–– 22 ––


‘Cuando el Robert Davion se perdió sobre Kathil, todas las FAFS sintieron el golpe. Las naves de Guerra se llevan una apreciable parte del presupuesto militar. Nadie contó con la clase de perdidas que tendríamos con más de una nave de guerra luchando en la misma batalla. El PIB de planetas enteros fue tirado al vació del espacio. Fue un error. Y pagamos por él.’ 

Causa y Efecto, Prensa de Avalon, 3067

 

NFS Melissa Davion
Sistema Nueva Avalon, Marca Crucis
Federación de Soles

15 de Noviembre del 3066

 

La primera batalla de Víctor Steiner-Davion por Nueva Avalon no tuvo lugar en tierra o dentro de un mech. Transcurrió a quinientos mil kilómetros lejos del planeta, cuando su Nave de Guerra clase Avalon, el NFS Melissa Davion, y sus tres ultimas corbetas clase Fox se enfrentaron con las Fuerzas de Defensa Espacial de Katherine.

 

El crucero de dos cascos se estremeció violentamente con cada terrorífico impacto. Las alarmas aullaban en busca de atención, y Víctor pudo imaginar a los equipos de control de daños gritándose unos a otros por los solitarios corredores de abordo. A veces, sabía, esos gritos quedaban silenciados por el silbido del aire escapándose al exterior. Era su mas ferviente esperanza el que los apresurados parches o los cierres de las puertas selladas contuvieran mas a menudo el mortal vació de espacio.

 

El puente del Melissa estaba mas allá de esas mortales distracciones, aunque no de todas. Dos jóvenes suboficiales estaban soldando un parche, asegurando un diminuto agujero, del grosor de un pelo, que había, solo por un instante, inspirado a todos los tripulantes del puente la gélida amenaza que acechaba mas allá del casco blindado del buque. Los oídos de Víctor zumbaron mientras los estabilizadores atmosféricos trabajaban para volver a la presión nominal. Aspiró profundamente el aire reciclado y paladeó el seco aroma a ozono dejado atrás por los filtros de dióxido de carbono.

 

– Debería estar abajo, en el Centro de Control, – le dijo el ViceAlmirante Kristoffer Hartford, apartando la mirada de su pantalla holográfica. – Alteza, – añadió.

 

Víctor no estaba tan seguro. El primer oficial del buque había tomado el mando del Centro de Control, eje de toda la actividad de control de daños y puente secundario, y Víctor había ocupado su vacío asiento aquí. Anclado a su silla por un correaje no muy distinto al arnés de seguridad de un battlemech, se agarró a los brazos de su asiento con renovadas fuerzas mientras consideraba la idea. ¿Acaso estaba arriesgando su vida y comprometiéndolo todo al quedarse en el puente del crucero?

 

– He estado protegido suficiente tiempo, Kris. Me quedaré aquí hasta que aparques este trasto sobre Nueva Avalon y nuestras fuerzas de asalto lleguen –. Si llegaban, y si las naves de Guerra de Víctor podían limpiar su ruta de las Fuerzas de Defensa de Nueva Avalon.

 

Setenta y nueve naves de Salto permanecían estacionadas en el punto cenit, una armada sacada de cada uno de los mundos al alcance inmediato de Víctor. Habían trasportado a ciento ochenta y tres naves de Descenso en uno de los mayores únicos movimientos de tropas jamás realizados. Esos transportes de tropas estaban a tan solo ocho horas por detrás de Víctor, y alcanzándole rápidamente, esperando un camino libre de obstáculos hacia el planeta. Si no lo obtenían, su asalto se convertiría en poco mas que una galería de tiro, con cuatro naves de Guerra de Katherine disparando a gusto sobre naves de Descenso llenas de mech como si fueran frutas maduras, esparciendo su carne y sus semillas en el espacio, donde nunca germinarían. Todo lo que un cuerpo congelado por el vació del espacio podría esperar sería una rápida cremación al caer hacia la atmósfera de Nueva Avalon.

 

Sin los esperados refuerzos de naves de Guerra desde Kathil ese podría ser el mismo destino que le esperaba a Víctor. Katherine, a pesar de todo, había mantenido el control del NFS Lucien Davion y del NFS Alexander Davion, ambos cruceros de clase Avalon, así como de las corbetas Antrim y Murmansk.

