Capítulo 16

Al cabo de poco tiempo llegaron a la «Corona del Mundo». Lucas dirigió la locomotora volante a lo largo del macizo montañoso hasta alcanzar el lugar donde, en otros tiempos, había estado «El Valle del Crepúsculo». Las montañas, al caer, habían llenado el desfiladero hasta la altura poco más o menos de la mitad de la cordillera. La vista era impresionante; aquí y allá se veían bloques de piedra de tamaño increíble. Lucas y Jim miraban hacia abajo en silencio mientras hacían volar el Perpetumóvil hacia allí.

Al derrumbarse las paredes de roca, la parte superior del desfiladero se había ensanchado considerablemente. A pesar de ello, Lucas tenía que estar muy atento y emplear toda su habilidad para que Emma, debido a la gran velocidad con que había entrado, no diera con algún saliente de roca, a la derecha o a la izquierda. Varias veces tuvo que hacer girar el mástil a toda velocidad para evitar un choque que parecía casi inevitable. Pero a pesar de estos peligros y dificultades, el vuelo de vuelta fue, sin comparación, mucho más fácil que el de ida por encima de las cumbres en medio del aire enrarecido de las alturas.

Alcanzaron la salida del desfiladero. Debajo de los viajeros apareció el «Bosque de las Mil Maravillas» en toda su grandeza maravillosa y su espléndido colorido. Más tarde divisaron las murallas de China que, como una cinta roja, serpenteaban sobre las colinas. Más lejos empezaba el país chino con sus campos, sus caminos, sus ríos y sus puentes graciosos. Aquí y allá había pequeños lagos que brillaban como si fueran espejos.

Lucas, precavido, hizo que el Perpetumóvil se elevara un poco más porque ya se distinguían los tejados de oro de Ping. Al poco rato, el Perpetumóvil volaba ya, a la velocidad del rayo, por encima del océano. Los dos amigos observaron que las olas se iban haciendo cada vez más altas y más peligrosas y el agua iba adquiriendo un color más oscuro y un aspecto más siniestro.

—¡Hemos llegado al mar de los Bárbaros! —le dijo Lucas a su amigo—. Seguimos el rumbo exacto.

No había pasado media hora, cuando Jim descubrió muy lejos, dos pequeños puntos negros en el mar. Se dirigieron hacia ellos y los puntos aumentaron de tamaño rápidamente. ¡Eran las rocas magnéticas! Lucas hizo que Emma describiera un gran círculo por encima de las peñas y con rápidas y hábiles maniobras en el dispositivo de los imanes logró que la locomotora fuera perdiendo altura hasta que por fin se posó en medio de una lluvia de espuma sobre las rugientes olas, a unos quinientos metros de las rocas.

—¡Lo hemos conseguido, muchacho! —dijo Lucas y le guiñó satisfecho un ojo a Jim.

—¡Hola, por fin habéis llegado! —exclamó de pronto desde las olas una vocecilla aguda. Era Sursulapitchi, que apareció cerca de la locomotora—. ¿Dónde habéis estado tanto tiempo? Os he estado esperando todo el día.

—Lo mismo podríamos preguntarle nosotros, señorita —respondió Lucas, alegre—, ayer la estuvimos esperando mucho rato, pero no volvió. Entonces Jim y yo hicimos en un momento un invento y con él nos fuimos a buscar a dos amigos nuestros.

—Ah, bien —dijo la princesa de los mares—, eso es distinto. ¿Sabéis por qué no volví a su debido tiempo?

—Quizá porque se le olvidó —dijo Lucas.

—¡No! —exclamó Sursulapitchi, divertida.

—A lo mejor —añadió Jim—, porque se entretuvo bailando en la fiesta.

—¡Tampoco! —respondió la princesa de los mares y se rió chapoteando.

—No lo podemos adivinar —dijo Lucas.

—Pensad —exclamó Sursulapitchi—, que en el baile me encontré con alguien que había visto a mi prometido Uchaurichuuum. Lo encontró en el fondo del mar en el Océano de Zafiro. Nadé en seguida hacia allá, busqué por todos los rincones y exactamente hacia el sur, a tres millas marinas del bosque azul de los corales, le encontré.

—Ah —murmuró Lucas—, ¡qué contento se habrá puesto!

—Y entonces —siguió explicando la pequeña princesa de los mares, feliz—, entonces até sencillamente mi caballo de mar a su caparazón y hemos venido a toda velocidad. ¡Aquí estamos!

—Pero yo no le veo —dijo Jim.

—¿Dónde está? —preguntó Lucas—, quisiéramos estrecharle la mano.

