Capítulo 8

Abby estaba tumbada boca abajo en su cama, se sujetó la cabeza con las manos y contempló frustrada el cuaderno en blanco sobre la colcha. Debía entregar el trabajo a la mañana siguiente y no conseguía escribir una sola frase con sentido. No dejaba de pensar en Nathan y en el incidente en el almacén. Era un creído, su actitud arrogante y maliciosa la sacaban de quicio, y su sonrisa taimada le ponía la piel de gallina. Arrancó la hoja y la estrujó con rabia, a la vez que hacía un pacto consigo misma, nada de volver a pensar en aquellos ojos oscuros y traviesos.

Apretó los párpados, reafirmándose en su determinación. La imagen del chico volvió a colarse en su mente con una claridad fotográfica: recordaba perfectamente cada detalle, desde las botas negras hasta la camiseta ceñida bajo la chaqueta. Se golpeó la frente contra el cuaderno, necesitaba algo con lo que distraerse y ocupar la mente. Clavó los ojos en los libros que su padre le había dejado. Cogió un tomo muy antiguo, encuadernado en piel marrón con las esquinas algo estropeadas. Le había dicho que allí encontraría muchas cosas sobre su familia, una de las fundadoras de Lostwick, y que sería una buena forma de conocer la historia de aquellas personas de las que descendía.

Abby había pospuesto su lectura, no porque no le interesara, sino porque le daba vértigo todo lo que pudiera encontrar. Apenas unas semanas antes, su familia se reducía a una única persona: su madre, de la que apenas sabía nada; y ahora había varias generaciones a las que conocer, personas con vidas repletas de anécdotas y hechos importantes en los que habían tenido un gran papel. De repente pertenecía a un linaje.

Tomó el libro con cuidado y volvió a la cama, se acomodó entre los almohadones y lo abrió sintiendo un cosquilleo en los dedos. Las páginas eran gruesas como un papiro, de un color marrón muy claro. Las acarició con lentitud y una sonrisa afloró a sus labios al leer el apellido de su familia en la primera página, sobre un árbol genealógico que se remontaba muchos siglos atrás. Leyó los nombres, las fechas de los nacimientos, de los matrimonios y cómo iba creciendo la familia. Pasó las hojas y descubrió la primera mención al apellido Dupree; era el apellido de una de las familias de colonos que habían viajado hasta Maine desde Inglaterra, junto a los Blackwell, los Devereux y...

Un tintineo le hizo levantar la vista del libro. Damien estaba en la puerta, llevaba puesta una gorra roja de beisbol calada hasta las orejas y agitaba con la mano las llaves de su coche. Tenía una enorme sonrisa dibujada en la cara.

—¿Ya has terminado los deberes? —preguntó él.

—No, no estoy muy centrada.

—Pasas demasiado tiempo en esta habitación, necesitas despejarte.

—Suena a invitación —dijo ella.

—No pensaba salir, pero cuando te he visto con ese libro me he dado cuenta de que necesitabas ayuda, desesperadamente.

—¡Ja, ja, no tiene gracia!

La sonrisa de Damien se ensanchó y volvió a agitar las llaves.

—¿Es cierto que aún no tienes el permiso de conducir? —Se miró los pies, intentando no seguir fijándose en el pantalón corto y en la camiseta sin mangas que ella vestía.

—Mi padre habla demasiado —dijo Abby, fingiendo ofenderse.

Él le dedicó una amplia e inocente sonrisa. Sus ojos grises brillaron entreteniéndose en su cara. Estuvo tentado de acercarse y sentarse en la cama con ella, pero la aparición de la señora Gray en el pasillo abortó la idea. Se rascó la nuca y entornó los ojos.

—¿De verdad has suspendido el examen cinco veces?

—No soy muy buena al volante —respondió ella con un mohín, sintió que se ruborizaba y se llevó las manos a las mejillas.

—Eso es porque no tenías un buen profesor. —Le lanzó las llaves y ella las cogió al vuelo—. Vamos, un par de clases con «el maestro» y podrás examinarte la semana que viene.

Abby cerró el libro y lo dejó a un lado. Empezó a sonreír, deseaba con todas sus fuerzas poder conducir. Siempre había soñado con tener su propio coche, la libertad de poder ir a cualquier parte sin depender de nadie.

—¿Estás seguro?

—No, así que... date prisa antes de que me arrepienta —respondió el chico, y dando media vuelta se dirigió a la escalera.

