11. EN EL UMBRAL DEL SUEÑO
En 1992 recibí una carta de Robert Utter, un australiano que me había oído hablar por televisión del aura de migraña. Escribió: «Relató usted que algunas personas que sufren migraña ven formas elaboradas ante sus ojos (…) y especuló que podría ser la manifestación de alguna función profunda generadora de estructuras del cerebro». Esto le recordó la experiencia que sufría de manera rutinaria al irse a la cama:
Generalmente ocurre en el momento en que, por la noche, mi cabeza toca la almohada; mis ojos se cierran y… veo imágenes. No me refiero a fotos; lo más habitual es que sean estructuras o texturas, como formas que se repiten, o sombras de formas, o el fragmento de una imagen, como la hierba de un paisaje o el veteado de la madera, una pequeña ola o gotas de lluvia (…) transformadas de la manera más extraordinaria y a gran velocidad. Las formas se replican, se multiplican, se ven en negativo, etc. Se añade color, se quita, se tiñen. Las texturas son de lo más fascinante; la hierba se convierte en pelo de animal, luego en folículos pilosos, luego en líneas de luz que se ondulan y bailan, y centenares de variaciones con más sutiles gradientes entre ellos de lo que pueden describir mis palabras.
Estas imágenes y sus cambios subsiguientes aparecen y se disipan sin control por mi parte. La experiencia es fugaz, a veces dura unos pocos segundos, y otras, minutos. No soy capaz de predecir su aparición. No da la impresión de ocurrir en mis ojos, sino en una dimensión espacial que hay delante de mí. La intensidad de las imágenes va de apenas perceptibles a vívidas, como las imágenes de un sueño. Pero, contrariamente a los sueños, no poseen ninguna connotación emocional. Aunque son fascinantes, no me conmueven. (…) Toda la experiencia parece vacía de significado.
Se preguntaba si esta imaginería representaba una especie de «marcha al ralentí» de la parte visual del cerebro en ausencia de percepción.
Lo que el señor Utter describió con tanta viveza no son sueños, sino imágenes involuntarias o cuasialucinaciones que aparecen justo antes del sueño: alucinaciones hipnagógicas, por utilizar el término acuñado por el psicólogo francés Alfred Maury en 1848. Se calcula que ocurren en la mayoría de la gente, al menos esporádicamente, aunque pueden ser tan sutiles que pasan desapercibidas.
Mientras que las observaciones originales de Maury eran todas acerca de su propia imaginería, Francis Galton proporcionó una de las primeras investigaciones sistemáticas de las alucinaciones hipnagógicas, reuniendo información de un número importante de sujetos. En su libro de 1883 Inquiries into Human Faculty, observó que muy pocas personas admitían de buen principio poseer dicha imaginería. Sólo cuando les enviaban cuestionarios en los que se recalcaba lo corrientes y benignas que eran esas alucinaciones, algunos sujetos se sentían libres para hablar de ellas.
A Galton le sorprendió tener él también alucinaciones hipnagógicas, aun cuando le costó tiempo y paciencia comprenderlo. «Si me hubieran preguntado, antes de examinarme concienzudamente, habría declarado de manera categórica que mi campo visual en la oscuridad era esencialmente de un negro uniforme, sometido a alguna esporádica turbiedad de color morado claro y a otras pequeñas variaciones», escribió. En cuanto comenzó a observar más atentamente, sin embargo, vio que
ocurre continuamente un cambio caleidoscópico de estructuras y formas, pero son demasiado fugaces y complejas para poder dibujarlas ni de manera aproximada. Me asombra su variedad. (…) Desaparecen de la vista y la memoria en el instante en que empiezo a pensar en ellas, y es sorprendente que estén tan presentes y que sin embargo habitualmente las pasemos por alto.