—Saldrá en seguida —les aseguró Sursulapitchi—, es un Nock con caparazón y se mueve algo lentamente. Cuando vimos aparecer vuestra locomotora volando por encima de nuestras cabezas, nos sumergimos los dos y ahora… ¡ah, ya llega! Miradle, ¿no os parece maravilloso y elegantísimo?

En la superficie apareció un ser de aspecto curiosísimo. A primera vista podía parecer una gran tortuga de agua. Su caparazón era de color turquesa, cubierto de dibujos dorados. La piel de sus extremidades y de su cabeza era lila y entre los dedos de las manos y los pies tenía membranas.

Su cara tenía aspecto humano y era bastante hermosa. El Nock con coraza no tenía pelo, pero de su labio superior le colgaba un bigote largo y fino. Pero lo más bonito eran sus ojos, que miraban a través de unas grandes gafas de oro. Eran unos ojos de un maravilloso color violeta y su expresión era tranquila y seria, más bien un poco triste.

—¡Os saludo! —dijo el Nock con caparazón, lentamente, con una curiosa entonación—, he oído hablar mucho de vosotros y me siento muy honrado de conoceros.

—Por nuestra parte —respondió Lucas—, nos alegramos de que esté usted aquí por fin, señor Uchaurichuuum.

—Por favor —preguntó Jim—, ¿ha conseguido solucionar el asunto que le había encargado el rey de los mares, Lormoral? ¿Puede casarse ahora ya con la princesa Sursulapitchi?

El Nock con caparazón sonrió con tristeza.

—Sois muy amables al preguntarlo —respondió con su voz musical—, pero por desgracia, no lo he logrado. No he encontrado a ningún ser de fuego que no nos mire con enemistad. Ya casi he perdido la esperanza de poder llegar a fabricar el «Cristal de la Eternidad».

La pequeña princesa de los mares empezó a sollozar, el Nock con caparazón le rodeó los hombros con su brazo y dijo:

—No llores, querida. Seguiré buscando hasta el fin de mis días.

—¿Qué ha pasado, señorita —preguntó Lucas—, ha encontrado usted un guardián para las rocas magnéticas?

El Nock con caparazón contestó con voz armoniosa, mientras acariciaba el pelo de la princesa de los mares, que seguía llorando.

—Mi amada me ha hablado de las dificultades que habéis encontrado en las rocas, magnéticas. Conozco la instalación porque una vez, hace ya mil años, estuve allí. Entonces todo estaba en perfectas condiciones. De todos modos pude estar muy poco rato a aquella profundidad, porque la temperatura es insoportable para los de nuestra especie. Pero volveré abajar con mucho gusto para volver a conectar los imanes en cuanto os hayáis alejado lo suficiente con vuestros extraños vehículos. Mas no me puedo quedar como guardián debido al calor, que me mataría en seguida y también debido a la misión que me ha encomendado el rey de los mares y que me obliga a recorrer, buscando, todos los mares de la tierra.

—Bien —murmuró Lucas—, hemos tenido la suerte de poder traer a nuestro amigo Nepomuk.

—¿Nepomuk? —preguntó la princesita de los mares dejando de llorar—, ¿quién es Nepomuk?

—Llámale, Jim —dijo Lucas.

El muchacho abrió la tapa del ténder y llamó por el agujero por donde se echa el carbón:

—¡Nepomuk! ¡Eh, Nepomuk, sube en seguida!

—¡Ahora mismo! —se oyó responder con su vocecilla al medió dragón, que trepó gimiendo y resoplando por el agujero y se asomó por encima del ténder. Cuando vio a los dos habitantes del mar soltó una carcajada que parecía un gruñido.

—¡Jo, jo, jo, jo!, ¿qué clase de seres tan cósmicos son esos? ¡Seres completamente blandos!

Nepomuk seguía siendo el de siempre y diciendo groserías.

Los dos habitantes del mar contemplaron al medio dragón con ojos llenos de terror. Sursulapitchi se había puesto completamente amarilla por el espanto.

—¿Qu… qu… qué es eso? —tartamudeó.

—Soy un dragón, ¡puff! —chilló el medio dragón, y lanzó dos llamitas de un amarillo de azufre por los agujeros de su nariz.

En el mismo momento el mar se agitó y los dos habitantes del mar desaparecieron.

—¿Habéis visto? —gruñó Nepomuk, divertido—. Les he causado tanto miedo que han huido. Lástima que se hayan ahogado. En realidad eran personas simpáticas, puesto que les he inspirado tanto respeto.