 

Los laseres navales iluminaban el espacio entre los buques durante breves periodos mientras cada bando luchaba por alcanzar una posición de superioridad contra el enemigo. Las lanzaderas de mísiles esparcían su carga letal y las armas de raíles aceleraban enormes masas de muerte silenciosa a través de la noche sin fin. A veces, parecía como si hubiesen mas cazas centelleando en los monitores que estrellas había, aunque los dos escuadrones de naves de Descenso y Asalto de la Melissa impedían que se acercaran demasiado al crucero de dos cascos.

 

Desafortunadamente, no podía decirse lo mismo de la Intrepid, la cuarta corbeta clase Fox de Víctor. La Intrepid había perdido sus propias escoltas y poco después su avionica y sus sistemas de control en un masivo ataque de cazas aerospaciales. Giraba ahora sin control en el lado mas alejado de Nueva Avalon, trazando lentamente una espiral alrededor del planeta. Tanto si terminaba por caer en la atmósfera o si lograba alcanzar una orbita estable entorno al planeta y terminar frente a los cruceros de patrulla era todavía un asunto sin determinar.

 

– Timón, pónganos de frente, – ordenó Hartford, después clavó una dura mirada sobre la espalda de su oficial de comunicaciones con la flota. El hombre se removió, incomodo, como si fuera consciente de la mirada del almirante.
– Comunicaciones, que la Kentares y la Donning retrocedan. Ordene a la Robinson que se haga cargo de la situación y frene su aproximación –.

 

Víctor trató de seguir las maniobras de su almirante en la pantalla principal, observando como las tres restantes Fox se apartaban de los dos cruceros gemelos de Katherine. La NFS Robinson tomó un curso ligeramente diferente, alejándose de las otras dos, pero ni el Alexander ni el Lucien picaron el anzuelo.

 

Hartford se rascó su canosa barba, moviendo la cabeza. – No van a seguir nuestro juego –.

 

Tanto el Alexander como el Lucien Davion mantenían sus posiciones, sin alejarse nunca excesivamente de Nueva Avalon, sin importar que ventajas les ofrecieran los aliados. Conocían sus prioridades, mantenerse entre Nueva Avalon y la fuerza de asalto en tránsito. En su posición defensiva y con la potencia de fuego superior de los dos cruceros su defensa era muy sólida. El almirante Hartford maniobró repetidamente la flota de Víctor, tratando primero de empujarles hacia la atmósfera y después haciendo muchos intentos de dividir su grupo de combate para aislar y destruir uno de los cruceros. En cada ocasión, las naves de Guerra aliadas se llevaban la peor parte.

 

Hartford inhaló sonoramente e hizo un gesto de desprecio hacia la pantalla principal, como si estuviera comprobando el aire y encontrando en él lo que buscaba. – Timón, tome un rumbo entre esos dos cruceros y llévenos a su espalda. Armas, prepárese y haga fuego a discreción tan pronto como pueda mientras estemos a distancia de tiro. Esto se va a poner feo –.

 

Se volvió entonces para mirar fijamente a Víctor de nuevo, tanteando su resolución. Víctor lanzó una mirada hacia la escotilla sellada. – Dejaré el puente un paso por detrás de tí, Kris –.

– Alteza, si vamos a sacarles de la sombra de Nueva Avalon vamos a tener que acercarnos mucho –. 
– No dejes que yo te lo impida –.
– ¡Comunicaciones! – gritó Hartford, lanzando algo mas de su frustración al aire. – Quiero a la Robinson ligeramente por delante y por encima. Díganle a laKentares y a la Donnings que se abran ampliamente por nuestro babor, como si planearan colocarse entre esos lealistas y la cara oscura del planeta –.

 

Manteniendo esa formación, las naves de Guerra aliadas cayeron hacia Nueva Avalon. Sus propios cazas aerospaciales se aglomeraron por delante, formando una punta de lanza que arrolló la pantalla de defensa lirana y empezó a hostigar a los cruceros lealistas. Los cazas enemigos y multitud de naves de Descenso de Escolta devolvieron el favor, golpeando su flanco y escapando lo más rápido posible, prefiriendo enfrentarse con una de las Fox antes que con el crucero. Habían aprendido de anteriores pasadas como evitar el interior de cualquier formación piramidal, donde las cinco naves al completo, cuatro ahora, solapaban suficiente potencia de tiro para derribar cualquier cosa que entrara dentro. Al menos, la mayoría de ellos lo habían aprendido. Una Overlord de clase Asalto lo intentó de nuevo, pensando en deslizarse por detrás de la Robinson. Los aliados la dejaron como un colador, destrozada y vertiendo sus ultimas reservas de oxigeno al exterior.