Abby se levantó de un salto, se puso unos tejanos ajustados y una camisa abierta sobre la camiseta, cogió su chaqueta y salió corriendo tras él. Lo alcanzó en el vestíbulo, le dio un tirón a la visera de su gorra y salió disparada por la puerta. Él empezó a reír y corrió tras ella. Cuando llegó hasta el coche, Abby ya se encontraba tras el volante. Se le notaba en la cara la excitación. Un segundo después, él estaba sentado en el asiento del pasajero.

—Bien, cinturón —dijo Damien. Esperó a que ella se lo pusiera y entonces señaló los espejos con el dedo. Ella obedeció de inmediato y se aseguró de que veía perfectamente por ellos—. Llave en el contacto, pisa el embrague...

—Damien, sé como va, tranquilo —dijo, arrugando el ceño.

—Vale... —Sopló por la boca y se acomodó en el asiento.

—Estás nervioso —dijo ella. Aceleró despacio y se encaminó hasta la verja.

—No —respondió—, pero dime una cosa, ¿por qué te han suspendido tantas veces?

Abby se sonrojó y apretó con fuerza el volante, lanzó una rápida mirada a Damien y clavó los ojos en la verja mientras esta se abría.

—Si te lo contara no me creerías —susurró, recordando las cosas extrañas que le habían ocurrido durante las clases. Volvió a mirar a Damien con una sonrisa tensa y al ver que él no decía nada, añadió—: Me pongo muy nerviosa.

—No tienes que ponerte nerviosa, es fácil, y me tienes a mí. —Le guiñó un ojo e hizo un gesto con la barbilla hacia la reja abierta.

Abby suspiró, intentando aflojar el nudo de su estómago.

—Tiene seguro a todo riesgo, ¿no? —preguntó ella.

Damien se puso tieso y la miró con los ojos muy abiertos.

—Creo que empiezo a arrepentirme.

Abby sonrió, aceleró y con un rápido giro se incorporó a la carretera. Un vehículo salido de la nada tocó el claxon; dio un volantazo y lo esquivo, volviendo de nuevo a su carril. Echó un rápido vistazo a Damien que, si se había asustado, lo disimulaba muy bien, pese a que estaba pálido.

—Te lo dije —replicó, intentando disimular la risa.

Con la atención puesta en la calle y en los controles del coche, condujo hasta el pueblo. Sus manos ceñían el volante con fuerza y conforme el tráfico aumentaba, empezó a ponerse más y más nerviosa. Encontró los primeros semáforos y su pulso se aceleró rezando para que no pasara nada raro. La luz roja parpadeó, cambió a verde, movió el pie para acelerar y el corazón le dio un vuelco cuando se puso roja de nuevo. Ámbar, roja, verde, ámbar...

Damien se envaró en el asiento, miró al semáforo y después a Abby, confuso. La sorpresa se esfumó de su rostro y dio paso a un gesto de concentración. El semáforo volvió a funcionar correctamente, la luz roja quedó fija.

—Tranquila, lo estás haciendo bien, muy bien —dijo él. Puso una mano sobre su brazo y le dio un ligero apretón.

Abby asintió e intentó forzar una sonrisa. Clavó la vista en la luz roja, preguntándose si todo estaba en su imaginación o si Damien también había visto aquello. Verde, aceleró. Sentía el corazón en la garganta, necesitaba pensar en otra cosa.

—¿Qué pasa entre Nathan Hale y tú? —soltó de golpe.

Damien se puso tenso y giró en el asiento para mirarla.

—¿Se ha metido contigo?

—No, no le caigo muy bien y me ignora —respondió, mintiendo a medias—. ¿Qué es lo que os pasa? Se nota a la legua que no podéis ni veros.

—Simplemente no nos llevamos bien.

—¿Simplemente? A mí me parece que es algo más que simple. Entre vosotros ha tenido que pasar algo muy gordo. ¿Alguna chica? —aventuró.

—No... de momento —apostilló, clavando sus ojos grises en ella.

—Vale, no quieres contármelo, pero si por ser tu amiga voy a convertirme en su enemiga, al menos debería saber el porqué. —Frenó ante otro semáforo y aprovechó para limpiarse el sudor de las manos en el pantalón. Lo miró con recelo esperando que se volviera loco en cualquier momento.

Damien se inclinó hacia ella apoyando el codo en el asiento; la expresión más extraña transformó su cara.

