7. ESTRUCTURAS: MIGRAÑAS VISUALES

He padecido migrañas durante casi toda mi vida; los primeros ataques que recuerdo tuvieron lugar cuando tenía tres o cuatro años. Jugaba en el jardín cuando un resplandor apareció a mi izquierda, con un brillo deslumbrante. Se expandió, se convirtió en un enorme arco que iba del suelo al cielo, con los bordes nítidos, relucientes, zigzagueantes y con unos brillantes colores azul y naranja. Detrás del brillo surgía una ceguera creciente, una vacuidad en el campo visual, y al poco no podía ver casi nada en el lado izquierdo. Me sentí aterrado: ¿qué estaba ocurriendo? A los pocos minutos mi vista volvió a ser normal, pero aquéllos fueron los minutos más largos que he experimentado en la vida.

Le conté a mi madre lo que había ocurrido, y ella me explicó que se trataba de un aura de migraña: la sensación que precede a la migraña; ella era médico, y también sufría migrañas. Era un aura de migraña visual, y luego me contaría que la característica estructura en zigzag se parecía a la de las fortificaciones medievales, con lo que a veces se denominaba forma de fortificación. Me dijo que mucha gente sentía un terrible dolor de cabeza después de ver el aura.

Tuve la suerte de ser una de esas personas que sólo experimentan el aura, pero no el dolor de cabeza, y también tuve la suerte de tener una madre que me tranquilizó diciéndome que todo volvería a ser normal a los pocos minutos, y con la cual, a medida que me hacía mayor, pude compartir mis experiencias con la migraña. Me explicó que las auras como la mía se debían a una especie de perturbación eléctrica parecida a una onda que cruzaba las partes visuales del cerebro. También dijo que una «onda» similar podía pasar por otras partes del cerebro, de manera que uno podía tener una extraña sensación en un lado del cuerpo, experimentar un extraño olor o verse temporalmente incapaz de hablar. Una migraña podía afectar a nuestra percepción del color, la profundidad del movimiento, podía convertir todo el mundo visual en algo ininteligible durante unos minutos. Y luego, si uno tenía esa mala suerte, venía el resto de la migraña: violentos dolores de cabeza, vómitos, una dolorosa sensibilidad a la luz y el ruido, trastornos abdominales, y una multitud de síntomas[38]. Mi madre me dijo que la migraña era algo común, que afectaba al menos al 10% de la población. En su presentación visual clásica aparece una estructura que semeja un riñón, centelleante y con los bordes en zigzag, como la que había visto, que se expande y se mueve lentamente a través de la mitad del campo visual a lo largo de quince o veinte minutos. Dentro de los relucientes bordes de esta estructura se da a menudo una zona ciega, un escotoma; así pues, la estructura completa se denomina escotoma centelleante.

Para la mayoría de las personas que sufren la migraña clásica, el escotoma centelleante es el principal efecto visual, y las cosas no van más allá. Pero a veces, dentro del escotoma, hay otras estructuras. En mis auras de migraña a veces veía —vivamente si cerraba los ojos, de una manera más tenue y transparente si los mantenía abiertos— diminutas líneas que se ramificaban como ramillas o como estructuras geométricas: retículas, tableros de ajedrez, telarañas y panales. Contrariamente al escotoma centelleante propiamente dicho, que poseía una apariencia fija y una velocidad de progresión lenta y constante, estas estructuras estaban en continuo movimiento, se formaban y volvían a formarse, a veces ensamblándose en estructuras más complicadas como alfombras turcas, complejos mosaicos o formas tridimensionales como diminutas piñas o erizos de mar. Generalmente estas estructuras permanecían dentro del escotoma, a un lado u otro de mi campo visual, pero a veces parecían liberarse y desperdigarse por todas partes.

No queda más remedio que llamarlas alucinaciones, aun cuando sean sólo formas y no imágenes, pues no hay nada en el mundo exterior que se corresponda a los zigzags y los tableros de ajedrez: están generados por la mente. Y también podían darse sorprendentes cambios perceptivos con la migraña. Y a veces perdía la sensación del color o de la profundidad (en otras personas, el color o la profundidad podía intensificarse). Perder la sensación del movimiento era especialmente alarmante, pues en lugar del movimiento continuo veía tan sólo una serie intermitente de «fotogramas». Los objetos podían cambiar de tamaño, de forma o distancia, o cambiar de lugar en el campo visual de manera que, durante un minuto o dos, todo el mundo visual se convertía en incomprensible.