 

El Centro de Control actualizó los datos del puente durante un breve respiro, informando de daños estructurales ligeros en el crucero y la seria perdida de dos cañones gauss navales en el costado de estribor. Hartford lo aceptó con apenas un gruñido, y después ordenó que se mostrará en el monitor principal la disposición de la flota de Katherine.

 

Sus dos cruceros clase Avalon mantenían firmemente el centro de su formación. Los dos cascos divididos según un diseño de tipo catamarán se alzaban a babor y estribor, como invitando a los aliados a un fuerte abrazo lealista. La Antrim y la Murmansk flanqueaban al Alexander y al Lucien a buena distancia, ligeramente por delante y preparados para abortar cualquier maniobra radical hecha por el almirante de Víctor.

 

– Es como mirar fijamente el cañón de un rifle, – dijo Víctor en voz baja.

Hartford agitó su cabeza. – Eso denota un pensamiento en dos dimensiones, Alteza–. El tono de su voz permaneció justo por debajo de lo hostil, aunque Víctor sabia que no era nada personal. Era simplemente la forma de ser del hombre que había escogido como almirante de la flota. Hartford era un hombre pequeño, ancho de pecho. Un oficial naval de tercera generación que había demostrado la misma feroz independencia que Víctor habría esperado de cualquier marino veterano. A menudo parecían nacer solo para ese oficio, algo casi suficiente para convencer a Víctor de que los Clanes tenían razón respecto a sus programas genéticos de selección.

 

El Melissa tembló cuando un escuadrón de cazas golpeó su panza. En una pantalla auxiliar Víctor los observó escabullirse como si fueran pirañas. – ¿Cómo lo ves tu entonces, Kris? – preguntó. La respuesta no le llegó durante muchos largos segundos, como si el almirante estuviera decidiendo si valía la pena responder. Su oficial de armas informó entre gritos que uno de los restantes cañones gauss del Melissa estaba distancia de tiro, ordenando un patrón de fuego continuo. Hartford observó atentamente. Finalmente elevó sus manos como si estuviera agarrando una gran pelota invisible.

 

– Es una esfera, señor. Nosotros estamos en el centro, y dondequiera que tengáis una amenaza, – apuntó hacia las pantallas y después hacia un invisible punto en su esfera, – obtenéis una distancia, un radio –. Volvió a colocar sus manos alrededor del espacio. – La amenaza se extiende formando otra esfera hasta que entra en contacto con la vuestra. El mayor peligro se localiza entorno a la posición de la amenaza, llamémoslo un polo, y se va difuminando una vez pasado el ecuador –.
– Hay cuatro naves de Guerra lealistas ahí fuera, – dijo Víctor. – En el momento en que rompan la formación tendrás cinco esferas superpuestas de tamaño variable –. Hartford asintió una única vez, seca y definitivamente. – Bienvenido a mi mundo Alteza –. Comprobó las pantallas, el monitor holográfico, y ordenó un nuevo informe de sus oficiales.

 

Consiguió la mayor parte de esos informes antes de que un primer impacto demoledor alcanzara el morro del Melissa Davion y despuntara la afilada proa de su casco de babor, dejando tras de sí un hueco arruinado, y lanzando escombros hacia el interior del de estribor. En la pantalla, el Lucien Davion se colocó de costado. Chisporroteos de nítida luz azul iluminaron el casco del crucero allá donde los emplazamientos de cañones gauss navales descargaban sus bobinas de aceleración y lanzaban pesadas masas en dirección al Melissa. Mientras tanto, el Alexander avanzó y se preparo para tratar con las dos Fox aliadas en el flanco.

