CAPÍTULO VEINTICINCO
EN EL QUE LA SEÑORA MALDIENTE SE DESPIDE Y LLEGA UNA CARTA DE LUMMERLAND

Sería el mediodía cuando unos fuertes golpes en la puerta despertaron a Lucas y a Jim.

—¡Abrid, abrid! ¡Es muy importante! —oyeron que decía una vocecita.

—Es Ping Pong —dijo Jim, que bajó del primer piso y fue a abrir la puerta.

El minúsculo superbonzo, casi sin aliento, entró corriendo y les dijo:

—Perdonad, honorables amigos, si interrumpo tan bruscamente vuestro descanso, pero os traigo el saludo del dragón, que os ruega que vayáis a verle en seguida, para algo muy urgente.

—¡Vaya! —gruñó Lucas, molesto—. ¿Qué significa esto? —Y después añadió—: Hay que tener paciencia, ¡iremos!

—Me dijo —agregó Ping Pong—, que deseaba despedirse de vosotros y que quería deciros algo.

—¿Despedirse? —preguntó Lucas, sorprendido—. No lo entiendo.

—Diría que se trata de algo serio —opinó Ping Pong con expresión preocupada—; tengo la impresión de que… de que…

—¿De qué? —inquinó Lucas— ¡Habla de una vez!

—No lo sé —añadió el pequeño superbonzo—, pero me parece que se está muriendo.

—¿Qué se está muriendo? —exclamó Lucas y le dio a Jim una mirada de consternación. A pesar de todo ninguno de los dos le deseaba nada malo—. ¡Vaya, eso sería desagradable!

Se pusieron los zapatos rápidamente y siguieron a toda prisa a Ping Pong al jardín del palacio. El dragón estaba encerrado en un gran pabellón ruinoso que durante muchos años había sido la cuadra de los elefantes blancos del emperador. Estaba allí, detrás de gruesos barrotes y tenía la cabeza apoyada sobre las patas y los ojos cerrados como si estuviese durmiendo.

Ping Pong se quedó atrás mientras los dos amigos se acercaban a la reja.

—Bueno, ¿qué te pasa? —preguntó Lucas. Su voz sonó involuntariamente más amistosa de lo que hubiera querido.

El dragón no respondió ni se movió; en lugar de esto ocurrió algo muy curioso, fue como si de pronto le recubriera un resplandor dorado, recorriendo todo el inmenso cuerpo, desde el extremo del morro hasta el final de la cola.

—¿Has visto? —susurró Lucas y Jim contestó igualmente en voz baja:

—Sí, pero ¿qué pasa?

El dragón empezó a abrir lentamente sus pequeños ojos que ya no tenían el brillo traidor de antes y que parecían sólo muy cansados.

—Gracias por haber venido —murmuró con un hilillo de voz—. Perdonadme pero no puedo hablar más alto. Estoy tan terriblemente cansada, que…

—Fíjate, ya no gruñe ni rechina —dijo Jim. Lucas asintió y preguntó en voz alta:

—Señora Maldiente, no se irá usted a morir…

—No —contestó el dragón y durante un segundo pareció que iba a asomar una sonrisa en sus labios—. Estoy bien, no os preocupéis por mí. Os he mandado llamar para daros las gracias…

—¿Por qué? —preguntó Lucas tan asombrado como Jim cuyos ojos se habían vuelto redondos como dos bolas.

—Pues porque me habéis encadenado pero no me habéis matado. Cuando se consigue encadenar a un dragón sin matarle, se le ayuda a cambiar. Nadie es feliz siendo malo, tenéis que saber esto. Nosotros los dragones somos tan malos solamente para que venga alguien y consiga vencernos. Por desgracia, la mayor parte de las veces salimos victoriosos. Pero si no es así, como ha sucedido con vosotros y conmigo, entonces ocurre algo maravilloso…

El dragón cerró los ojos y estuvo un rato en silencio y otra vez el extraño resplandor dorado le recorrió el cuerpo. Lucas y Jim esperaron hasta que volvió a abrir los ojos; entonces, con voz más débil todavía:

—Nosotros los dragones sabemos mucho, pero hasta que no se nos derrota, este saber sólo nos sirve para hacer cosas malas. Buscamos a alguien a quien martirizar con nuestro saber, como por ejemplo a los niños. Ya lo habéis visto. Pero cuando nos transformamos, cambiamos de nombre y nos llamamos «Dragón Dorado de la Sabiduría», entonces se nos puede preguntar cualquier cosa, pues conocemos todos los misterios y hallamos solución para todos los problemas. Pero esto no sucede más que una vez cada mil años, porque la mayor parte de nosotros morimos asesinados antes de la transformación.

