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‘Cuando
el Robert
Davion se perdió sobre Kathil, todas las FAFS sintieron
el golpe. Las naves de Guerra se llevan una apreciable parte
del presupuesto militar. Nadie contó con la clase de perdidas
que tendríamos con más de una nave de guerra luchando en la
misma batalla. El PIB de planetas enteros fue tirado al vació
del espacio. Fue un error. Y pagamos por
él.’
- Causa y
Efecto, Prensa de Avalon, 3067
NFS Melissa Davion
Sistema Nueva
Avalon, Marca Crucis
Federación de
Soles
15 de
Noviembre del 3066
La primera
batalla de Víctor Steiner-Davion por Nueva Avalon no tuvo lugar en
tierra o dentro de un mech. Transcurrió a quinientos mil
kilómetros lejos del planeta, cuando su Nave de Guerra clase
Avalon, el NFS Melissa Davion, y sus tres ultimas
corbetas clase Fox se enfrentaron con las Fuerzas de
Defensa Espacial de Katherine.
El crucero
de dos cascos se estremeció violentamente con cada terrorífico
impacto. Las alarmas aullaban en busca de atención, y Víctor
pudo imaginar a los equipos de control de daños gritándose unos a
otros por los solitarios corredores de abordo. A veces, sabía,
esos gritos quedaban silenciados por el silbido del aire
escapándose al exterior. Era su mas ferviente esperanza el que los
apresurados parches o los cierres de las puertas selladas
contuvieran mas a menudo el mortal vació de espacio.
El puente
del Melissa estaba mas allá de esas
mortales distracciones, aunque no de todas. Dos
jóvenes suboficiales estaban soldando un parche, asegurando un
diminuto agujero, del grosor de un pelo, que había, solo por
un instante, inspirado a todos los tripulantes del puente la gélida
amenaza que acechaba mas allá del casco blindado del buque.
Los oídos de Víctor zumbaron mientras los
estabilizadores atmosféricos trabajaban para volver a la
presión nominal. Aspiró profundamente el aire reciclado
y paladeó el seco aroma a ozono dejado atrás por los filtros
de dióxido de carbono.
– Debería
estar abajo, en el Centro de Control, – le dijo el ViceAlmirante
Kristoffer Hartford, apartando la mirada de su pantalla
holográfica. – Alteza, – añadió.
Víctor no
estaba tan seguro. El primer oficial del buque había tomado el
mando del Centro de Control, eje de toda la actividad de
control de daños y puente secundario, y Víctor había ocupado su
vacío asiento aquí. Anclado a su silla por un correaje no muy
distinto al arnés de seguridad de un battlemech, se agarró a
los brazos de su asiento con renovadas fuerzas mientras consideraba
la idea. ¿Acaso estaba arriesgando su vida y comprometiéndolo
todo al quedarse en el puente del crucero?
– He estado
protegido suficiente tiempo, Kris. Me quedaré aquí hasta que
aparques este trasto sobre Nueva Avalon y nuestras fuerzas de
asalto lleguen –. Si llegaban, y si las naves de Guerra de
Víctor podían limpiar su ruta de las Fuerzas de Defensa de
Nueva Avalon.
Setenta y
nueve naves de Salto permanecían estacionadas en el punto cenit,
una armada sacada de cada uno de los mundos al alcance
inmediato de Víctor. Habían trasportado a ciento ochenta y tres
naves de Descenso en uno de los mayores únicos movimientos de
tropas jamás realizados. Esos transportes de tropas estaban a
tan solo ocho horas por detrás de Víctor, y alcanzándole
rápidamente, esperando un camino libre de obstáculos hacia el
planeta. Si no lo obtenían, su asalto se convertiría en poco mas
que una galería de tiro, con cuatro naves de Guerra de
Katherine disparando a gusto sobre naves de Descenso llenas de
mech como si fueran frutas maduras, esparciendo su carne y sus
semillas en el espacio, donde nunca germinarían. Todo lo que
un cuerpo congelado por el vació del espacio podría esperar sería
una rápida cremación al caer hacia la atmósfera de Nueva
Avalon.
Sin los
esperados refuerzos de naves de Guerra desde Kathil ese podría ser
el mismo destino que le esperaba a Víctor. Katherine, a pesar
de todo, había mantenido el control del NFS Lucien Davion y
del NFS Alexander Davion, ambos cruceros de
clase Avalon, así como de las corbetas Antrim y Murmansk.
