Capítulo 39

Un terrible dolor de cabeza aporreaba las sienes de Abby. Trató de tragar saliva, pero aquel gesto le hizo pensar que en realidad lo que había tragado era un puñado de agujas. Tenía un sabor amargo en la boca y se sentía deshidratada. Poco a poco abrió los ojos, todo estaba borroso. Un escalofrío de desconfianza le recorrió la columna vertebral. Parpadeó para aclarar su visión y la imagen ante ella cobró nitidez de golpe. Estaba en el suelo, de lado, y le dolía la mejilla que tenía aplastada contra la piedra. Entonces el miedo le hizo reaccionar, no reconocía el lugar y estaba atada con las manos en la espalda. Trató de moverse y el dolor le hizo gemir. Tenía el cuerpo dormido, entumecido, y se preguntó cuánto tiempo llevaba allí.

Con grandes dosis de voluntad consiguió sentarse con la espalda contra la pared. Observó la habitación, había muebles cubiertos por sábanas blancas llenas de polvo, cajas apiladas en una esquina y un enorme crucifijo de madera apoyado contra una de las paredes. Un par de bancos rotos, como los que había en las iglesias, estaban arrinconados bajo una ventana tapiada. Abby estudió la ventana, apenas entraban unos débiles rayos de sol a través de los maderos. Empezó a forcejear con las ligaduras.

—Rómpete —susurró—. Rómpete, rómpete, por favor, por favor. Rómpete... —Ahogó un sollozo. Cada vez que daba una orden, las cadenas se tensaban más alrededor de su piel.

La puerta se abrió de golpe.

—No pierdas el tiempo, no podrás quitártelas. Están empapadas en acónito y cenizas de saúco. Ni siquiera tú podrías deshacerlas antes de que te mutilaran las manos —dijo Pamela desde el umbral. Suspiró y fue hasta Abby, la agarró de un brazo y la obligó a ponerse en pie con un fuerte tirón.

—¿Qué pasa, Pamela? ¿Qué estás haciendo?

—¿A ti qué te parece? —respondió, sacándola a empujones de la habitación.

Abby cerró los ojos al incidir el primer rayo de luz directamente en ellos. Parpadeó y poco a poco consiguió ver dónde estaba. Parecía una vieja iglesia abandonada, de gruesos cimientos de piedra. A pesar de la luz que entraba por las altas ventanas, a Abby se le antojó un espacio cavernoso, frío y húmedo. Recorrió con la mirada el espacio, se encontraba entre el altar y el retablo. De repente sus ojos se posaron en el objeto que reposaba sobre el altar. Lo reconoció inmediatamente, era su libro. Pudo ver la estrella de cinco puntas que su sangre había dibujado sobre la tapa, solo que ahora parecía un grabado a fuego. Tragó saliva y empezó a comprender. Pamela la espoleó y la forzó a avanzar hasta el primer banco. Le puso una mano en el hombro y la empujó hacia abajo obligándola a que se sentara.

—Creía que éramos amigas —dijo Abby.

Pamela se rio. Fue un sonido cristalino que la heló hasta los huesos. La bruja suspiró.

—¡Y lo fuimos! —Hizo una pausa y subió una ceja—. Durante un tiempo.

Se oyó el sonido de una puerta al abrirse y los pasos de varias personas que se aproximaban. Abby se quedó de piedra al ver aparecer a tres hombres vestidos con capas negras hasta el suelo que obligaban a andar a empellones a tres personas con capuchas en la cabeza y maniatados. Por la ropa y la silueta de sus cuerpos: dos hombres y una mujer. Les obligaron a sentarse en el primer banco, al otro lado del pasillo, y les quitaron los sacos y las mordazas.

De no haber estado sentada, Abby se habría caído de la impresión. Ray, Nick y Bianca la miraron con la misma cara de sorpresa.

—¡Abby! —gritó Ray mientras se ponía en pie y se lanzaba hacia ella.

Uno de los hombres lo agarró por los hombros y lo obligó a sentarse de nuevo, con brusquedad.

—Os aconsejo que os portéis bien, si no tendré que volver a amordazaros y a poneros esos gorritos tan monos —dijo Pamela con una sonrisa mordaz, pero en su voz había una clara advertencia.

