Capítulo 15
Corpus Christi College.
Universidad de Cambridge (Inglaterra)
Jueves, 1 de mayo de 1586
Era un jueves más. La concentración en la lectura le había evadido del exterior. Después de la comida, durante las horas de estudio y descanso, lo habitual en el Old Court del Corpus Christi eran la paz y el sosiego.
No se oía la más mínima brisa.
Sólo más tarde, en la quietud de su cuarto, Christopher Marlowe, conocido por todos como Kit, apenas podía oír los lejanos pasos en los pasillos dirigidos a la capilla del colegio. Los alumnos corrían para asistir a las continuas celebraciones de aquellos días previos a la Pascua. Ni mucho menos oía el cantar de los pájaros, o el rechinar de las ruedas de los carruajes procedentes de la calle Trumpington.
Todo era silencio.
La causa de aquella evasión la tenía entre sus manos. La fascinación del relato le hacía huir de la realidad con suma sencillez. Leía por cuarta vez y con fruición las páginas de la crónica de Ruy González de Clavijo sobre su embajada al Gran Tamerlán por mandato del rey español Enrique III. La salida desde Sanlúcar, muy cerca de la ciudad española de Cádiz, su paso por Roda, Arzinga, Soltania y finalmente Samarcanda, donde conoció al propio Tamerlán, llamado Timur Lang el Cojo, toda la crónica estaba repleta de deliciosos detalles que inspiraban la imaginación del joven dramaturgo.
Su mesa, como de costumbre, estaba cubierta de papeles, muchos de ellos amontonados y anudados formando gruesas carpetas. Llevaba varios meses trabajando en su primera gran obra. Una tragedia a la que todavía no había puesto título pero que seguía muy de cerca el relato del embajador español.
De repente, una mano salida de la oscuridad se posó sobre su hombro, al tiempo que junto a su oído una voz le habló desde la nada, dejándose oír como un tétrico susurro.
—Lees demasiado, amigo mío.
La voz de Nicholas Faunt lo tranquilizó. Abandonó su lectura y con una sonrisa forzada recriminó la entrada intempestiva del agente.
—¿No me has oído entrar? —preguntó su amigo quitándose la capa negra y arrojándola sobre la cama.
—No, Nick. Estaba leyendo —contestó con voz ausente señalando el libro que ahora reposaba cerrado sobre el mueble.
Faunt se acercó un poco más hasta el escritorio de su compañero y hojeó el título por encima.
—Veo que sigues con tu Tamerlán. Ya lo debes de tener acabado, ¿no es así? Llevas meses con él.
—No es tan sencillo. Estaba repasando algunas partes del texto. No me gustaría cometer errores en mi trabajo.
—¿Cómo lo vas a llamar? —preguntó Faunt sin verdadero interés y se dejó caer sobre la cama.
—Todavía no lo sé. Seguramente pod…
—Imagino que Thomas Walsingham te ayudará a la hora de sacarlo a la luz —le cortó su amigo tumbado mirando al techo—. Él tiene mucha mano en los teatros de Londres. Es un hombre de letras y es aficionado a estas cosas de las comedias.
—No es una comedia, es una tragedia —lo corrigió Kit.
—Es igual. Seguro que Thomas te puede proporcionar buenas recomendaciones.
—Eso me dijo la primera vez que lo vi. —Marlowe se dio la vuelta y cruzó los brazos sobre el respaldo de la silla apoyando en ellos la cabeza de forma cansina—. Aunque no escribo para representarlo. Creo que muy pocos afortunados pueden permitirse ese lujo. Somos muchos los que escribimos y muy pocos los teatros. Si pensara en dedicarme a escribir…
—Walsingham me dijo que lo hacías muy bien. —Faunt levantó un poco la cabeza desde la cama para observar la expresión de su amigo—. Ya sabes que cuenta con varias cosas tuyas y, sinceramente, no creo que esté mintiendo. Le he oído despotricar contra aficionados de tres al cuarto. Pero él siempre te ha defendido. Le sorprendiste aquella primera vez con tu historia de cartagineses y ya no ha…
—Dido, reina de Cartago —apostilló Marlowe.
—¿Cómo dices?
—Que mi historia de cartagineses, como tú la llamas, se titula Dido, reina de Cartago. Ese es su título. Pero esto que estoy haciendo ahora es mucho mejor. —Se volvió hacia la mesa y tomó algunos papeles repletos de versos y tachones—. Cuando vea la luz, si llega a suceder, será algo grande. Estoy seguro de ello.