Los laseres
navales iluminaban el espacio entre los buques durante breves
periodos mientras cada bando luchaba por alcanzar una posición
de superioridad contra el enemigo. Las lanzaderas de mísiles
esparcían su carga letal y las armas de raíles aceleraban
enormes masas de muerte silenciosa a través de la noche sin
fin. A veces, parecía como si hubiesen mas cazas centelleando en
los monitores que estrellas había, aunque los dos escuadrones
de naves de Descenso y Asalto de la Melissa impedían que se
acercaran demasiado al crucero de dos cascos.
Desafortunadamente, no podía decirse lo mismo de la Intrepid, la cuarta
corbeta clase Fox de Víctor. La Intrepid había perdido sus propias
escoltas y poco después su avionica y sus sistemas de control en
un masivo ataque de cazas aerospaciales. Giraba ahora sin
control en el lado mas alejado de Nueva Avalon, trazando
lentamente una espiral alrededor del planeta. Tanto si terminaba
por caer en la atmósfera o si lograba alcanzar una orbita
estable entorno al planeta y terminar frente a los cruceros de
patrulla era todavía un asunto sin determinar.
– Timón,
pónganos de frente, – ordenó Hartford, después clavó una dura
mirada sobre la espalda de su oficial de comunicaciones con la
flota. El hombre se removió, incomodo, como si fuera consciente de
la mirada del almirante.
–
Comunicaciones, que la Kentares y la Donning retrocedan. Ordene a
la Robinson que se haga cargo
de la situación y frene su aproximación –.
Víctor
trató de seguir las maniobras de su almirante en la pantalla
principal, observando como las tres restantes Fox se apartaban
de los dos cruceros gemelos de Katherine. La NFS Robinson tomó un
curso ligeramente diferente, alejándose de las otras dos, pero
ni el Alexander ni el Lucien picaron el
anzuelo.
Hartford se
rascó su canosa barba, moviendo la cabeza. – No van a seguir
nuestro juego –.
Tanto
el Alexander como el Lucien
Davion mantenían sus posiciones, sin alejarse nunca
excesivamente de Nueva Avalon, sin importar que ventajas les
ofrecieran los aliados. Conocían sus prioridades, mantenerse
entre Nueva Avalon y la fuerza de asalto en tránsito. En su
posición defensiva y con la potencia de fuego superior de los
dos cruceros su defensa era muy sólida. El almirante Hartford
maniobró repetidamente la flota de Víctor, tratando primero de
empujarles hacia la atmósfera y después haciendo muchos
intentos de dividir su grupo de combate para aislar y destruir uno
de los cruceros. En cada ocasión, las naves de Guerra aliadas
se llevaban la peor parte.
Hartford
inhaló sonoramente e hizo un gesto de desprecio hacia la pantalla
principal, como si estuviera comprobando el aire y encontrando
en él lo que buscaba. – Timón, tome un rumbo entre esos
dos cruceros y llévenos a su espalda. Armas, prepárese y haga
fuego a discreción tan pronto como pueda mientras estemos a
distancia de tiro. Esto se va a poner feo –.
Se volvió
entonces para mirar fijamente a Víctor de nuevo, tanteando su
resolución. Víctor lanzó una mirada hacia la escotilla
sellada. – Dejaré el puente un paso por detrás de tí, Kris –.
– Alteza,
si vamos a sacarles de la sombra de Nueva Avalon vamos a tener que
acercarnos mucho –.
– No dejes
que yo te lo impida –.
–
¡Comunicaciones! – gritó Hartford, lanzando algo mas de su
frustración al aire. – Quiero a la Robinson ligeramente por delante y
por encima. Díganle a laKentares y a la Donnings que se
abran ampliamente por nuestro babor, como si planearan
colocarse entre esos lealistas y la cara oscura del planeta
–.
Manteniendo
esa formación, las naves de Guerra aliadas cayeron hacia Nueva
Avalon. Sus propios cazas aerospaciales se aglomeraron por
delante, formando una punta de lanza que arrolló la pantalla de
defensa lirana y empezó a hostigar a los cruceros lealistas.
