Capítulo 11

Nathan se acercó a la barra y ocupó un taburete libre. Se sujetó el rostro con las manos y se las llevó a la cabeza, despeinándose el pelo. Se sentía inquieto, con un mal presentimiento. Volvió a mirar a su alrededor, buscándola. No la vio por ninguna parte, probablemente se habría largado. Mejor así, tenerla cerca no le hacía ningún bien. Se inclinó sobre la barra buscando a Nick. Apareció a través de la cortinilla con una caja de bourbon, justo cuando Pamela llegaba corriendo.

—No está en el baño —le dijo a Nick, muy preocupada.

—¿Has mirado bien?

Pamela asintió.

—¿Qué pasa? —preguntó Nathan a Nick.

—Es Abby —se adelantó Pamela—. Ha desaparecido.

—Se habrá marchado a casa —dijo Nathan, quitándole importancia al asunto.

—No, no se habría marchado sin despedirse. Dijo que iba al baño y no ha regresado.

Nathan clavó sus ojos en Nick con una pregunta en ellos. El camarero parecía tan preocupado como Pamela, y eso también empezó a preocuparle a él.

—«No me importa» ha tenido un desafortunado encuentro con Ty, ese tipo que conduce un Mustang azul. Ha puesto su mira en ella.

Nathan se puso en pie tan rápido que el taburete cayó al suelo. Conocía al chico del que hablaba Nick, un tipo problemático que perdía los estribos con bastante facilidad. Además tenía fama de propasarse con las chicas, problemas a la hora de aceptar que un no era un no, sin matices. Se dirigió al pasillo que conducía a los lavabos y al almacén, abriéndose paso entre la gente sin miramientos. Abrió ambas puertas, no estaba allí. Una voz en su cabeza le decía que aquello no era asunto suyo, que debía traerle sin cuidado lo que le pasara a la hija de Aaron Blackwell, pero no era así.

Empujó la puerta trasera de salida y una bocanada de aire frío le limpió los pulmones del ambiente viciado de dentro.

—¡Eh! ¿Qué haces aquí? —preguntó Ray; estaba descargando unas cajas de su furgoneta. Su padre era el dueño de un par de restaurantes y también de El Hechicero—. Vamos, échame una mano, estas cajas pesan mucho.

—¿Has visto a Ty, el tipo que conduce un Mustang azul? —preguntó Nathan sondeando la oscuridad.

—¿Al que le ganaste doscientos pavos la semana pasada? —pregunto. Su amigo asintió—. No, ¿por qué?

Nathan no contestó y echó a andar adentrándose en el aparcamiento de tierra. La pareció oír un gemido tras unos camiones y se dirigió allí.

—¿Qué pasa? —preguntó Ray, dándole alcance.

Rodearon la cabeza de un camión y allí estaba el Mustang azul; también su dueño. Tenía a una chica entre los brazos, estaba tan encima de ella que apenas podía ver de quién se trataba. Aguzó la vista y empezó a entender qué ocurría. El tipo tenía una mano sobre la boca de la chica para que no gritara e intentaba colar la otra por debajo de su vestido, mientras ella no dejaba de retorcerse para liberarse.

Entonces la reconoció. Se quedó paralizado, su pecho subía y bajaba con la respiración agitada, silbándole en la garganta. «Date la vuelta, no es asunto tuyo, no es asunto tuyo», se repetía. Pero sí que lo era, la sangre le hervía solo con ver a aquel tipo tocándola. Se lanzó hacia delante.

—¿Qué crees que haces? —Ray lo cogió por el brazo—. No te metas, llamaremos a alguien para que se encargue.

—No hay tiempo —masculló. Se zafó de Ray, pero este volvió a sujetarlo.

—Pasa de esto, no puedes verte envuelto en otra pelea. Si lo haces, acabarás aislado, te encerrarán. Estás a prueba.

—Me da igual —dijo Nathan, apartando a Ray de su camino.

—Vamos, Nat, es ella, es una Blackwell, no merece la pena que te busques un lío por su culpa. Y no puedes usar la...

—Tranquilo, no voy a usarla —susurró con una sonrisa leve pero letal—. No te metas —sugirió a Ray.

Corrió hasta el Mustang, agarró al tipo de los hombros y lo arrojó contra el suelo.

