Capítulo 21

Abby abrió los ojos de golpe, con la respiración silbándole en la garganta. Temblaba y el dolor que sentía en el pecho era tan intenso que no podía moverse. Alzó la mano hacia el techo blanco, pero ella solo veía la espalda de Brann alejándose, saliendo de la celda sin mirar atrás. Paralizada, quería gritar su nombre, pedirle que no se alejara, que no la abandonara.

Saltó de la cama disparada hacia la ventana, la abrió y aspiró el aire frío y húmedo de la mañana; necesitaba borrar de su cerebro el olor nauseabundo de la mazmorra. Era la cuarta noche que soñaba con la misma escena y que despertaba con la misma agonía. Se secó con la mano una única lágrima y apretó los dientes, decidida a ignorar lo difícil que era todo aquello para ella. Así los demás tampoco lo notarían.

Miró el reloj de la mesita. Si no se daba prisa, llegaría tarde otra vez. Corrió a la ducha; no tenía tiempo de secarse el pelo, así que se lo enjugó con una toalla y simplemente lo peinó con los dedos. Se vistió con unos tejanos ajustados y una camiseta roja. Se miró al espejo y se dijo a sí misma que no estaba mal. Damien hizo sonar el claxon por segunda vez. Abby terminó de guardar sus libros en la mochila, cogió el abrigo y se lo puso mientras bajaba la escalera a toda prisa.

—¿Y el desayuno? —preguntó Helen, cuando la vio cruzar el vestíbulo.

—Tomaré algo en la escuela —respondió, la besó en la mejilla y continuó corriendo.

Damien y Diandra la esperaban con el coche en marcha. Subió detrás y soltó un gran suspiro en cuanto cerró la portezuela. Damien aceleró.

—¡Menudas ojeras! —exclamó Diandra, girándose en el asiento.

—Sí, últimamente no duermo muy bien —respondió.

Diandra rebuscó en su bolso y sacó una polvera.

—Ten, ponte un poco de esto, las disimulará.

—Abby no necesita eso, está guapa incluso con ojeras —dijo Damien, y le guiñó un ojo a través del espejo retrovisor. Ella sonrió mientras enrojecía.

—Sí, si te gusta salir con alguien con aspecto de cadáver —comentó Diandra—, y si el tema del baile fueran los vampiros o los zombis, pero no, es la brujería. —Volvió a girarse en el asiento y clavó sus ojos azules en Abby; después los posó en Damien—. Porque vosotros dos vais a ir juntos, ¿no?

Damien y Abby se miraron un instante en un incómodo silencio. Abby se había olvidado por completo del baile de Halloween y también de que se había comprometido a ser su pareja. El recuerdo de una conversación con Diandra días antes pasó de forma fugaz por su mente, algo sobre ir a elegir un vestido el miércoles por la tarde. Se puso rígida, ¡era miércoles! Se sintió culpable por ignorar de esa forma a sus amigos. Ni siquiera era capaz de prestar atención a una conversación, pero tenía demasiadas cosas en la cabeza que la abstraían sin ni siquiera darse cuenta.

Pensó en Nathan y en que no habían hablado sobre ese tema, aunque tampoco serviría de nada ya que la simple idea de asistir juntos era imposible. ¿Iría Nathan a ese baile? Sí, por supuesto que sí, era por una buena causa. ¿Y quién sería su acompañante? ¿Se lo habría pedido a alguien? Una punzada de celos le atravesó el pecho. Se dio cuenta de que Damien aún la observaba a través del retrovisor, esperando una respuesta.

—¡Claro! Si él aún quiere ir conmigo —respondió.

Los ojos grises de Damien se iluminaron y las líneas de su cara se suavizaron en una sonrisa.

—No querría ir con nadie más —contestó.

—¡Genial, lo pasaremos de miedo, será una noche inolvidable! —exclamó Diandra batiendo las palmas—. ¿Tienes ya tu tarjeta?

Abby parpadeó con cara de póquer.

—Tarjeta...

—La tarjeta de crédito de tu padre —aclaró con el ceño fruncido—. No habrás olvidado que quedamos en ir a comprar nuestros vestidos esta tarde, ¿verdad?

—No, por supuesto que no —respondió Abby dedicándole su sonrisa más inocente, y empezó a devanarse los sesos intentando recordar un lugar o una hora que pudiera dar credibilidad a su respuesta.

Diandra adoptó una expresión comprensiva.

—No te acordabas.

—Ni siquiera sabía que hoy era miércoles, lo siento —se disculpó en tono compungido.

—Te perdono, y no te preocupes por la tarjeta, pagaré yo y ya me lo devolverás después.