Los cazas enemigos y multitud de naves de Descenso de Escolta
devolvieron el favor, golpeando su flanco y escapando lo más rápido
posible, prefiriendo enfrentarse con una de las Fox antes que
con el crucero. Habían aprendido de anteriores pasadas
como evitar el interior de cualquier formación piramidal,
donde las cinco naves al completo, cuatro ahora, solapaban
suficiente potencia de tiro para derribar cualquier cosa que
entrara dentro. Al menos, la mayoría de ellos lo habían
aprendido. Una Overlord de clase Asalto lo intentó de nuevo,
pensando en deslizarse por detrás de la Robinson. Los aliados
la dejaron como un colador, destrozada y vertiendo sus ultimas
reservas de oxigeno al exterior.
El Centro
de Control actualizó los datos del puente durante un breve respiro,
informando de daños estructurales ligeros en el crucero y la
seria perdida de dos cañones gauss navales en el costado
de estribor. Hartford lo aceptó con apenas un gruñido, y
después ordenó que se mostrará en el monitor principal la
disposición de la flota de Katherine.
Sus dos
cruceros clase Avalon mantenían firmemente el centro de su
formación. Los dos cascos divididos según un diseño de tipo
catamarán se alzaban a babor y estribor, como invitando a los
aliados a un fuerte abrazo lealista. La Antrim y
la Murmansk flanqueaban
al Alexander y al Lucien a buena
distancia, ligeramente por delante y preparados para abortar
cualquier maniobra radical hecha por el almirante
de Víctor.
– Es como
mirar fijamente el cañón de un rifle, – dijo Víctor en voz
baja.
Hartford
agitó su cabeza. – Eso denota un pensamiento en dos dimensiones,
Alteza–. El tono de su voz permaneció justo por debajo de lo
hostil, aunque Víctor sabia que no era nada personal. Era
simplemente la forma de ser del hombre que había escogido como
almirante de la flota. Hartford era un hombre pequeño, ancho
de pecho. Un oficial naval de tercera generación que había
demostrado la misma feroz independencia que Víctor habría
esperado de cualquier marino veterano. A menudo parecían nacer
solo para ese oficio, algo casi suficiente para convencer a
Víctor de que los Clanes tenían razón respecto a sus programas
genéticos de selección.
El Melissa tembló cuando un escuadrón
de cazas golpeó su panza. En una pantalla auxiliar Víctor
los observó escabullirse como si fueran pirañas. – ¿Cómo lo
ves tu entonces, Kris? – preguntó. La respuesta no le llegó
durante muchos largos segundos, como si el almirante estuviera
decidiendo si valía la pena responder. Su oficial de armas
informó entre gritos que uno de los restantes cañones
gauss del Melissa estaba distancia de tiro,
ordenando un patrón de fuego continuo. Hartford
observó atentamente. Finalmente elevó sus manos como si
estuviera agarrando una gran pelota invisible.
– Es una
esfera, señor. Nosotros estamos en el centro, y dondequiera que
tengáis una amenaza, – apuntó hacia las pantallas y después
hacia un invisible punto en su esfera, – obtenéis una distancia, un
radio –. Volvió a colocar sus manos alrededor del espacio. –
La amenaza se extiende formando otra esfera hasta que entra en
contacto con la vuestra. El mayor peligro se localiza entorno a la
posición de la amenaza, llamémoslo un polo, y se va
difuminando una vez pasado el ecuador –.
– Hay
cuatro naves de Guerra lealistas ahí fuera, – dijo Víctor. – En el
momento en que rompan la formación tendrás cinco esferas
superpuestas de tamaño variable –. Hartford asintió una única
vez, seca y definitivamente. – Bienvenido a mi mundo Alteza
–. Comprobó las pantallas, el monitor holográfico, y ordenó un
nuevo informe de sus oficiales.
Consiguió
la mayor parte de esos informes antes de que un primer impacto
demoledor alcanzara el morro del Melissa Davion y despuntara
la afilada proa de su casco de babor, dejando tras de sí un
hueco arruinado, y lanzando escombros hacia el interior del de
estribor. En la pantalla, el Lucien Davion se colocó de
costado. Chisporroteos de nítida luz azul iluminaron el casco del
crucero allá donde los emplazamientos de cañones gauss navales
descargaban sus bobinas de aceleración y lanzaban
pesadas masas en dirección al Melissa. Mientras tanto,
el Alexander avanzó y se preparo para
tratar con las dos Fox aliadas en el flanco.
– Timón,
gire mas hacia babor. Ponga nuestras armas delanteras de estribor a
trabajar –. Víctor lanzó una mirada hacia su almirante. –
¿Acaso no hemos perdido todas nuestras armas pesadas
de estribor? –.
