Capítulo 15

Se mantuvieron en silencio, mientras circulaban por la carretera que serpenteaba frente a la costa. Nathan tomó un pequeño desvío, un tramo frondoso y deshabitado, y detuvo el coche al final de un camino de arena. Se giró en el asiento hacia Abby. Alargó la mano y le colocó el pelo tras la oreja para poder verle el rostro. Ella alzó la vista de su regazo y esbozó una sonrisa nerviosa.

—No entiendo qué me pasa contigo —dijo él. La cogió de la mano y sin soltarla la dejó reposar sobre su muslo, jugueteando con sus dedos. Relajó la espalda en el asiento y contempló el océano—. No dejo de pensar en ti desde hace semanas, tengo una sensación extraña cuando te tengo cerca, y desde ayer, desde que te besé... todo ha cambiado... —Suspiró y guardó silencio, no encontraba las palabras para explicar sus emociones.

—Si te sirve de consuelo, yo tampoco sé por qué siento por ti lo que siento. Aunque aún tengo ganas de pegarte —susurró con un atisbo de enojo.

Eso le arrancó una sonrisa a Nathan.

—Y yo de besarte otra vez. —Volvió la vista hacia ella, con una expresión triste. Sonrió de nuevo al ver que ella se ruborizaba. No podía dejar de mirarla, intentando casi a la desesperada comprender cómo, cuándo y dónde habían aparecido aquellos sentimientos tan intensos hacia ella. Hubo una pausa en la que intentó ver más allá de la sombra que acababa de apagar el rostro de Abby—. No confías en mí. Lo entiendo...

—No es eso, es que... mi padre... Bueno, tú y él.

—Tú no eres tu padre —señaló muy serio.

—Lo sé, pero ahora que conozco la historia... no tiene sentido que yo te guste, tenía sentido que me odiaras. —Dejó escapar un suspiro sarcástico—. Eso sí que lo tenía.

—Bueno... —Nathan se rascó una ceja—. Yo te gusto, sientes algo por mí, ¿no? —Ella asintió—. Y sientes algo por mí a pesar de que me he comportado contigo como un imbécil y que crees que mi... padre era un asesino. —Abby tragó saliva y volvió a asentir—. Es lo mismo. No puedo evitar lo que siento a pesar de las circunstancias.

—Ayer llegué a temerte de verdad. —Lo miró de reojo—. Una parte de mí te sigue temiendo.

—Lo siento, no sé por qué lo hice, y no he dejado de arrepentirme desde entonces, te lo juro. —Se llevó su mano al pecho—. No me temas, yo jamás te haría daño.

—Y después me besaste —dijo ella, y se humedeció los labios. Nathan asintió. Lo que sentía por aquella chica era distinto de lo que hubiera sentido por cualquier otra persona—. ¿Y ahora qué? —preguntó con voz temblorosa e insegura.

Nathan le gustaba mucho, en secreto había soñado con aquel momento, pero no era idiota y sabía perfectamente lo que estaba en juego si seguían adelante.

Nathan esperó unos segundos antes de responder. Meneó la cabeza. Sentía tantas emociones contradictorias...

—No lo sé, no tengo ni idea.

Abby tragó saliva y contempló sus manos entrelazadas.

—Que tú y yo estemos juntos puede hacer daño a muchas personas —dijo sin apenas mover los labios. Nadie lo iba a entender, demasiado dolor y rencor entre sus familias como para aceptar de un día para otro que los enemigos eran ahora enamorados.

Él soltó una risa amarga y se pasó la mano por la cara, escondiendo una mueca.

—¿Daño? Mi madre se moriría.

—Y mi padre sería capaz de mudarse a otro país.

Se miraron fijamente. Él sonrió con cierta tensión, con ese aire de chico malo que a ella le cortaba la respiración.

—No se lo permitiría.

Por el modo en que lo dijo, Abby sabía que hablaba en serio. Apartó la vista de él y la clavó en el paisaje al otro lado de la ventanilla. Aquella situación empezaba a desbordarla. No quería causar problemas a nadie, por fin tenía una familia, un hogar, no quería estropearlo; pero qué sentido tenía todo si no podía estar con él. Lo había sabido desde el primer momento en que sus labios se habían unido, no podría vivir sin sentirlos de nuevo.

—¡Eh, Julieta! —dijo él dándole un golpecito en el hombro para llamar su atención.

Abby frunció el ceño. Por un momento tuvo un mal pensamiento: ¿él se había equivocado de chica en un lapsus? Sacudió la cabeza.

—¿Cómo me has llamado? —Su voz sonó acusadora.