Entre las docenas de personas que respondieron al cuestionario de Galton se encontraba el reverendo George Henslow («cuyas visiones», escribió Galton, «son muchísimo más vívidas que las mías»)[56]. Una de las alucinaciones de Henslow comenzaba con la visión de una ballesta, a continuación una flecha, luego una lluvia de flechas, que se convertían en estrellas y caían, y a continuación copos de nieve. Esto venía seguido de una visión minuciosamente detallada de una rectoría, y luego de un lecho de tulipanes rojos. Se trataba de imágenes que cambiaban rápidamente, y en las que él veía asociación visual (por ejemplo, las flechas que se convertían en estrellas y luego en copos de nieve), pero no continuidad narrativa. La imaginería de Henslow era extremadamente vívida, pero carecía de la cualidad o el argumento de un sueño.
Henslow recalcó que estas alucinaciones diferían enormemente de las imágenes voluntarias; estas últimas se iban componiendo lentamente, fragmento a fragmento, como un cuadro, y parecían formar parte de la esfera de la experiencia cotidiana, mientras que las otras aparecían de manera espontánea, motu proprio y ya completas. Sus alucinaciones hipnagógicas «muy a menudo eran de gran belleza y tremendamente brillantes. Cristal tallado (mucho más elaborado del que soy consciente de haber visto nunca), filigranas en oro y plata muy bien grabadas, un grupo de flores doradas plantadas, etc.; elaborados dibujos de alfombra en colores de tonos brillantes».
Mientras que Galton se fijó en esta descripción por su claridad y detalle, Henslow fue sólo uno más de los muchos que describieron visiones esencialmente similares cuando se encontraba en una habitación silenciosa y a oscuras, a punto de acostarse. Estas visiones variaban en viveza, desde las tenues imágenes como las del propio Galton a prácticamente alucinaciones, aunque éstas nunca se confundían con la realidad.
Galton no consideraba la proclividad a experimentar visiones hipnagógicas como algo patológico; pensaba que aunque unas pocas personas podían experimentarlas a menudo y vivamente cada vez que se iban a dormir, la mayoría (si no todas) las experimentaban al menos de vez en cuando. Era un fenómeno normal, aunque para que ocurriera se necesitaban unas condiciones especiales: oscuridad o cerrar los ojos, un estado pasivo de la mente y la inminencia del sueño.
Pocos científicos prestaron gran atención a las visiones hipnagógicas hasta la década de 1950, cuando Peter McKellar y sus colegas comenzaron lo que iba a ser una investigación que duraría décadas sobre las alucinaciones próximas al sueño, llevando a cabo detalladas observaciones de su contenido y extensión en una población grande (el cuerpo estudiantil de la Universidad de Aberdeen), y comparándolas con otros tipos de alucinaciones, sobre todo las inducidas por la mescalina. En la década de 1960 pudieron complementar sus observaciones fenomenológicas con estudios electroencefalográficos mientras sus sujetos pasaban de la vigilia completa a un estado hipnagógico.
Más de la mitad de los sujetos de McKellar afirmaron que la imaginería hipnagógica, así como las alucinaciones auditivas (de voces, campanas, ruidos de animales o de otro tipo), eran tan corrientes como las visuales. Muchos de mis corresponsales también describen alucinaciones auditivas simples: perros que ladran, teléfonos que suenan, un nombre que alguien pronuncia.
En su libro Upstate, Edmund Wilson describió un tipo de alucinación hipnagógica que comparte mucha gente:
Por la mañana me parece oír sonar el teléfono justo antes de estar completamente despierto. Al principio voy a responder, pero descubro que no está sonando. Entonces simplemente me quedo echado en la cama, y si el sonido no se repite, sé que es algo imaginario y no me levanto.
Antonella B. oye música cuando se queda dormida. La primera vez que ocurrió, me dijo en una carta, «oí una pieza de música clásica realmente hermosa, interpretada por una gran orquesta, muy compleja y desconocida». Generalmente su música no va acompañada de imágenes, «no son más que hermosos sonidos que llenan mi cerebro».