Abby asintió completamente ruborizada y se reclinó en el asiento mientras miraba por la ventanilla. En pocos minutos llegaron al instituto. Se bajó del coche y recorrió con la vista el aparcamiento. Era lo primero que hacía cada mañana. Él aún no había llegado. Rowan aparcó junto a ellos, abrió el maletero y comenzó a sacar unas cajas de cartón que fue pasando a los chicos.

—¡Son geniales, y los he conseguido a mitad de precio! —explicó a sus amigos.

Edrick se asomó a la caja y soltó un silbido.

—¡Vaya, parecen de verdad!

Diandra también se asomó y contempló con una mueca de asco las cabezas reducidas de plástico.

—Son repugnantes —protestó. Se puso en jarras y fulminó a Rowan con la mirada—. ¿Te has gastado el dinero del presupuesto en estas cosas? —El muchacho asintió entusiasmado—. ¿Y qué tiene esto que ver con la brujería? Que por si no lo sabías, es el tema del baile.

—Ya, pero también es Halloween. Sangre, zombis y cabezas asquerosas. —Tomó una de la caja y la agitó en el aire.

—¡Devuélvelas! —ordenó Diandra apartando aquella cosa de un manotazo.

—No —replicó el chico.

—Que las devuelvas o te vas a enterar.

—No.

Abby dejó de prestar atención a la disputa. Tomó aire con una inspiración lenta y temblorosa, mientras el todoterreno negro avanzaba con lentitud en la cola de vehículos que entraban en el aparcamiento. Tuvo que esforzarse para disimular y no mirarlo fijamente, tenía miedo de que Damien o Diandra o cualquiera de sus amigos se dieran cuenta de su repentino interés en Nathan, pero cuando lo vio descender del coche le fue imposible no hacerlo. Con su más de metro ochenta y cinco y un cuerpo que rozaba la perfección, Nathan era como el sol abriéndose camino entre las nubes; hermoso y brillante, inundaba de luz cuanto le rodeaba. Sus ojos se cruzaron una fracción de segundo y su corazón se aceleró de forma frenética. A pesar de la distancia, Abby pudo sentir el calor de su sonrisa escondida y el cosquilleo en la piel de una mirada tentadora. Una punzada de deseo y rabia le atravesó el estómago; tenerlo tan cerca y no poder acercarse era una tortura.

Nathan se puso las gafas de sol y pacientemente esperó a que Ray sacara sus cosas del maletero, incluido el monopatín que llevaba consigo a todas partes. Cruzó el aparcamiento sin mirar a Abby, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no dejarse llevar por el impulso de ir hasta ella, sacarla de allí en brazos y besarla hasta quedarse sin aire.

—¡Hola, Nathan!

Nathan se obligó a dejar sus pensamientos y a mirar a la dueña de aquella voz. Emily acababa de saludarlo con una enorme sonrisa y se alejaba agitando los dedos mientras le lanzaba miradas coquetas por encima del hombro. Torció la boca esbozando una leve sonrisa y se limitó a devolverle el saludo con un gesto de cabeza.

Atravesó la puerta principal y se dirigió al pasillo donde se encontraba su taquilla. Conforme avanzaba su respiración se aceleró, dobló la esquina y allí estaba Abby, delante de su taquilla, a unos siete metros de distancia. Parecía que acababa de salir de la cama, llevaba el pelo revuelto con unas ondas que parecían cobrar vida propia flotando alrededor de su cabeza; estaba preciosa. Avanzó sin prisa, mientras la devoraba con los ojos, hasta detenerse junto a ella. Apretó con fuerza su mochila, para no dejarse arrastrar por el deseo de tocarla, y empezó a sacar sus libros.

—¿No vas a darme los buenos días? —susurró.

Abby lo miró de reojo con los labios apretados.

—¡Hola, Nathan! —dijo con sarcasmo, imitando a Emily.

Nathan tuvo que contener una carcajada que quedó reducida a hipido. Se frotó la mandíbula.

—¿Celosa? No sé si me gusta esa faceta tuya —replicó, divertido.

Abby lo fulminó con la mirada. Miró a su alrededor para asegurarse de que nadie les prestaba atención. En ese mismo momento Emily dobló la esquina y sus ojos se posaron en Nathan como dos imanes. Al pasar junto a ellos sonrió y volvió a agitar los dedos, coqueteando. Abby sintió cómo le ardía la piel, vio el bote de refresco en la otra mano de la chica y, simplemente, lo pensó. El bote se abrió de golpe y el líquido salió con la presión de un géiser, como si alguien lo hubiera estado agitando durante un buen rato. Emily quedó empapada de cola, le escurría desde el pelo hasta los hombros, y comenzó a gritar porque le había entrado en los ojos.

Nathan miró a Emily y después a Abby sin dar crédito.