–
Precisamente por eso pueden hacernos menos daños en esa banda, –
dijo Hartford, sin apartar los ojos de la pantalla.
– Timón,
reduzca potencia en nuestros motores principales. Preparados para
un giro cerrado a estribor y para acelerar mi señal –.
Con la
inercia de los motores, el Melissa avanzó sin esfuerzo hacia
el caos. Sus cañones automáticos delanteros y sus laseres
capitales empezaron a tantear al Lucien en cuanto estuvo a tiro,
igualando incluso el intercambio de disparos. El Centro de
Control empezó a enviar informes de daños, como si
estuviera cronometrando el tiempo de batalla: avionica, uno de
los anillos superconductores de la unidad KF, la cubierta de
gravedad de estribor. Víctor escuchaba noticias de la muerte de
buenos hombres y mujeres con cada informe. Hartford parecía
catalogar los informes como poco mas que sistemas dañados.
Cuando se perdió el ultimo cañón gauss de estribor dio a su
timonel la señal para virar a estribor, lo cual les alejaría
de Nueva Avalon y dejaría a la fuerza de asalto a merced de la
flota lealista.
– Ahora
daremos la vuelta y patearemos al Lucien justo en el culo, – gritó a
todo el puente. Excepto que dos de las corbetas aliadas nunca
llegaron a realizar el giro.
El Alexander
Davion se había alejado mas que nunca de la formación
lealista, tomando un ángulo para interceptar a
la Donnings y a su
fiel Kentares. Un ala completa de cazas
aerospaciales aliados se lanzaron contra el Alexander, tratando de
apartarlo de su camino. El crucero nadó a través de los
cazas, dejándoselos a un trío de sus naves de Descenso de
Escolta que tardaron poco en acallar el asalto. Los cazas
alcanzados iluminaban la estela delAlexander. Unos pocos fuegos alumbraron
el costado de estribor del crucero, extinguiéndose rápidamente
mientras la atmósfera en esas áreas era purgada al espacio.
Nunca tuvieron siquiera la oportunidad de dañar o apenas frenar al
leviatán.
No hubo
ningún giro vacilante, el capitán del Alexander estaba contento con
su avance y sin duda planeaba intercambiar descargas laterales
mientras pasaba por delante de cada Fox. El crucero inclinó
su cubierta quince grados a estribor, compensado ligeramente
el plano elevado que había tomado durante su avance. A
distancia media, el Alexander Davion superaba en armas
a cada corbeta en una proporción de mas de tres a uno. El
Almirante Hartford gritó por el sistema de comunicaciones de la
flota, ordenando a las corbetas romper y tomar inmediatamente
vectores de escape.
Víctor
esperó con los nudillos blancos agarrados a cada brazo de su sillón
mientras las corbetas iniciaban su viraje demasiado tarde como
para evadirse del crucero lealista. La NFS Almirante Corinne
Donnings pasó primero por delante del Alexander Davion,
escupiendo media docena de mísiles de crucero barracuda y
abofeteando al navío mayor con laseres navales y cañones
automáticos. Sus armas de defensa puntual proporcionaron
cierta protección frente a los cazas enemigos, pero el blindaje que
quedaba era demasiado fino para aguantar el asalto principal
del crucero.
Por cada
barracuda enviado en su dirección, el Alexander respondió con un
killer whale procedente de sus lanzadores AR10. Los laseres
capitales derritieron el blindaje de la Donnings, abriendo brechas que
el crucero se apresuró a rellenar con chorros de metal fundido
y las frías y perforantes salvas de proyectiles gauss.
Maltratada, averiada y emitiendo mensajes de desastre,
la Donnings logró pasar al crucero a
lomos de una intermitente unidad de propulsión tomando un
rumbo directo hacia Nueva Avalon. Los botes salvavidas
empezaron a separarse de la pequeña Nave de Guerra, incluso
mientras el Alexander Davion giraba toda su
atención hacia la Kentares.
Sorprendentemente la Kentares estaba ya soltando botes
salvavidas en el vació del espacio, como si estuviera
aceptando su funesto destino. Viró y enderezó, preparándose para
acortar camino por el arco interior del Alexander en un
intento de evitar la terrorífica descarga lateral que la
esperaba. Sin embargo, El Alexander giró con
la Kentares, sin estar dispuesta a dejarla
ir tan fácilmente.
