobre todo el escritor, era visto o se veía a sí mismo como el transcriptor, el amanuense, de una Voz, y a veces tenía que esperar años (como le ocurría a Rilke) para que la Voz hablara[21].

Hablar con uno mismo es algo básico para los seres humanos, pues somos una especie lingüística; el gran psicólogo ruso Lev Vygotsky consideraba que el «habla interior» era un requisito básico de toda la actividad voluntaria. Yo hablo solo, al igual que muchos otros, durante gran parte del día: amonestándome («¡Idiota! ¿Dónde has dejado las gafas?»), animándome («¡Tú puedes!»), quejándome («¿Por qué ese coche está en mi carril?»), y, más rara vez, felicitándome («¡Lo has conseguido!»). Estas voces no vienen del exterior; nunca las confundiría con la voz de Dios, ni de nadie más.

Pero en una ocasión en que estuve en peligro, mientras intentaba bajar una montaña con una grave lesión en la pierna, oí una voz interior que no se parecía nada al balbuceo normal de mi habla interior. Me costó muchísimo cruzar un riachuelo con una rodilla dislocada. El esfuerzo me dejó aturdido, inmóvil durante unos minutos, y a continuación una deliciosa candidez se apoderó de mí, y pensé: ¿Por qué no descanso aquí? ¿Y si me echo un sueñecito? Pero inmediatamente oí la respuesta de una voz poderosa, clara y autoritaria: «No puedes descansar aquí. No puedes descansar en ninguna parte. Tienes que continuar. Encuentra un paso que puedas mantener y no pares». Esa buena voz, la voz de la Vida, me animó y me dio decisión. Dejé de temblar y ya no volví a flaquear.

Joe Simpson, mientras escalaba los Andes, también sufrió un accidente catastrófico: se cayó de una cornisa de hielo y acabó en una profunda grieta con la pierna rota. Luchó por sobrevivir, tal como ha relatado en Tocando el vacío, y el hecho de oír una voz resultó fundamental a la hora de animarlo y dirigirlo:

Sólo había silencio, y nieve, y un cielo despejado vacío de vida, y yo, allí sentado, observándolo todo, aceptando lo que debía intentar conseguir. No había ninguna fuerza oscura actuando en contra mía. Una voz en mi cabeza me dijo que aquello era cierto, atravesando la confusión de mi mente con su sonido frío y racional.

Era como si dentro de mí debatieran dos voces. La voz era nítida, severa e imperiosa. Siempre tenía razón, y la escuché mientras hablaba y actué según sus decisiones. La otra mente divagaba una serie inconexa de imágenes, recuerdos y esperanzas, y yo la escuchaba en un estado de ensueño mientras me disponía a obedecer las órdenes de la voz. Tenía que llegar al glaciar. (…) La voz me dijo exactamente cómo ponerme en marcha, y la obedecí mientras mi otra mente pasaba abstraída de una idea a otra. (…) La voz, y el reloj, me instaban a ponerme en marcha cada vez que el calor del glaciar me sumía en una modorra de agotamiento. Eran las tres, y sólo quedaban tres horas y media de luz. Seguí moviéndome, pero pronto me di cuenta de que avanzaba con gran lentitud. No pareció preocuparme el hecho de avanzar como un caracol. Siempre y cuando obedeciera a la voz, no me pasaría nada.

Cualquiera puede oír estas voces en situaciones de extrema amenaza o peligro. Freud oyó voces en dos ocasiones, tal como menciona en su libro La afasia:

Recuerdo haber estado dos veces en peligro de muerte, y en los dos casos la conciencia del peligro se me presentó de un modo totalmente súbito. En ambas ocasiones sentí: «Éste es el fin», y a pesar de que en otras circunstancias mi lenguaje interior se realiza sólo con imágenes sonoras indistintas y movimientos ligeros de los labios, en esas situaciones de peligro escuché dichas palabras como si alguien me las estuviera gritando al oído, y al mismo tiempo las vi como si estuvieran impresas en un trozo de papel que flotaba en el aire. [Traducción de Ramón Alcalde.]

