2. EL CINE DEL PRESO: PRIVACIÓN SENSORIAL

El cerebro necesita no sólo recibir percepciones, sino también un cambio perceptivo, y la ausencia de cualquier cambio podría provocar no sólo lapsus de despertar y atención, sino también aberraciones perceptivas. La oscuridad y la soledad, ya sea algo buscado por los hombres santos que viven en grutas, o una pena impuesta a los presos que habitan mazmorras sin luz, provocan una privación de la entrada visual normal que puede estimular el ojo interior, produciendo sueños, imaginaciones vívidas o alucinaciones. Existe incluso un término especial para las series de alucinaciones variadas y de vivos colores que parecen consolar o atormentar a los que permanecen aislados o a oscuras: «el cine del preso».

No es necesaria la privación visual absoluta para que se produzcan alucinaciones: la monotonía visual puede producir el mismo efecto. Así, desde siempre los marineros han afirmado haber tenido visiones (y quizá también las han oído) después de pasarse días y días mirando un mar en calma. Lo mismo ocurre con los viajeros que cruzan a caballo un desierto monótono, o con los exploradores polares que surcan un vasto e invariable paisaje de hielo. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, se reconoció que esas visiones eran un peligro especial para los pilotos que volaban durante horas a gran altitud en un cielo vacío, y es un peligro para los camioneros que recorren grandes distancias concentrados durante horas en una carretera infinita. Los pilotos y los camioneros, los que se pasan horas seguidas controlando radares aéreos: cualquiera que lleve a cabo una tarea visualmente monótona es susceptible de padecer alucinaciones. (Del mismo modo, la monotonía auditiva también puede conducir a alucinaciones auditivas).

A principios de la década de 1950, los investigadores del laboratorio de Donald Hebb, en la McGill University, diseñaron el primer estudio experimental de aislamiento perceptivo prolongado, tal como lo denominaron (el término «privación sensorial» se popularizó más tarde). William Bexton y sus colegas lo investigaron con catorce alumnos universitarios encerrados en cubículos insonorizados durante varios días (excepto un breve intervalo para comer e ir al retrete). También llevaban guantes y puños de cartón para reducir la sensación táctil, y gafas translúcidas que les permitían sólo una percepción de luz y oscuridad.

Al principio los sujetos de la prueba tenían tendencia a quedarse dormidos, pero luego, al despertar, se aburrían y anhelaban estímulo, un estímulo del que no disponían en el entorno monótono y desnudo en el que se encontraban. Y en ese punto comenzaba una autoestimulación de diversos tipos: juegos mentales, cálculos, fantasías, y, tarde o temprano, alucinaciones visuales: generalmente un «desfile» de alucinaciones de simples a complejas, tal como lo describieron Bexton et al.:

En la forma más simple, el campo visual, con los ojos cerrados, pasaba de oscuro a un color claro; el siguiente grado de complejidad eran puntos de luz, líneas o formas geométricas sencillas. Los 14 sujetos afirmaron haber visto esas imágenes, y dijeron que suponía para ellos una nueva experiencia. El siguiente grado de complejidad consistía en «formas de papel pintado», observadas por 11 sujetos, y figuras u objetos aislados, sin fondo alguno (por ejemplo: una hilera de hombrecillos amarillos tocados con gorras negras y con la boca abierta; un casco alemán), vistos por siete sujetos. Al final surgían escenas integradas (por ejemplo, una procesión de ardillas con un saco al hombro que cruzaban «decididamente» un campo de nieve y salían de su campo de «visión»; animales prehistóricos caminando por la jungla). Tres de los 14 sujetos afirmaron que habían visto esas escenas, que muchas veces incluían distorsiones oníricas, y que las figuras a menudo parecían «como de dibujos animados».

Aunque en un primer momento estas imágenes parecían proyectadas sobre una pantalla plana, al cabo de un tiempo se volvían «convincentemente tridimensionales» para algunos de los sujetos, y partes de la escena se invertían o pivotaban de lado a lado.

Tras el sobresalto inicial, los sujetos solían encontrar sus alucinaciones divertidas, interesantes, y a veces irritantes («su viveza interfería con el sueño»), pero sin «significado». Las alucinaciones parecían externas, ocurrían de manera autónoma, y tenían poca relevancia para el individuo o la situación, y también poca relación. Las alucinaciones generalmente desaparecían cuando se pedía a los sujetos que llevasen a cabo tareas complejas, como multiplicar números de tres cifras, pero no si simplemente hacían ejercicio o hablaban con los investigadores. Los investigadores de la McGill University, al igual que muchos otros, informaron de que también se daban alucinaciones auditivas y cinestésicas, además de las auditivas.