La
preocupación de los lealistas por las maniobras tácticas pudo
haberles cegado frente a los otros preparativos de
la Kentares. Aunque seguramente, es más
probable que la tripulación del Alexander Davion simplemente no pudiera
creérselos.
Uno de los
oficiales del Almirante Hartford fue lo bastante rápido para
responder a las alarmas, anunciando el problema antes incluso
de haber acabado de comprobar todos los sensores. –
¡Almirante! ¡Tenemos una creciente fuente electromagnética cerca!
No.... no hay señal infrarroja –.
Un pulso
electromagnético era la señal indicadora de la llegada o partida de
una Nave de Salto o de una de Guerra, aunque cualquier intento
de saltar dentro del sistema a esta distancia del campo de gravedad
de Nueva Avalon sería suicida. A pesar de todo, la falta de
señal infrarroja indicaba que este no se trataba de una
llegada.
El oficial
de sensores hizo una doble comprobación. – Detectando fluctuaciones
leves del campo de gravedad.... hay un campo EM en expansión.
Señor, ¡Es la Kentares! ¡Va a saltar! –.
Kristoffer
Hartford se puso pálido, su rostro se blanqueó como si toda la
sangre hubiera escapado de su cuerpo. Liberándose con un
manotazo al seguro de su arnés, saltó hacia la estación de
comunicaciones y cambio a un canal abierto. Todo lo que Víctor
pudo hacer fue tirar de su arnés y pegar sus ojos a
las pantallas principales. – ¡No, Kentares, no! –.
Por
supuesto, cualquier intento de cargar la unidad Kearny-Fuchida y
saltar fuera del sistema Nueva Avalon desde cualquier posición
cercana al planeta era igual de mortal que un salto a ciegas dentro
del sistema. Mas incluso en este caso, ya que las bobinas de
cualquier unidad KF cercana podrían resonar formando un arco
gravitacional y distorsionar el campo en formación, abortando, en
el mejor de los casos, el salto. La Kentares se estaba lanzando
directa contra laAlexander Davion, y estaba
suficientemente cerca de la lealista Antrim o de la
propia Melissa para que estas no pudieran
estar totalmente a salvo del mortal intento.
El
Almirante Hartford logró dar una única orden para desactivar su
propia unidad KF antes de que la ultima transmisión de
la Kentares se filtrara entre la
estática y resonara sobre las comunicaciones
del puente. – Dios salve al Príncipe –.
La Kentares se sumergió en el
distorsionado campo de energía. Las estrellas palidecieron hasta
parecer simples ascuas. La corbeta relució, como si fuera una
ilusión creada por el calor sobre el suelo del desierto, y
después se convirtió en una grotesca parodia de su antigua
forma. La ancha popa del navío se congelo en el espacio, o al
menos pareció detenerse, mientras que la proa salió disparada
como un borroso puño. La ancha parte media se estiró como si fuera
melaza conforme el casco se fundía como la cera. A
continuación la parte trasera se quebró mientras la corbeta
realizaba el salto arrastrando consigo la proa delAlexander.
Víctor
nunca estuvo seguro de las circunstancias reales dado que el campo
electromagnético distorsionó todas las cámaras durante aquel
momento, pero a él le pareció como si la unidad KF
del Alexander Davion fuese súbitamente
arrancada de cuajo a través del casco del crucero, como si fuera un
pez siendo deshuesado. Eso hizo jirones la carne metálica de
la Nave de Guerra, destruyendo las armas, los mamparos y el
motor de fusión principal en su intento de seguir a
la Kentares a través del
hiperespacio. Al final no lo consiguió. El campo colapsó y las
oscurecidas estrellas volvieron a ocupar su sitio.
Sacudidos
duramente por el ultimo pulso gravitatorio, el Melissa se
estremeció de lado como si hubiera sido golpeado por otro
buque. Víctor vio lo que debía haber sido la sección de popa del
motor de la Kentares o posiblemente algún
retorcido resto del NFS Alexander Davion. Unos pocos cazas
aturdidos se movieron por la escena. A continuación la
pantalla se iluminó de una luz clara, cuando el
mutilado Alexander finalmente explotó.
Lanzado
sobre la cubierta por la onda de choque de la Kentares, el Almirante
Hartford se estaba sujetando protectoramente contra el costado
un brazo roto. Prestó menos atención a los restos de
su arruinada corbeta esparcidos por el campo de batalla que a
su maniobra original.