 

– Timón, gire mas hacia babor. Ponga nuestras armas delanteras de estribor a trabajar –. Víctor lanzó una mirada hacia su almirante. – ¿Acaso no hemos perdido todas nuestras armas pesadas de estribor? –.
– Precisamente por eso pueden hacernos menos daños en esa banda, – dijo Hartford, sin apartar los ojos de la pantalla.
– Timón, reduzca potencia en nuestros motores principales. Preparados para un giro cerrado a estribor y para acelerar mi señal –.

 

Con la inercia de los motores, el Melissa avanzó sin esfuerzo hacia el caos. Sus cañones automáticos delanteros y sus laseres capitales empezaron a tantear al Lucien en cuanto estuvo a tiro, igualando incluso el intercambio de disparos. El Centro de Control empezó a enviar informes de daños, como si estuviera cronometrando el tiempo de batalla: avionica, uno de los anillos superconductores de la unidad KF, la cubierta de gravedad de estribor. Víctor escuchaba noticias de la muerte de buenos hombres y mujeres con cada informe. Hartford parecía catalogar los informes como poco mas que sistemas dañados. Cuando se perdió el ultimo cañón gauss de estribor dio a su timonel la señal para virar a estribor, lo cual les alejaría de Nueva Avalon y dejaría a la fuerza de asalto a merced de la flota lealista.

 

– Ahora daremos la vuelta y patearemos al Lucien justo en el culo, – gritó a todo el puente. Excepto que dos de las corbetas aliadas nunca llegaron a realizar el giro.

 

El Alexander Davion se había alejado mas que nunca de la formación lealista, tomando un ángulo para interceptar a la Donnings y a su fiel Kentares. Un ala completa de cazas aerospaciales aliados se lanzaron contra el Alexander, tratando de apartarlo de su camino. El crucero nadó a través de los cazas, dejándoselos a un trío de sus naves de Descenso de Escolta que tardaron poco en acallar el asalto. Los cazas alcanzados iluminaban la estela delAlexander. Unos pocos fuegos alumbraron el costado de estribor del crucero, extinguiéndose rápidamente mientras la atmósfera en esas áreas era purgada al espacio. Nunca tuvieron siquiera la oportunidad de dañar o apenas frenar al leviatán.

 

No hubo ningún giro vacilante, el capitán del Alexander estaba contento con su avance y sin duda planeaba intercambiar descargas laterales mientras pasaba por delante de cada Fox. El crucero inclinó su cubierta quince grados a estribor, compensado ligeramente el plano elevado que había tomado durante su avance. A distancia media, el Alexander Davion superaba en armas a cada corbeta en una proporción de mas de tres a uno. El Almirante Hartford gritó por el sistema de comunicaciones de la flota, ordenando a las corbetas romper y tomar inmediatamente vectores de escape.

 

Víctor esperó con los nudillos blancos agarrados a cada brazo de su sillón mientras las corbetas iniciaban su viraje demasiado tarde como para evadirse del crucero lealista. La NFS Almirante Corinne Donnings pasó primero por delante del Alexander Davion, escupiendo media docena de mísiles de crucero barracuda y abofeteando al navío mayor con laseres navales y cañones automáticos. Sus armas de defensa puntual proporcionaron cierta protección frente a los cazas enemigos, pero el blindaje que quedaba era demasiado fino para aguantar el asalto principal del crucero.

 

Por cada barracuda enviado en su dirección, el Alexander respondió con un killer whale procedente de sus lanzadores AR10. Los laseres capitales derritieron el blindaje de la Donnings, abriendo brechas que el crucero se apresuró a rellenar con chorros de metal fundido y las frías y perforantes salvas de proyectiles gauss. Maltratada, averiada y emitiendo mensajes de desastre, la Donnings logró pasar al crucero a lomos de una intermitente unidad de propulsión tomando un rumbo directo hacia Nueva Avalon. Los botes salvavidas empezaron a separarse de la pequeña Nave de Guerra, incluso mientras el Alexander Davion giraba toda su atención hacia la Kentares.

 

Sorprendentemente la Kentares estaba ya soltando botes salvavidas en el vació del espacio, como si estuviera aceptando su funesto destino. Viró y enderezó, preparándose para acortar camino por el arco interior del Alexander en un intento de evitar la terrorífica descarga lateral que la esperaba. Sin embargo, El Alexander giró con la Kentares, sin estar dispuesta a dejarla ir tan fácilmente.