—¿A qué ha venido eso? —susurró, tratando de no reír a carcajadas.

La gente se arremolinó alrededor de Emily. Unos le ofrecían pañuelos, otros reían. Abby aprovechó para poder mirar a Nathan a los ojos.

—Ella se lo ha buscado por tontear con quien no debe.

—No debes enfadarte con ella, para el resto del mundo se supone que estoy disponible —replicó Nathan.

—Pero no lo estás.

—Ni tú tampoco —señaló con un atisbo de celos—. Recuérdale eso a Damien la próxima vez que intente cogerte de la mano. —Sacudió la cabeza; sabía perfectamente cómo se sentía Abby, porque él sentía lo mismo incluso cuando no podía verla. Imaginarla en esa casa viviendo con él era aún peor, cuando los sentimientos de Damien por ella eran más que evidentes—. Podemos acabar con esto cuando desees —dijo de repente, muy serio.

—¿Qué quieres decir?

—Que terminaré con esta farsa si es lo que quieres. Pídemelo y te besaré aquí mismo, delante de todos.

Abby tragó saliva y se le aceleró la respiración, nada deseaba más. Miró a su alrededor y vio a Damien al fondo del pasillo hablando con Rowan; no dejaba de lanzar miradas fugaces hacia ella, alerta. A su lado, Diandra hablaba por teléfono a la vez que Holly le daba instrucciones mientras ojeaba un cuaderno. Bajó la vista a sus pies, demasiadas personas a quienes harían daño.

—No podemos hacerlo —respondió.

—Lo sé, pero tampoco quiero que te pongas así. —Hizo una pausa, mirando fijamente el interior de su taquilla—. No te sientas insegura porque una chica coquetee conmigo, para mí no hay nadie salvo tú. Soy tuyo, Abby.

Abby contempló la delicada flor que acababa de tomar forma ante ella, encima de su cuaderno de historia. Alzó la mano y acarició los pétalos con un leve roce por miedo a que desapareciera.

—Vale, ahora sí que quiero que me beses... —musitó ella con la voz ahogada por la emoción.

Nathan empujó la puerta de su taquilla, el único obstáculo que los separaba, y se miraron fijamente. Su vista descendió hasta los labios de la chica; deseaba besarla y que todos supieran que estaban juntos. Inclinó su cuerpo sobre ella muy despacio. «Al infierno con todo», pensó, iba a hacerlo sin importarle las consecuencias.

—Pero no debemos —suspiró ella—. Quizá todo esto sea un error —terminó de decir en un hilo de voz.

Nathan la agarró por el codo a la vez que proyectaba una ilusión que los ocultara, a sabiendas de que Damien y los otros brujos podrían notarlo, y la introdujo en el aula vacía que tenían a su espalda.

—¿A qué ha venido eso? —inquirió. Parecía enfadado y asustado al mismo tiempo.

—Es que no entiendo cómo puedes querer estar conmigo. La mitad de las chicas de este instituto matarían por salir contigo. Pululan a tu alrededor como abejas, sin cortarse un pelo, y yo debo fingir que no pasa nada, que ni siquiera te veo cuando me cruzo contigo por los pasillos.

—Pero a mí eso no me importa, yo solo te quiero a ti.

—¿Estás seguro de eso? Porque, no sé... con una de ellas tu vida sería mucho más fácil, ¿no crees? —dijo, furiosa y afligida.

—Yo no quiero a otra. ¿Acaso crees que para mí es fácil fingir que no me importas?

—A veces creo que sí. —Se miró los pies, consciente de que le había hecho daño—. Vamos, míranos, esto no es una relación normal. Tenemos que escondernos como si estuviéramos haciendo algo malo. Nuestras vidas no son compatibles, las cosas malas pesan más en la balanza... Tu madre, mi padre, quizás en lo más profundo de tu corazón me guardes rencor por lo que mi familia le ha hecho a la tuya. Que estés jugando conmigo explicaría muy bien qué haces aquí.

Los ojos de Nathan se abrieron como platos.

—¿A qué viene esto, Abby? Jamás te he dado motivos para que pienses eso. No... no te guardo ningún tipo de rencor. —Se pasó la mano por el pelo, frustrado; sus inseguridades también comenzaban a aflorar—. Puede que el problema lo tengas tú, crees que mi padre mató a todas esas personas. Puede que seas tú la que no confía en mí. ¿Me tienes miedo? ¿Crees que soy capaz de hacerte daño?

Abby tragó saliva, aturdida bajo la mirada dolida del chico.

—No, yo no pienso esas cosas sobre ti.

—Pues es lo que acabas de decir —replicó él con aire despectivo.

—No... no pretendía decir eso, es solo que, no tiene sentido que me quieras, no así —sollozó, desviando de nuevo la mirada a sus pies.