—¿Estás bien? ¿Te han hecho daño? —preguntó Ray desoyendo el consejo de la bruja. Se dobló hacia delante y tosió cuando uno de los hombres le clavó un puño en el estómago.

—No lo toques —gritó Nick, y recibió otro golpe.

—¿Por qué no me quitas las cadenas y lo intentas de nuevo? —replicó Ray en cuanto recuperó el aliento, retando con la mirada al tipo.

El brujo alzó la mano dispuesto a descargarla sobre su rostro.

—Basta —dijo Pamela de mal humor—. Por favor, lo digo en serio, vamos a estar aquí algún tiempo, ¿por qué no intentamos llevarnos bien? Lo haremos por las buenas o por las malas, vosotros decidís. —Sacó una pistola de su espalda y la hizo girar en la mano.

Hubo un tenso silencio y un intercambio de miradas asesinas. Fue Abby quien habló.

—Bien, pues aprovechemos el tiempo para hablar. Cuando fingías ser mi amiga, ¿ya estabas con ellos, con La Hermandad?

Pamela se encogió de hombros y fingió prestarle atención a su manicura.

—Pertenezco a La Hermandad desde que estaba en el vientre de mi madre.

—¿Y tu abuela? ¿También está involucrada?

—Ella es fiel a La Comunidad. —Rompió a reír—. Solo es una vieja que no ve nada más allá de sus propias narices. Tantos años rodeada de NO-MA la han vuelto descuidada.

Pamela paseó de un lado a otro, frente a los bancos, con el arma colgando de una de sus manos. Abby no la perdía de vista, salvo para lanzar rápidas miradas hacia su grimorio. Verlo allí, sobre el altar, le provocaba desasosiego, malestar, como si estuviera desnuda delante de un montón de gente.

—¿Por qué estás haciendo todo esto? —preguntó a la chica.

—Es evidente, ¿no? —respondió. Se acercó al altar y contempló el libro. Alargó una mano pero se detuvo antes de tocarlo, la apretó en un puño y lanzó una mirada de odio—. Tanto tiempo esperando. Estoy harta de este maldito pueblo.

—Pero me dijiste que llevabas aquí seis meses, ni siquiera me conocías, y mucho menos podías saber que acabaría viniendo aquí. Aunque tenías el libro, no podías estar segura de que yo...

Pamela soltó una carcajada.

—¿De verdad te crees tan importante? ¿Que el mundo gira a tu alrededor, alabándote? No vine aquí por ti, reina del baile, sino por él, por Nathan. Debía acercarme a él, hacerme su amiga, ganarme su confianza y averiguar si sabía algo de la llave, si la había encontrado o si al menos sabía qué aspecto tenía...

—Él jamás se hubiera acercado a ti —le espetó Ray.

—Es cierto, le gustan las huerfanitas tristes y desvalidas con problemas mentales y aires de princesa. —Se giró hacia Abby—. ¿No es así?

—Y todo este tiempo que me has estado ayudando para que pudiera ver a Nathan, siendo mi coartada, sabiendo quiénes éramos, que en cualquier momento él podría matarme... ¿qué esperabas ganar con eso? —preguntó. Iba a mantener la idea de que él quería matarla para protegerlo.

—No te enteras, ¿verdad? Supe quién eras desde que pusiste un pie en este pueblo. Hubo señales: los cuervos, las tormentas surgidas de la nada y la única persona recién llegada eras tú. No podíamos creer la suerte que estábamos teniendo. Pero algo fallaba, ni siquiera sabías que eras una bruja, y mucho menos nada sobre el libro de Moira. Nathan tampoco parecía estar al corriente de su auténtico linaje. Tuve otro golpe de suerte cuando te hiciste mi amiga y empezaste a confiar en mí. Ahora tenía la información de primera mano y podría intervenir a tiempo si las cosas se complicaban. Cuando me di cuenta de vuestros sentimientos, pensé que sería bueno usarlos, que quizás el estar juntos provocaría algún tipo de reacción.

»Por eso te ayudé, solo era cuestión de tener paciencia. David Hale era el Guardián, sabía que ese papel podría acarrearle la muerte incluso antes de que Nathan tuviera edad suficiente para saber quién era su padre. Así que era lógico pensar que en alguna parte dejó instrucciones para él, la llave necesita un Guardián. Pronto dará con ella; si tú has recordado, el no tardará en hacerlo. Respecto a ti, Moira —usó su antiguo nombre a propósito; esbozó una sonrisa despectiva—, no va a ser difícil lograr que leas ese libro para nosotros una vez sea abierto. ¡Aún me cuesta creer este golpe de suerte, que seáis los originales!