La vida puede verse amenazada desde dentro, y aunque no podemos saber cuántos intentos de suicidio se han evitado gracias a una voz, sospecho que no es algo infrecuente. Mi amiga Liz, después de una ruptura sentimental, quedó desconsolada y abatida. Cuando estaba a punto de tragarse un puñado de pastillas para dormir ayudándose con un vaso de whisky, le sobresaltó una voz que decía: «No. No quieres hacerlo», y a continuación: «Recuerda que lo que sientes ahora no lo sentirás más adelante». La voz parecía proceder del exterior; era una voz de hombre, aunque ella no sabía de quién. Débilmente, Liz preguntó: «¿Quién ha dicho eso?». No hubo respuesta, pero una figura «granulosa» (tal como ella la definió) se materializó en la silla que tenía delante: era un joven vestido al estilo del siglo XVIII, que brilló con luz trémula unos segundos y luego desapareció. Una sensación de inmenso alivio y alegría se apoderó de Liz. Aunque sabía que la voz debía de proceder de lo más hondo de sí, más tarde se refería a ella, en broma, como su «ángel de la guarda».

Se han dado diversas explicaciones a por qué la gente oye voces, y no hay una sola que cubra toda la variedad de circunstancias. Parece probable, por ejemplo, que las voces predominantemente hostiles o persecutorias de la psicosis poseen una base muy distinta del hecho de oír que alguien pronuncia un nombre en una casa vacía; algo cuyo origen es también distinto de las voces que se oyen en emergencias o situaciones desesperadas.

Las alucinaciones auditivas podrían estar asociadas con la activación anormal de la corteza auditiva primaria; se trata de un tema que necesita mucha más investigación no sólo entre los que padecen psicosis sino entre la población en general. La gran mayoría de los estudios llevados a cabo hasta ahora ha examinado sólo las alucinaciones auditivas en pacientes psiquiátricos.

Algunos investigadores han propuesto que las alucinaciones auditivas resultan de un fallo a la hora de reconocer como propia el habla generada de manera interna (o quizá surge de una activación cruzada con las zonas auditivas, de manera que lo que casi todos experimentamos como pensamientos se convierte en «voz»).

Quizá exista algún tipo de barrera o inhibición fisiológica que normalmente evita que casi todos nosotros «oigamos» dichas voces internas como algo exterior. Quizá esa barrera está dañada o no se ha desarrollado bien en aquellos que oyen voces constantemente. Quizá, sin embargo, habría que invertir la cuestión, y preguntarnos por qué la mayoría no oímos voces. Julian Jaynes, en su influyente libro de 1976 El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral, especuló que, no hace mucho tiempo, todos los humanos oían voces generadas internamente y procedentes del hemisferio derecho del cerebro, pero que eran percibidas (por el hemisferio izquierdo) como algo externo, y tomadas como comunicaciones directas de los dioses. Jaynes propuso que en torno al año 1000 a. C., con el despertar de la conciencia moderna, las voces se interiorizaron y se reconocieron como propias[22].

Otros han propuesto que las alucinaciones auditivas podrían surgir de una atención anormal al flujo subvocal que acompaña al pensamiento verbal. Está claro que «oír voces» y «alucinaciones auditivas» son términos que cubren una variedad de fenómenos distintos.

Mientras que las voces transmiten significado —ya sea trivial o profético—, algunas alucinaciones auditivas no son poco más que ruidos extraños. Probablemente los más comunes entre ellos se clasifican como tinnitus, un susurro o pitido que casi nunca se detiene, que a menudo acompaña a la pérdida auditiva, y que a veces puede llegar a ser intolerablemente fuerte.

Oír ruidos —zumbidos, murmullos, gorjeos, golpes, susurros, pitidos, voces apagadas— es algo que va comúnmente asociado a problemas auditivos, y puede verse agravado por muchos factores, entre ellos el delirio, la demencia, las toxinas y el estrés. Cuando los médicos residentes, por ejemplo, están de guardia durante largos períodos, la falta de sueño puede producir una variedad de alucinaciones de cualquier modalidad sensorial. Un joven neurólogo escribió que tras haber estado de guardia durante más de treinta horas, oía la telemetría y las alarmas de los respiradores artificiales del hospital, y a veces, después de llegar a casa, seguía oyendo el pitido del teléfono[23].

Aunque las frases musicales o las canciones pueden oírse junto con voces u otros ruidos, muchísimas personas sólo «oyen» música o frases musicales. Las alucinaciones musicales pueden surgir de una apoplejía, un tumor, un aneurisma, una enfermedad infecciosa, un proceso neurovegetativo, un trastorno tóxico o metabólico. En tales situaciones, las alucinaciones generalmente desaparecen en cuanto la causa que las provocaba se trata o remite[24].