Susan F., que es bibliotecaria, tenía alucinaciones auditivas más elaboradas, tal como me relató en una carta:
Durante décadas, justo cuando estoy a punto de dormirme, oigo pronunciar frases. Siempre son gramáticamente correctas, por lo general en inglés y dichas por un hombre. (En contadas ocasiones las ha pronunciado una mujer, y sólo una vez en un idioma que no pude comprender. Reconozco las diferencias entre las lenguas romances, el chino, el coreano, el japonés, el ruso y el polaco, pero no era ninguno de estos idiomas). A veces las frases son órdenes, como por ejemplo «Tráeme un vaso de agua», pero otras son tan sólo afirmaciones o preguntas. Durante el verano de 1993 llevé un diario de lo que oía. Éstas son algunas de las frases: «Una vez él caminaba delante de mí»; «A lo mejor ése es tu caso»; «¿Sabes lo que parece la foto?»; «Mamá quiere preparar unas galletas»; «Huelo al unicornio»; «Ve a buscar champú».
Lo que oigo no guarda relación con lo que he leído, visto, experimentado o recordado ese día, el día anterior, o la semana o el año anteriores. A menudo, cuando hago un largo viaje en coche y mi marido conduce, echo una cabezada. Entonces las frases llegan muy rápidamente. Me quedó dormida un segundo, oigo una frase en el duermevela, le repito la frase a mi marido, y me vuelvo a dormir, oigo otra frase en el duermevela, y así sucesivamente hasta que decido despertarme y permanecer despierta.
En Habla, memoria, Nabokov nos ofrece una elocuente descripción de su propia imaginería hipnagógica, tanto auditiva como visual:
Cuando retrocedo hasta los más antiguos recuerdos de mí mismo (…) compruebo que siempre he tenido leves alucinaciones. (…) Justo antes de quedarme dormido, a menudo tomo conciencia de una especie de conversación unilateral que se está desarrollando en una sección adyacente de mi cerebro, con absoluta independencia del fluir de mis pensamientos. Es una voz neutra, distante, anónima, a la que sorprendo diciéndome palabras que para mí no tienen la menor importancia: una frase en inglés o en ruso, ni siquiera dirigida a mí, y tan trivial que no me atrevo a dar ejemplos. (…) Este estúpido fenómeno parece ser la contrapartida auditiva de ciertas visiones previas al sueño, que también conozco muy bien. (…) Vienen y se van, sin participación del adormecido observador, pero son en esencia diferentes de las imágenes de los sueños, pues todavía domino mis sentidos. A menudo resultan grotescas. Me importunan pícaros perfiles, o algún enano de toscos rasgos encarnados y con la nariz o la oreja hinchada. A veces, no obstante, mis fotismos adoptan una consoladora calidad de flou, y entonces veo —proyectadas, por así decirlo, sobre la cara interior del párpado— figuras grises que caminan entre colmenas, o pequeños loros negros que se desvanecen lentamente entre la nieve de los montes, o cierta lejanía malva que se funde más allá de unos mástiles en movimiento. [Traducción de Enrique Murillo.]
Las caras son especialmente corrientes en las alucinaciones hipnagógicas, tal como pone de relieve Andreas Mavromatis en su enciclopédico libro Hypnagogia: The Unique State of Consciousness Between Wakefulness and Sleep. Cita a un hombre que le describió lo siguiente en 1886; relató que las caras
parecen surgir de la oscuridad, como una neblina, y rápidamente adquieren nítidos contornos, redondez, viveza y una poderosa realidad. Se disipan sólo para dar lugar a otras, que se suceden con sorprendente rapidez en una enorme multitud. Antes las caras eran asombrosamente feas. Eran humanas, pero parecían animales, y sin embargo dichos animales no tenían parangón en el mundo, parecían diabólicos. (…) Últimamente las caras se han vuelto exquisitamente hermosas. Formas y rasgos de inmaculada percepción se suceden ahora en infinita variedad y número.