—Así que me has estado utilizando todo este tiempo. Te consideraba mi mejor amiga —dijo Abby.

—Voy a ponerme a llorar —se burló.

—Tú no tienes sentimientos —le espetó. Ladeó la cabeza y miró a los chicos, que no apartaban los ojos de ellas. Estaban haciendo verdaderos esfuerzos para mantenerse quietos y callados, conscientes de que cuanta más información pudieran conseguir de Pamela, más posibilidades tenían de averiguar cómo salir del aprieto—. ¿Y para qué los necesitas a ellos?

—En serio, tu poca perspectiva me sorprende. Tú no sirves para el canje en nuestras próximas negociaciones con Nathan. Te necesitamos para leer el libro, y él te rebanaría el cuello sin dudar. Pero por ellos es posible que atienda a razones, son la única familia que tiene, no hay nada que no haría por ellos. Tú misma lo dijiste.

Las palabras fueron como una bofetada para Abby. Ella los había puesto en peligro; si no hubiera abierto la boca, confiando en una persona a la que apenas conocía, ellos no estarían allí. De repente la puerta principal se abrió y un hombre entró corriendo. Los ojos de Abby se abrieron como platos en cuanto reconoció al profesor Murray.

—¿Él es una de tus fichas?

—Necesitabas que alguien te refrescara la memoria, que creyeras de verdad en la historia de Moira. La reunión en su despacho fue divertida, deberían darnos un premio por la interpretación.

—¿Y qué saca él de esto? —preguntó Abby, haciendo un gesto con la barbilla hacia el hombre.

—Tenemos un problema —intervino el señor Murray.

—Murray cree en la magia y en la brujería, son su pasión. Haría cualquier cosa para conocer a auténticos brujos, y no es tan tonto como para no darse cuenta de que ciertas alianzas pueden proporcionarle muchos beneficios.

—¡Pamela, es importante! —insistió Murray.

La chica se apartó un poco para poder hablar con cierta intimidad. Mientras el profesor le susurraba al oído, su cara se transformó con un ataque de ira.

—Parece que Nathan ha regresado a Lostwick —anunció ella. Abby dio un respingo y su pulso se aceleró hasta palpitarle en las sienes—. Aunque, por lo visto, le ha surgido un pequeño contratiempo y no podrá reunirse con nosotros a la hora prevista.

—¿Qué contratiempo? —preguntó Ray.

—Aaron Blackwell lo tiene encerrado y no piensa soltarlo hasta que confiese qué ha hecho contigo —explicó, clavando su mirada en Abby.

—Pero si ni siquiera estaba en el pueblo, ¿cómo pueden pensar que él...? —replicó Abby, desesperada.

—Parece que, después de todo, tu plan hace aguas —intervino Nick en tono socarrón.

Pamela lo fulminó con la mirada. Movió una mano y Nick salió volando por los aires hasta estrellarse contra la pared.

—¡No! —gritó Bianca, poniéndose en pie para ir hasta él.

—Siéntate —le ordenó Pamela, y con un nuevo movimiento la chica se hundió en el banco de forma violenta. Gimió al sentir sus huesos crujir.

—Estás estropeando la mercancía —dijo Ray, tratando de mantener la calma—. Nathan no hará ningún trato contigo si les haces daño.

Pamela frunció el ceño y sostuvo la mirada de Ray. Se midieron durante unos segundos. Ray sonrió.

—Tranquila, vendrá, no hay muros que puedan retenerlo cuando se propone algo.

—No sabe dónde estamos, no ha habido tiempo de facilitarle la información. Eso os coloca en una situación difícil; si no me sois útiles... sois prescindibles —amenazó con una sonrisa despiadada.

—Confía en mí. Nathan es un hombre de muchos recursos, sabrá encontrarnos —aseguró Ray, lanzando una mirada cargada de significado a Abby—. Entonces disfrutaré viendo cómo os reduce a polvo, porque... No habrás olvidado quién es en realidad, ¿verdad? —Esbozó una sonrisa siniestra, pura malicia, y añadió—: Auuuuuuuu.