Nathan enarcó las cejas, captando la indirecta. Sonrió satisfecho, por primera vez se sentía cómodo con los celos de una chica. Le pasó el dedo por el cuello, tenía la piel suave y olía de maravilla.

—Julieta, te he llamado Julieta. No me digas que no te sientes un poco shakespeariana. —La estudió un momento—. Porque yo sí que me siento un poco Romeo. Familias enfrentadas, amor imposible... ¿te suena?

Abby soltó una tímida carcajada. La comparación tenía su gracia, pero no dejaba de ser una comparación odiosa por la realidad que contenía. Se puso sería y lo miró a los ojos.

- Romeo y Julieta es una tragedia, los dos murieron.

—Nosotros somos más listos.

—No fueron los únicos que murieron en esa historia —dijo, estremeciéndose.

Pensó en el resentimiento de Damien hacia Nathan, en la muerte de sus padres y en que ahora ella podía ser el detonante de una fatalidad entre ellos. Y estaba convencida de que no exageraba al pensar así. Abrió la portezuela y salió fuera. La brisa otoñal le agitó el pelo, se lo apartó de la cara y empezó a caminar hacia la orilla. Se paró junto a la marca de agua que las olas espumosas dejaban en la arena y se cruzó de brazos contemplando el inmenso océano.

Nathan le dio unos segundos y fue tras ella. La rodeó con sus brazos y, obligándola a que apoyara la espalda contra su pecho, la besó en la coronilla. Clavó la vista en un pequeño velero que navegaba a favor del viento, saltando entre el oleaje.

—¿De verdad no estás jugando conmigo? —preguntó Abby.

—¡No! —respondió de inmediato—. Nunca he buscado esto; al contrario, he hecho todo lo posible por evitarlo. Pero ha pasado y me gustas, me gustas mucho. Escucha, Abby, hay mil razones por las que no debería volver a verte. —Notó que ella se estremecía y la estrechó con más fuerza—. Y solo una por la que seguir haciéndolo. Con esa me basta. Necesito estar contigo, quiero estar contigo.

—Y yo contigo; no entiendo por qué, pero lo siento así.

—Luego no hay otra opción. No tenemos más remedio que intentarlo, averiguar adónde nos lleva todo esto.

Abby se giró hacia él y apoyó las manos en su cintura, notaba su piel firme y caliente a través del jersey. Tuvo que mirar hacia arriba para verle el rostro; su apenas metro setenta la convertía en una enana frente al metro ochenta y cinco de él.

—Mi vida no ha sido fácil, no puedes hacerte una idea de por lo que estoy pasando desde que mi madre murió. Estoy al límite de lo que puedo soportar.

Él le acarició el cuello sin saber qué decir. Conocía de primera mano esa sensación, y que no había palabras en el mundo que borraran el miedo a volver a sufrir.

—Me dan miedo las consecuencias —añadió Abby.

—Y a mí, pero no volver a tenerte así no es una alternativa. —Le guiñó un ojo y le apartó el pelo de la cara con las dos manos. Besó levemente su sonrisa.

—Así que, no podemos estar juntos y tampoco separados —suspiró ella, apoyándose en el pecho de Nathan.

Él se encogió de hombros y le acarició la espalda, unidos en un dulce abrazo.

—Dime que sí —susurró él sobre su pelo—. Dime que estamos juntos.

Abby se apretó contra él, sintiendo el calor de su cuerpo, absorbiéndolo con el suyo.

—Sí —respondió; notó el gemido de alivio que él soltó. Alzó la cabeza—. Pero nadie debe saberlo, será un secreto, nuestro secreto. No quiero que tu madre... o que mi padre...

—De acuerdo.

—Y se acabaron los encontronazos con mis amigos, sobre todo con Damien. Lo pasaré muy mal si os peleáis otra vez.

—Lo intentaré —respondió entre dientes. Ella frunció el ceño y le tiró del jersey—. Está bien, me mantendré alejado.

—Gracias —dijo con alivio. Se apoyó de nuevo en su pecho y aspiró su olor. La mezcla de colonia masculina y su aroma natural era explosiva.

—¿Puedo besarte ya? Me muero por hacerlo —le susurró él junto al oído. Le colocó las manos a ambos lados del cuello y con los pulgares le echó el cuello atrás para mirarla. Se entretuvo en sus ojos castaños moteados de verde, después en sus labios, y lentamente se inclinó y la besó.

Abby se dejó llevar y disfrutó de la sensación. Él la levantó del suelo y apoyó su frente en la de ella; una sonrisa sugerente le iluminaba el rostro.

—Me vuelves loco.

Abby se ruborizó. El calor ascendió hasta sus orejas, las sentía arder a pesar del aire frío que soplaba desde el mar. Lo abrazó mientras él enterraba el rostro en el hueco de su cuello.