—Créeme, que tú y yo seamos amigos no es lo único que tiene en tu contra.

—¿Qué quieres decir? ¡Yo no le he hecho nada! —exclamó Abby—. Aunque visto cómo me trata, cualquiera diría que sí. Quién sabe, a lo mejor en otra vida.

—Un momento, ¿cómo te trata?

Abby miró al frente y contuvo el aire, consciente de que había hablado demasiado.

Alguien aporreó la ventanilla del pasajero y la cara sonriente de Rowan apareció al otro lado del cristal. Señaló algo por encima de su hombro, Abby miró en la misma dirección y vio un restaurante de grandes ventanas; en cada una de ellas había dibujada una langosta con babero. En la puerta, Holly los saludaba con la mano.

Damien bajó la ventanilla.

—Íbamos a cenar cuando os hemos visto, ¿os apetece acompañarnos? —preguntó Rowan.

—¿Te apetece? —preguntó Damien a Abby—. Helen tiene la noche libre y dudo que haya dejado algo preparado.

—No he terminado el trabajo y tampoco los deberes de mañana —respondió con un mohín. En el fondo lo que quería era continuar la conversación con Damien. Sentía curiosidad por saber qué era eso que Nathan podía tener en su contra.

—¡Venga, olvida esos deberes! Un poco de «abracadabra» y lo tendrás listo —replicó Rowan. Damien carraspeó por lo bajo y le lanzó una mirada reprobatoria—. Quiero decir que, seguro que el empollón de Damien te echa una mano con eso. —Una sonrisa maliciosa curvó sus labios—. O las dos manos, si le dejas.

—Eres un idiota, Rowan —dijo Damien dejando caer la cabeza hacia atrás completamente sonrojado, a juego con el rubor que lucían las mejillas de Abby en ese momento. Esta era la segunda vez que Rowan insinuaba el interés que él tenía en la chica. A la tercera, le dibujaría una nariz nueva.

El restaurante estaba a rebosar. La música y el ruido de los cubiertos se coló en sus oídos nada más abrir la puerta. Hacía un calor sofocante y apenas si se podía caminar entre la gente que esperaba en la barra a que quedara una mesa libre. Por suerte, Rowan tenía una reserva. El camarero los acompañó hasta una mesa junto a una de las ventanas. Abby se sentó al lado del cristal empañado, de frente a la barra. Desde allí podía ver todo el local, y se dedicó a examinar el ambiente mientras el camarero tomaba nota.

—¿Y adónde ibais? —preguntó Rowan, mientras rodeaba con el brazo los hombros de Holly.

Damien abrió la boca para contestar, pero inmediatamente la cerró y le dio un trago a su refresco.

—Venga, puedes decirlo —dijo Abby con los ojos en blanco. Él sonrió y la miró de reojo, pero no contestó—. Clases de conducir —dijo finalmente ella.

—¡Vaya, debes de molarle mucho para que te deje su coche! —soltó Rowan de pronto, dio un respingo y se inclinó para frotarse la espinilla, Damien acababa de darle una patada bajo la mesa—. ¿Y qué tal la clase? ¿Y el profe? —preguntó, tratando de contener la risa.

—¡Déjalo ya, cariño! —dijo Holly a su novio con un suspiro.

—Ah... bien, aunque ha sido la primera y acabábamos de empezar cuando os hemos visto —respondió Abby.

El camarero se acercó a la mesa, haciendo malabares con una bandeja en las manos por entre la gente apiñada, y dejó una enorme ración de langosta frente a cada uno. Abby miró su plato con los ojos muy abiertos, era imposible comerse todo aquello de una vez.

Damien aprovechó la interrupción para cambiar de conversación.

—¿Y vosotros qué hacéis por aquí? No salís entre semana.

—El profesor Murray nos ha puesto en el comité de organización del baile de otoño —contestó Holly. Resopló mientras se colocaba el pelo tras las orejas. Apoyó los codos y se inclinó sobre la mesa, mirando fijamente a Damien—. ¿Y a que no sabes sobre qué tema irá el baile de este año? Brujas —respondió con los ojos muy abiertos y sin dejar de asentir con la cabeza—. Opina que puede ser divertido viendo el interés que ha despertado su clase, y lo peor no es eso, ha decidido aplazarlo hasta la noche de Halloween. ¿Se puede ser más friki?