Muchas otras descripciones recalcan lo común que es ver caras, o a veces grupos de caras en los que cada una se diferencia perfectamente de las otras, pero es irreconocible. F. E. Leaning, en su artículo de 1925 sobre la hipnagogia, especuló que esa insistencia en las caras «casi sugiere que existe una propensión en la mente a “ver caras”». La «propensión» de Leaning, sabemos ahora, posee su sustrato anatómico en una parte especializada de la corteza visual, el área fusiforme facial. Dominic ffytche y sus colegas han mostrado en estudios por resonancia magnética funcional que es precisamente esta área del hemisferio derecho la que se activa cuando se tienen alucinaciones de caras.
La activación de una zona homóloga en el hemisferio izquierdo podría producir alucinaciones léxicas: de letras, números, notación musical, a veces palabras o pseudopalabras, o incluso frases. Uno de los sujetos de Mavromatis lo expresó de la siguiente manera: «Cuando dormito o antes de irme a dormir (…) tengo la impresión de estar leyendo un libro. Veo las líneas claramente y distingo las palabras, pero éstas casi nunca parecen tener ningún significado concreto. Los libros que tengo la impresión de leer nunca son libros con los que estoy familiarizado, pero a menudo tratan del tema acerca del que he estado leyendo durante el día».
(Mientras que las imágenes hipnagógicas de caras y lugares son generalmente irreconocibles, existe una categoría definida de hipnagogia que McKellar y Simpson denominan «perseverante»: alucinaciones o imágenes recurrentes de algo que uno ha vivido ese día. Si, por ejemplo, uno ha estado conduciendo todo el día, podría «ver» un sector o línea de árboles desplegándose continuamente ante los ojos cerrados).
El color de la imaginería hipnagógica puede ser tenue o inexistente, pero a menudo posee unos colores brillantes y muy saturados. Ardis y McKellar, en un artículo de 1956, citan un caso en el que el sujeto describía «colores del espectro intensificados, como si estuvieran bañados en la luz solar más cruda». Los comparaba, como han hecho otros, con la exageración del color que da la mescalina. En las alucinaciones hipnagógicas, la luminosidad o los perfiles pueden parecer anormalmente nítidos, con sombras o arrugas exageradas: a veces tales exageraciones acompañan a figuras o escenas como de dibujos animados. Muchas personas hablan de una claridad «imposible» o de un detalle «microscópico» en sus visiones hipnagógicas. Las imágenes pueden parecer de un grano más fino que la propia percepción, como si los ojos de la mente poseyeran una agudeza de 20/5 en lugar de 20/20 (esta hiperagudeza es un rasgo común a muchos tipos de alucinación visual).
En la hipnagogia uno puede «ver» a veces una constelación de imágenes —un paisaje en el medio, una cara asomando del rincón superior izquierdo, una compleja estructura geométrica alrededor del borde—, todas presentes simultáneamente y todas evolucionando o metamorfoseándose de manera independiente, una especie de alucinación multifocal. Muchas personas describen poliopía alucinatoria, multiplicaciones de objetos o figuras (uno de los sujetos de McKellar vio una cacatúa de color rosa, y a continuación cientos de cacatúas de color rosa hablando entre ellas).
A veces es posible que las figuras y los objetos se acerquen repentinamente en un zoom, volviéndose más grandes y más detallados, para alejarse a continuación. Las imágenes hipnagógicas, a menudo comparadas con las instantáneas o diapositivas, se presentan súbitamente a la conciencia, permanecen unos segundos y desaparecen; a veces son reemplazadas por otras imágenes que no parecen guardar conexión ni relación aparente entre ellas.
Las visiones hipnagógicas a veces pueden parecer algo de «otro mundo», una expresión utilizada una y otra vez por la gente que describe sus visiones. Edgar Allan Poe recalcó que sus propias imágenes hipnagógicas no solamente no le resultaban familiares, sino que no se parecían a nada que hubiera visto antes; poseían «la libertad de lo novedoso»[57].
