18
Yusuf se metió detrás de una fila de barriles de especias con Ezio pegado a sus espaldas.
—¡Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma! —exclamó Yusuf, que se quedó mudo al levantar la cabeza y ver al pistolero recargando al otro lado de la plaza.
—Por lo visto nuestros amigos bizantinos no se han tomado muy bien que los estuviéramos mirando.
—Yo me ocuparé del hombre con el mosquete —dijo Yusuf, y calculó la distancia entre él y su objetivo, mientras echaba la mano hacia atrás para coger uno de sus cuchillos arrojadizos de la funda que llevaba a la espalda.
Lo lanzó con un movimiento limpio y atravesó la plaza a toda velocidad, girando tres veces antes de encontrar su objetivo. El arma se clavó en la garganta del hombre, justo cuando este alzaba su pistola para volver a disparar. Entretanto, sus amigos salieron corriendo hacia ellos, con las espadas desenvainadas.
—No hay escapatoria —dijo Ezio, y desenvainó su propia cimitarra.
—Es tu bautismo de fuego —dijo Yusuf—. Y acabas de llegar. Çok üzüldüm.
—No te preocupes —contestó Ezio, divertido. Había aprendido turco suficiente para saber que su compañero de armas estaba disculpándose.
Yusuf desenvainó su espada y los dos salieron de su escondite para enfrentarse al enemigo que se aproximaba. Iban más ligeros que sus tres oponentes, lo que les dejaba peor protegidos, pero con mayor movilidad. En cuanto se acercó el primer bizantino, Ezio enseguida se percató de que se enfrentaba a un luchador muy bien entrenado.
Yusuf continuó bromeando mientras luchaban. Pero estaba acostumbrado a aquel enemigo y era al menos quince años menor que Ezio.
—La ciudad entera se ha despertado para darte la bienvenida. Primero los regentes como yo, ¡y ahora las ratas!
Ezio se concentró en el manejo de la espada. Al principio no se le dio muy bien, pero enseguida se adaptó al arma ligera y flexible que estaba utilizando, y notó que la curva de su hoja mejoraba increíblemente su estocada. Yusuf, con un ojo en su Mentor, le gritó un par de instrucciones, pero terminó lanzándole una mirada de soslayo de admiración.
—Inanilmaz! ¡Todo un maestro!
Pero se había distraído demasiado y uno de los bizantinos le cortó la tela de la manga izquierda, haciéndole un tajo en el antebrazo. Mientras caía hacia atrás de forma involuntaria y el agresor se aprovechaba de esta ventaja, Ezio apartó a su oponente de un fuerte empujón y fue a ayudar a su amigo. Se metió entre Yusuf y el bizantino, y desvió el que habría sido un golpe fatal con la muñequera del brazo izquierdo. Aquel movimiento pilló desprevenido al bizantino justo el tiempo suficiente para que Yusuf pudiera recuperar el equilibrio y, a su vez, esquivar a otro mercenario que se acercaba por la espalda de Ezio. Le propinó un golpe mortal al mismo tiempo que Ezio terminaba con el segundo hombre. El único bizantino que quedaba, un grandullón con una mandíbula como una roca, parecía dudoso por primera vez.
—Tesekkür ederim —dijo Yusuf, respirando con dificultad.
—Bir sey degil.
—¿No tienen fin tus habilidades?
—Bueno, al menos aprendí «gracias» y «de nada» a bordo de aquel baghlah.
—¡Cuidado!
El enorme bizantino se cernía sobre ellos, rugiendo, con una espada enorme en una mano y un mazo en la otra.
—¡Por Alá, creía que había huido! —exclamó Yusuf, esquivándolo para que fallara el golpe y que, llevado por su propio impulso, cayera hacia delante, sobre uno de los barriles de especias, de cabeza a un montón aromático de polvo amarillo, donde se quedó inmóvil.
Ezio, después de mirar a su alrededor, limpió su espada y la guardó. Yusuf hizo lo mismo.
—Tienes una técnica curiosa, Mentor. Haces amagos y no luchas. Pero cuando atacas…
—Pienso como una mangosta. Mi enemigo es la cobra.
—Una expresión sorprendente.
—Eso intento.
Yusuf volvió a mirar a su alrededor.
—Será mejor que nos marchemos. Creo que hoy ya nos hemos divertido bastante.
Las palabras apenas habían salido de su boca cuando otro pelotón de mercenarios bizantinos, atraídos por el sonido de la pelea, llegó bullendo a la plaza.
Ezio enseguida se puso alerta y volvió a desenvainar la espada.
Pero entonces el otro lado de la plaza se llenó de más tropas, con un uniforme diferente, túnicas azules y unos gorros cónicos, de fieltro oscuro.