—Quítale las manos de encima, Ty. —Lanzó una rápida mirada a Abby; estaba aterrada y temblaba sin parar.

Ty se puso en pie de un salto y sacó una navaja de su bolsillo, incluso antes de saber quién le había agredido.

—Vaya, vaya, pero si eres tú. ¿Estás interesado en perder pasta? Acabo con este asuntillo y nos vemos dentro —dijo con un tono a medio camino entre la burla y el desprecio.

Nathan se movió hasta colocarse entre el chico y Abby, ocultándola premeditadamente de su vista.

—Este «asuntillo» se termina ya, déjala en paz.

—Es de mala educación inmiscuirse en la intimidad de una pareja —rezongó Ty, y se abalanzó contra él, esgrimiendo la navaja.

Nathan esquivó el golpe y le clavó un codo en el costado, que le hizo caer de rodillas; le quitó la navaja y se la lanzó a Ray. Lo agarró del pelo y tiró de su cabeza hacia atrás.

—¿Pareja? A mí no me lo parece.

—Ella quería, Hale, a todas les gusta hacerse las difíciles al principio —dijo el chico entre dientes—. No ha dejado de insinuarse ahí dentro.

Nathan lo sujetó por el cuello de la camisa y tiró de él hasta ponerlo en pie, frente a Abby. La miró a los ojos.

—¿Es eso cierto? —preguntó a la chica.

Abby negó, y cerró con más fuerza la chaqueta sobre su pecho, tragándose las lágrimas.

—No sé por qué, pero la creo a ella.

—Puta —masculló Ty, y lanzó un cabezazo hacia atrás que acertó de lleno a Nathan, se giró y lo golpeó en el estómago—. ¿Sabes qué, Hale? No solo quería, me lo ha suplicado.

Diandra y Pamela aparecieron corriendo en el aparcamiento.

—¿Estás bien? —preguntó Diandra, abrazándola muy fuerte—. Lo siento, no debí dejarte sola tanto tiempo. ¿Qué ha pasado? —Miró a los dos chicos que se estaban peleando—. ¿Nathan te ha hecho daño?

—¡No, él ha venido a ayudarme! —dijo Abby, muy nerviosa. Ty estaba sobre él y no dejaba de golpearlo en los costados—. ¡Haz algo! —le espetó a Ray.

—Me ha dicho que no me meta —respondió él con un tic en la mandíbula; le estaba costando no intervenir.

—¿Y siempre haces lo que te dice? —insistió Abby.

El chico no contestó y mantuvo la mirada fija en su amigo.

Nathan consiguió zafarse de Ty, se levantó de un salto y Abby aprovechó para ponerse en medio con los brazos extendidos como si así pudiera contenerlo.

—¡Déjalo, no merece la pena!

Nathan la miró un segundo; entonces vio el escote de su vestido desgarrado, un sujetador blanco de encaje quedó a la vista. La imagen le hizo perder el control, un sentimiento instintivo de protección se apoderó de él. Arremetió de nuevo contra el chico que intentaba ponerse en pie y le dio una patada en el estómago, después otra y otra, haciéndolo rodar por el suelo. Poseído por un frenesí vengativo, acabó a horcajadas sobre él, oprimiéndole la tráquea hasta que empezó a ponerse azul y a boquear.

Ray no aguantó quieto por más tiempo y corrió a sujetar a su amigo. Lo agarró por los brazos y tiró de él, arrastrándolo por el suelo.

—Para ya, lo vas a matar.

—¡Déjame, voy a destrozarlo! —gritó Nathan.

Nick apareció y ayudó a Ray a inmovilizarlo, estaba completamente ido.

—Lárgate. Si vuelvo a verte por aquí, van a tener que juntar tus trocitos —le dijo el camarero a Ty, mientras este trataba de ponerse en pie con la cara destrozada.

Hasta que el Mustang no desapareció por la carretera, Ray y Nick no soltaron a su amigo, que aún no había dejado de luchar para soltarse. Nathan se puso en pie y se limpió con el dorso de la mano la sangre que le manaba del labio, escupió y volvió a limpiarse. Se giró buscando a Abby.

—¿Estás bien? —preguntó, sin apartar los ojos del vestido roto—. ¿Te ha...?