La mayoría de las imágenes hipnagógicas no se parecen a las verdaderas alucinaciones: no se perciben como reales, y no se proyectan al espacio externo. Y sin embargo poseen muchos de los rasgos especiales de las alucinaciones: son involuntarias, incontrolables, autónomas; pueden presentar colores y detalles prodigiosos, y sufrir transformaciones rápidas y extravagantes que no se parecen a las de la imaginería mental normal.
Hay algo en las rápidas y espontáneas transformaciones características de la imaginería hipnagógica que sugiere que el cerebro funciona «al ralentí», como insinuó mi corresponsal, el señor Utter. Los neurocientíficos suelen hablar ahora de «redes por defecto» en el cerebro, que generan sus propias imágenes. Quizá se podría aventurar el término «jugar», y considerar que la corteza visual juega con cada permutación, juega sin ninguna meta, sin centro ni sentido: una actividad azarosa, o quizá una actividad con tantos microdeterminantes que nunca se repite ninguna pauta. Pocos fenómenos nos dan una idea de la creatividad y poder computacional del cerebro como el torrente infinitamente variado y siempre cambiante de estructuras y formas que se pueden ver en los estados hipnagógicos.
Aunque Mavromatis afirma que la hipnagogia es «un estado singular de conciencia entre la vigilia y el sueño», ve afinidades con otros estados de conciencia —los del sueño, la meditación, el trance y la creatividad—, así como con estados alterados de conciencia en la esquizofrenia, la histeria y en situaciones inducidas por las drogas. Aunque las alucinaciones hipnagógicas son sensoriales (y por lo tanto corticales, es decir, producidas por la corteza visual, la corteza auditiva, etc.), considera que el proceso que se inicia podría hallarse en las partes más primitivas y subcorticales del cerebro, y éste es un rasgo que la hipnagogia podría compartir con los sueños.
Y sin embargo son estados distintos. Los sueños aparecen en episodios, no en destellos; tienen continuidad, coherencia, narrativa, un tema. Uno participa en sus propios sueños, o es observador participante, mientras que en la hipnagogia uno es simplemente espectador. Los sueños evocan nuestros deseos y miedos, y a menudo reproducen experiencias de los días anteriores, contribuyen a la consolidación de la memoria. A veces parecen sugerir la solución de un problema; poseen una poderosa cualidad personal y vienen determinados casi siempre desde arriba: son creaciones «descendentes» (aunque, como apunta Allan Hobson con abundancia de pruebas, también utilizan procesos «ascendentes»). En contraste, la imaginería o alucinación hipnagógica, con sus cualidades en gran medida sensoriales —color, detalle y perfil realzados o exagerados, luminosidad, distorsiones, multiplicaciones y zooms—, y su alejamiento de la experiencia personal, es sin la menor duda un proceso «ascendente». (Aunque esto es una simplificación, pues teniendo en cuenta el tráfico en dos direcciones de cada nivel del sistema nervioso, casi todos los procesos son al mismo tiempo descendentes y ascendentes). La hipnagogia y el sueño son ambos estados de conciencia extraordinarios, tan diferentes entre sí como distintos de la conciencia despierta.
Las alucinaciones hipnopómpicas —las que surgen al despertar— son a menudo profundamente distintas en carácter de las alucinaciones hipnagógicas[58]. Éstas, vistas con los ojos cerrados o en la oscuridad, proceden de manera sosegada y fugaz en su propio espacio imaginativo, y normalmente no se percibe que estén físicamente presentes en la habitación. Las alucinaciones hipnopómpicas a menudo se ven con los ojos abiertos, con una intensa iluminación; a menudo se proyectan al espacio externo y parecen totalmente sólidas y reales. A veces divierten o producen placer, pero a menudo causan angustia o incluso terror, pues pueden parecer cargadas de intencionalidad y dispuestas a atacar a la persona que las sufre y que acaba de despertar. No existe intencionalidad en las alucinaciones hipnagógicas, que se experimentan como espectáculos sin relación alguna con la persona que las sufre.