—¡Espera! —gritó Yusuf cuando los recién llegados se volvieron para atacar a los mercenarios, lo que enseguida hizo que se retiraran y salieran corriendo detrás de ellos hasta desaparecer de la plaza—. Eran tropas otomanas —dijo Yusuf en respuesta a la mirada inquisidora de Ezio—. No jenízaros. Ellos son el regimiento de élite. Los reconocerás en cuanto los veas. Pero todos los soldados otomanos tienen una aversión especial a los matones bizantinos, lo cual es una gran ventaja para los Asesinos.
—¿Cómo de grande?
Yusuf extendió las manos.
—Oh, no mucho. También te matan si los miras de un modo que no les gusta, igual que los bizantinos. La diferencia es que los otomanos se sentirán peor después.
—Qué conmovedor.
Yusuf sonrió abiertamente.
—No es tan malo, de verdad. Por primera vez en décadas, los Asesinos tenemos una fuerte presencia aquí. No siempre ha sido así. Bajo los emperadores bizantinos, nos perseguían y nos mataban en el acto.
—Será mejor que me lo cuentes —dijo Ezio mientras se ponían de nuevo en camino hacia el cuartel general de la Hermandad.
Yusuf se rascó la barbilla.
—Bueno, el antiguo emperador, Constantino, el décimo primero con ese nombre, tan solo reinó tres años. Nuestro sultán Mehmed se encargó de eso. Pero, según dicen, Constantino no era tan malo. Fue el último emperador romano, de un linaje milenario.
—Ahórrame la clase de historia —le interrumpió Ezio—. Quiero saber a qué nos enfrentamos ahora.
—La cosa es que cuando Mehmed tomó esta ciudad casi no quedaba nada de ella, ni del antiguo Imperio bizantino. Hasta decían que Constantino estaba tan arruinado que tuvo que sustituir las piedras preciosas de sus túnicas por copias de cristal.
—Qué lástima me da.
—Era un hombre valiente. Rechazó la oferta de salvar la vida a cambio de entregar la ciudad y continuó luchando. Pero sus dos sobrinos no compartían esa opinión. Uno de ellos ya murió hace unos años, pero el otro…
Yusuf se calló, pensativo.
—¿Está en contra nuestra?
—Oh, puedes apostar a que sí. Y también en contra de los otomanos. Bueno, de cualquier gobernante.
—¿Dónde está ahora?
Yusuf parecía distraído.
—¡Quién sabe! ¿En algún sitio en el exilio? Pero si sigue vivo, estará maquinando algo. —Hizo una pausa—. Dicen que hubo una época en que estaba a partir un piñón con Rodrigo Borgia.
Ezio se puso tenso al oír aquel nombre.
—¿El español?
—El mismo. Con el que al final acabaste.
—Fue su propio hijo quien lo hizo.
—Bueno, nunca fueron precisamente la Sagrada Familia, ¿no?
—Continúa.
—Rodrigo también era íntimo de un seljuk llamado Cem. Era todo muy secreto y ni siquiera los Asesinos supimos nada hasta mucho más tarde.
Ezio asintió. Había oído esas historias.
—Si mal no recuerdo, Cem era un tanto vividor.
—Era uno de los hermanos del actual sultán, pero le tenía el ojo echado al trono, así que Bayezid lo echó. Terminó en una especie de arresto domiciliario en Italia, y él y Rodrigo se hicieron amigos.
—Recuerdo —dijo Ezio, reanudando la historia— que Rodrigo pensaba que podía usar las ambiciones de Cem para obtener Constantinopla. Pero la Hermandad logró asesinar a Cem en Capua hace quince años y aquello puso fin a aquel pequeño plan.
—No nos lo agradecieron mucho.
—No realizamos nuestra tarea para que nos den las gracias.
Yusuf bajó la cabeza.
—Estoy aprendiendo, Mentor. Pero fue un golpe maestro, debes admitirlo.
Ezio se quedó callado, y al cabo de un momento, Yusuf prosiguió:
—Los dos sobrinos que he mencionado eran los hijos de otro hermano de Bayezid, Tomás. Ellos también fueron al exilio con su padre.
—¿Por qué?
—No lo creerías: Tomás iba también detrás del trono otomano. ¿Te suena familiar?
—Esa familia no se llamaría Borgia, ¿no?
Yusuf se rio.
—Paleólogo. Pero tienes razón, es casi lo mismo. Tras la muerte de Cem, ambos sobrinos fueron a Europa. Uno se quedó allí e intentó formar un ejército para quedarse Constantinopla; pero fracasó, por supuesto, y murió, como he dicho, hace siete u ocho años sin heredero y pobre. Pero el otro…, bueno, regresó, renunció a cualquier ambición imperial, le perdonaron, y de hecho se alistó en la marina durante un tiempo. Después, por lo visto, se acomodó a una vida de lujo y mujeres.