El dragón enmudeció de nuevo y el resplandor dorado volvió a brillar sobre su cuerpo. Pero esta vez pareció que en su piel quedaba un rastro de oro, igual que nos ocurre en la punta de los dedos cuando cogemos una mariposa. Transcurrió otro rato antes de que volviera a abrir los ojos y siguiera hablando despacio con un débil hilo de voz que ya casi no se oía:

—El agua del río Amarillo, por el que he tenido que venir nadando, ha apagado mi fuego. Ahora estoy muerta de cansancio. Cuando vuelva a aparecer sobre mi cuerpo el brillo dorado, me dormiré profundamente y parecerá que haya muerto. Pero no me moriré, permaneceré así durante un año. Por favor, procurad que nadie me toque durante ese tiempo. Dentro de un año, a contar desde este momento, me despertaré y seré un «Dragón Dorado de la Sabiduría». Entonces volved y podré contestar a todas las preguntas que me hagáis. Porque sois mis señores y haré lo que me ordenéis. Para demostraros mi gratitud os haré ahora un favor. Poseo ya un poco de mi futura sabiduría, como habéis podido notar por el brillo dorado que ha quedado sobre mi piel. Si queréis saber algo, preguntad. Pero de prisa porque queda muy poco tiempo.

Lucas se rascó detrás de la oreja. Jim le tiró de la manga y murmuró: «¡Lummerland!».

Lucas comprendió en seguida y preguntó:

—Emma la locomotora, Jim Botón y yo nos fuimos de Lummerland porque allí faltaba sitio para uno de nosotros. ¿Qué es lo que tenemos que hacer para volver sin vernos en la necesidad de estar demasiado encogidos? Lummerland es muy pequeño.

Durante un buen rato el dragón permaneció en silencio y Jim empezó a temer que estuviese ya dormido. Por fin, como un soplo, se oyó la respuesta:

—Zarpad mañana puntualmente a la salida del sol en dirección a Lummerland. Al segundo día de viaje hacia vuestro país, a las doce en punto de la mañana encontraréis exactamente en el punto de longitud este de 322 grados 22 minutos 2 segundos y latitud norte 123 grados 23 minutos 3 segundos, una isla flotante. No os tenéis que retrasar porque la isla irá a la deriva y no la volveríais a encontrar. Estas islas son de una clase muy rara. Llevad un par de ramas de coral, de esas que crecen en el mar y, al llegar a Lummerland, echadlas al agua, exactamente en el sitio donde la isla flotante os haga fondear. De las ramas de coral nacerán árboles que la sujetarán fuertemente al suelo y cuando Jim sea un súbdito completo se habrá convertido en una verdadera isla, tan segura como el mismo Lummerland… no lo olvidéis…

—¡Por favor! —exclamó Jim al ver que al dragón se le cerraban los ojos—, ¿dónde me raptaron a mí los Trece, antes de meterme en el paquete postal?

—Yo… no puedo… —susurró el dragón—. Perdonad… es… una… historia… muy larga… pero… ahora…

Se calló y por última vez le pasó por encima el resplandor dorado.

—¡Adiós… adiós! —dijo y casi no se le oyó. Entonces se echó sobre un lado y parecía muerto; pero el brillo dorado había aumentado.

—No hay nada que hacer —dijo Lucas, desanimado—. Tendremos que esperar hasta el año que viene, pero el consejo que nos ha dado no es malo, suponiendo que la historia de la isla flotante sea cierta.

—Lo que ha pasado hasta ahora con este animal tan poco agradable —dijo Ping Pong, que entretanto había vencido su miedo y se había acercado a los dos amigos—, es de lo más raro y misterioso. Si os parece bien iremos a ver en seguida al muy poderoso emperador para decirle lo que ha sucedido.

Se recogió la túnica y salió corriendo.