Mientras que las alucinaciones hipnopómpicas son esporádicas para casi todo el mundo, en algunos casos pueden ocurrir con frecuencia, como en el caso de Donald Fish, un australiano al que conocí en Sidney, después de que me escribiera para contarme sus vívidas alucinaciones:
Me despierto de un sueño tranquilo, quizá después de haber tenido sueños bastante normales, con un sobresalto, y delante de mí hay una criatura que ni siquiera Hollywood podría concebir. Las alucinaciones se disipan al cabo de unos diez segundos, y mientras las experimento puedo moverme. De hecho, pego un salto y me levanto un palmo del suelo y chillo. (…) Las alucinaciones están empeorando —ahora tengo unas cuatro por noche— y cada vez me aterra más irme a la cama. He aquí unos cuantos ejemplos de lo que veo:
La figura enorme de un ángel que me observa junto a una figura de muerte ataviada de negro.
Un cadáver que se pudre a mi lado.
Un enorme cocodrilo que se me lanza al cuello.
Un bebé muerto en el suelo cubierto de sangre.
Repugnantes caras que se ríen de mí.
Arañas gigantes: muy frecuente.
Una mano enorme en mi cara. También en el suelo, a un metro y medio de distancia.
Telarañas movidas por el viento.
Pájaros e insectos volando hacia mi cara.
Dos caras que me miran bajo una roca.
Una imagen de mí mismo —sólo que más viejo— junto a la cama, vestido de traje.
Dos ratas comiendo una patata.
Gran cantidad de banderas de distintos colores que caen sobre mí.
Un hombre primitivo y feo que yace en el suelo cubierto de matas de pelo color naranja.
Añicos de cristal que caen sobre mí.
Dos trampas para langostas.
Puntitos rojos, que acaban siendo miles, como salpicaduras de sangre.
Montones de troncos que caen sobre mí.
A menudo se dice que las alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas son más vívidas y más fáciles de recordar en la infancia, pero el señor Fish las ha sufrido toda su vida: comenzaron cuando tenía ocho años, y ahora tiene ochenta. Por qué es tan propenso a las alucinaciones hipnopómpicas es algo que resulta un misterio. Aunque las ha tenido a millares, ha podido llevar una vida plena y desempeñar una profesión de un alto nivel creativo. Es un diseñador gráfico y un artista visual de una imaginación brillante, y a veces encuentra inspiración en sus alucinaciones surrealistas.
Mientras que la imaginería hipnopómpica del señor Fish es de una frecuencia extrema (y muy angustiosa), tampoco resulta atípica. Elyn S. me escribió acerca de sus imágenes hipnopómpicas:
La más habitual es una en la que estoy incorporada en la cama y veo a una persona —a menudo una mujer mayor— que me mira a cierta distancia desde el pie de la cama. (Imagino que algunas personas consideran que dichas alucinaciones son fantasmas, pero yo no). Otras veces veo una araña de un palmo de grande que sube por la pared; veo fuegos artificiales; y veo un pequeño demonio al pie de la cama que monta en bicicleta sin moverse del sitio.
Una forma de alucinación poderosamente convincente, y no explícitamente sensorial, consiste en percibir la «presencia» de algo o alguien cerca, una presencia que puede sentirse como algo malévolo o benigno. A veces la convicción de que hay alguien ahí puede resultar irresistible.
En mi caso, las experiencias hipnopómpicas generalmente son más auditivas que visuales, y asumen diversas formas. A veces son persistencias de sueños o pesadillas. En una ocasión oí unos arañazos en un rincón del cuarto. Al principio presté poca atención, pensando que era un ratón dentro de la pared. Pero a medida que el ruido era más fuerte comencé a asustarme. Alarmado, lancé un almohadón a ese rincón. Pero la misma acción (o mejor dicho, la acción imaginada) me despertó completamente, y al abrir los ojos me di cuenta de que estaba en mi dormitorio, no en la habitación como de hospital de mi sueño. Pero los ruidos de arañazos continuaron, fuertes y completamente «reales» varios segundos después de haberme despertado.