 

La preocupación de los lealistas por las maniobras tácticas pudo haberles cegado frente a los otros preparativos de la Kentares. Aunque seguramente, es más probable que la tripulación del Alexander Davion simplemente no pudiera creérselos.

 

Uno de los oficiales del Almirante Hartford fue lo bastante rápido para responder a las alarmas, anunciando el problema antes incluso de haber acabado de comprobar todos los sensores. – ¡Almirante! ¡Tenemos una creciente fuente electromagnética cerca! No.... no hay señal infrarroja –.

 

Un pulso electromagnético era la señal indicadora de la llegada o partida de una Nave de Salto o de una de Guerra, aunque cualquier intento de saltar dentro del sistema a esta distancia del campo de gravedad de Nueva Avalon sería suicida. A pesar de todo, la falta de señal infrarroja indicaba que este no se trataba de una llegada.

 

El oficial de sensores hizo una doble comprobación. – Detectando fluctuaciones leves del campo de gravedad.... hay un campo EM en expansión. Señor, ¡Es la Kentares! ¡Va a saltar! –.

 

Kristoffer Hartford se puso pálido, su rostro se blanqueó como si toda la sangre hubiera escapado de su cuerpo. Liberándose con un manotazo al seguro de su arnés, saltó hacia la estación de comunicaciones y cambio a un canal abierto. Todo lo que Víctor pudo hacer fue tirar de su arnés y pegar sus ojos a las pantallas principales. – ¡No, Kentares, no! –.

 

Por supuesto, cualquier intento de cargar la unidad Kearny-Fuchida y saltar fuera del sistema Nueva Avalon desde cualquier posición cercana al planeta era igual de mortal que un salto a ciegas dentro del sistema. Mas incluso en este caso, ya que las bobinas de cualquier unidad KF cercana podrían resonar formando un arco gravitacional y distorsionar el campo en formación, abortando, en el mejor de los casos, el salto. La Kentares se estaba lanzando directa contra laAlexander Davion, y estaba suficientemente cerca de la lealista Antrim o de la propia Melissa para que estas no pudieran estar totalmente a salvo del mortal intento.

 

El Almirante Hartford logró dar una única orden para desactivar su propia unidad KF antes de que la ultima transmisión de la Kentares se filtrara entre la estática y resonara sobre las comunicaciones del puente. – Dios salve al Príncipe –.

 

La Kentares se sumergió en el distorsionado campo de energía. Las estrellas palidecieron hasta parecer simples ascuas. La corbeta relució, como si fuera una ilusión creada por el calor sobre el suelo del desierto, y después se convirtió en una grotesca parodia de su antigua forma. La ancha popa del navío se congelo en el espacio, o al menos pareció detenerse, mientras que la proa salió disparada como un borroso puño. La ancha parte media se estiró como si fuera melaza conforme el casco se fundía como la cera. A continuación la parte trasera se quebró mientras la corbeta realizaba el salto arrastrando consigo la proa delAlexander.

 

Víctor nunca estuvo seguro de las circunstancias reales dado que el campo electromagnético distorsionó todas las cámaras durante aquel momento, pero a él le pareció como si la unidad KF del Alexander Davion fuese súbitamente arrancada de cuajo a través del casco del crucero, como si fuera un pez siendo deshuesado. Eso hizo jirones la carne metálica de la Nave de Guerra, destruyendo las armas, los mamparos y el motor de fusión principal en su intento de seguir a la Kentares a través del hiperespacio. Al final no lo consiguió. El campo colapsó y las oscurecidas estrellas volvieron a ocupar su sitio.

 

Sacudidos duramente por el ultimo pulso gravitatorio, el Melissa se estremeció de lado como si hubiera sido golpeado por otro buque. Víctor vio lo que debía haber sido la sección de popa del motor de la Kentares o posiblemente algún retorcido resto del NFS Alexander Davion. Unos pocos cazas aturdidos se movieron por la escena. A continuación la pantalla se iluminó de una luz clara, cuando el mutilado Alexander finalmente explotó.

 

Lanzado sobre la cubierta por la onda de choque de la Kentares, el Almirante Hartford se estaba sujetando protectoramente contra el costado un brazo roto. Prestó menos atención a los restos de su arruinada corbeta esparcidos por el campo de batalla que a su maniobra original.