Lucas y Jim le siguieron…

Un cuarto de hora más tarde estaban los tres sentados frente al emperador y le contaban muy detalladamente lo ocurrido.

—Verdaderamente, amigos —dijo por fin el emperador—; en toda mi larga vida he visto y oído muchas cosas, pero nada tan asombroso. Daré orden para que nada ni nadie estorbe la transformación del dragón.

—Entonces, mañana por la mañana temprano podremos zarpar tranquilamente en dirección a Lummerland y ver si damos con la isla flotante —dijo Lucas y fumó esperanzado—. Sería estupendo.

—¿Tú crees —preguntó Jim—, que el rey Alfonso Doce-menoscuarto nos permitiría plantar la isla junto a Lummerland?

—¿Por qué no habría de querer? —exclamó el emperador, asombrado—. Yo creo que más bien se alegrará.

—No es tan sencillo como usted cree, Majestad. —opinó Lucas— Todavía no le hemos contado que Jim, Emma y yo nos fuimos de allí como quien dice clandestinamente. Nadie en Lummerland estaba enterado de nuestras intenciones. Suponemos que el rey y la señora Quée deben de estar muy enfadados con nosotros. Y además dirán que Jim se escapó por mi culpa y desde su punto de vista tienen razón. Temo que no quieran que volvamos.

—Marcharé con vosotros —decidió el emperador—, y se lo explicaré todo al rey Alfonso.

En aquel momento el pequeño Ping Pong se dio de pronto una palmada en la frente y dijo:

—¡Ay Dios mío, ay Dios mío! Os pido cien mil perdones, honorables maquinistas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jim.

—¡Ha ocurrido algo espantoso, algo tremendo! —pió Ping Pong fuera de sí—. Con todo el jaleo de vuestra llegada y los preparativos del barco para la partida de los niños y el cuento del dragón, había olvidado lo más importante. Soy un gusano desgraciado. Mi cabeza no funciona bien. Os pido mil perdones.

—¡Cálmate, Ping Pong! —le ordenó el emperador—, y dinos lo que pasa.

—Hace tres días que llegó una carta para los honorables maquinistas —sollozó el superbonzo—. Una carta de Lummerland.

—¿Qué? ¡Dámela en seguida! —exclamaron Lucas y Jim a la vez.

Ping Pong salió corriendo, como sólo había corrido cuando pasó por delante de la guardia de palacio para ir a salvar a los dos amigos.

—¿Cómo saben en Lummerland dónde estamos? —preguntó Jim, muy nervioso.

—¿Pero es que no te acuerdas? —dijo Lucas—. Les escribimos antes de marchar a la Ciudad de los Dragones. Debe de ser la contestación a nuestra carta. Ahora se aclarará todo. ¿Dónde está Ping Pong?

Pero antes de que Lucas terminara de pronunciar estas palabras, el minúsculo superbonzo estaba de vuelta trayendo un sobre muy grueso lacrado con el escudo de armas del rey Alfonso Doce-menos-cuarto. En la dirección ponía:

Para Lucas el maquinista

y Jim Botón

Por el momento en PING (Capital de China)

Palacio Imperial

Detrás del sobre se leía:

Remite: Rey Alfonso Doce-menos-cuarto

Señora Quée

Señor Manga

LUMMERLAND

Lucas abrió el sobre y sus gordos dedos temblaron mientras desdoblaba el papel. Contenía tres hojas. Empezó a leer en voz alta la primera:

¡Querido Lucas el maquinista! ¡Querido Jim Botón!

Por vuestra carta hemos sabido, a Dios gracias, dónde estáis. Creedme, cuando desaparecisteis, todo el pueblo de Lummerland, es decir todo lo que aquí entendemos por pueblo, se entristeció. Yo mismo sentí una pena muy grande. Desde entonces todas las banderas de mi castillo llevan crespones de luto. En nuestra pequeña isla todo está silencioso y solitario. Ya nadie silba a dos voces en los túneles, como lo hacían Lucas y Emma y nadie se desliza desde los picos de las montañas como lo hacía Jim Botón. Ya no hay alegría ni gritos de júbilo cuando los domingos y días de fiesta me asomo, a las doce menos cuarto, a la ventana. Los súbditos que me quedan están tan tristes y apenados que se me parte el corazón. Ni siquiera nos apetece tomar el delicioso helado de fresa de la señora Quée. Todo esto yo no lo había previsto cuando, hace tiempo, ordené que Emma se fuera. Ahora me doy cuenta de que esta medida no era acertada para nadie.