He sufrido alucinaciones musicales (cuando tomaba hidrato de cloral para poder dormir) que eran continuaciones de la música del sueño al estado de vigilia: en una ocasión con un quinteto de Mozart. Normalmente mi memoria y mi imaginería musicales no son tan poderosas —soy incapaz de oír cada uno de los instrumentos de un quinteto, por no hablar de una orquesta—, por lo que la experiencia de oír cada uno de los instrumentos del quinteto resultó asombrosa (y bella). En circunstancias normales experimento un estado hipnopómpico de sensibilidad musical acentuada (y muy poco crítica); cualquier música que oiga en este estado me encanta. Esto ocurre casi cada mañana, cuando me despierta la radio del despertador, sintonizada en una emisora de música clásica. (Un amigo artista relata una acentuación del color y la textura parecida cuando está en la cama por la mañana, nada más abrir los ojos).
Hace poco tuve una alucinación visual sorprendente y bastante conmovedora. No recuerdo lo que estaba soñando, si es que soñaba, pero cuando desperté vi mi propia cara, o, mejor dicho, mi cara de cuando tenía cuarenta años, con la barba negra y sonriendo de una manera bastante tímida. La cara estaba a dos palmos, era de tamaño natural, de un color pastel tenue y muy poco saturado, flotando en el aire; parecía mirarme con curiosidad y afecto, y al cabo de unos cinco segundos desapareció. Me provocó una extraña sensación nostálgica de continuidad con mi yo más joven. Mientras estaba echado en la cama me pregunté si, de joven, alguna vez experimenté una visión de mi cara actual de casi ochenta años de edad, un «hola» hipnopómpico a través de cuarenta años.
Mientras que en los sueños tenemos las experiencias más fantásticas y surrealistas, las aceptamos porque están rodeadas de nuestra conciencia onírica, y no existe ninguna conciencia crítica fuera de ella (el singular fenómeno del sueño lúcido es una excepción). Cuando despertamos podemos recordar sólo fragmentos, una ínfima fracción de nuestros sueños, y podemos rechazarlos diciendo que «ha sido sólo un sueño».
Las alucinaciones, por el contrario, nos sorprenden y suelen recordarse con gran detalle: ésta es una de las diferencias fundamentales entre las alucinaciones relacionadas con el dormir y los sueños propiamente dichos. Mi colega el doctor D. ha sufrido sólo una alucinación hipnopómpica en su vida, y ocurrió hace treinta años, pero la sigue recordando con toda viveza:
Era una relajada noche de verano. Me desperté a eso de las 2 de la madrugada, tal como me ocurre a veces, y a mi lado había un imponente nativo americano, de casi dos metros de altura. Era inmenso, de músculos bien esculpidos, pelo negro y ojos negros. Comprendí, al parecer de manera simultánea, que si pretendía matarme, yo no podía hacer nada, y que no debía de ser real. Y sin embargo ahí estaba, como una estatua, pero muy vivo. Mi mente se puso a pensar con rapidez: ¿cómo podía haber entrado en la casa? (…) ¿Por qué estaba inmóvil? (…) Aquello no podía ser real. No obstante, su presencia me asustaba. Al cabo de unos cinco o diez segundos, se volvió diáfano, evaporándose suavemente hasta ser invisible[59].
Teniendo en cuenta lo descabellado de algunas imágenes hipnopómpicas, su resonancia emocional a menudo aterradora, y quizá la acentuada sugestión que acompaña a esos estados, resulta muy comprensible que las visiones hipnopómpicas de ángeles y demonios sean capaces de engendrar no sólo asombro u horror, sino también que la gente crea en su realidad física. De hecho, uno ha de preguntarse hasta qué punto la mismísima idea de los monstruos, los espíritus espectrales o los fantasmas se originó con dichas alucinaciones. Uno puede imaginarse fácilmente que estas alucinaciones, combinadas con una disposición personal cultural a creer en el reino espiritual e incorpóreo, y a pesar de poseer una base fisiológica real, podrían reforzar la fe en lo sobrenatural.
