Capítulo 14

Cuando por fin apareció a lo lejos el oasis con su pequeño de palmeras y la casita, Lucas detuvo el Perpetumóvil y preguntó:

—¿Hay en su casa algo que sea de hierro, señor Tur Tur?

El gigante-aparente meditó.

—Sí —respondió—, hay un par de cosas que son de hierro, aunque la mayor parte de los objetos los he hecho yo mismo con madera o piedra. Pero el puchero, por ejemplo, y el cuchillo de cocina…

—Bien —le interrumpió Lucas—, entonces por precaución no nos acercaremos más, si no, organizaríamos un buen lío.

—¿Por qué? —preguntó el gigante-aparente.

—Se lo explicaremos luego —dijo Lucas—. Lo mejor será que se quede usted ahora aquí con Emma. Jim y yo nos dirigiremos a pie hacia la casa y estudiaremos el lugar.

—¡Oh! —exclamó el gigante-aparente, aterrorizado—, ¿me quedaré completamente solo? ¿Y si viene el monstruo? Me habéis prometido que me protegeríais.

—Se puede usted esconder en el ténder del carbón —dijo Lucas, amistosamente.

Así fue cómo el gigante-aparente se metió en el ténder de Emma, encogiéndose todo lo que pudo. Los dos amigos se dirigieron hacia la casita blanca con persianas azules, situada a la sombra de las palmeras y de los árboles frutales, y que parecía invitarles a entrar.

Primero se deslizaron hasta una de las ventanas y espiaron con cuidado el interior. No se veía nada que se pudiera parecer, ni remotamente, a un dragón o a un monstruo. De puntillas dieron la vuelta a la casa y miraron por la otra ventana en la pequeña cocina. Allí tampoco descubrieron nada sospechoso. Es decir, no lo descubrieron la primera vez que miraron. Pero cuando Jim volvió a mirar…

—Lucas —cuchicheó—, ¿qué es aquello?

—¿Qué?

—Por debajo del sofá asoma algo. Me parece la punta de una cola.

—Exactamente —gruñó Lucas—; tienes razón.

—¿Qué hacemos? —preguntó Jim.

Lucas meditó.

—Seguramente el monstruo debe de estar durmiendo. Le sorprenderemos antes de que se despierte.

—A la orden —musitó Jim, y en su interior deseó que el monstruo estuviera profundamente dormido y que de ningún modo despertara antes de que le pudieran atar fuertemente todos los miembros.

Los dos amigos rodearon la esquina de la casa y llegaron a la puerta, que estaba un poco abierta. Rápidamente, y en silencio, cruzaron la primera habitación y llegaron a la cocina. A sus pies estaba la punta de la cola que salía debajo del sofá.

—¡A la una, a las dos, a las tres! —le susurró Lucas a su amigo. Los dos se inclinaron preparados para coger lo que saliera.

—¡Atención! —murmuró Lucas—, ¡uno-dos-tres!

Los dos agarraron al mismo tiempo la cola y estiraron con todas sus fuerzas.

—¡Ríndete! —gritó Lucas, lo más fuerte que pudo—, ríndete o estás perdido, quienquiera que seas.

—¡Auxilio! —Desde debajo del sofá se oyó una voz extraña que parecía el gruñido de un cerdo—. ¡Piedad! ¡Soy un miserable gusano, un miserable gusano!

¿Por qué me persiguen todos? ¡Por favor, horrible gigante, por favor, no me hagas nada!

Jim y Lucas dejaron de tirar de la cola y se miraron pasmados. ¡La voz les era conocida! Era la misma que en otra ocasión habían oído en el pequeño volcán apagado —era la voz del medio dragón Nepomuk.

—Hola —exclamó Jim, y se inclinó para mirar debajo del sofá—. ¿Quién hay? ¿Quién es el que acaba de decir «pobre gusano»?

—¡Rayos! —añadió Lucas, riendo—, ¿no será ese pobre gusano nuestro amigo Nepomuk?

—Oh —la asustada voz de cochinillo salió de debajo del sofá—, ¿cómo es que tú, horrible gigante, conoces mi nombre? ¿Y por qué hablas con dos voces distintas?

—Porque no somos gigantes —respondió Lucas—; somos tus amigos, Jim Botón y Lucas el maquinista.

—¿Es posible? —preguntó la voz de cochinillo, desconfiada—, ¿no será sólo una treta del gigante para hacerme salir de mi escondrijo? Sabed, que si es una trampa, no pienso caer en ella. Me tenéis que decir la verdad, si sois vosotros y no me engañáis.

—Lo somos realmente —exclamó Jim—, ¡sal de ahí, Nepomuk!

Entonces, por debajo del sofá apareció primero una gran cabeza que recordaba vagamente a un hipopótamo, pero con motas verdes y azules, una cabeza con dos ojos redondos como dos bolas que miraban inquisitivos a Lucas y a Jim. Cuando Nepomuk se hubo convencido de que los que estaban delante de él eran verdaderamente los dos maquinistas, abrió su gran boca en una sonrisa sorprendida y alegre. Salió arrastrándose de debajo del sofá, se plantó con las piernas abiertas delante de los dos amigos, apoyó los bracitos en su costado y con débil vocecilla pió:

—¡Viva! ¡Estoy salvado! ¿Dónde está ese miserable gigante? Entre todos le vamos a hacer papilla.

