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A Ezio le parecía que habían pasado veinte largos años. Conocía el paisaje y allí, alzándose como una garra gigante, se hallaba el castillo de Masyaf, que ya le resultaba familiar. No lejos de la entrada, había un grupo de tres Asesinos, sentados junto a una hoguera llameante…

Los rostros de los Asesinos eran propios de seres cuyos mejores sueños se hubieran ensombrecido. Al hablar, lo hicieron en voz baja, cansados.

—Dicen que grita mientras duerme y llama a su padre, Ahmad Sofian —dijo uno de ellos.

Otro se burló con amargura.

—Así que Cemal se pone a llamar a su papi, ¿no? ¡Qué hombre tan miserable es Abbas!

Estaban de cara al fuego y al principio no advirtieron la presencia del anciano con capucha, vestido con una túnica blanca, que se acercaba en la oscuridad.

—No somos quién para juzgar, Teragani —dijo el segundo hombre, con frialdad.

—Yo creo que sí, Tazim —le interrumpió Cemal—. Si nuestro Mentor se ha vuelto loco, yo quiero saberlo.

El anciano ahora estaba más cerca y se dieron cuenta de ello.

—Calla, Cemal —dijo Tazim y se dio la vuelta para saludar al recién llegado—. Masa'il kher.

La voz del anciano era seca como una hoja muerta.

—Agua —dijo.

Teragani se puso de pie y le pasó una pequeña calabaza que había metido en una jarra de agua que tenía al lado.

—Sentaos. Bebed —dijo Cemal.

—Muchas gracias —dijo el anciano.

Los demás observaron, en silencio, cómo bebía.

—¿Qué os trae aquí, anciano? —preguntó Tazim, después de que su invitado hubiera bebido hasta saciarse.

El desconocido reflexionó un momento antes de hablar y luego dijo:

—Compadeceos de Abbas, pero no os burléis de él. Ha vivido como un huérfano la mayor parte de su vida y avergonzado por el legado de su familia.

Tazim se quedó impresionado ante aquella declaración, pero Teragani sonrió sin decir nada. Miró la mano del anciano y vio que le faltaba el dedo anular de la mano izquierda. Así que, a menos que fuera una extraordinaria coincidencia, el hombre era un Asesino. Teragani miró con disimulo el rostro arrugado y demacrado. Había algo que le resultaba familiar…

—Abbas está desesperado por el poder porque carece de poder —continuó el anciano.

—¡Pero es nuestro Mentor! —gritó Tazim—. ¡Y a diferencia de Al Mualim o Altaïr ibn-La'Ahad, nunca nos ha traicionado!

—Tonterías —dijo Teragani—. Altaïr no era un traidor. —Miró al anciano con entusiasmo—. Altaïr fue expulsado injustamente.

—¡No sabes de lo que hablas! —bramó Tazim y se fue hacia la oscuridad a grandes zancadas.

El anciano observó a Teragani y a Cemal desde debajo de su capucha, pero no dijo nada. Teragani volvió a mirarle a la cara. La mayor parte quedaba ensombrecida por la capucha, pero no podía ocultar los ojos. Y Teragani se había dado cuenta de que el puño derecho de la túnica no lograba ocultar el arnés de la hoja oculta.

El Asesino habló con vacilación.

—¿Sois… sois vos? —Hizo una pausa—. He oído rumores, pero no los creí.

El anciano dejó entrever una sonrisa.

—Me pregunto si debería hablar yo mismo con Abbas. Ha pasado mucho tiempo.

Cemal y Teragani se miraron. Cemal respiró hondo. Tomó la calabaza que sostenía el anciano para rellenársela y se la devolvió con veneración. Habló, incómodo.

—Sería imposible. Ahora Abbas utiliza Fedayeen deshonestos para mantenernos alejados del sanctasanctórum del castillo.

—Menos de la mitad de los luchadores son verdaderos Asesinos —añadió Teragani, que hizo una pausa y después dijo—: Altaïr.

El anciano sonrió y asintió casi imperceptiblemente.

—Pero veo que los auténticos Asesinos siguen siendo así, auténticos —dijo.

—Habéis estado lejos mucho tiempo, Mentor. ¿Adónde habéis ido?

—He viajado. Estudiado mucho. Descansado. Me he recuperado de mis pérdidas, he aprendido a vivir sin ellos. En resumen, hice lo que cualquiera en mi lugar habría hecho. —Hizo una pausa y su tono se alteró un poco al continuar—: También visité a nuestros hermanos en Alamut.

—¿Alamut? ¿Qué tal están?

Altaïr negó con la cabeza.

—Todo ha terminado para ellos. Los mongoles bajo las órdenes de Khan Hulagu los invadieron y tomaron la fortaleza. Destruyeron la biblioteca. Los mongoles se extienden hacia el oeste como una plaga de langostas. Nuestra única esperanza es reafirmar nuestra presencia aquí y en el oeste. Debemos ser fuertes aquí. Pero tal vez nuestras bases, a partir de ahora, deberían estar entre la gente, no en una fortaleza como Masyaf.

—¿De verdad sois vos? —preguntó Cemal.

—¡Calla! —le interrumpió Teragani—. No queremos que le maten.

Cemal de repente se puso tenso.

—¡Tazim! —dijo de pronto, preocupado.

Teragani sonrió abiertamente.

—Tazim es perro ladrador poco mordedor. Le gusta discutir por discutir más que nada en el mundo. Y está tan desanimado como nosotros, lo que no ha mejorado su estado de ánimo. Además, ¡se marchó antes de que este jueguecito llegara al desenlace! —Se volvió hacia Altaïr, sin ningún rastro de su abatimiento anterior—. Sin duda tenemos trabajo que hacer.

—Bueno —dijo el anciano—, ¿por dónde empiezo?

Cemal volvió a mirar a Teragani. Ambos se levantaron y se pusieron la capucha para cubrir sus cabezas.

—Con nosotros, Altaïr —dijo.

Altaïr sonrió y se levantó también. Lo hizo como un anciano, pero en cuanto estuvo de pie, se irguió con firmeza.