Este estudio y otros posteriores despertaron un enorme interés en la comunidad científica, y tanto la gente corriente como los científicos se esforzaron por repetir los resultados. En un artículo de 1961, John Zubek y sus colegas informaron de que, además de las alucinaciones, se había producido un cambio en la imaginería visual de muchos de sus sujetos:

En diversos intervalos (…) se pidió a los sujetos que imaginaran o visualizaran ciertas escenas que les resultaran familiares, por ejemplo lagos, paisajes rurales, el interior de sus casas, etc. La mayoría de los sujetos afirmaron que las imágenes que evocaban eran de una viveza insólita, generalmente se caracterizaban por colores brillantes y poseían un considerable detalle. Todos se mostraron de acuerdo en que sus imágenes eran más vívidas que todo lo que habían experimentado anteriormente. Varios sujetos que normalmente tenían muchas dificultades para visualizar escenas ahora podían visualizarlas casi al instante con gran viveza. (…) Un sujeto (…) podía visualizar caras de antiguos socios con una calidad casi fotográfica, algo que no podía hacer antes. Por lo general, este fenómeno aparecía durante el segundo o tercer día, y era habitual que se acentuara con el tiempo.

Dicha agudización visual —ya sea debida a la enfermedad, la privación sensorial o las drogas— puede adquirir la forma de una imaginería visual intensificada, una alucinación, o ambas cosas.

A principios de la década de 1960 se idearon unos tanques de privación sensorial para intensificar el efecto del aislamiento haciendo flotar el cuerpo en un tanque oscurecido de agua tibia, lo que no sólo eliminaba cualquier sensación de contacto corporal con el entorno, sino también la sensación propioceptiva de la posición del cuerpo e incluso de su existencia. Dichas cámaras de inmersión podían producir «estados alterados» mucho más profundos que los que se describían en los experimentos originales. En aquella época dichos tanques de privación sensorial fueron investigados con el mismo entusiasmo (y a veces de manera combinada) que las drogas «de expansión de la conciencia», que por entonces resultaban mucho más accesibles[13].

En las décadas de 1950 y 1960 se llevaron a cabo abundantes investigaciones sobre la privación sensorial (un libro de 1969 editado por Zubek y titulado Sensory Deprivation: Fifteen Years of Research enumeraba mil trescientas referencias), pero posteriormente el interés científico, y también el popular, comenzó a decaer, y hubo relativamente poca investigación hasta el reciente trabajo de Álvaro Pascual-Leone y sus colegas (Merabet et al.), quienes concibieron un estudio para aislar los efectos de la pura privación sensorial. Sus sujetos, aunque tenían los ojos vendados, eran capaces de moverse libremente y «ver» la televisión, escuchar música, caminar por la calle y hablar con los demás. No experimentaban la somnolencia, el aburrimiento o la inquietud que habían mostrado los anteriores sujetos de esa prueba. Se mostraban activos y alerta durante el día, período en el que llevaban unas grabadoras para poder describir inmediatamente sus alucinaciones. Por la noche disfrutaban de un sueño tranquilo y relajado, y cada mañana dictaban lo que recordaban de sus sueños, unos sueños que no parecían alterados de manera significativa por el hecho de vivir con los ojos vendados.

Las vendas, que permitían a los sujetos cerrar o mover los ojos, se llevaban sin interrupción durante noventa y seis horas. Diez de los trece sujetos experimentaron alucinaciones, a veces durante las primeras horas en que llevaron los ojos vendados, pero siempre el segundo día, mantuvieran los ojos abiertos o no.

Lo habitual era que las alucinaciones aparecieran de manera repentina y espontánea, y que desaparecieran de manera igual de repentina a los pocos segundos o minutos, aunque en uno de los sujetos la alucinación fue casi continua a partir del tercer día. Los sujetos informaron de una amplia variedad de alucinaciones simples (fogonazos, fosfenos, formas geométricas) y complejas (figuras, caras, manos, animales, edificios y paisajes). Por lo general, las alucinaciones aparecían completas, sin previo aviso: jamás parecían elaborarse lentamente, poco a poco, como es el caso de la imaginería o el recuerdo voluntario. En su mayor parte, las alucinaciones suscitaban poca emoción y se consideraban «divertidas». Dos sujetos sufrieron alucinaciones que se relacionaban con sus propios movimientos y acciones: «Tengo la sensación de que puedo ver cómo se mueven mis brazos y mis manos cuando los muevo, y cómo dejan una estela iluminada», dijo uno de los sujetos. «Me siento como si viera la jarra mientras sirvo agua», dijo otro.

