CAPÍTULO OCTAVO
EN EL QUE LUCAS Y JIM DESCUBREN INSCRIPCIONES MISTERIOSAS
Había salido la luna llena y su luz plateada inundaba las calles y las plazas de la ciudad de Ping. En la torre del palacio sonaban graves y profundos golpes de gong; sonaban y volvían a sonar.
—Es la llamada Jau, la hora de los grillos —dijo Ping Pong—. Es la hora en que a todos los niños de China se les da el biberón de la noche. Permítanme que vaya a buscar el mío.
—¡Claro! —contestó Lucas.
Ping Pong se fue y volvió a aparecer casi en seguida. Traía bajo el brazo un biberón que parecía de muñeca. Se sentó sobre su almohadón y dijo:
—La leche de lagarto no me gusta mucho, pero para los niños de mi edad es insustituible. No tiene un sabor muy agradable, pero es muy nutritiva.
Y empezó a chupar.
—Dime, Ping Pong —dijo Lucas—, ¿de dónde has podido sacar tan rápidamente esta cena para nosotros?
—De la cocina del palacio imperial —dijo, despacio, Ping Pong—. Mirad, ahí enfrente, junto a la escalera de plata, está la entrada.
—¿Y tú puedes entrar tranquilamente?
—¿Por qué no? —contestó Ping Pong encogiéndose de hombros y volviendo a poner una cara muy seria—. Soy nada más y nada menos que el trigésimosegundo niño de los niños del señor Schu Fu Lu Pi Plu, el cocinero mayor.
—¿Y puedes coger la comida y llevártela? —interrogó Lucas—. Quiero decir que debía de ser para alguien.
—Era la cena de nuestro muy poderoso emperador —contestó Ping Pong con un gesto de desdén.
—¿Cómo? —exclamaron Lucas y Jim.
—Sí —aclaró Ping Pong—, nuestro muy poderoso emperador hoy tampoco ha querido comer.
—¿Por qué no? —preguntó Jim—. ¡Si estaba muy bueno!
—¿No sabéis, honorables extranjeros, lo que le sucede a nuestro emperador?
Y la cara de Ping Pong se puso muy triste.
—Os lo explicaré cuando termine —prometió—. Sólo un momento, por favor.
Volvió a coger su biberón y chupó con fuerza.
Lucas y Jim se dieron una mirada muy significativa. Era posible que Ping Pong les pudiera enseñar la manera de llegar hasta el emperador.
Mientras esperaban, Lucas cogió distraídamente uno de los palillos con los que habían comido, lo examinó con atención, luego miró el otro y por fin dijo:
—Aquí hay una inscripción. Parece un verso.
—¿Qué pone? —preguntó Jim. Él no sabía leer.
Lucas necesitó un buen rato para descifrar el escrito porque estaba en letras chinas, una debajo de la otra en lugar de estar una al lado de la otra. En China se escribe de esta manera.
En uno de los palillos ponía:
Si miro la Luna, mis ojos se ciegan por el llanto.
Y en el otro:
Me parece ver a mi niña, a quien quiero tanto.
—Suena muy triste —dijo Jim cuando Lucas hubo terminado la lectura.
—Sí, parece que es alguien que llora por su hija —contestó Lucas—. Quizás haya muerto o esté enferma. También podría ser que estuviese lejos y este alguien estuviese triste porque no la puede ver. Podría haber sido raptada, por ejemplo.
—¡Sí, raptada! —asintió Jim, pensativo—. Pudiera ser.
—Tendríamos que saber —dijo Lucas encendiendo su pipa—, quién ha compuesto esta poesía.
Ping Pong, que había terminado su biberón y había escuchado atentamente la conversación de los dos amigos, dijo:
—Esta poesía, honorables extranjeros, la ha compuesto nuestro muy poderoso señor el emperador. Ha ordenado que se grabe en todos los palillos de China para que siempre pensemos en ello.
—¿En qué? —preguntaron al mismo tiempo Jim y Lucas.
—¡Esperad un segundo! —contestó Ping Pong. Se volvió a llevar al palacio la vajilla, la mesita y los almohadones. Soltó el farol del palo y lo sostuvo en la mano.
—¡Venid ahora, honorables extranjeros! —ordenó alegremente a los dos amigos y se adelantó. Dio unos pasos, se detuvo y se volvió.
—Quisiera pediros algo —dijo sonriendo avergonzado—. Me gustaría dar una vuelta en la locomotora. ¿Puedo?
—¿Por qué no? —contestó Lucas—. Basta con que nos digas adonde quieres que vayamos.
Jim cogió en brazos al pequeño Ping Pong, montaron y se pusieron en marcha.