—Despacio, despacio —dijo Lucas—, el gigante está cerca.

—¡Auxilio! —gritó Nepomuk, y se volvió a meter debajo del sofá. Pero Lucas le agarró y preguntó:

—¿Qué quieres hacer debajo del sofá, Nepomuk?

—Esconderme. El gigante es tan gigantesco que no cabe aquí debajo. No pasa por la puerta y mucho menos por debajo del sofá. ¡Suéltame!

—Pero —dijo Jim—, esta casa le pertenece. Vive aquí.

—¿A quién pertenece? —preguntó Nepomuk, asustado.

—Al señor Tur Tur, el gigante-aparente —le explicó Jim.

Nepomuk palideció todo lo que le fue posible. Sus motitas azules y amarillas se volvieron azul cielo y amarillo claro.

—¡Ay, pobre de mí! —gritó, completamente fuera de sí—; pero ¿por qué… por qué no me ha… cómo es que no me ha cogido?

—Porque te tenía miedo —respondió Lucas.

Los ojos de Nepomuk se volvieron redondos por el asombro y centellearon.

—¿Miedo de mí? —preguntó sin poderlo creer—. ¿Es cierto? ¿El gran gigante horroroso tenía miedo de mí? ¿Ha creído que yo era un dragón peligroso y malvado?

—Sí —respondió Jim—; lo ha creído.

—Me parece —dijo Nepomuk—, que este gigante es un hombre muy simpático. Le podríais saludar cariñosamente de mi parte y decirle que me gustaría mucho ver cómo se asusta de mí. Hasta ahora eso no me ha ocurrido nunca y para un pequeño dragón es una cosa muy seria.

—Un pequeño dragón, no; un medio dragón —le corrigió Jim.

—Sí, sí —concedió Nepomuk—, pero eso no se lo digáis ahora al gigante.

—Bien —opinó Lucas—, pero si no le decimos al señor Tur Tur que tú no eres en realidad un dragón peligroso y malvado sino un medio dragón simpático y dispuesto siempre a ayudar, saldrá corriendo y no te lo podremos presentar.

Nepomuk se rascó pensativo la cabeza.

—¡Qué lástima! —murmuró decepcionado—, me hubiera gustado mucho encontrarme aunque sólo una vez con alguien que hubiera temblado de terror al verme. Hubiese sido un encuentro muy curioso. Pero si vosotros creéis que no es posible… decidle al gigante la verdad. Pero entonces no me dará importancia.

—Al contrario —le aseguró Lucas—, se alegrará mucho, pues no es un gigante verdadero sino un gigante-aparente.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Nepomuk esperanzado—. ¿Y, qué es un gigante-aparente?

Y se pusieron en camino hacia la locomotora mientras los dos amigos explicaban al medio dragón la curiosa naturaleza del señor Tur Tur. Cuando llegaron junto a Emma, Lucas exclamó:

—Salga tranquilamente del ténder, señor Tur Tur. Ya no hay motivo para que tenga miedo.

—¿De verdad? —se oyó la débil voz del gigante-aparente—. ¿Habéis podido vencer tan rápidamente al horrible y peligroso monstruo?

—¿Estáis oyendo? —susurró Nepomuk—, ¡está hablando de mí!

—No le hemos derrotado —le contestó Lucas—, porque no ha sido necesario. El monstruo es en realidad un buen amigo nuestro. Se llama Nepomuk y es un medio dragón y ya en una ocasión nos prestó grandes servicios.

—Sí —añadió Jim—, y es muy simpático.

Nepomuk bajó los ojos avergonzado y se balanceó sobre las patas. No se trataba sólo de modestia porque para un dragón es una verdadera deshonra no tener ninguna cualidad mala.

—Pero si es tan simpático —se volvió a oír desde el interior del ténder la voz gigante-aparente—, ¿por qué ha ocupado mi casa y me ha echado de ella?

—Sólo tenía miedo de usted, señor Tur Tur —respondió Lucas—. Quería esconderse para que usted no le encontrara.

Entonces asomó por encima del ténder la cara del gigante-aparente.

—¿Lo dice en serio? —preguntó mirándole muy apenado—, ¿tenía miedo de mí? ¡Oh, lo siento muchísimo! ¿Dónde está el pobre Nepomuk? Quisiera excusarme con él.

—Soy yo —dijo Nepomuk.

El señor Tur Tur salió del ténder y estrechó cordialmente la garra al medio dragón.

—¡Perdóneme, querido amigo —exclamó—, por haberle asustado! Estoy desolado.

—No tiene importancia —respondió Nepomuk sonriendo con su boca gigantesca—, y le agradezco muchísimo, señor gigante-aparente, que se haya asustado al verme. ¡Me ha dado una alegría enorme!

—Ahora —dijo Lucas—, le tenemos que explicar, señor Tur Tur, porque hemos venido. Pero antes de empezar…

—Antes de empezar —le interrumpió el gigante-aparente—, desayunaremos todos juntos. Ruego a mis queridos y respetados huéspedes que me sigan hasta la casa.

—¡Con mucho gusto! —dijeron a la vez Jim y Lucas. Pusieron a Nepomuk en medio y, los tres del brazo, caminaron detrás del gigante-aparente. Desgraciadamente la buena y vieja Emma se tuvo que quedar donde estaba. Pero se armó de paciencia y se dispuso a pasar el rato dormitando.