– ¡Fuego! –
gritó, con su voz teñida de dolor. – Olvidad a la Kentares, se ha
perdido. ¡Disparad a ese maldito crucero! ¡Al Lucien! –.
Víctor
parpadeó para recuperar alguna semejanza de pensamiento coherente,
alternando su mirada entre los monitores auxiliares y la
pantalla holográfica. No solo la Kentares y el Alexander
Davion habían desaparecido respecto a la anterior
representación, la Antrim giraba fuera de control, y
el Lucien había permitido que la
nave insignia de Víctor ganara su espalda. Tanto el Melissa como
la Robinson, la única corbeta que le
quedaba a Víctor, abrieron fuego contra el ultimo crucero lealista
al mismo tiempo.
El
destructivo poder de ambas naves de Guerra golpeó los propulsores
traseros del Lucien, aplastándolos con feroz
dedicación. Víctor vio florecer las breves explosiones de los
impactos de mísiles sobre el crucero, cerca de sus armas
traseras. El Lucien empezó a girar, maniobrando
solo con sus propulsores delanteros, pero era demasiado lento.
El Melissa recortó para realizar una
completa descarga lateral por babor, y mientras
el Lucien viraba, el Almirante
Hartford hacia avanzar el fuego por toda la longitud
del crucero, intentando sumirlo en la indefensión antes de que
cualquier fuego de respuesta pudiera ser hecho.
Un gauss
naval golpeó sobre el emplazamiento de los cañones automáticos
capitales de la Melissa. Otro quemó un mamapro tan
cerca del puente que hizo que el suelo se rebélasele de nuevo,
sacudiendo a Hartford sobre su brazo roto y abriendo una nueva
silbante fisura sobre una costura. El viento
artificial arremolinó el pelo de Víctor, y sus oídos zumbaron,
pero los suboficiales de control de daños pusieron un parche
sellante sobre el agujero en cuestión de segundos.
– Señor, –
gritó un oficial de comunicaciones, – el Lucien se rinde. ¡Se han
rendido! –. Validando el anuncio el Melisa se calmó y dejó de
estremecerse bajo el fuego enemigo.
– Cesen el
fuego, – ordenó Hartford entre dientes. – Díganle
al Lucien que detenga toda maniobra
y apague los motores. Timón, pónganos detrás suyo. Si
encienden un solo propulsor antes de que tengamos un equipo de
abordaje dentro abran fuego –. Aspiró una temblorosa bocanada da
aire antes de seguir.
– Envíen
inmediatamente a los remolcadores en ayuda de la Donnings,
la Intrepid y la Antrim –.
– Tengo a
la Intrepid, – respondió rápidamente
Comunicaciones. – Esta en orbita estable sobre Nueva Avalon.
La Donnings se ha perdido, señor.
Golpeó la atmósfera hace treinta segundos –.
No había
necesidad de describir los resultados. Las naves de Guerra nunca
entraban a propósito en la atmósfera, o más de una vez. El
puente guardó un momento de silencio, voluntario o
involuntario, mientras cada tripulante deseaba a sus camaradas
en el espacio una muerte rápida.
– Alguien
debería decir algo, – señaló el oficial de armas suavemente. – Por
la Donnings y la Kentares –.
– Lo
diremos, – prometió Víctor, liberándose de su arnés para ayudar a
Hartford a volver a su propio asiento. – Después. Diremos algo
por todos ellos, espero –. Hizo un gesto hacia Comunicaciones. –
De momento pongámonos en contacto con la fuerza de asalto.
Díganles que tienen vía libre para aproximarse a Nueva Avalon
–.
Y lo
hicieron. Con el Lucien rendido y la Murmansk escapando
hacia el punto de salto nadir, la mayor parte de cazas
aerospaciales y naves de Descenso enemigas torcieron hacia Nueva
Avalon en busca de protección, por lo tanto nada quedaba que
pudiera detener el avance de los aliados. Uno de los
técnicos del puente puso la imagen de una cámara enfocada
directamente sobre el planeta en la pantalla principal.
Girando
lentamente sobre el observador ojo de la Nave de Guerra, el
hemisferio superior del planeta llenaba la pantalla, con el
placido verde azulado solo desteñido por la desagradable estela de
una Excalibur lealista en
retirada.
–
Katherine, – murmuró Víctor para sí mismo, cuidando de que no le
oyera siquiera su almirante.
–
Katherine, ya estoy aquí –.