—¡No! —respondió ella, adivinando la pregunta—. Llegaste a tiempo. Gracias.

Él no dijo nada, se quedó allí, mirándola.

Un coche apareció a toda velocidad por la carretera, entró en el aparcamiento y se detuvo con un fuerte frenazo que dejó marcas profundas en la tierra y levantó una densa nube de polvo. Damien se bajó del vehículo hecho una furia. Mientras caminaba evaluó la escena, sacó sus propias conclusiones y fue directamente a por Nathan con una rapidez frenética.

—¿Has llamado a Damien? —preguntó Abby a Diandra, sin dar crédito. Ahora sí que estaban en un lío.

—Cuando Pamela me ha contado que no aparecías, me he asustado, y él no estaba muy lejos de aquí. Pensé que era lo mejor —respondió.

—¿Qué le has hecho? —preguntó Damien apuntando a Nathan con el dedo.

Nick reaccionó a tiempo y se interpuso, cortándole el paso.

—Él no ha hecho nada —intervino Abby—, me ha... me ha ayudado.

—Es cierto —intervino Diandra, avergonzada. Y aclaró—: Un tipo se ha propasado con Abby y él ha evitado que pasara algo más.

Damien apretó los puños y su rostro se tiñó de rojo.

—Subid al coche, nos vamos —ordenó a las chicas, sin apartar su mirada rabiosa de Nathan—. Esto no cambia nada, Hale —le dijo, y dio media vuelta.

Abby pasó junto a Nathan con la vista clavada en el suelo, cerrando con fuerza la chaqueta sobre su pecho. Se detuvo un segundo y recorrió con los ojos el entorno, sin atreverse a mirarlo a la cara. Cuando por fin lo hizo, él la observaba fijamente con gesto severo.

—Gracias —susurró ella—. Te debo una.

Él asintió lentamente, y entornó los ojos.

—Tranquila, ten por seguro que me la cobraré —dijo sin ninguna emoción, y dio media vuelta en dirección al edificio.

Cuando todos se hubieron marchado, Ray fue al lavabo, donde Nathan se estaba lavando los nudillos ensangrentados. Se apoyó en la pared y lo miró a los ojos en el reflejo del espejo.

—¿Y ahora qué? —preguntó sin poder disimular su enfado.

—No te sigo —respondió Nathan.

—¡Oh, sí que me sigues! —asintió compulsivamente para darle más énfasis a sus palabras.

—Te equivocas —dijo Nathan, encorvado sobre el lavamanos—. No ha sido por ella, no me importa en absoluto. Se la tenía jurada a ese tipo y he aprovechado el momento. Era una buena coartada para partirle la cara.

—¡Por supuesto! ¿Cómo no me he dado cuenta? —lo cuestionó Ray en tono sarcástico—. Y yo que pensaba que te habías metido en una pelea que podría costarte un largo tiempo aislado porque la hija del hombre que mató a tu padre te preocupa. —Se revolvió el pelo, exasperado—. ¿Acaso crees que soy idiota? Te conozco desde hace mucho, no me ofendas fingiendo que no es así. Estás en un lío, y lo sabes. —Salió dando un portazo. Un segundo después volvió asomar la cabeza—. Tu novia está ahí fuera hecha una furia, sácala de aquí o no respondo.

Nathan se quedó mirando su reflejo en el espejo, se inclinó hasta casi tocarlo con la nariz.

—¿Qué estás haciendo? —se preguntó a sí mismo.

Desde que esa chica había aparecido, tenía la sensación de que su mundo se estaba poniendo patas arriba, empezando por sus propios sentimientos.

—Si queríais ir a ese antro, solo teníais que decirlo, os habría acompañado —dijo Damien, todavía enfadado. Clavó sus ojos furibundos en Diandra a través del retrovisor.

—Lo siento, ¿vale? Ya está hecho, ya ha pasado y lo siento —respondió ella desde el asiento de atrás. Bastante mal se sentía ya como para aguantar su reprimenda.

—No vale, Diandra, siempre haces cosas como esta, actúas sin pensar. ¿Te haces una idea de cómo podría haber acabado la noche? Abby ha estado a punto de... de... —Golpeó el volante con el puño. Se giró hacia Abby—. ¿De verdad estás bien?

Ella asintió.