Ping Pong parecía tener mucho miedo pero sonreía valiente y educado.
—¡Esto va muy aprisa! —pió—. Por favor, la primera calle a la izquierda, me parece, —y se acarició el vientre repleto—, ahora, por favor a la derecha… creo que he… ahora recto… creo que he bebido demasiado de prisa la leche… ahora por el puente, por favor… no es bueno para los niños de mi edad… siempre recto… para los niños de mi edad…, otra vez a la derecha, por favor… no es bueno…, ¡oh!, ¡cómo corre!…
A los pocos minutos llegaron a otra plaza, completamente redonda.
En el centro había un farol gigantesco, tan grande como un poste de anuncios, que daba una luz de color rojo oscuro. Tenía un aspecto extraño en la gran plaza vacía que se abría ante ellos y bajo la luz azul de la luna.
—¡Alto! —dijo Ping Pong a media voz—, hemos llegado. Este es el centro de China. El lugar donde está el gran farol es el centro del mundo. Así lo han calculado nuestros sabios. Por eso este lugar se llama sencillamente: El Centro.
Detuvieron a Emma y se bajaron.
Cuando llegaron junto al gran farol vieron que en él había una inscripción. También en letras chinas y una debajo de otra.

Cuando Lucas hubo descifrado la inscripción, dio un silbido.
—¿Qué pone? —quiso saber Jim. Lucas se lo leyó.
Entretanto el pequeño Ping Pong se había ido poniendo cada vez más nervioso.
—Me parece que he bebido demasiado de prisa la leche —murmuró un par de veces, preocupado. Y de pronto exclamó—. ¡Ay, Dios mío!
—¿Qué sucede? —preguntó Jim con interés.
—¡Oh, mis honorables extranjeros! —contestó Ping Pong—. ¡Ya sabéis lo que les sucede a los bebés de mi edad! ¡Ha sido a causa de la excitación! Por desgracia ha ocurrido y tengo que ir corriendo a ponerme unos pañales limpios.
Volvieron, pues, rápidamente a palacio y Ping Pong se despidió con mucha prisa.
—Para un niño como yo es hora de dormir —dijo—, así es que hasta mañana por la mañana. ¡Que durmáis bien, honorables extranjeros! Ha sido para mí un placer haberos conocido.
Se inclinó y desapareció entre las sombras del palacio. Se vio cómo se abría y cerraba la puerta de la cocina imperial. Después todo quedó en silencio.
Los dos amigos sonreían.
Jim dijo:
—Me parece que no ha sido la leche sino el viaje en nuestra vieja Emma lo que le ha sentado mal. ¿Qué opinas tú?
—Es posible —murmuró Lucas—. Era la primera vez y él es muy pequeño todavía. Ven, Jim, acostémonos. Hoy ha sido un día lleno de acontecimientos.
Entraron en la cabina y se acomodaron lo mejor que pudieron. En el viaje por mar se habían acostumbrado a dormir de aquella forma.
—¿Tú crees —preguntó Jim en voz baja mientras se envolvía en la manta—, que tendríamos que intentar liberar a la princesa?
—Sí lo creo —contestó Lucas y vació su pipa golpeándola—. Si lo consiguiéramos, Jim, el emperador seguramente nos permitiría instalar una línea de tren que atravesara todo el país chino. La buena de Emma volvería a estar sobre los raíles, como es debido, y nos podríamos quedar aquí.
Jim pensó que él no se quedaría allí tan a gusto como su amigo. China era muy bonita, pero él preferiría ir a un lugar donde hubiera menos gente y donde las personas se pudieran distinguir fácilmente las unas de las otras. Por ejemplo, Lummerland era un país muy hermoso. Reflexionaba en silencio porque no quería que Lucas pudiera pensar que sentía nostalgia. Por esto dijo:
—¿Tienes experiencia en dragones? No creo que sea muy sencillo tratar con ellos.
Lucas respondió alegremente:
—No he visto nunca un dragón, ni siquiera en el parque zoológico. Pero me parece que Emma podrá competir con esos bichos.
La voz de Jim sonó algo triste cuando añadió:
—Seguramente con uno solo sí, pero aquí se trata de toda una ciudad de dragones.
—Ya veremos, muchacho —contestó Lucas—. Ahora vamos a dormir. ¡Buenas noches, Jim! ¡No te preocupes!
—Sí —murmuró Jim—. Buenas noches, Lucas.
Y permaneció un rato pensando en la señora Quée, en lo que estaría haciendo y le pidió al buen Dios que la consolara porque debía de estar muy triste. Que por favor, se lo hiciera comprender todo.
Luego estuvo escuchando el resoplar de Emma, que hacía rato que dormía tranquilamente.
Y entonces se durmió él también.