Permanecieron así un buen rato, abrazados, contemplando el mar. Abby notaba el corazón de él latiendo con firmeza contra su espalda, era tan agradable...

—Tengo que volver, es tarde y pronto empezarán a buscarme —dijo ella con tristeza. No quería separarse de él, pero debía volver a casa para evitar preguntas y tener que responder con más mentiras. Se dio la vuelta entre sus brazos y el pecho le dio un vuelco al mirarlo.

Nathan la contempló, le acarició el cabello y después los hombros. Inspiró profundamente y frunció los labios con un mohín.

—Vale —refunfuñó—. ¡Vámonos! —La cogió de la mano y dieron media vuelta de regreso al coche.

El sol comenzaba a ponerse en un cielo teñido de violeta. Las gaviotas picoteaban sobre la arena y se acurrucaban para pasar la noche protegiéndose de las rachas de viento. Frente a ellos, el frondoso bosque se cubría de jirones de niebla; pronto sería absorbido por el manto blanco y húmedo.

Salida de la nada, una nube oscura cubrió el cielo, a la vez que un sinfín de graznidos les embotaban los oídos. Centenares de cuervos volaron sobre sus cabezas, moviéndose como si fueran uno solo, yendo y viniendo como una marea oscura dotada de vida propia.

—Nunca los había visto comportarse así —dijo Nathan, y apretó a Abby con gesto protector cuando los animales empezaron a volar en círculos sobre sus cabezas—, pero desde hace unos días...

—Puede que vaya a haber tormenta, los animales las presienten y últimamente hay muchas.

—Es posible —respondió Nathan sin apartar la mirada del cielo.

Entonces Abby vislumbró una sombra entre los árboles, una silueta inmóvil que los observaba. Creyó ver otra un poco más atrás. Una sensación opresiva se apoderó de ella, como si el cuerpo le pesara una tonelada. De repente las figuras se desvanecieron.

—¿Has visto eso?

—¿El qué? —preguntó él.

—Había alguien entre los árboles, nos estaba observando.

Nathan se encogió de hombros, quitándole importancia.

—Por aquí viene mucha gente, incluidos los mirones que intentan pillar a alguna pareja dándose el lote. No te preocupes, conmigo estás a salvo. —Le rodeó la espalda con el brazo.

Abby sonrió y trató de relajarse disfrutando de su compañía, pese a que la sensación de intranquilidad no la abandonó hasta que dejaron atrás la playa. Estaba segura de haber visto algo, y no era un mirón, ni nadie que estuviera dando un paseo. Ella creía haber visto un animal, puede que dos. Eran parecidos a un perro, solo que más grandes, y le habían puesto los pelos de punta.

Nathan acompañó a Abby hasta un lugar apartado y poco frecuentado cerca de la casa de ella, donde nadie pudiera verlos. Se despidieron tras una decena de besos y abrazos, y regresó a casa. Aparcó en la entrada, se tomó unos segundos antes de salir y contempló su sonrisa en el espejo. El estómago le bailaba presa de un millón de mariposas, se pasó las manos por el pelo y soltó un suspiro. Aún quedaban muchas horas antes de ver de nuevo a Abby en el instituto, e iban a ser toda una tortura.

Descendió del coche y se encaminó hacia el portón. Este se abrió antes de que pudiera rozarlo y su madre apareció a través del umbral.

—¿Dónde estabas? —preguntó, preocupada.

—Por ahí, con Ray. —Entonces vio a su amigo por encima del hombro de su madre, en el vestíbulo, haciendo señas como un loco—. Quiero decir que, había quedado con Ray, pero tenía que ayudar a su padre y al final he ido a dar una vuelta... solo. —Apretó los labios sin dejar de sonreír. Se le daba fatal mentir a su madre. Miró a Ray, que en ese momento levantaba los pulgares; al menos habían coincidido en la misma versión.

—¿No estabas con una chica? —inquirió ella, cruzándose de brazos. Lanzó una mirada inquieta al cielo, a los cuervos que no dejaban de sobrevolar la casa. Desde que los había visto, el miedo se había instalado en su pecho.

Nathan se puso tensó, preguntándose si su madre sospechaba algo. Aunque eso era imposible, a no ser que los hubiera visto salir juntos a hurtadillas, y de ser así, ella no tenía ni idea de quién era Abby. Nadie le había hablado de la reciente aparición de la hija de su mayor enemigo; él era innombrable entre aquellas paredes.

—No —mintió sin dudar—. No estaba con una chica. —Entornó los ojos—. ¿Desde cuándo te preocupa eso?