A veces resulta extraño señalar una causa concreta de las alucinaciones musicales, pero entre la población predominantemente geriátrica con la que trabajo, la causa más común de la alucinación musical es, con mucho, la pérdida auditiva o la sordera, y en este caso las alucinaciones pueden ser obstinadamente persistentes, aun cuando el oído mejore por el uso de un audífono o un implante coclear. Diane G. me escribió:

Padezco tinnitus desde que tengo uso de razón. Está presente las veinticuatro horas del día y tiene un tono muy agudo. Suena exactamente igual que las cigarras cuando en verano llegan en hordas a Long Island. En el último año alguna vez [también he oído] música sonando en mi cabeza. No dejo de oír a Bing Crosby, acompañado de amigos y una orquesta cantando «White Christmas» una y otra vez. Pensaba que venía de una radio que estaba en otra habitación, hasta que eliminé todas las posibilidades de procedencia exterior. Duró días y días, y no tardé en descubrir que no podía desconectar ni variar el volumen. Pero con la práctica podía cambiar la letra, la velocidad y las armonías. Desde entonces oigo música casi cada día, generalmente por la noche, y a veces tan fuerte que casi no me deja oír mis propias conversaciones. Siempre se trata de melodías conocidas, como himnos, mis piezas favoritas de cuando tocaba el piano y canciones de mi juventud. Y siempre oigo la letra. (…)

Por si esta cacofonía fuera poco, ahora he comenzado a oír un tercer nivel de sonido al mismo tiempo, como si alguien escuchara voces en la radio o la televisión en otro cuarto. Siempre tengo voces en la cabeza, masculinas y femeninas, con pausas, inflexiones, y aumentos y disminución de volumen de lo más realista. Sólo que no entiendo las palabras.

Diane ha ido perdiendo el oído progresivamente desde que era niña, y el hecho de que sufra alucinaciones musicales y de conversaciones es algo poco habitual[25].

Existe una amplia variedad en la cualidad de las alucinaciones musicales de cada uno —a veces el volumen es bajo, otras inquietantemente alto; a veces son simples, otras complejas—, pero existen ciertas características comunes a todas ellas. Ante todo, son de cualidad perceptiva, y parecen emanar de una fuente externa; así, son distintas de la imaginería (incluso los «gusanos auditivos», esa imaginería musical irritante y repetitiva que casi todos tenemos propensión a oír de vez en cuando). Las personas que sufren alucinaciones musicales a menudo buscan una causa externa —una radio, la televisión del vecino, una banda de música de la calle— y sólo cuando no la encuentran se dan cuenta de que el origen está en ellas mismas. Así, a veces la comparan con una grabadora o un iPod en el cerebro, algo mecánico y autónomo, no una parte controlable e integral del yo.

Que algo así ocurra en nuestra cabeza provoca perplejidad, y no pocas veces miedo: miedo de que uno se esté volviendo loco o de que esa música fantasma pueda ser señal de un tumor, una apoplejía o demencia. Dichos miedos a menudo cohíben a la gente a la hora de reconocer que sufre alucinaciones; quizá por esta razón, durante mucho tiempo las alucinaciones musicales se han considerado raras, aunque ahora se ha visto que no lo son ni mucho menos[26].

Las alucinaciones musicales pueden inmiscuirse en la percepción e incluso ahogarla; al igual que el tinnitus, pueden tener un volumen muy alto e impedir que oigamos lo que alguien nos dice (la imaginería casi nunca compite así con la percepción).

Las alucinaciones musicales a menudo surgen de pronto, sin causa aparente. Con frecuencia, sin embargo, llegan después de un tinnitus o un ruido externo (como el zumbido de un avión o un cortacésped), después de haber oído música real o cualquier cosa que sugiera una pieza o un estilo musical en concreto. A veces surgen por asociaciones externas, como una paciente mía que después de pasar por una panadería francesa oía la canción «Alouette, gentille alouette».

Hay personas cuyas alucinaciones musicales prácticamente nunca se paran, mientras que otras las sufren sólo de manera intermitente. La música alucinatoria suele ser conocida (aunque no tiene por qué gustarnos; así, uno de mis pacientes creía oír marchas nazis de su juventud que le aterraban). Puede ser música vocal e instrumental, clásica popular, pero en su mayor parte suele ser música que el paciente oyó en sus primeros años de vida. De vez en cuando los pacientes oyen «frases y notas sin sentido», tal como lo expresó uno de mis corresponsales, un músico con talento.