Varios sujetos hablaron del brillo y el color de sus alucinaciones; uno describió «resplandecientes plumas de pavo real y edificios». Otro vio puestas de sol con los colores tan brillantes que casi no podía mirarlas, y paisajes luminosos de extraordinaria belleza, «mucho más hermosos, creo, que todo lo que había visto hasta entonces. Me dije que ojalá supiera pintar».

Varios mencionaron cambios espontáneos en sus alucinaciones; en el caso de un sujeto, una mariposa se convirtió en una puesta de sol, que se transformó en una nutria, y finalmente en una flor. Ninguno de los sujetos tuvo ningún control voluntario sobre sus alucinaciones, que parecían poseer «una mentalidad» o «una voluntad» propia.

No se dio ninguna alucinación cuando los sujetos llevaron a cabo actividades sensoriales complejas de otro estilo, como escuchar la televisión o música, hablar o incluso intentar aprender braille. (Lo que investigaba el estudio no eran sólo las alucinaciones, sino si el hecho de llevar los ojos vendados podía mejorar y reforzar las actividades táctiles y la capacidad para concebir el espacio y el mundo que nos rodea en términos no visuales).

Merabet et al. opinaban que las alucinaciones referidas por los sujetos eran totalmente comparables a las que habían experimentado los pacientes que padecen el síndrome de Charles Bonnet, y sus resultados les sugerían que la privación visual podía ser por sí misma causa suficiente del síndrome[14].

¿Pero qué ocurre exactamente en el cerebro de esos sujetos experimentales, o en el cerebro de los pilotos que se estrellan en un cielo azul sin nubes, o en los camioneros que ven fantasmas en una carretera vacía, o en los presos que contemplan su «cine» impuesto en la oscuridad?

Con la llegada de la producción de imágenes cerebrales funcionales, en la década de 1990, fue posible visualizar, al menos de una manera tosca, cómo el cerebro podía responder a la privación sensorial, y, si uno tenía suerte (las alucinaciones tienen fama de inconstantes, y el interior de un equipo de producción de imágenes funcionales por resonancia magnética no es el lugar ideal para las experiencias sensoriales delicadas), podría incluso captar las correlaciones nerviosas de una alucinación efímera. Uno de esos estudios, llevado a cabo por Babak Boroojerdi y sus colegas, mostró un aumento de la excitabilidad de la corteza visual cuando los sujetos padecían privación sensorial, un cambio que ocurría a los pocos minutos. Otro grupo de investigadores, en el laboratorio neurocientífico dirigido por Wolf Singer, estudiaron a un solo sujeto, un artista visual con excelentes capacidades de imaginería visual (en 2008 se publicó un artículo sobre el tema escrito por Sireteanu et al.). El sujeto tuvo los ojos vendados durante veintidós días, y pasó diversas sesiones en una máquina de producción de imágenes cerebrales funcionales por resonancia magnética, donde fue capaz de indicar el momento exacto en que sus alucinaciones aparecían y desaparecían. Las imágenes cerebrales funcionales mostraron activación de su sistema visual, tanto en la corteza occipital como en la corteza inferotemporal, en exacta coincidencia con sus alucinaciones. (Cuando, por el contrario, se le pidió al artista que recordara o imaginara las alucinaciones utilizando sus capacidades de imaginería visual, hubo también bastante activación en las áreas ejecutivas del cerebro, en la corteza prefrontal, áreas que habían permanecido relativamente inactivas cuando simplemente alucinaba). Este resultado dejó claro que, a nivel fisiológico, la imaginería visual difiere radicalmente de la alucinación visual. Contrariamente al proceso descendente de la imaginería visual voluntaria, las alucinaciones son el resultado de una activación directa y ascendente de regiones en el camino visual ventral, regiones hiperexcitadas por una falta de entrada sensorial normal.

Los tanques de desaferentación utilizados en la década de 1960 producían no sólo privación sensual, sino también otro tipo de privación: del oído, el tacto, la propiocepción, el movimiento, la sensación vestibular, así como, en grados diversos, privación del sueño y del contacto social: y cada una de ellas podía provocar alucinaciones por sí sola.