Hay muchas variaciones de las experiencias visuales de la migraña. Jesse R. me escribió que durante una migraña: «Tengo la impresión de que mi mente pierde su capacidad para leer las formas y las malinterpreta. (…) Creo ver a una persona en lugar de un perchero (…) o a menudo creo ver movimiento a través de una mesa o el suelo. Lo que es extraño es que la mente siempre tiende a dar vida a objetos inanimados».

Toni P. me escribió que, antes de sus migrañas, a veces veía líneas blancas y negras alternadas en zigzag en su visión periférica: «diminutas estructuras geométricas, destellos de luz. A veces es como si lo viera todo a través de una cortina transparente agitada por el viento». Pero a veces, para ella un escotoma no es más que un punto negro, que produce una incómoda sensación de vacío:

Estaba estudiando para un importante examen de laboratorio cuando de repente supe que algo había desaparecido: el libro que tenía delante de mí; podía ver los bordes, pero no había palabras, ni gráficos, ni diagramas. No era como si hubiera una página en blanco, es que simplemente no existía. Lo único que supe es que la razón indicaba que DEBÍA estar allí. Eso era lo más extraño. (…) Duró unos veinte minutos.

Otra mujer, Deborah D., sufrió un ataque de migraña durante el cual, según me escribió:

Cuando miraba la pantalla del ordenador, no leía nada; la pantalla era una mancha absurda (…) de múltiples imágenes. (…) No podía ver los números del teclado del teléfono, era como ver a través del cristalino de una mosca, imágenes múltiples, no dobles, no triples, sino muchas, muchas imágenes allí donde miraba.

No es sólo el mundo visual el que puede estar afectado por el aura de migraña. También puede haber alucinaciones de la imagen corporal: la sensación de que uno es más alto o más bajo, de que una extremidad se ha encogido o se ha vuelto gigante, de que el propio cuerpo está inclinado, etc.

Sabemos que Lewis Carroll sufría migrañas clásicas, y Caro W. Lippman y otros han sugerido que sus experiencias con la migraña posiblemente inspiraron las extrañas alteraciones de forma y tamaño de Alicia en el País de las Maravillas. Siri Hustvedt, en un blog del New York Times, describió su propio y trascendente síndrome de Alicia en el País de las Maravillas:

Desde la infancia he experimentado lo que yo llamaba «sensaciones de elevación». De vez en cuando, me invadía la fuerte impresión de que tiraban de mi cuerpo hacia arriba, como si mi cabeza empezara a flotar, a pesar de ser consciente de que no había despegado los pies del suelo. La elevación iba acompañada de lo que sólo podría calificarse de sobrecogimiento, un sentimiento de trascendencia. Llegué a interpretar esas levitaciones de forma muy diversa: a veces como divinas (una llamada de Dios), a veces como una conexión increíble con las cosas del mundo. Todo parecía extraño y maravilloso. [Traducción de Cecilia Ceriani.]

En la migraña también puede haber percepciones erróneas auditivas y alucinaciones: los sonidos se amplifican, reverberan, se distorsionan; a veces se oyen voces o música. Incluso el tiempo parece distorsionado.

Las alucinaciones de olor no son infrecuentes: los olores son a menudo intensos, desagradables, extrañamente familiares, pero imposibles de especificar. Yo mismo sufrí dos veces alucinaciones de un olor antes de una migraña, pero fue agradable: el olor de una tostada con mantequilla. La primera vez que ocurrió me encontraba en el hospital y fui en busca de la tostada: no se me ocurrió que estaba teniendo una alucinación hasta que unos minutos después comenzaron las fortificaciones visuales. En ambas ocasiones hubo un recuerdo o un segundo recuerdo en el que yo era pequeño y estaba en mi trona a punto de tomar una tostada con mantequilla para merendar. Una mujer que sufría migrañas me escribió: «Siempre me llega un olor a ternera asada unos treinta minutos antes del comienzo de una migraña».[39] Un paciente descrito por G. N. Fuller y R. J. Guiloff poseía «vívidas alucinaciones olfativas, que duraban cinco minutos, de los puros de su abuelo o de mantequilla de cacahuete».

Cuando, siendo un joven neurólogo, trabajaba en una clínica de la migraña, procuraba preguntar a cada uno de mis pacientes por esas experiencias. Generalmente se sentían aliviados cuando les preguntaba, pues la gente teme mencionar las alucinaciones, por miedo a que los consideren psicóticos. Muchos de mis pacientes veían habitualmente estructuras en sus auras de migraña, y unos pocos experimentaban también multitud de extraños fenómenos visuales, entre ellos la distorsión de las caras o los objetos que se fusionaban a veces con un movimiento ondulatorio; la multiplicación de objetos o figuras; la persistencia o recurrencia de imágenes visuales.