—Nathan apareció y me quitó a ese tipo de encima, después le dio una paliza... casi lo mata. —Las imágenes aún circulaban por su cabeza, Nathan golpeando a aquel chico hasta casi destrozarle el rostro, y se preguntó por qué lo había hecho. ¿Por ella? Esa idea le aceleró el corazón.

—¡Y esa es otra! —exclamó Damien—. Ahora le debemos un favor a ese cretino.

Abby abrió los ojos sin dar crédito a lo que acababa de oír.

—¿Y eso te fastidia? —Su expresión se endureció. Siguió una breve pausa—. ¿De verdad le odias tanto como para que te moleste el que me haya ayudado? No puedo creer lo que estoy oyendo —replicó Abby—. ¿Por qué no me cuentas qué pasa entre vosotros para que pueda entenderlo de una maldita vez?

—Damien, no —dijo Diandra, adivinando por su expresión, que estaba tan fuera de control que acabaría cometiendo una imprudencia.

Abby se giró hacia atrás para enfrentar a Diandra.

—¿Y por qué no? ¿Qué es eso que no puedo saber?

—Abby, no nos corresponde a nosotros...

Abby bufó, y movió la cabeza negándose a aceptar más evasivas. No era idiota ni estaba ciega.

—Estoy cansada de conversaciones que acaban en silencio cuando yo aparezco, de miradas extrañas sobre mí, de que me habléis con palabras medidas que no consigo entender. Lo he dejado correr porque... —Alzó las manos exasperada— ya estoy bastante confundida con todo lo que me ha pasado y me da miedo no saber qué más podría soportar... pero ya es suficiente. Se acabó. Así que contadme qué pasa. ¡Ya!

—El padre de Nathan es un asesino, mató a Isaac y Mason Blackwell, a Jensen y Amber Dupree, a Vincent Sharp y a Ned Devereux. ¿Te suenan los nombres? —dijo Damien de golpe, estaba tan enfadado que le temblaba la mandíbula—. Una noche, hace diecisiete años, los traicionó y asesinó en un claro en el bosque. Nathan es como él, lo lleva en la sangre, alguien a quien vigilar y mantener a distancia.

—Genial —masculló Diandra, hundiéndose en el asiento. Damien acababa de abrir la caja de los truenos.

Abby se quedó de piedra, clavó la vista en la carretera, intentando asimilar lo que Damien acababa de revelarle. El padre de Nathan era un asesino, había matado a varias personas en una noche. Ahora empezaba a entender la magnitud de la situación, el odio acérrimo que Damien y Diandra tenían hacia Nathan. En él veían al hombre que les había dejado huérfanos, que había llenado de sufrimiento sus vidas. Lo que no terminaba de entender era que ese odio fuera recíproco por parte de Nathan, ni de lejos sus motivos eran los mismos.

—¿Y dónde está su padre ahora? —preguntó Abby, convencida de que la respuesta sería una cárcel de máxima seguridad en la que pasaría el resto de su vida.

Damien sonrió de forma maliciosa, como si se regodeara con algún pensamiento placentero. Miró a Abby a los ojos con determinación. Ya puestos, por qué no decírselo.

—Damien —insistió Diandra, percibiendo que nada bueno iba a salir de aquella conversación.

—También murió aquella noche —respondió él, ignorando la advertencia en el tono de Diandra—. Tu padre vio el fuego y corrió al claro, ya estaban todos muertos y no pudo hacer nada por ellos, todos menos David Hale. —Damien apretó el volante hasta que sus nudillos se pusieron blancos—. Tuvo el descaro de confesar que él era el responsable, y tu padre hizo justicia.

Abby sintió que el estómago se le ponía del revés. Solo había una forma de interpretar las palabras de Damien. David Hale ha— bía muerto esa noche porque su padre había «hecho» justicia, lo había asesinado. La cabeza empezó a darle vueltas, con una secuencia de imágenes que le provocó náuseas, preguntas que comenzaban a embotarle los sentidos. ¿Habría huido su madre por ese motivo? ¿Qué clase de persona era en realidad su padre para tomarse la justicia por su mano y asesinar? Eso no le hacía mejor que David Hale. ¿Y el resto de las familias habían ocultado ese hecho sin ningún reparo? ¿Por eso la odiaba Nathan?