Por todo esto os ruego que volváis pronto los tres. Os aseguramos que no estamos enfadados y esperamos que tampoco vosotros lo estéis. No sé qué haremos cuando Jim Botón sea mayor y necesite locomotora propia y un tendido de vías para él, pero ya encontraremos una solución. Por lo tanto, volved pronto.

Con especial benevolencia escribe esto,

EL REY ALFONSO DOCE-MENOS-CUARTO

—¡Lucas! —tartamudeó Jim, cuyos ojos se habían ido volviendo más grandes y más redondos—. Esto significa…

—¡Un momento! —dijo Lucas—, la carta sigue. Desdobló el segundo papel y leyó:

¡Mi querido, pequeño Jim! ¡Querido Lucas!

Estamos todos tremendamente tristes y no sabemos que hacer sin vosotros. ¡Oh, Jim! ¿Por qué no me dijiste que estabas decidido a marcharte? Yo lo hubiera comprendido y te hubiera preparado algo de ropa de abrigo y un par de pañuelos, porque los ensucias en seguida. Pienso que puedes pasar frío y coger un catarro.

Estoy sufriendo mucho por ti. ¿No será muy peligroso ir a la Ciudad de los Dragones? Cuídate mucho, que no te suceda nada y sé siempre muy bueno, mi pequeño Jim. Y no te olvides de lavarte siempre el cuello y las orejas, ¿me oyes? Yo no sé qué clase de personas son los dragones, pero de todas formas tienes que ser siempre amable y educado. Cuando hayáis llevado a la princesa a su casa con su padre, vuelve en seguida con tu

SEÑORA QUÉE

Lucas volvió a doblar pensativo el papel. Jim tenía los ojos llenos de lágrimas. Sí, así era la señora Quée, así quería y así vivía, ¡siempre tan amable y tan buena! Por fin Lucas leyó la tercera carta:

¡Muy querido señor maquinista! ¡Querido Jim Botón!

Con estas letras me uno a los deseos de Su Majestad y de nuestra entrañable señora Quée. Estoy desconcertado desde que Jim no hace ninguna travesura. Usted, señor maquinista, es un hombre de quien nadie puede prescindir. La conducción de aguas de mi casa gotea y sólo usted es capaz de arreglarla. ¡Sean amables y vuelvan los dos lo más pronto posible!

Con el mayor respeto, su amigo.

SEÑOR MANGA

Jim se echó a reír y se secó las lágrimas que corrían por sus negras mejillas. Luego preguntó:

—¿No podríamos irnos mañana por la mañana temprano?

Lucas sonrió con satisfacción:

—Me estoy preguntando cómo. ¿Nos será posible conseguir un buque, o Emma se tendrá que convertir en barco, Majestad?

—Propongo que viajemos todos en el barco imperial —dijo el emperador.

—¿Todos? —preguntó Lucas, sorprendido.

—Naturalmente —contestó el emperador—, ustedes dos, mi hija Li Si y yo. Me gustaría conocer a la señora Quée, que parece ser muy agradable y muy amable. Además tengo que visitar al rey Alfonso Doce-menos-cuarto porque es de esperar que nuestros dos países establezcan pronto relaciones diplomáticas.

Miró sonriendo a Jim.

—¡Caramba! —exclamó Lucas, riendo—, esto significará una aglomeración tremenda para Lummerland. Nuestra isla es realmente muy pequeña, Majestad.

Luego se volvió hacia Ping Pong y le preguntó:

—¿Podemos zarpar mañana?

—Si doy en seguida la orden —pió el superbonzo—, el barco imperial estará preparado mañana por la mañana temprano.

—¡Estupendo! —contestó Lucas—, entonces da la orden en seguida.

Ping Pong dio un salto y desapareció. Para un superbonzo tan pequeño este trabajo resultaba algo excesivo, pero para algo era una persona respetable y tenía derecho a llevar una túnica de oro. Las dignidades sólo proporcionan obligaciones, como dice un viejo refrán chino.