—No me preocupa, solo era curiosidad. —Se miró las manos y las entrelazó, tratando así de que dejaran de temblar. Miró de nuevo al cielo, aquellos malditos cuervos no dejaban de dar vueltas sobre sus cabezas y aumentar de número—. ¿Y sabes si ha venido alguien nuevo a vivir al pueblo? Alguna familia con una hija de tu edad.

—No, no lo sé. —Frunció el ceño y miró hacia arriba—. Estás muy rara. ¿Qué ocurre, mamá?

Ella se llevó una mano temblorosa a la mejilla y forzó una sonrisa.

—Nada, simple curiosidad, llevo demasiado tiempo desconectada del mundo. Pasa, cenaremos en diez minutos. —Dio media vuelta y entró en la casa—. ¿Te quedarás a cenar con nosotros, Ray?

—Sí, lo que quiera que sea, huele de maravilla —respondió el chico, sonriendo.

Nathan observó a su madre. Era evidente que algo le preocupaba, pero sabía que presionarla no serviría de nada. En eso eran muy parecidos. Entró tras ella y clavó su mirada inquisitiva en Ray. Movió los labios sin emitir ningún sonido: «¿Le has dicho algo sobre Abby?»

—Ni loco —musitó el chico, ofendido.

Tras la cena, Nathan le devolvió a Ray las llaves de la moto y lo acompañó fuera. Intentó mostrarse como siempre, pero en el fondo estaba deseando que su amigo se marchara para poder pensar en todo lo que había ocurrido.

—Iremos juntos a la fiesta del próximo viernes, ¿no?

—Sobre eso... hay algo que quiero decirte. —Nathan se despeinó con la mano, mientras guiñaba los ojos—. Voy a llevar compañía —contestó, a pesar de que no sabía si eso sería posible. Pero es que necesitaba contárselo a su amigo.

—¿Quién? —preguntó Ray, sorprendido. Alzó una ceja, dolido, como si su novia acabara de dejarlo plantado.

—Abby Blackwell...Voy a salir con ella —respondió.

A Ray se le cayeron las llaves de la mano. Tras el susto inicial, adoptó una expresión agria. Nathan se cruzó de brazos sin apartar la vista de su mejor amigo. Que se quedara callado y pensativo no era buena señal. Ray sacudió la cabeza.

—Definitivamente has perdido el juicio. Estás jodido, ¡qué digo jodido! —Alzó las manos con impaciencia—. ¡Estás cavando tu tumba!

—Ray...

—No va a funcionar, es imposible que funcione y lo sabes.

—Ray...

—Cierra la boca, vas a oír lo que tengo que decirte. Nat, eres mi hermano. —Se golpeó el pecho con el puño—. Te quiero, tío, y tienes que hacerme caso por una vez en tu vida. ¡Pasa de ella! —Alzó la voz.

—No —dijo categórico.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Recogerla en su casa con un ramillete y pedirle permiso a papá Blackwell para volver tarde?

—De momento lo mantendremos en secreto hasta que pensemos qué hacer.

Ray soltó un gruñido de desaprobación.

—En este pueblo no existen los secretos. Antes o después alguien lo sabrá y entonces su familia caerá sobre ti.

—Se suponía que debías decir: «Te lo dije» —repuso Nathan algo abatido, recordando las palabras que Ray le dijo días atrás cuando casi le profetizó que, a pesar de lo mucho que hiciera para evitarlo, un día se enamoraría y él estaría allí para restregárselo.

—Te lo dije —murmuró Ray. Y con más fuerza agregó—. Espero no tener que repetirte esa frase cuando Blackwell se entere de que te has liado con su hija. No lo aceptará, pensará que tramas algo y habrá consecuencias.

Nathan se encogió de hombros. Lo que Aaron Blackwell pudiera pensar le importaba menos que nada. Dejó vagar la mirada sin saber qué más decir.

—Nos vemos en la fiesta —dijo Ray, se subió a su moto y dio media vuelta para marcharse.

—Ray —lo llamó. Se puso derecho y enfundó las manos en los bolsillos de su pantalón. Su amigo lo miró por encima del hombro—. Vas a portarte bien, ¿no? Quiero decir que... vas a ser amable con ella, ¿verdad?

Ray esbozó una sonrisa que acabó transformándose en una sonora carcajada. Se llevó una mano al pecho fingiéndose ofendido. No era tan cerdo como para tratar mal a la chica.

—¿Por quién me tomas? —Hubo un largo silencio, en el que se evaluaron con la mirada. Ray apenas necesitó unos segundos para darse cuenta de lo pillado que estaba su amigo, ya lo intuía, pero no esperaba que fuera algo tan intenso, y añadió—: ¿Tanto significa ella para ti?

—No te haces una idea —respondió.