—Para el coche —dijo Abby—. Para el coche ahora mismo.

—¿Qué dices? —intervino Diandra.

—Para el coche, voy a vomitar.

—Tranquilízate, no puedo parar aquí, la carretera es muy estrecha y está llena de curvas —dijo Damien. La miró preocupado, estaba tan pálida como un cirio.

Abby notó cómo la bilis ascendía por su garganta.

—Tengo que salir de aquí. —Abrió la puerta sin pensar que seguían en marcha, solo en la necesidad de salir corriendo.

—¡Abby! —gritó Damien. Se lanzó a por ella con una mano en el volante y con la otra consiguió agarrarla de la chaqueta y tirar de ella hacia dentro.

El coche se salió de la carretera y golpeó la valla de seguridad que los separaba del acantilado. Damien dio un volantazo, cruzó los dos carriles y volvió a salirse por el arcén contrario. Los arbustos arañaban la carrocería con un sonido estridente. Consiguió volver a la carretera un instante antes de tomar la curva. Vio sobre el coche una silueta recortada por la luz de unos faros que lo deslumbraron, apenas tuvo tiempo de pisar el freno.

Notó el impacto, el cuerpo golpeó el parabrisas y salió despedido por encima del coche hasta caer rodando sobre el asfalto mojado. Se quedaron inmóviles cuando el coche se detuvo, sorprendidos. El primero en reaccionar fue Damien.

—¿Estáis bien? ¿Estáis las dos bien? —preguntó.

—Sí —respondió Abby, tocándose la cabeza. Se había golpeado contra la ventanilla.

—Sí, ¿qué ha pasado? —inquirió Diandra.

—¡Hemos atropellado a alguien! —exclamó Damien con un nudo en la garganta. Se quitó el cinturón, bajó del coche y corrió hasta el cuerpo tendido en el asfalto. Ellas lo siguieron. Se agachó para tomarle el pulso.

—¡Dios mío, es Benny! —exclamó Diandra con las manos en la cara.

—¿Lo conoces? —preguntó Damien.

—Sí, es el fotógrafo del periódico del instituto. ¿Está vivo?

—Sí. ¿Qué demonios hacía aquí tan tarde?

—Junto a su coche hay un trípode, es posible que estuviera haciendo fotos de la playa —dijo Abby con la voz entrecortada—. Tenemos que llamar a los servicios de emergencia.

—Toma mi teléfono —dijo Diandra.

Marcó, pero no había señal. Miró la pantalla y alzó el teléfono intentando encontrar cobertura.

—No hay señal, ni siquiera para llamadas de emergencia.

—El mío tampoco funciona —replicó Damien, volviendo a guardar el teléfono en el bolsillo.

—¿Y ahora qué hacemos? No podemos dejarlo así —susurró Diandra, abrazándose los codos; no podía dejar de moverse de un lado a otro.

—Podríamos intentar meterlo en el coche y llevarlo nosotros al hospital —sugirió Abby, con un ligero tartamudeo; apenas podía controlar el temblor de su cuerpo.

—No creo que aguante, apenas tiene pulso —dijo él con la mano en el cuello del chico. Se apagaba con rapidez.

—No podemos dejar que muera, ha sido culpa nuestra —gimoteó Diandra, invadida por una nueva oleada de pánico—. Ha sido culpa mía, si yo no hubiera quedado con ese chico.

—No podemos hacer nada, es tarde. —Damien suspiró, sintiéndose impotente. Entrelazó las manos sobre su cabeza, intentando pensar.

La expresión de Diandra cambió, el miedo dio paso a la determinación.

—Sí que podemos hacer algo.

El tono de su voz hizo que Damien alzara la cabeza hacia ella; sus ojos la estudiaron como si pudiera leer su mente. No hacía falta, sabía perfectamente lo que estaba pensando, y era una lo— cura.

—No.

Diandra estalló con un ataque de ira, presa de los nervios.

—¿No puedes o no quieres? —le gritó al chico.

—¿De qué estáis hablando? ¿Hay forma de salvarlo? —intervino Abby cada vez más desconcertada y enfadada. Aquellos dos ya estaban con sus frases codificadas, mientras el chico se desangraba en el suelo.

—Sí —contestó Diandra.