—Pero ¿ahora ha desaparecido?
—Nadie sabe dónde anda.
—Y ¿no sabemos cómo se llama?
—Se le conoce por muchos nombres, pero no hemos sido capaces de localizarlo.
—Pero está tramando algo.
—Sí. Y tiene relaciones con los Templarios.
—Un hombre que se debe vigilar.
—Si vuelve, lo sabremos.
—¿Cuántos años tiene?
—Se dice que nació en el año de la conquista de Mehmed, lo que le convertiría en un hombre unos cuantos años más viejo que tú.
—Entonces aún puede dar guerra.
Yusuf le miró.
—Si lo dices por ti, mucha. —Volvió a mirar a su alrededor. Su paseo les había llevado al centro de la ciudad—. Ya casi hemos llegado. Por aquí.
Se metieron en una calle estrecha, oscura, algo fría a pesar del sol que intentaba, y no conseguía, penetrar en el estrecho espacio entre los edificios al otro lado. Yusuf se detuvo ante una puerta aparentemente insignificante, pintada de verde, y levantó la aldaba de latón. Golpeó según un código, tan flojito que Ezio se preguntó si lo oiría alguien dentro. Pero al cabo de unos segundos, abrió la puerta una chica de espaldas anchas y caderas estrechas, que llevaba el emblema de los Asesinos en la hebilla del cinturón de la túnica.
Ezio se vio en un patio espacioso, con enredaderas verdes que trepaban por los muros amarillos, y donde se había congregado un pequeño grupo de jóvenes. Miraron a Ezio con un respeto reverencial cuando Yusuf, con un gesto histriónico, se volvió hacia él y dijo:
—Mentor, saluda a tu extensa familia.
Ezio dio un paso hacia delante.
—Salute a voi, Assassini. Es un honor encontrar amigos tan rápidamente, estando tan lejos de casa.
Se dio cuenta con horror de que se le habían saltado las lágrimas. Quizá la tensión de las últimas horas ahora le pasaba factura; y seguía cansado por el viaje.
Yusuf se volvió hacia sus compañeros de la demarcación de Constantinopla de la Hermandad de los Asesinos.
—¿Veis, amigos? Nuestro Mentor no teme llorar enfrente de sus alumnos.
Ezio se secó las mejillas con una mano enguantada y sonrió.
—No os preocupéis, no lo convertiré en una costumbre.
—El Mentor no lleva en la ciudad más que unas horas y ya hay noticias —continuó Yusuf con cara seria—. Nos atacaron de camino. Al parecer los mercenarios vuelven a estar por aquí, así que —señaló a tres hombres y a dos mujeres— vosotros, Dogan, Kasim y Heyreddin; y vosotras, Evraniki e Irini, ¡quiero que peinéis la zona ahora!
Los cinco se levantaron en silencio y le hicieron una reverencia a Ezio al marcharse.
—El resto, volved al trabajo —ordenó Yusuf y los demás Asesinos se dispersaron.
Cuando se quedaron solos, Yusuf se volvió hacia Ezio con una mirada de preocupación.
—Mi Mentor, creo que tus armas y tu armadura necesitan renovarse; y tus ropas, perdóname, pero están en un estado lamentable. Te ayudaremos, pero tenemos muy poco dinero.
Ezio sonrió.
—No temas. No necesito nada. Y prefiero cuidarme yo solo. Es hora de que explore la ciudad solo, para tomarle el pulso.
—¿No descansarás antes? ¿No quieres comer algo?
—Ya descansaré cuando la misión esté cumplida. —Ezio hizo una pausa. Desató las correas de sus bolsas y sacó la hoja oculta que estaba rota—. ¿Hay un herrero o un armero lo bastante hábil y digno de confianza como para arreglar esto?
Yusuf examinó los daños y luego, despacio y con pesar, negó con la cabeza.
—Sé que esta es una de las hojas originales que se crearon siguiendo las instrucciones de Altaïr que aparecen en el Códice que encontró tu padre; y lo que pides puede que sea imposible de conseguir. Pero si no se puede arreglar, nos aseguraremos de que no te vayas sin las debidas armas. Deja estas conmigo, las que no necesites llevar ahora, y me encargaré de limpiarlas y ponerlas a punto. Y tendrás ropa limpia preparada para cuando regreses.
—Te lo agradezco.
Ezio se dirigió hacia la puerta. Al acercarse, la joven guardiana rubia bajó la vista, con modestia.
—Azize será tu guía, si quieres que te acompañe, Mentor —sugirió Yusuf.
Ezio se dio la vuelta.
—No, iré solo.