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Ezio siguió a los dos jenízaros hasta un edificio cerca de las Puertas del Arsenal. Esperando a Tarik y a su teniente había un hombre corpulento, entrado en carnes y vestido lujosamente, de unos cincuenta y tantos; lucía una barba poblada y entrecana y un bigote torneado. Su turbante con plumas tenía joyas incrustadas y en cada uno de sus rechonchos dedos llevaba un anillo con piedras preciosas. Su compañero era más delgado, enjuto, y a juzgar por su vestimenta, provenía de Turkmenistán.
Ezio, que había elegido un lugar apropiado para ser invisible, se escondía discretamente entre las pesadas ramas de un tamarindo que crecía por allí cerca, y prestaba atención mientras ellos se intercambiaban los saludos preliminares. Se enteró de que el dandi entrado en carnes era, tal y como había sospechado, Manuel Paleólogo. Según lo que había oído a Yusuf sobre las ambiciones de Manuel, sería interesante escuchar aquella conversación. El compañero de Paleólogo era también su escolta, como resultó evidente tras las presentaciones, y se llamaba Shahkulu.
Ezio había oído hablar de él. Shahkulu era un rebelde contrario a los gobernantes otomanos de su país, y se rumoreaba que fomentaba la revolución entre la gente. Pero también se le conocía por su extrema crueldad y por el bandolerismo.
Sí, aquella reunión iba a ser, sin duda, interesante.
Una vez pasadas las sutilezas —siempre elaboradas en aquel país, según había advertido Ezio—, Manuel le hizo una señal a Shahkulu, que entró en el edificio detrás de ellos —una especie de puesto de vigilancia, aunque era evidente que ahora estaba abandonado—, del que sacó un pequeño pero pesado arcón de madera, que dejó a los pies de Tarik. El teniente jenízaro lo abrió y empezó a contar las monedas de oro que lo llenaban.
—Puedes comprobar la cantidad, Tarik —dijo Manuel con una voz tan empalagosa como su cuerpo—. Pero el dinero se queda conmigo hasta que vea el cargamento y determine su calidad.
Tarik gruñó.
—Entendido. Eres un hombre astuto, Manuel.
—Confiar sin cinismo es vano —recitó Paleólogo de forma empalagosa.
El jenízaro había contado rápido. Poco después, cerró el arcón.
—La cantidad es correcta, Tarik —dijo—. Está todo ahí.
—Bueno —le dijo Manuel a Tarik—. ¿Y ahora qué?
—Tendrás acceso al Arsenal. Cuando estés satisfecho, el cargamento se entregará en un lugar de tu elección.
—¿Están tus hombres dispuestos a viajar?
—No hay problema.
—Poi kalà. —El principito bizantino se relajó un poco—. Muy bien. Haré que te entreguen un mapa dentro de una semana.
Entonces se separaron y Ezio esperó hasta que no hubo moros en la costa antes de bajar del árbol y dirigirse al cuartel general de los Asesinos lo más rápido posible.