—No —replicó Damien, fulminándola con la mirada. Hizo un gesto casi imperceptible hacia Abby.

Diandra alzó los brazos, las lágrimas le nublaban la vista.

—Antes o después lo sabrá, sobrevivirá. —Su voz sonaba a suplica—. Benny no, si seguimos dudando. Podemos hacerlo, Damien, lo sé.

El chico empezó a negar antes de que ella terminara de hablar.

—Esto nos supera, nunca hemos intentado nada igual, ni siquiera con los Maestros.

—¿De qué estáis hablando? —les gritó Abby.

Diandra bufó exasperada.

—Mientras dudas se le acaba el tiempo. Nuestra sangre es pura y poderosa, ¿para qué nos sirve si no podemos hacer nada en un momento así?

—Aunque dijera que sí, acabamos de alcanzar la Plenitud, nuestro poder aún es débil e inestable para un hechizo tan fuerte, nosotros solos no podemos.

La respiración de Diandra se aceleró por momentos; clavó sus ojos en Abby con un brillo extraño.

—Pero con ella sí.

Abby dio un paso atrás, sus ojos iban de la cara de Diandra a la Damien, contemplándolos como si no les conociera. O el accidente les había provocado un shock o de verdad estaban locos. Dio otro paso atrás con la piel de gallina, considerando de verdad salir corriendo. No tuvo tiempo, Diandra la cogió de la mano por sorpresa y tiró de ella.

—¡Suéltame! Debemos buscar ayuda, ese chico se muere mientras vosotros desvariáis.

—Tienes que confiar en nosotros —dijo Diandra—. Arrodíllate junto a su cabeza. —La empujó por los hombros hasta que se dejó caer. Después, ella también se arrodilló a un costado de Benny, justo enfrente de Damien—. Coge nuestras manos.

—Di, esta no es la forma —susurró Damien, sin apartar los ojos de Abby—. Es peligroso.

Diandra no contestó, puso su mano sobre el corazón de Benny; Damien hizo lo mismo sobre la de ella.

—Coge nuestras manos, Abby —insistió Diandra, alzando la voz al ver que ella no se movía.

Al final Abby obedeció, demasiado aturdida e impresionada como para oponer resistencia.

—Bien, ahora tienes que concentrarte en Benny, en su corazón... —continuó la chica.

—Esto no está bien, deberíamos buscar ayuda. Va morir y será culpa nuestra —susurró Abby con el pánico atenazando su garganta.

—Confía en nosotros, solo esta vez —le rogó Diandra. Su amiga negó de forma compulsiva—. Por favor.

Abby miró el cuerpo de Benny; apenas respiraba. Asintió, accediendo a aquella locura como un autómata, como si su conciencia se hubiera separado de su cuerpo y este actuara por voluntad propia.

—Bien, cierra los ojos —dijo Diandra—, piensa en Benny, en su corazón, tienes que desear que siga latiendo. Sientas lo que sientas, oigas lo que oigas, no dejes de desearlo. Nosotros haremos el resto.

Abby hizo lo que Diandra le había pedido. Pensó en Benny y en su corazón, deseando con todas sus fuerzas que no dejara de latir. «Late, late, late, late...», repetía en su cabeza, pero el único pulso que sentía era el suyo, rápido como el aleteo de un colibrí. Apretó los ojos con más fuerza. El dolor que sentía en la cabeza aumentó hasta un punto peligroso, allí dentro había algo que quería abrirse paso pero que no podía, y empujaba y empujaba taladrando su cerebro con miles de agujas heladas del tamaño de palillos. De golpe, una luz blanca y cegadora estalló en su cabeza, y el dolor desapareció. Entonces lo sintió, un lento tictac, agonizante. Y su cuerpo reaccionó como si supiera lo que tenía que hacer. Siguió el pulso con su respiración, inhalando, exhalando, inhalando, exhalando... y poco a poco lo fue acompasando al suyo, infundiéndole fuerza y rapidez. Una bruma invadió su cerebro, y su cabeza comenzó a girar inmersa en una espiral. Todo se volvió negro.

Tuvo la sensación de estar en un túnel, una luz amarillenta y titilante se intuía al final. Se dirigió hacia allí a paso rápido; no le gustaba aquella oscuridad que parecía querer asfixiarla. De golpe todo se volvió nítido a sus ojos.