La música alucinatoria puede ser muy detallada, de manera que se oye perfectamente cada nota de una pieza, cada instrumento de una orquesta. Tanto detalle y exactitud resultan a menudo asombrosos para el que padece alucinaciones, que quizá habitualmente es incapaz de retener una melodía simple en la cabeza, por no hablar de una composición coral o instrumental elaborada. (A lo mejor resulta algo análogo a la extrema claridad e insólito detalle que caracteriza a muchas alucinaciones visuales). A menudo se cree oír un solo tema, quizá unos pocos compases, una y otra vez, como un disco rayado. Una de mis pacientes oyó parte de «O Come, All Ye Faithful» diecinueve veces y media en diez minutos (su marido lo cronometró), y le atormentaba no oír nunca el himno entero. La música alucinatoria puede aumentar lentamente en intensidad y luego disminuir lentamente, pero también puede llegar súbitamente a todo volumen a mitad de un compás y detenerse de un modo igual de repentino (como si apretaras un interruptor, comentan a menudo los pacientes). Algunos pacientes cantan acompañando a sus alucinaciones musicales; otros no les hacen caso, tanto da. Las alucinaciones musicales no se interrumpen, y les da igual que se las escuche o no. Y pueden continuar por su cuenta aun cuando uno escuche o interprete otra cosa. Así, Gordon B., que era violinista, a veces creía oír una pieza musical mientras interpretaba otra totalmente distinta en un concierto.

Las alucinaciones musicales tienden a propagarse. Una melodía conocida, una vieja canción, puede impulsar el proceso; lo más probable es que al cabo de días o semanas se le una otra canción, y luego otra, hasta que se acumula todo un repertorio de música alucinatorio. Y este repertorio tiende a cambiar: una melodía desaparece, y es reemplazada por otra. No se puede comenzar o dejar de sufrir alucinaciones de manera voluntaria, aunque algunas personas a veces son capaces de sustituir una pieza de música alucinatoria por otra. Un hombre que afirmó tener «una máquina de discos intracraneal» descubrió que podía pasar a voluntad de un «disco» a otro, siempre y cuando fueran de estilo o ritmos similares, aunque no podía encender ni apagar la propia máquina.

Un prolongado silencio o la monotonía auditiva pueden ser también la causa de las alucinaciones auditivas. He tenido pacientes que las han experimentado mientras estaban en un retiro de meditación o durante un largo viaje marítimo. Jessica K., una joven sin pérdida auditiva, me escribió que sus alucinaciones le llegaban con la monotonía auditiva:

En presencia de un ruido blanco como el correr del agua o un sistema de aire acondicionado central, a menudo oigo música o voces. Las oigo claramente (y en los primeros días a menudo buscaba la radio que alguien debía de haberse dejado en otra habitación), pero cuando se trata de música con letra o voces (que siempre suena como un programa de radio o algo parecido, no como una conversación real) nunca la oigo lo bastante bien como para distinguir las palabras. Nunca oigo esas cosas a no ser que estén «insertas», por así decir, en un ruido blanco, y sólo si no hay otros sonidos que compiten con ellas.

Las alucinaciones musicales parecen ser menos comunes en los niños, pero he visitado a un niño, Michael, que las padece desde que tenía cinco o seis años. Su música no para nunca y es abrumadora, y a menudo le impide concentrarse en otra cosa. Pero es mucho más habitual que las alucinaciones musicales comiencen a una edad posterior, contrariamente al hecho de oír voces, que parece, en aquellos que lo sufren, algo que comienza en la infancia y dura toda la vida.

Algunas personas que sufren alucinaciones musicales persistentes las consideran un tormento, pero otras se adaptan y aprenden a vivir con esa música que les viene impuesta, e incluso unas pocas llegan a disfrutar de su música interior y opinan que eso enriquece su vida. Ivy L., una mujer de cincuenta y ocho años, vivaz y que se expresa muy bien, ha padecido alucinaciones visuales relacionadas con su degeneración ocular, y algunas alucinaciones musicales y auditivas producidas por sus problemas de oído. La señora L. me escribió:

En 2008 mi doctora me recetó paroxetina para lo que ella denominó depresión y yo tristeza. Yo me había mudado de St. Louis a Massachusetts tras la muerte de mi marido. Una semana después de comenzar a tomar la paroxetina, mientras miraba las Olimpiadas, me sorprendió oír una lánguida música acompañando las pruebas de natación masculina. Cuando apagué la televisión, la música continuó, y desde entonces ha estado presente prácticamente cada minuto mientras estoy despierta.