El término «hipnopómpico» fue introducido en 1901 por F. W. H. Myers, un poeta y experto en el mundo clásico inglés que estaba fascinado por los primeros estudios de psicología. Era amigo de William James y miembro fundador de la Sociedad para la Investigación Psíquica, en la que pretendía relacionar lo normal y paranormal con la función psicológica normal. El trabajo de Myers fue enormemente influyente.
Myers vivió a finales del siglo XIX, una época en la que las sesiones de espiritismo y los médiums estaban en boga, y escribió exhaustivamente sobre espíritus, apariciones y espectros. Como muchos de sus contemporáneos, creía en la idea de la vida después de la muerte, pero pretendía ubicarla en un contexto científico. Aunque observaba que algunas experiencias que probablemente se interpretaban como apariciones sobrenaturales solían ocurrir de manera especial en estados hipnopómpicos, también creía en la realidad objetiva de un mundo espiritual o sobrenatural, al que la mente podía acceder de manera breve en diversos estados fisiológicos, como el sueño, los estados hipnopómpicos, los estados de trance y ciertas formas de epilepsia. Pero al mismo tiempo creía que las alucinaciones hipnopómpicas podían ser fragmentos de sueños y pesadillas que persistían en estado de vigilia; de hecho, sueños durante la vigilia.
No obstante, al leer el libro en dos volúmenes de Myers, publicado en 1903, La personalidad humana. Su supervivencia y sus manifestaciones supranormales, así como Phantasms of the Living, la compilación de historiales clínicos que él y sus colegas (Gurney et al.) reunieron en 1886, se tiene la sensación de que la mayoría de las experiencias «psíquicas» o «paranormales» que se describen son, de hecho, alucinaciones: alucinaciones que surgen en un estado de duelo, de aislamiento social, de privación sensorial, y sobre todo, en estados de sopor o como de trance.
Mi colega el doctor B., que es psicoterapeuta, me relató la siguiente historia acerca de un niño de diez años que se despertó una mañana «y se encontró a una mujer vestida de azul flotando al pie de su cama, rodeada de una luz radiante»:
Se presentó como su «ángel de la guarda», y habló con una voz suave y amable. El niño estaba aterrorizado, y encendió la lamparilla, pensando que la imagen desaparecería. Pero la mujer seguía suspendida en el aire, y él salió corriendo de la habitación y fue a despertar a sus padres.
Sus padres consideraron que la experiencia era un sueño, e intentaron tranquilizar al niño, pero éste no estaba convencido, y no acababa de comprender lo que había ocurrido. Su familia no era religiosa, y la imagen de ese ángel le resultaba por completo ajena. Comenzó a experimentar una sensación permanente de temor y a sufrir insomnio, temiendo despertarse y encontrar de nuevo a la mujer. Sus padres y sus profesores afirmaban que estaba agitado y distraído, y que se relacionaba cada vez menos con sus compañeros y hacía menos actividades. Sus padres lo llevaron al pediatra, y éste lo mandó a un especialista para que lo sometiera a evaluación psiquiátrica y psicoterapia.
El niño no había tenido antes ningún problema, ni trastornos del sueño, ni enfermedades físicas, y parecía equilibrado. Hizo un uso eficaz de las visitas terapéuticas, y las continuó (…) a fin de poder interpretar lo que había ocurrido, comprendiendo finalmente que ese hecho era un tipo de alucinación que se sufre comúnmente al despertar.
El doctor B. añadió: «Aunque parecería que abundan las alucinaciones hipnopómpicas entre personas saludables y equilibradas, son potencialmente traumáticas, y resulta fundamental estudiar el sentido y las implicaciones de dichos fenómenos para el individuo».
Unas experiencias tan fuera de lo normal suponen un serio reto a nuestra imagen del mundo, a nuestro sistema de creencias: ¿cómo pueden explicarse? ¿Qué significan? En el caso de este joven paciente, vemos hasta qué punto la propia razón puede verse sacudida por esas visiones nocturnas, que reclaman su propia realidad.