El baile de otoño del instituto de Lostwick solía celebrarse todos los años a mediados de octubre, pero esta vez la directiva del instituto había decidido aplazarlo hasta la noche de Halloween a petición del señor Murray, que era el encargado de su organización. El profesor estaba tan fascinado por todo lo relacionado con la brujería y la magia en la historia, que estaba escribiendo un libro sobre el tema y había centrado en él todos los trabajos de su asignatura.

—Es cierto, es una clase muy interesante —dijo Abby. Pinchó un trozo de langosta y se lo llevó a la boca.

—Humm... ponle salsa picante, verás qué buena —le dijo Rowan con la boca llena. Ella sonrió y le hizo caso, untando el siguiente bocado en la salsa anaranjada.

—Por supuesto que lo es, y lo sería más si no flipara tanto con los tópicos. ¡Y querrá que nos disfracemos con sombreros picudos y escobas! —replicó Holly con un atisbo de mal humor en su voz.

Abby se quedó un poco perpleja por la reacción de la chica.

—No es por llevarte la contraria, pero ¿cómo piensas disfrazarte de bruja entonces? —comentó, sintiéndose algo tímida. No quería molestar a Holly, y aquel asunto parecía importarle bas— tante.

Holly apoyó los codos en la mesa.

—¡Pues depende del siglo que escojas, porque estoy hablando de brujas de verdad, no de las de los hermanos Grimm! —replicó entre parpadeos, como si la respuesta a esa pregunta fuera demasiado obvia.

—Holly —dijo Damien lanzándole una mirada reprobatoria.

Ella abrió la boca para contestar, pero lo pensó mejor y guardó silencio dedicándole una sonrisa apenada y condescendiente a Abby.

—¿Y crees que al final habrá que disfrazarse? —preguntó Abby, abanicándose con la servilleta; la salsa picante le estaba provocando sudores. Dio un trago de agua y casi se atraganta al ver quién acababa de entrar en el restaurante.

Nathan Hale se acercó a la recepcionista, iba vestido de negro y había cambiado su habitual sudadera con capucha por una chaqueta de cuero que le sentaba de maravilla. De su mano iba una chica morena de larga melena, y desde luego no era la misma con la que se le había visto en los últimos días. Abby no pudo evitar seguirlos con la mirada, mientras el maître los acompañaba a una mesa.

—Espero que no, porque hay un vestido negro de tul y encaje que me muero por ponerme —respondió Holly.

—Y yo me muero por que te lo pongas —susurró Rowan besándola en el cuello. De repente una sonrisa traviesa se dibujó en su cara. Carraspeó mientras apoyaba los brazos en la mesa con cara de circunstancia—. Vosotros podríais ir juntos a ese baile, ninguno de los dos sale con nadie.

Abby se obligó a apartar la vista de Nathan y a procesar en su mente lo que Rowan acababa de decir.

—¿Qué?

Damien apartó la bebida de su boca y tosió un par de veces.

—¡Cariño, es una idea estupenda! —exclamó Holly. Su novio sonrió como si acabara de descubrir la fórmula de la eterna ju— ventud.

Abby miró de reojo a Damien, que se encontraba igual de cortado que ella, solo había que ver el color de su cara. Él se giró en la silla para mirarla y sonrió, levantando un poco las cejas.

—No es mala idea. ¿Qué dices? ¿Quieres ir al baile de otoño conmigo?

Abby contempló sus ojos expectantes, bajo aquella luz parecían de plata y le devolvían la mirada con calor. Se vio reflejada en ellos, y una realidad abrumadora se apoderó de ella, de verdad le gustaba a Damien. Los chistes de Rowan tenían un trasfondo, el chico sabía de los sentimientos de su amigo, porque, evidentemente, habían hablado de esos sentimientos.

—Como no contestes, esta situación va a ser un poco incómoda, incluso humillante —dijo él sin perder la sonrisa.

Abby asintió completamente ruborizada. Damien era encantador, muy atractivo y vivía bajo su mismo techo, era de fiar. Ser su pareja en el baile parecía una buena idea.

—Sí, por qué no, además, estoy segura de que serás un buen chico y me acompañarás a casa después. —Frunció el ceño y añadió a modo de advertencia—: Mi padre sabe dónde vives.

Rowan soltó una risotada.

—Eso ha tenido gracia, y la nueva parejita merece un brindis.

—Rowan —masculló Damien, frustrado—. De verdad, tío, no sé qué he visto en ti para considerarte mi mejor amigo.