Cuando la música comenzó, un médico me recetó Zyprexa por si podía ayudar. El medicamento me provocó la alucinación visual de un techo turbio y marrón que por la noche borboteaba. Al cambiar de medicamento empecé a tener unas alucinaciones en las que veía unas deliciosas plantas tropicales transparentes que crecían en mi cuarto de baño. Cuando dejé de tomar los medicamentos, las alucinaciones visuales cesaron. La música continuó.

No es sólo que «recuerde» esas canciones. La música que se oye por la casa suena tan fuerte y clara como si oyera un cedé o estuviera en un concierto. El volumen aumenta si estoy en espacios grandes como un supermercado. Es una música sin cantantes ni palabras. Nunca oigo «voces», pero en una ocasión oí que alguien pronunciaba mi nombre de manera apremiante mientras dormitaba.

Durante una temporada breve «oí» timbres, teléfonos y despertadores, aunque ninguno sonaba. Ahora ya no lo experimento. Además de la música, a veces oigo saltamontes, jilgueros, o el sonido de un camión grande con el motor al ralentí en mi lado derecho.

Durante estas experiencias soy plenamente consciente de que no son reales. Hago mi vida normal, me encargo de mis cuentas y mis finanzas, me cambio de casa, me ocupo de las tareas domésticas. Hablo de manera coherente mientras experimento todas estas alteraciones auditivas y visuales. Mi memoria es bastante fidedigna, exceptuando algún papel que no sé dónde he dejado.

Soy capaz de «iniciar» una melodía en la que pienso o provocarla mediante una frase, pero no puedo detener las alucinaciones auditivas. Por lo que no puedo parar el «piano» del armario de los abrigos, el «clarinete» del techo de la sala, el interminable «God Bless America» o despertarme al son de «Good Night, Irene». Pero me las arreglo.

Las tomografías y las resonancias magnéticas funcionales han mostrado que la alucinación musical, al igual que la percepción musical real, se relaciona con la activación de una extensa red en la que participan muchas áreas del cerebro: áreas auditivas, la corteza motora, áreas visuales, los ganglios basales, el cerebelo, el hipocampo y la amígdala. (La música excita muchas más áreas del cerebro que ninguna otra actividad, una de las razones por las que la terapia musical es útil en una amplia variedad de enfermedades). Esta red musical puede estimularse directamente en algún caso, como ocurre con la epilepsia focal, una fiebre, o un delirio, pero lo que parece ocurrir en la mayoría de los casos de alucinaciones musicales es una liberación de actividad en la red musical cuando las inhibiciones o constituciones normalmente operativas están debilitadas. La causa más común de dicha liberación es la privación auditiva o la sordera. Así, las alucinaciones musicales de la gente mayor sorda son análogas a las alucinaciones visuales del síndrome de Charles Bonnet.

Pero aunque las alucinaciones musicales a causa de la sordera y las alucinaciones visuales del síndrome de Charles Bonnet son psicológicamente parecidas, presentan grandes diferencias fenomenológicas, que reflejan la naturaleza tan distinta de nuestro mundo visual y nuestro mundo musical, diferencias evidentes en nuestra manera de percibirlos, recordarlos o imaginarlos. No nos encontramos con un mundo visual ya construido y preensamblado; tenemos que construirlo lo mejor que podamos. Esta construcción entraña análisis y síntesis a muchos niveles funcionales del cerebro, comenzando por la percepción de las líneas y ángulos y la orientación en la corteza occipital. A niveles superiores, en la corteza inferotemporal, los «elementos» de la percepción visual son un poco más complejos, apropiados para el análisis y reconocimiento de escenas naturales, objetos, formas de plantas y animales, letras y caras. Las alucinaciones visuales complejas entrañan el montaje de dichos elementos, un acto de ensamblaje, y estos ensamblajes continuamente se permutan, se desmontan y se vuelven a montar.

Las alucinaciones musicales son muy distintas. Con la música, aunque existen sistemas funcionales distintos que perciben el tono, el timbre, el ritmo, etc., las redes musicales del cerebro funcionan juntas, y las piezas no se pueden alterar de manera significativa en su línea melódica, tempo o ritmo sin perder su identidad musical. Aprendemos una pieza musical como una totalidad. Sea cual sea el proceso inicial de percepción y memoria musical, una vez conocemos una pieza la conservamos no como un ensamblaje de elementos individuales, sino como un procedimiento o interpretación completos; la música es interpretada por la mente/cerebro siempre que la recuerda; y lo mismo ocurre cuando surge de manera espontánea, ya sea como gusano auditivo o alucinación.