Casi todas las auras de migraña se limitan a alucinaciones elementales: fosfenos, fortificaciones y figuras geométricas de otro tipo, pero en las migrañas también ocurren alucinaciones más complejas, aunque pocas veces. Mi colega Mark Green, neurólogo, me relató que uno de sus pacientes tenía la misma visión en cada ataque de migraña: la alucinación de que un trabajador surgía de una boca de alcantarilla en la calle y llevaba un casco blanco con la bandera estadounidense.

S. A. Kinnier Wilson, en su enciclopédico libro Neurology, relató que un amigo suyo siempre sufría una alucinación estereotipada como parte de un aura de migraña:

Al principio solía ver una gran habitación en la que había tres ventanas altas en arco y una figura ataviada de blanco (que le daba la espalda), sentada de pie junto a una larga mesa desnuda; durante años ésa fue su aura invariable, pero poco a poco fue reemplazada por una forma más tosca (círculos y espirales) que, posteriormente, de vez en cuando evolucionaban sin el subsiguiente dolor de cabeza.

En su monografía hermosamente ilustrada Migraine Art, Klaus Podoll y Derek Robinson han reunido muchos relatos de alucinaciones complejas en la migraña procedentes de la literatura mundial. La gente ve figuras humanas, animales, caras, objetos o paisajes, a menudo multiplicados. Un hombre afirmó que, durante un ataque de migraña, había visto «el ojo de una mosca compuesto de millones de ratones Mickey azul claro», pero su alucinación se limitaba a la mitad temporalmente ciega de su campo visual. Otro vio «una multitud de [más de] cien personas, algunas vestidas de blanco».

También pueden darse las alucinaciones léxicas. Podoll y Robinson citan un caso de la literatura del siglo XIX:

Un paciente de Hoeflmayr veía palabras escritas en el aire; un paciente de Schob tenía alucinaciones de letras, palabras y números; y un paciente mencionado por Fuller et al. «veía cosas escritas en la pared, y cuando le preguntaban qué decían contestaba que estaba demasiado lejos del texto. Entonces se acercó a la pared y pudo leerlo con claridad».

Las alucinaciones liliputienses pueden darse en la migraña (así como en otras dolencias), tal como Siri Hustvedt lo describió en su blog del New York Times:

Yo estaba tumbada en la cama leyendo un libro de Italo Svevo y, de repente, bajé la mirada al suelo y allí estaban: un hombrecillo de color rosa y su buey, también rosa, de unos quince centímetros de altura. Eran criaturas perfectamente nítidas y, a no ser por su color, parecían muy reales. No se comunicaron conmigo, pero deambularon por la habitación mientras yo las observaba fascinada y con cierta ternura. Permanecieron delante de mí durante unos minutos y después se esfumaron. Muchas veces he deseado que volvieran a aparecer, pero nunca más lo han hecho. [Traducción de Cecilia Ceriani.]

Todos estos efectos parecen mostrar, por defecto, el colosal y complicado logro que es la visión normal, cuando el cerebro construye un mundo visual en el que el color, el movimiento, el tamaño, la forma y la estabilidad concuerdan y se integran de una manera perfecta. Llegué a considerar mis propias experiencias con la migraña una especie de experimento espontáneo (y afortunadamente reversible) de la naturaleza, una ventana al sistema nervioso, y creo que ésa fue una de las razones por las que decidí hacerme neurólogo.

¿Qué estimula el sistema visual durante un ataque de migraña para provocar esas alucinaciones? William Gowers, que escribió hace más de un siglo, cuando se sabía poco de los detalles celulares de la corteza visual (o de la actividad electrónica del cerebro), abordó la cuestión en su libro The Borderland of Epilepsy:

El proceso que da lugar a los síntomas sensoriales (…) de la migraña es de lo más misterioso. (…) Existe una forma peculiar de actividad que parece propagarse, como las ondas de un estanque tras arrojar una piedra. Pero la actividad es lenta, pausada, tarda unos veinte minutos más o menos en atravesar el centro afectado, y éste, tras el paso de las ondas activas, queda en un estado parecido a la perturbación molecular de las estructuras.