Las alucinaciones engendradas por la inmovilidad, ya sea por una enfermedad del sistema motor o por una restricción externa, se veían a menudo cuando proliferaba la polio. Los casos más graves, incapaces incluso de respirar por sí mismos, yacían inmóviles en unos «pulmones de acero» que parecían un ataúd, y a menudo sufrían alucinaciones, tal como describieron Herbert Leiderman y sus colegas en un artículo de 1958. Del mismo modo, la inmovilidad producida por otras enfermedades paralizantes —o incluso las tablillas y escayolas para los huesos rotos— podían provocar alucinaciones. Se trataba, en la mayoría de los casos, de alucinaciones corporales en las que las extremidades parecían estar ausentes, distorsionadas, mal alineadas o multiplicadas; pero también se ha informado de la aparición de voces, alucinaciones visuales e incluso psicosis en toda regla. Es algo que yo vi con mis pacientes postencefalíticos, muchos de los cuales, de hecho, estaban enclaustrados en un Parkinson o una catatonia inalterables.

Que te impidan dormir conduce, al cabo de pocos días, a la alucinación, y también verse privado de los sueños, aun cuando por lo demás se duerma bien. Cuando esto se combina con agotamiento o una tensión física extrema, puede ser incluso una fuente más poderosa de alucinaciones. Ray P., un triatleta, describió un ejemplo:

En una ocasión competía en el Triatlón Ironman de Hawái. No estaba compitiendo bien; estaba deshidratado y acalorado, me sentía fatal. Cuando llevaba recorridos cinco kilómetros de la maratón, vi a mi mujer y a mi madre de pie a un lado de la carretera. Corrí hacia ellas para decirles que sería de los últimos en alcanzar la meta, pero cuando llegué a su lado y comencé a contarles mis penas, vi que me miraban dos completos desconocidos que no se parecían ni remotamente a mi mujer ni a mi madre.

El Triatlón Ironman de Hawái, con sus temperaturas extremas y sus largas horas de monotonía bajo unas condiciones agotadoras, para un atleta puede resultar terreno fértil de alucinaciones, de manera muy parecida a la búsqueda de visiones de los ritos de paso de los americanos nativos. He visto a Madame Pele, la diosa hawaiana del Volcán y el Fuego, emerger al menos una vez de los campos de lava.

Michael Shermer ha pasado gran parte de su vida desacreditando lo paranormal; es historiador de la ciencia y director de la Sociedad de los Escépticos. En su libro The Believing Brain, proporciona otros ejemplos de alucinaciones en los aletas de maratón, como las de los que compiten sobre la nieve en la carrera de trineos tirados por perros de Iditarod:

Los contendientes pasan entre 9 y 14 días durmiendo lo mínimo; están solos a excepción de sus perros; rara vez ven a otros competidores; y padecen alucinaciones de caballos, trenes, platillos volantes, aviones invisibles, orquestas, animales extraños, voces sin gente, y de vez en cuando personas fantasmales a un lado de la pista o amigos imaginarios. (…) Un competidor llamado Joe Garnie estaba convencido de que había un desconocido montado en su trineo, de modo que le pidió educadamente que se marchara, pero como éste no se movía, le dio un golpecito en el hombro e insistió en que se bajara de su trineo, y cuando el desconocido se negó, Garnie le soltó un manotazo.

Shermer, él mismo atleta de pruebas de resistencia, tuvo una misteriosa experiencia mientras competía en un extenuante maratón en bicicleta, que posteriormente describió en su columna del Scientific American:

En la madrugada del 8 de agosto de 1983, mientras viajaba por una solitaria autopista rural en dirección a Haigler, Nebraska, una enorme nave con luces brillantes me adelantó y me obligó a echarme a un lado de la carretera. Unos seres extraterrestres salieron de la nave y me secuestraron durante 90 minutos, después de lo cual me encontré de vuelta en la carretera sin ningún recuerdo de lo que había ocurrido dentro de la nave. (…) Mi experiencia de secuestro fue desencadenada por la falta de sueño y el agotamiento físico. Había estado sobre la bicicleta 83 horas seguidas y recorrido 2014 kilómetros en los primeros días de la (…) Carrera Transcontinental Americana. Zigzagueaba medio dormido por la carretera cuando mi caravana de apoyo encendió las luces largas y aparcó a un lado, y mi equipo me suplicó que me echara a dormir un rato. En ese momento el recuerdo lejano de la serie de televisión de los años sesenta Los invasores se coló en mi mente mientras soñaba despierto. En la serie, los alienígenas se apoderaban de la tierra replicando a las personas, pero, de manera inexplicable, un dedo meñique se les quedaba rígido. De repente, los miembros de mi equipo de apoyo se transformaron en extraterrestres. Me quedé mirando fijamente sus dedos y los interrogué acerca de cuestiones técnicas y personales.

Después de echarse un sueñecito, Shermer reconoció que se trataba de una alucinación, pero en aquel momento le pareció algo completamente real.