Lo primero que notó fue el fuerte olor a humo y a hierbas aromáticas, y un balanceo bajo sus manos, el de una pesada respiración. Miró hacia su regazo, estaba arrodillada en el suelo junto al cuerpo de una niña que no contaba con más de diez años. Había sido golpeada y se le encogió el estómago ante la visión. Quiso apartarse, pero no pudo, el cuerpo no le respondía. Miró a su alrededor, estaba en una cabaña de madera y cañas con el suelo de tierra. Había hierbas secas y raíces colgando del techo y las paredes. Infinidad de tarros de barro y latón colmaban una ruda estantería. En el fuego del hogar, un caldero tiznado por el humo y la ceniza hervía con algún tipo de pasta amarillenta que olía a menta. De forma inexplicable, todo aquello le resultaba familiar.

- ¿Se va a poner bien?

La voz había surgido al otro lado de la habitación. Ladeó la cabeza y vio a una mujer vestida con harapos y aspecto de no haberse lavado en muchos días. Tenía el rostro surcado por las lágrimas y un feo golpe en un ojo. Parecía salida de otra época, al igual que aquella cabaña.

- Sí, tranquila, se pondrá bien.

Abby se asustó, la voz había salido de su boca, pero no era la suya, ella no había dicho ni una palabra. Intentó moverse; tampoco podía. Entonces se dio cuenta de que estaba dentro de otra persona, una mujer. Veía lo que ella veía y sentía lo que ella sentía. Y en ese momento estaba concentrada en el corazón de la pequeña, guiándolo, exhausta, para que no dejara de latir; algo que le estaba costando más que en otras ocasiones. La culpa era de aquel hombre que calentaba su cuerpo junto al fuego sin apartar los ojos de ella. Lo miró de soslayo, las sombras ocultaban su rostro, pero sabía que era hermoso, dorado por el sol. Contempló sus manos, unas manos fuertes a la vez que delicadas. Trató de apartarlo de su pensamiento y centrarse solo en la niña.

Cerró los ojos e inspiró el olor de la tierra, la diosa, la madre de toda vida, e invocó de nuevo su poder. Una brisa caliente le azotó el rostro, arremolinándose a su alrededor. La tierra comenzó a vibrar bajo su cuerpo. Mientras, afuera, los aullidos de los lobos inundaban la noche. Sintió el poder fluyendo por sus venas y lo derramó dentro del pequeño cuerpo inerte, llenándolo de vida. Dejó escapar el aire de sus pulmones y el soplo entró en la niña provocándole un espasmo.

La pequeña abrió los ojos de golpe.

- ¿Qué ha pasado? —preguntó con su voz infantil.

Abby parpadeó intentando orientarse, la luz y el calor habían desaparecido, y en su lugar la oscuridad y el frío le aterían el cuerpo. El asfalto mojado se le clavaba en las rodillas de forma dolorosa y no dejaba de temblar.

—¿Qué ha pasado? —Oyó que alguien preguntaba. Miró hacia arriba y vio a Diandra sujetando a un chico que parecía más desorientado incluso que ella. El recuerdo del accidente regresó de golpe—. ¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar Benny.

—Tranquilo, hemos tenido un accidente, pero todos estamos bien. Tú estás bien —respondió Diandra sin apartar los ojos de Abby. La miraba como si no la conociera y en su lugar hubiera un fantasma.

—Vamos, levanta, estás empapada —dijo Damien, tomándola del brazo.

Abby dejó que la pusiera en pie y cuando sus miradas se encontraron, pudo ver en sus ojos el mismo desconcierto que en Diandra. Había pasado algo, algo que los había dejado muy impresionados, solo que no sabía qué. Damien le echó su chaqueta sobre los hombros y la abrazó de forma protectora.

—¿Cómo lo hemos hecho? —le preguntó al oído—. Estaba casi muerto y ahora...

—Lo has hecho tú, Abby —dijo él, y la apretó con fuerza contra su pecho.

—¿Yo? —El pánico le cerraba la garganta, apenas podía respirar.

Él puso una mano en su cabeza, cuando ella intentó alejarse, y la obligó a apoyarla sobre su hombro.

—Hay muchas cosas sobre nosotros... sobre ti, que no sabes. Espero que no seas muy escéptica.