—Mi bonita sonrisa —replicó el chico, alzando la copa—. Y que te acabo de conseguir una cita con la hermosa Abby; debería cobrarte por ser tu amigo.

Brindaron entre risas. Abby apuró su vaso de agua y volvió a abanicarse, buscando al camarero con la mirada. El pobre iba de un lado a otro, con la cara roja y la respiración agitada, casi le dio pena llamarlo.

—Voy a la barra a por una soda, la salsa picante me está matando. —Se puso en pie.

—Tranquila, voy yo —dijo Damien.

Ella le puso una mano en el hombro.

—No, déjalo, quiero ir al baño a refrescarme, el calor aquí es insoportable. —Se quitó la camisa y la dejó en el respaldo de su silla.

—Está bien —aceptó él.

—Al fondo a la derecha, tras la planta de plástico —le dijo Holly con un guiño.

Abby serpenteó por entre las mesas en dirección al baño. El ambiente estaba demasiado cargado y notaba que el pelo se le pegaba al cuello por culpa del sudor. No pudo evitar lanzar una mirada curiosa a la mesa de Nathan. Desde que el chico había aparecido en el local, ella se había obligado a ignorarlo, pero ahora la curiosidad por ver qué estaba haciendo se impuso a su orgullo.

En la esquina, bajo una tenue luz, la pareja se encontraba conversando; quizá conversando no era la palabra más adecuada. La chica que lo acompañaba lo devoraba con la mirada, no dejaba de tocarlo, parecía un pulpo con todos sus tentáculos sobre él. Le atusaba el cabello, le acariciaba la mejilla, o dejaba caer la mano con descuido sobre su fuerte brazo. Abby se quedó de piedra cuando casi se sentó sobre él y lo besó en la boca. Si la abría más, acabaría por tragárselo. Sonrió con cierta satisfacción al ver que Nathan la apartaba un poco agobiado. Pero borró la sonrisa de inmediato en cuanto él alzó la cabeza y la miró fijamente. Apartó los ojos de golpe y deseó darse de bofetadas, acababa de pillarla espiándolo.

Abby tragó saliva y continuó andando con la vista fija en la planta de plástico. Sabía que aquellos ojos negros e inquietantes controlaban cada uno de sus movimientos, podía sentirlos en la espalda. Apretó el paso y empujó la puerta que daba al baño, entró a trompicones y casi se lleva por delante a una mujer que salía atusándose el pelo.

—Disculpe —susurró.

Se apoyó contra la pared y dejó escapar de golpe todo el aire de sus pulmones. Fue hasta el lavamanos y se agarró a él mientras intentaba controlar la respiración. Se mojó la cara con agua fría y con las manos húmedas su frotó el cuello. Acercó la cara al espejo y contempló su rostro. O se estaba volviendo loca o el golpe en la cabeza durante el accidente la había dejado tarada. Durante unos instantes se había sentido celosa al ver a esa chica babeando sobre Nathan, sí, el mismo tipo odioso que la detestaba. Y no solo eso, al contemplar cómo se besaban, un hormigueo en sus propios labios había despertado una extraña emoción, como si supiera qué se sentía al besarlo.

Salió del baño, se colocó un mechón de pelo tras la oreja mientras caminaba, completamente consciente de lo que hacía, y evitó volver a mirar a la pareja. Se acercó a la barra.

—Una soda, por favor —dijo al camarero.

Apoyó los codos sobre la madera y esperó. Desde el espejo en la pared, frente a ella, podía ver el reflejo de los clientes en las mesas, también la de su pesadilla. Miró por encima de su hombro, la chica estaba sola y hablaba por teléfono. Ladeo la cabeza y lo buscó disimuladamente.

—¿Te interesa alguien?

Abby dio un respingo y supo quién era incluso antes de darse la vuelta.

—¿Perdona? —Se giró hacia él y lo miró sin titubear, a pesar de que sentía que se estaba ruborizando.

Él dejó asomar una sonrisa de pillo.

—Que si te interesa alguien o soy yo quien te interesa. No quitabas los ojos de mi mesa —dijo, mientras apoyaba los brazos en la barra y llamaba al camarero con un gesto.

El camarero se acercó y dejó la soda que Abby había pedido sobre un posavasos frente a ella.

—Un agua con lima —pidió Nathan sin apartar los ojos de la chica. Los entornó hasta que solo fueron dos ranuras—. ¿Soy yo quién te interesa? —insistió.