—Muy bien, Kit, pero antes tienes que ir a ver a Walsingham.
Marlowe retiró su mirada ensoñadora del ventanal del cuarto y clavó sus ojos sobre su amigo. No podía pensar que le sorprendía tal decisión. Ni mucho menos. Llevaba casi un año sin salir de Cambridge, sin contar la pequeña salida a Canterbury para ver a su familia. Aunque su primera misión había durado relativamente poco tiempo, no más de un mes en Madrid, sentía nostalgia de todo lo que allí conoció y especialmente de lo que dejó. No pocas veces se había acordado del retrato que por aquellas fechas ya estaría terminado en el estudio de don Alonso.
Nicholas Faunt leyó enseguida en la mirada de su amigo y le sonrió. Kit interpretó esa mirada de complicidad.
—¿Sabes algo de ellos?
—Todo sigue igual. No te preocupes. Hasta donde sé el taller continúa funcionando perfectamente y sus inquilinos están bien. Nadie te vio salir. Al parecer te habían seguido hasta allí, pero antes de entrar te perdieron la pista. Fue un movimiento muy hábil por tu parte. Nada que se pudiera esperar de un principiante.
El antiguo agente hizo una pausa en su exposición.
—Pero ahora debes ir de nuevo hasta Chislehurst —prosiguió—. Mañana al amanecer te esperará un carruaje en la puerta del patio del colegio. Ya sabes el camino, así que en esta ocasión no habrá secretos ni falsas pistas.
Kit no escuchó las últimas palabras. Su cabeza estaba en otras cosas. En algunas ocasiones, durante los últimos meses, meses que a veces se habían convertido en algo eterno, Kit y Lorena habían mantenido el contacto por medio del correo. Pero era muy lento. La mayor parte de las veces era el propio Faunt quien entregaba en mano las cartas llegadas desde España. Pero cada carta no era más que un montón de líneas frías que se limitaban, sin ningún tipo de emoción, a reseñar el estado de la situación en el estudio.
—¿Sabes para qué es? —preguntó Kit al fin, despertando de su embelesamiento.
—No tengo ni la más remota idea. En España las cosas ahora se encuentran estables, es decir, igual de tensas que hace unos meses. Las mismas dudas siguen atormentando a los consejeros de Su Majestad, pero no hay dato alguno que nos haga pensar que el rey Felipe vaya a mover sus fichas en breve. Espérate cualquier cosa. Incluso…
—Incluso no ir a España, ¿verdad?
Faunt se limitó a observarlo sin decir nada.
—Sí, ya sé —añadió Kit con triste resignación.
—Eso es, incluso no ir a España. Los católicos están extendiendo sus redes por otros lugares de Europa si bien es cierto que el núcleo principal está en Madrid. No sé qué decirte. No te hagas ilusiones.
El joven agente no había dejado de pensar en las misteriosas palabras de Lorena acerca de su retrato. El eco de la voz de la pintora todavía sonaba fresco en su memoria: «Aún os queda decirme qué es lo que escondéis en la mano izquierda», se había repetido en más de una ocasión. ¿Qué es lo que escondía la fría despedida de Lorena?
Sabía que no era una buena mezcla unir el trabajo con los sentimientos. Pero a Kit le resultaba harto difícil. Quizá tendría que empezar a acostumbrarse a olvidar.
Faunt se incorporó de la cama y se despidió con un apretón en el brazo de su apenado amigo, dispuesto a salir.
—No olvides que mañana al amanecer tienes una cita importante. Las gestiones en el colegio están de nuestra mano, como de costumbre. Así que no has de preocuparte. Te dejo trabajar, amigo mío. Imagino que tendrás un montón de ideas en la cabeza para pasar al papel si quieres convertir ese texto en algo grande, como tú dices.
Nicholas Faunt se detuvo ante la puerta antes de abandonar el cuarto de su compañero.
—Algo grande…, eso es, llámalo El Gran Tamerlán, suena bien, ¿no te parece? —Con un guiño, Faunt salió cerrando con suavidad.
Kit se volvió sobre su mesa del estudio y tomando la pluma del tintero la mojó. Con aplicada letra escribió en el encabezamiento de una de las hojas. Efectivamente, sonaba bien. El Gran Tamerlán. Lo repitió en alto varias veces para percibir todos los matices de su sonoridad. Indudablemente, el título era bueno. No obstante, habría de quedarse huérfano de obra hasta nadie sabía cuándo. La causa era una inesperada y nueva misión con incierto futuro y destino que le apremiaba. Pero no retomaría el final de la obra hasta su vuelta.