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Tras regresar de Cork y descansar un rato después de pasar la noche en vela en el hospital junto a Amanda, Martin envió algunos emails a varios colegas periodistas de Nueva York, solicitándoles información concreta sobre las industrias Wieck y EAN Technologies. Por la tarde se dirigió de nuevo al cementerio situado en las afueras del pueblo y fue al encuentro del mismo operario que le ayudó durante la visita anterior. Le preguntó por la familia Coleman y ésta vez sí obtuvo una clara respuesta, que le condujo hacia un panteón situado en el mismo muro donde días atrás se detuvo para contemplar el de los Osborn. Halló al fin los nombres y fechas de fallecimiento de Deirdre, de Kearan y de los padres de éste, apuntándolas en un pequeño bloc de notas. Después atravesó una calle donde había tumbas con una sencilla lápida de piedra. Detrás de ellas, varias fosas llamaron la atención de Martin, pues sólo exhibían una pobre cruz de madera, sin nombre y con una fecha pintada en negro. Una de ellas le resultó familiar. Sacó de su bolsillo el bloc de notas y la comparó con la que había apuntado. Efectivamente, los restos que reposaban allí eran de alguien que había fallecido el mismo día que Kearan Coleman, el marido de Eva.
Siguiendo una corazonada, se dirigió al sepulturero para pedir información sobre la tumba. El hombre, que llevaba trabajando allí desde hacía más de treinta años, le indicó que los restos que se enterraban en aquellas fosas eran en su mayoría de cadáveres sin identificar que habían aparecido en las playas cercanas al pueblo, probablemente víctimas de algún naufragio que las corrientes habrían arrastrado hacia la costa.
—Pero habrá un registro sobre estos enterramientos…
—Lo hay. En un libro, en la sala de las autopsias… —dijo haciéndole un gesto para que le siguiera.
Accedieron a una pequeña construcción situada junto al muro de la puerta de entrada. Era una sala alicatada con azulejos blancos y una mesa rectangular de granito en el centro. Las vitrinas que cubrían las paredes guardaban los utensilios médicos utilizados para el examen de los cadáveres. El hombre se dirigió a una mesa situada en una esquina y extrajo un libro de cubierta de cartón de color verde.
—Aquí están las autopsias que se realizaron entre los años 1970 y 1990. Fechas, nombres de los fallecidos y del médico que realizó cada una. En la que usted solicita encontrará la palabra «Desconocido» en vez de su nombre.
Martin ojeó las páginas y advirtió que los datos estaban ordenados siguiendo un esquema estándar. Al llegar al 24 de agosto de 1970 halló lo que buscaba: el cuerpo enterrado en aquella tumba pertenecía a un varón de entre cincuenta y sesenta años, cabello oscuro, ojos marrones, un metro setenta de estatura y setenta kilos de peso. La causa de la muerte fue politraumatismo. No había restos de agua en sus pulmones ni en sus ropas. En cuanto a la descripción física, había un detalle que llamó la atención del escritor: bajo la axila derecha tenía tatuados unos caracteres que indicaban su grupo sanguíneo.
Cuando terminó, Martin preguntó al servicial colaborador si conocía algún dato más sobre aquel cadáver sin nombre.
—¿No es uno de los ahogados? —preguntó éste.
Martin le ofreció los detalles de la autopsia y la fecha de su fallecimiento.
—Déjeme recordar… —El hombre se llevó la mano a la nuca y durante unos instantes quedó callado, con la mirada en un punto perdido de la estancia—. Creo… creo que ese hombre es el que apareció en la playa donde está el faro. Sí, ahora caigo. Dijeron que probablemente se habría caído desde lo alto de los acantilados, porque estaba entero. Quiero decir, que no había estado en el mar. Sus ropas estaban empapadas en sangre…
—¿No ha habido alguien que le haya reclamado en todos estos años?
—Si sigue enterrado en el mismo lugar y no hay más información sobre él, es porque nadie ha venido a buscarlo…
—¿No hay fotos o algún otro dato…?
—Eso debe de saberlo el forense que realizó la autopsia, señor.
—Claro… —murmuró Martin buscando la página para apuntar el nombre del médico—. El doctor Morrison… —«Morrison», repitió mentalmente Martin al resultarle familiar aquel nombre—. ¿Le conoció usted? —preguntó al sepulturero.
—Le conozco. El doctor Morrison ha sido el único médico en el pueblo durante… uf, creo que toda la vida… Ha traído al mundo a más de la mitad de la gente de Redmondtown… El pobre… Está ya muy mayor…
—¿Quiere decir que aún vive?
—Sí. Con su hija Mary, la mujer de Frank Taylor.