—Nepomuk —dijo Lucas, lentamente—, así no podemos seguir. Tú nos diste tu palabra de honor de que no volverías a decir impertinencias dragoniles.

El medio dragón, avergonzado, se puso la garra delante de la boca. Con ojos muy tristes dijo:

—Perdonadme, por favor; lo había olvidado completamente. Pero no lo volveré a hacer, podéis estar seguros.

—Bien —dijo Lucas muy serio—, si vuelves a olvidarlo no podrás ser guardián de las rocas magnéticas. Estás avisado.

Nepomuk, consciente de su culpa, inclinó la cabeza.

Lucas llamó a los dos habitantes del mar. Tuvo que llamarlos varias veces antes de que aparecieran a alguna distancia sobre la superficie del mar.

—Acercaos tranquilamente —les gritó—, no tenéis nada que temer.

—Claro que no —les aseguró Jim—; Nepomuk es un ser de fuego muy valioso. Quiere ser amigo vuestro.

—Amigo vuestro —exclamó también Nepomuk con la voz más encantadora que le fue posible—. Soy un horrible y valioso ser de fuego, ¡claro que lo soy!

—¿Un ser de fuego? —preguntó el Nock con caparazón, con mucho interés—; ¿no tienes malas intenciones? ¿Es cierto?

—Estoy cargado de buenas intenciones —le aseguró Nepomuk, e inclinó solemnemente la cabeza—; les he dado a Lucas y a Jim mi palabra de honor.

Los dos habitantes del mar se acercaron vacilando. Lucas hizo las presentaciones y luego dijo:

—Bien, ahora nos dirigiremos rápidamente hacia las rocas y atracaremos allí. Molly debe de estar preocupada por nosotros. —Los dos habitantes del mar nadaron junto a ellos mientras Lucas remaba con precaución y habilidad, llevando a la locomotora hacia tierra. Cuando por fin atracaron, Nepomuk y Uchaurichuuum charlaban entre sí como dos viejos amigos. Esto se debía seguramente a que el medio dragón, por su parentesco con los hipopótamos, sentía cierta atracción por el agua y Uchaurichuuum por su parentesco con las tortugas la sentía por la tierra firme. Así, en cierto modo, los dos estaban equilibrados. El Nock con caparazón se sentía contento de haber encontrado por fin a un ser de fuego con el que podría cumplir la misión que le había encargado el rey de los mares Lormoral. Y Nepomuk estaba tremendamente satisfecho de poder desempeñar un papel tan importante y tener un compañero.

—¿Cómo estará el señor Tur Tur? —preguntó Jim. En el torbellino de los acontecimientos habían olvidado por completo al simpático viejo.

—¡Ah! —dijo Nepomuk—, ha estado todo el tiempo sentado en el suelo con ojos asustados y palidísimo; en las curvas exclamaba: «¡Cielos!» o «¡Socorro!». Debe de seguir sentado allí.

Jim abrió en seguida la tapadera del ténder y por la cámara llamó:

—¡Señor Tur Tur, estamos aquí! Ya puede subir.

—¿Ya? —se oyó como respondía el gigante-aparente con voz desmayada—. ¡Alabado sea Dios! Creí que no llegaríamos con vida.

Salió y miró alrededor.

—¿Es ésta la deliciosa islita de Lummerland donde tengo que desempeñar la función de faro? —preguntó desilusionado.

—No —exclamó Lucas, riendo—; éstas son las rocas magnéticas donde Nepomuk tiene que actuar. Lummerland será nuestra próxima parada. Bien, muchachos, no perdamos más tiempo. Bajaré con Nepomuk y con Uchaurichuuum hacia las raíces para que lo vean todo. Esta vez me llevaré la linterna. No será necesario que hagamos en seguida la conexión. Eso lo hará Nepomuk cuando estemos lo bastante lejos de aquí. Jim, tú, entretanto, debes ir en busca de Molly, para desatarla y traerla junto a Emma.

—¡A la orden, Lucas! —dijo Jim.

—Los demás, esperadnos aquí —añadió Lucas, y se dirigió con Nepomuk y el Nock con caparazón, que en la tierra andaba casi tan tieso como un hombre aunque con paso más lento, hacia la parte superior de la roca. La pequeña princesa de los mares se metió en el agua para estar más cómoda y el señor Tur Tur se sentó en un saliente de hierro.

—Vuelvo en seguida —dijo Jim y se fue a buscar a su Molly. No podía suponer que en los minutos siguientes haría un descubrimiento que tendría, para él y para su amigo Lucas, las más insospechadas consecuencias.