La intuición de Gowers resultó ser bastante exacta, y décadas más tarde obtuvo un respaldo fisiológico, cuando se descubrió que una onda de excitación eléctrica podría cruzar la corteza cerebral más o menos a la misma velocidad que las fortificaciones. En 1971, Whitman Richards sugirió que la estructura en zigzag de las fortificaciones de la migraña, con sus ángulos característicos, podía reflejar algo igualmente constante en la arquitectura de la propia corteza visual, quizá grupos de neuronas sensibles a la orientación cuya existencia habían demostrado Hubel y Wiesel a principios de la década de 1960. Richards sugirió que a medida que la onda de excitación eléctrica avanza lentamente por la corteza, podría estimular esos grupos de neuronas, provocando que el paciente «viera» barras de luz trémula en ángulos distintos. Pero hasta que no se hizo uso de la magnetoencefalografía, veinte años más tarde, no se pudo demostrar que el paso de las fortificaciones en un aura de migraña iba de hecho acompañado por esa misma onda de excitación eléctrica.

Ciento cincuenta años más tarde, el astrónomo Hubert Airy (que también padecía migrañas) sintió que el aura de migraña le proporcionaba «una especie de fotografía» del cerebro en acción. Al igual que Gowers, probablemente acertaba más de lo que imaginaba.

Al escribir sobre el mezcal, Heinrich Klüver observó que las alucinaciones geométricas simples que uno puede experimentar con las drogas alucinógenas eran idénticas a las que se daban en la migraña y en muchos otros estados. Creía que dichas estructuras geométricas no se basaban en la memoria ni en la experiencia personal, ni en el deseo ni en la imaginación; se construían a partir de la mismísima arquitectura de los sistemas visuales del cerebro.

Pero mientras que las estructuras de fortificación en zigzag son enormemente estereotipadas y quizá pueden comprenderse por los receptores de orientación de la corteza visual primaria, hay que buscar un tipo de explicación distinta para las estructuras geométricas que cambian y permutan rápidamente. Aquí necesitamos explicaciones dinámicas, considerar la manera en que la actividad de millones de células nerviosas puede producir estructuras complejas en cambio constante. De hecho podemos ver, a través de dichas alucinaciones, parte de la dinámica de una gran población de células nerviosas vivas, y, en particular, cómo se organizan al permitir que surjan pautas de actividad complejas. Dicha actividad funciona a un nivel celular básico, muy por debajo del nivel de la experiencia personal. Así pues, las formas alucinatorias son universales fisiológicos de la experiencia humana.

Es posible que dichas experiencias sean la base de nuestra obsesión humana con las estructuras y del hecho de que las estructuras geométricas hayan acabado formando parte de las artes decorativas. Cuando era niño me fascinaban las estructuras de nuestra casa: las baldosas cuadradas y coloreadas que había en el suelo del porche delantero, los pequeños hexágonos de la cocina, el diseño en espiga de las cortinas de habitación, la tela a cuadros del traje de mi padre. Cuando me llevaban a la sinagoga para la celebración, me interesaban más los mosaicos de diminutas baldosas del suelo que la liturgia religiosa. Y adoraba el par de armaritos chinos de nuestra sala de estar, pues en su superficie lacada había un repujado de dibujos maravillosos y complicados a diferentes escalas, formas dentro de formas, todas rodeadas por racimos de zarcillos y hojas. Estos motivos geométricos y enlazados me resultaban de algún modo familiares, aunque hasta años después no se me ocurrió que era porque los había visto en mi cabeza, y que esas formas se hacían eco de mi experiencia interior de los intrincados azulejos y volutas de la migraña.

Estructuras parecidas a las de la migraña pueden encontrarse en el arte islámico, en motivos clásicos y medievales, en la arquitectura zapoteca, en las pinturas en corteza de los artistas aborígenes de Australia, en la cerámica acoma, en los cestos suazis: prácticamente en todas las culturas, y podemos remontarnos a decenas de miles de años. A lo largo de la historia humana parece haber existido una necesidad de exteriorizar y convertir en arte estas experiencias internas, desde el sombreado de las pinturas rupestres primitivas hasta las espirales del arte psicodélico de la década de 1960. Esos arabescos y hexágonos que hay en nuestra mente, incorporados a la organización de nuestro cerebro, ¿son nuestras primeras intuiciones de belleza formal?

Entre los neurocientíficos abunda cada día más la percepción de que la actividad autoorganizada en grandes poblaciones de neuronas visuales es un requisito esencial de la percepción visual, que así es como comienza la visión. La autoorganización espontánea no se restringe a los sistemas vivos; también se puede ver en la formación de cristales de nieve, en las agitaciones y remolinos de las aguas turbulentas, en ciertas reacciones químicas fluctuantes. En estos casos la autoorganización también es capaz de producir geometrías y formas en el espacio y el tiempo, muy parecidas a las que uno podría ver en un aura de migraña. En este sentido, las alucinaciones geométricas de la migraña nos permiten experimentar en nosotros mismos no sólo un universal del funcionamiento nervioso, sino un universal de la propia naturaleza.