– ¡Fuego! – gritó, con su voz teñida de dolor. – Olvidad a la Kentares, se ha perdido. ¡Disparad a ese maldito crucero! ¡Al Lucien! –.

 

Víctor parpadeó para recuperar alguna semejanza de pensamiento coherente, alternando su mirada entre los monitores auxiliares y la pantalla holográfica. No solo la Kentares y el Alexander Davion habían desaparecido respecto a la anterior representación, la Antrim giraba fuera de control, y el Lucien había permitido que la nave insignia de Víctor ganara su espalda. Tanto el Melissa como la Robinson, la única corbeta que le quedaba a Víctor, abrieron fuego contra el ultimo crucero lealista al mismo tiempo.

 

El destructivo poder de ambas naves de Guerra golpeó los propulsores traseros del Lucien, aplastándolos con feroz dedicación. Víctor vio florecer las breves explosiones de los impactos de mísiles sobre el crucero, cerca de sus armas traseras. El Lucien empezó a girar, maniobrando solo con sus propulsores delanteros, pero era demasiado lento. El Melissa recortó para realizar una completa descarga lateral por babor, y mientras el Lucien viraba, el Almirante Hartford hacia avanzar el fuego por toda la longitud del crucero, intentando sumirlo en la indefensión antes de que cualquier fuego de respuesta pudiera ser hecho.

 

Un gauss naval golpeó sobre el emplazamiento de los cañones automáticos capitales de la Melissa. Otro quemó un mamapro tan cerca del puente que hizo que el suelo se rebélasele de nuevo, sacudiendo a Hartford sobre su brazo roto y abriendo una nueva silbante fisura sobre una costura. El viento artificial arremolinó el pelo de Víctor, y sus oídos zumbaron, pero los suboficiales de control de daños pusieron un parche sellante sobre el agujero en cuestión de segundos.

 

– Señor, – gritó un oficial de comunicaciones, – el Lucien se rinde. ¡Se han rendido! –. Validando el anuncio el Melisa se calmó y dejó de estremecerse bajo el fuego enemigo.
– Cesen el fuego, – ordenó Hartford entre dientes. – Díganle al Lucien que detenga toda maniobra y apague los motores. Timón, pónganos detrás suyo. Si encienden un solo propulsor antes de que tengamos un equipo de abordaje dentro abran fuego –. Aspiró una temblorosa bocanada da aire antes de seguir.
– Envíen inmediatamente a los remolcadores en ayuda de la Donnings, la Intrepid y la Antrim –.
– Tengo a la Intrepid, – respondió rápidamente Comunicaciones. – Esta en orbita estable sobre Nueva Avalon. La Donnings se ha perdido, señor. Golpeó la atmósfera hace treinta segundos –.

 

No había necesidad de describir los resultados. Las naves de Guerra nunca entraban a propósito en la atmósfera, o más de una vez. El puente guardó un momento de silencio, voluntario o involuntario, mientras cada tripulante deseaba a sus camaradas en el espacio una muerte rápida.

 

– Alguien debería decir algo, – señaló el oficial de armas suavemente. – Por la Donnings y la Kentares –.
– Lo diremos, – prometió Víctor, liberándose de su arnés para ayudar a Hartford a volver a su propio asiento. – Después. Diremos algo por todos ellos, espero –. Hizo un gesto hacia Comunicaciones. – De momento pongámonos en contacto con la fuerza de asalto. Díganles que tienen vía libre para aproximarse a Nueva Avalon –.

 

Y lo hicieron. Con el Lucien rendido y la Murmansk escapando hacia el punto de salto nadir, la mayor parte de cazas aerospaciales y naves de Descenso enemigas torcieron hacia Nueva Avalon en busca de protección, por lo tanto nada quedaba que pudiera detener el avance de los aliados. Uno de los técnicos del puente puso la imagen de una cámara enfocada directamente sobre el planeta en la pantalla principal. 
Girando lentamente sobre el observador ojo de la Nave de Guerra, el hemisferio superior del planeta llenaba la pantalla, con el placido verde azulado solo desteñido por la desagradable estela de una Excalibur lealista en retirada.

 

– Katherine, – murmuró Víctor para sí mismo, cuidando de que no le oyera siquiera su almirante.
– Katherine, ya estoy aquí –.