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Se dirigieron en masa al Arsenal y allí, sin ganas de entretenerse, se encargaron de un modo breve y brutal de la guardia jenízara leal a Ahmet. El príncipe no esperaba un ataque sorpresa tan repentino o había subestimado tanto la furia como la fuerza de los Asesinos, cuyo poder había ido creciendo bajo el mando de Yusuf. Eso o bien Ahmet creía que todavía dominaba la partida porque, cuando Ezio le acorraló, no mostró ningún signo de alarma.
Ezio, llevado por la ira, contuvo sus ganas de matar al príncipe otomano justo en el último momento y lo tiró al suelo para después cogerle por el cuello, pero entonces, con furia, llevó la hoja oculta contra los azulejos, a unos centímetros de la cabeza de Ahmet. Pero si mataba a Ahmet, no podría rescatar a Sofía. Eso había quedado claro en la nota. Aunque por un instante la sangre había nublado el juicio de Ezio.
Su rostro estaba pegado al del príncipe. Ezio olía el aroma de violetas en su aliento. Ahmet le devolvió aquella mirada de odio, con calma.
—¿Dónde está? —preguntó Ezio con rudeza.
Ahmet se rio en voz baja.
—¡Cuánta cólera! —exclamó.
—¿Dónde-es-tá?
—Querido Ezio, si crees que estás en posición de establecer las condiciones, será mejor que me mates ahora y acabemos con esto.
Ezio no le soltó de momento ni retrajo la hoja oculta, pero unos segundos más tarde su sensatez se impuso, se levantó y flexionó la muñeca para que la hoja retrocediera en el arnés.
Ahmet se incorporó y se frotó el cuello, pero se quedó donde estaba, con aquella voz risueña. Era casi como si el príncipe estuviera jugando un placentero juego, pensó Ezio, con una mezcla de frustración y desprecio.
—Siento haber llegado a esto —dijo Ahmet—. ¿Dos hombres que deberían ser amigos peleándose… por qué? Las llaves de un viejo y polvoriento archivo. —Se puso de pie, se sacudió y continuó—: Ambos luchamos por el mismo fin, Messer Auditore. Tan solo difieren nuestros métodos. ¿No lo ves? —Hizo una pausa. Ezio suponía lo que venía a continuación. Había oído con demasiada frecuencia la base de sus ambiciones dictatoriales—. Paz. Estabilidad. Un mundo donde los hombres vivan sin miedo. La gente desea la verdad, sí, pero cuando la consigue, se niega a verla. ¿Cómo luchar contra ese tipo de ignorancia?
La voz del príncipe cada vez era más vehemente. Ezio se preguntó si en realidad se creía lo que estaba clamando.
—La libertad puede ser complicada, príncipe —replicó—, pero no tiene precio.
Y pensó: «La tiranía siempre está mejor organizada que la libertad».
—Claro —respondió Ahmet, secamente—. Y cuando las cosas se desbaratan y las luces de la civilización se atenúan, Ezio Auditore se alza ante la oscuridad y dice con orgullo: «Permanezco fiel a mi Credo». —Ahmet se dio la vuelta, controlándose—. Abriré el archivo de Altaïr, entraré en su biblioteca y encontraré el Gran Templo. Y, con el poder que hay allí oculto, destruiré las supersticiones que mantienen a los hombres divididos.
—No en esta vida, Ahmet —respondió Ezio, sin alterarse.
Ahmet resopló, impaciente, y se dispuso a marcharse. Ezio no intentó detenerle. En la puerta, el príncipe se volvió hacia él una vez más.
—Trae las llaves a la Torre de Gálata —dijo—. Hazlo y se le perdonará la vida a Sofía Sartor. —Hizo una pausa—. Y no te retrases, Ezio. El ejército de mi hermano no tardará mucho en llegar. Cuando llegue, todo cambiará. Y necesito estar preparado.
Tras decir aquellas palabras, Ahmet se marchó. Ezio observó cómo se iba y les hizo una señal a sus hombres para que no se lo impidieran.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un sutil carraspeo a sus espaldas. Se dio la vuelta y vio al príncipe Suleiman ante él.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó.
—Lo suficiente. Detrás de ese tapiz. He oído vuestra conversación. Pero llevo siguiendo a mi querido tío desde que regresó de su viaje al extranjero. De hecho, le he estado vigilando desde que trató de matarme. Un intento que frustraste convenientemente con tu laúd. —Hizo una pausa—. No obstante, nunca hubiera esperado oír… todo esto.
—¿Y qué opinas?
Suleiman reflexionó un momento antes de contestar y luego dijo con un suspiro:
—Es un hombre sincero, pero esa fantasía templaria es peligrosa. Ignora la realidad. —Hizo una pausa—. Mira, Ezio, yo no he vivido mucho, pero sí lo suficiente para saber que el mundo es un tapiz de muchos colores y diseños. Un líder justo lo celebraría, no querría destruirlo.
—Teme el desorden que derive de las diferencias.
—Por eso creamos las leyes, un kanun que se aplica a todos en igual medida.
Fueron interrumpidos por la llegada de una patrulla de guardias jenízaros que habían dejado pasar a los Asesinos que estaban fuera, puesto que esta cohorte era fiel a Suleiman. Pero cuando su teniente vio a Ezio, desenvainó la cimitarra.
—¡Retroceded, mi prens! —dijo el oficial, haciendo que arrestaran a Ezio.
—Detente, soldado —dijo Suleiman—. Este hombre no es nuestro enemigo.
El teniente vaciló un momento, luego ordenó a sus hombres que salieran y masculló una disculpa.
Suleiman y Ezio se sonrieron.
—Hemos recorrido un largo camino desde el primer viaje —dijo Suleiman.
—Me estaba preguntando cómo sería tener un hijo como tú.
—No estás muerto todavía, amigo. Tal vez llegues a tener un hijo digno de ti. —Suleiman se dispuso a marcharse, cuando le vino una idea a la cabeza—. Ezio, sé que te presionarán, pero no mates a mi tío, si puedes.
—¿Lo haría tu padre?
Suleiman no vaciló.
—No lo había pensado, pero no.