Abby se envaró, su cuerpo entero bullía con una emoción extraña e indefinible.

—Tú sueñas —le espetó, cogiendo su vaso, pero no hizo ademán de irse.

—¡Qué pena! —Hizo una pausa para mirarla de arriba abajo, una sonrisa siniestra acechaba en su boca—. Porque tú a mí sí me interesas.

—¿No solo me acosas, también te burlas de mí?

Nathan se inclinó sobre ella, sus ojos volvieron a recorrerla de arriba abajo y se detuvieron en la fina línea de piel que se le veía entre la camiseta sin mangas y sus tejanos. Fue un impulso, alargó la mano y la rozó con el dedo, un roce engañosamente suave. Se estremecieron a la vez, la sensación duró tres segundos, extraña, vibrante y... conocida. Apretó los puños y los músculos de sus brazos se tensaron.

—No he dicho para qué me interesas; si te lo digo, puede que ya no te parezca una burla.

Abby dio un paso atrás. Algo en su mirada y en el tono de su voz le dio miedo, sus palabras le habían sonado a amenaza.

—Creí que teníamos un trato; yo te ignoro, tú me ignoras.

Él se inclinó hacia delante y ella retrocedió.

—Sí. —Nathan miró por encima de ella y una expresión desafiante apareció en su cara—. Pero ver cómo tu «no» novio se desquicia cuando te ve cerca de mí, no tiene precio.

El chico acababa de levantarse de la mesa echando chispas. Rowan lo sujetó por la muñeca, pero se deshizo de su agarre y avanzó entre las mesas hacia ellos.

—¡Ya viene! —anunció, divertido.

Abby estuvo a punto de arrojarle el vaso de soda a la cara, pero se quedó atrapada en la fantástica sonrisa que él esbozó cuando volvió a mirarla a los ojos. Sus defensas se reactivaron de inme— diato.

—Puedes quitar el «no», Damien y yo iremos juntos al baile de otoño. —Ni siquiera sabía por qué lo había dicho, ¿para darle celos? Como si a él le importara.

La sonrisa despareció de la cara de Nathan y se envaró.

—Me alegro de que vuestra relación vaya tan bien, ya te lo dije, estáis hechos el uno para el otro —susurró, molesto, y sentirse así por aquella chica le provocó un acceso de ira tan grande que todo su cuerpo comenzó a temblar.

—Apártate de ella, Hale —dijo Damien, agarrando a Abby del brazo y arrastrándola tras él.

—¿Por qué? ¿Temes que compare y se de cuenta de que a mi lado no tienes nada que hacer?

—Eso no me preocupa lo más mínimo, te tiene calado.

Nathan esbozó una sonrisa tensa y miró a Abby. Un odio furibundo asomó a sus ojos. Ella se estremeció ante el trasfondo oscuro de aquella mirada.

—Si vuelves a acercarte a ella, necesitarás que te reconstruyan la cara —replicó Damien.

—Si no recuerdo mal, quien necesito algo más que puntos la última vez fuiste tú. Pero tranquilo, tu novia no me interesa, ni ahora ni nunca.

—Déjalo, Damien —dijo Abby, sujetándolo por la muñeca. Los dos chicos estaban pecho contra pecho, eran igual de altos, igual de fornidos, parecían igualados en todo. No quería imaginar cómo sería una pelea entre aquellos dos.

—Eres como tu padre, de la misma calaña —masculló Damien.

—¡Y eso es lo que te mantiene vivo, idiota! —le espetó Nathan, apartándolo con un leve empujón en el pecho.

Damien reaccionó al empellón lanzándose contra él Rowan apareció a tiempo y lo sujetó por los brazos como pudo.

—No quiero peleas en mi restaurante, chicos —dijo el encargado desde la barra; los miró a los dos como si ya les conociera y aquella situación no fuera nueva para él.

—Tranquilo, ya nos vamos —indicó Rowan, tirando de su amigo en dirección a la salida.

Abby los siguió. Antes de salir, lanzó una mirada fugaz sobre su hombro. Nathan seguía en el mismo sitio, el encargado había salido de detrás de la barra y le hablaba al oído mientras le palmeaba el hombro con afecto, pero él no parecía escucharle, tenía la vista fija en ella de una forma tan intensa y perturbadora que le cortó la respiración. Entonces él movió los labios: «Buuh.»