Nathan respiró hondo, tratando de calmarse y pensar con claridad. Él también había tenido sus dudas, cuando se quedaba a solas en su habitación y no hacía otra cosa que pensar en ella. El miedo a perderla despertaba sus inseguridades.

—Pero te quiero, con sentido o sin él —susurró. La tomó por los hombros y la abrazó muy fuerte—. Y haré lo que haga falta para que me creas.

—Yo también te quiero —admitió Abby, hundiendo la nariz en su pecho.

—Entonces soy el tipo más afortunado del mundo.

Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo, y sonrió vacilante. Se sonrojó avergonzada.

—Soy una idiota —susurró—. Lo siento mucho.

—No te disculpes. —Sacudió la cabeza—. Nunca te disculpes por decirme lo que piensas.

Abby le sonrió con un vuelco en el pecho, se puso de puntillas y le rozó los labios con los suyos.

A la mañana siguiente el día amaneció completamente despejado, la luz dorada del sol entraba a raudales por la ventana calentando la habitación. Abby se desperezó bajo las sábanas con un bostezo, sentía el cuerpo ligero y descansado. Para su sorpresa, había dormido del tirón y sin una sola pesadilla; a pesar de que la tarde anterior había sido terrorífica. Solo a ella se le podía haber ocurrido juntar a Pamela y Diandra para ir de compras. Eran como el agua y la electricidad, mejor mantenerlas separadas. Al menos había encontrado algo bonito que ponerse para el baile.

Contempló el vestido rojo que colgaba de la puerta. Era precioso y bajo aquella luz pudo ver con más claridad cada detalle que lo decoraba. La tela era fina y suave, una caricia en la piel, así lo había sentido al deslizarlo por su cuerpo en el probador. Se llevó las manos a la cara y ahogó un grito eufórico en la almohada; estaba deseando ver la cara que Nathan pondría al contemplarla con él.

Fue hasta el baño sin perder la sonrisa y se miró en el espejo. Las horas de sueño le habían devuelto el color a su piel y las manchas azules que rodeaban sus ojos habían desaparecido. Se sonrió a sí misma y a su buen aspecto. De repente, un recuerdo le estrujó el estómago y los nervios le provocaron retortijones, se llevó una mano al vientre y se dobló hacia delante. Después de clase se examinaría para conseguir el permiso de conducir, y la idea la intimidaba tanto que apenas si podía controlar el temblor de su cuerpo.

Tuvo que prescindir de su café en el desayuno y tomó una infusión relajante, receta especial que Helen le había preparado. Besó a la mujer con afecto, que parecía leerle el pensamiento y siempre sabía lo que iba a necesitar.

Miró su reloj, Diandra no tardaría en aparecer para ir todos juntos al instituto y pensó en esperarla afuera aprovechando el maravilloso día. Salió al exterior y contempló el cielo azul; inspiró el aire frío llenando sus pulmones del olor a escarcha que cubría la hierba. Se sentó en la escalinata, cerró los ojos y se echó hacia atrás para sentir el calor del sol sobre el rostro. De manera instintiva, su cuerpo se puso en tensión, la invadió un presentimiento, una extraña inquietud. La sensación de ser observada volvió con fuerza y miró a su alrededor con la piel de gallina. El corazón le dio un vuelco cuando avistó una sombra oscura que, poco a poco, fue adoptando la silueta de una persona, pero antes de que pudiera ver de qué o quién se trataba, la figura se desvaneció como si estuviera hecha de humo.

La puerta se abrió y Damien apareció cargado con su bolsa de deporte y la mochila.

—¿Lista? Diandra quiere que la recojamos en casa. Más cajas para la decoración —explicó encogiéndose de hombros.

—Sí —respondió Abby. Se puso en pie mirando en derredor, aquella visión había sido demasiado real como para pensar que solo se trataba de su imaginación. La sensación de inquietud se negaba a abandonarla, apenas era una vaga premonición que no conseguía discernir, pero que la asustaba hasta la médula.

—¿Va todo bien? —preguntó Damien, mirando en la misma dirección que ella. Al ver que no respondía, se acercó y le puso una mano en el hombro; la chica dio un respingo, ahogando un grito con la mano—. ¡Eh! ¿Qué pasa?

—Nada.

Damien dejó caer la bolsa al suelo y tomó a Abby del rostro; la miró a los ojos con el ceño fruncido.

—No te creo —dijo muy serio—. A estas alturas deberías saber que puedes confiar en mí. Si me dijeras que has asesinado a alguien, te ayudaría a esconder el cadáver sin hacer preguntas.

Abby sonrió con ternura ante el comentario, y acarició con los dedos la mano en su cara.

—Vamos a llegar tarde —susurró.