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Suleiman ya le estaba esperando cuando Ezio se reunió con él fuera del Diván —la Cámara del Consejo— del palacio un poco después. El joven parecía sereno y alerta.
—He organizado una reunión con mi tío, el príncipe Ahmet, y el capitán Tarik Barleti —anunció sin preámbulos—. Hay algo que debería explicar primero. Los jenízaros son leales a mi abuelo, pero no les ha gustado su elección del siguiente sultán.
—Ahmet.
—Exacto. Los jenízaros apoyan a mi padre, Selim.
—Hmm —dijo Ezio, reflexionando—. Estás en una situación difícil. Pero dime una cosa, ¿qué pintan los bizantinos en todo esto?
Suleiman sacudió la cabeza.
—Esperaba que tal vez tú me dieras alguna pista. ¿Estarías dispuesto a ayudarme a descubrirlo?
—Los estoy investigando. Mientras nuestros intereses no entren en conflicto, sería para mí un honor ayudarte.
Suleiman sonrió enigmáticamente.
—Entonces debo aceptar lo que me ofreces. —Hizo una pausa—. Escucha, hay una trampilla en lo alto de aquella torre. Sube y levanta esa trampilla. Desde allí podrás ver y oír todo lo que se diga en el Diván.
Ezio asintió y se marchó de inmediato, mientras Suleiman se daba la vuelta y entraba en el mismo Diván.
Cuando Ezio llegó a su posición estratégica, la discusión en la Cámara del Consejo a sus pies ya había empezado y se estaba caldeando. Los tres hombres implicados estaban sentados o de pie alrededor de una mesa larga, cubierta con alfombras de Bergama. Detrás de la mesa, colgaba de la pared un tapiz que representaba a Bayezid, con un hijo a cada lado.
Ahmet, un hombre vigoroso de cuarenta y tantos años, con el pelo corto y castaño oscuro, y barba poblada, con la cabeza descubierta ahora y vestido con lujosas prendas de color rojo, verde y blanco, estaba en medio de una diatriba.
—Haz caso a mi sobrino, Tarik. Vuestra incompetencia raya en la traición. ¡Y pensar que a tus jenízaros los ha eclipsado un músico italiano con un laúd! ¡Es ridículo!
Tarik Barleti, con la mitad inferior del rostro, llena de cicatrices por la guerra, oculta por una barba entrecana, tenía un aspecto adusto.
—Un fallo inexcusable, efendim. Llevaré a cabo una rigurosa investigación.
—Seré yo el que realice tal investigación, Tarik —le interrumpió Suleiman—. Por razones que deberían ser obvias.
Barleti asintió brevemente.
—Evet, Shehzadem. Sin duda tenéis la sabiduría de vuestro padre.
Ahmet le lanzó al capitán una mirada furiosa al oír aquello, mientras Suleiman replicaba:
—Y su impaciencia. —Se dirigió a su tío con tono formal—. Shehzad Ahmet, al menos es un alivio ver que estáis a salvo.
—Lo mismo digo, Suleiman. Que Dios te proteja.
Suleiman, según vio Ezio, estaba jugando a un juego conocido. Mientras observaba, el joven príncipe se levantó y se unió a su séquito.
—Ahora me marcho —anunció—. Informaré de este vergonzoso incidente muy pronto, de eso podéis estar seguros.
Acompañado de su comitiva y guardia, abandonó con grandes zancadas el Diván. Tarik Barleti estuvo a punto de seguirle, pero el príncipe Ahmet le detuvo.
—Tarik bey, ¿hablamos?
El soldado se dio la vuelta. Ahmet le hizo una seña para que se acercara. Su tono era cordial. Ezio tuvo que aguzar el oído para oír las palabras.
—Me pregunto cuál sería el propósito de ese ataque. ¿Hacer que parezca débil? ¿Mostrarme como un representante incompetente de esta ciudad? —Hizo una pausa—. Si ese era tu plan, mi querido capitán; si tienes algo que ver con este lío, ¡has cometido un terrible error! ¡Mi padre me ha elegido a mí como el próximo sultán, no a mi hermano!
Tarik no contestó inmediatamente y al final dijo con el rostro inexpresivo, y casi aburrido:
—Príncipe Ahmet, no soy lo bastante depravado como para imaginar la conspiración de la que me acusáis.
Ahmet retrocedió un paso, aunque su tono de voz siguió desapasionado y afable.
—¿Qué he hecho para ganarme tal desprecio del cuerpo jenízaro? ¿Qué ha hecho mi hermano por vosotros que no haya hecho yo?
Tarik vaciló y después dijo:
—¿Puedo hablar con libertad?
Ahmet extendió las manos.
—Creo que será lo mejor.
Tarik se volvió hacia él.
—Sois débil, Ahmet. Pensativo en momentos de guerra e inquieto en época de paz. No mostráis entusiasmo por las tradiciones de los ghazi, los Guerreros Sagrados, y habláis de fraternidad en compañía de infieles. —Hizo una pausa—. Seríais un filósofo excelente, Ahmet, pero no un buen sultán.
El rostro de Ahmet se ensombreció. Chascó los dedos y su escolta se cuadró detrás de él.
—Puedes retirarte —le dijo al capitán jenízaro con una voz tan fría como el hielo.
Ezio aún estaba observando cuando, unos minutos más tarde, el mismo Ahmet abandonó el Diván. Poco después, Ezio se reunió con el príncipe Suleiman.
—Menuda familia, ¿eh? —dijo el príncipe—. No te preocupes. Yo también estaba escuchando.
Ezio parecía preocupado.
—A tu tío le falta dominar a los hombres sobre los que pronto mandará. ¿Por qué no acabó con ese hombre allí mismo ante tal insolencia?
—Tarik es un hombre duro —respondió el príncipe, extendiendo las manos—. Capaz, pero ambicioso. Y admira muchísimo a mi padre.
—¡Pero no defendió este palacio ante el intento bizantino de quitarte la vida en el sanctasanctórum! Solo eso ya vale la pena investigarlo.
—Precisamente.
—¿Y por dónde empezamos?
Suleiman se lo planteó. Ezio le observó. Una cabeza vieja sobre unos hombros jóvenes, pensó con un respeto renovado.
—Por ahora —contestó Suleiman—, vigilaremos a Tarik y a sus jenízaros. Pasan mucho de su tiempo libre dentro y en los alrededores del Bazar. ¿Puedes ocuparte de eso, tú y tus… socios?
Pronunció aquellas últimas palabras con delicadeza.
En lo profundo de la mente de Ezio estaba el recuerdo de la advertencia de Yusuf sobre no involucrarse en la política otomana, pero de algún modo su propia búsqueda y aquella lucha de poder parecían estar relacionadas. Tomó una decisión.
—A partir de ahora, príncipe Suleiman, ninguno de ellos comprará tan siquiera un pañuelo sin que nos enteremos.