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—Gracias —dije. Tenía más preguntas para Aucto, así que le acerqué una silla y le pedí que se sentara y descansara los heridos pies.
Una vez sentado, me incliné sobre el respaldo de la silla, de modo que él oyera mi voz a su espalda y no pudiera verme. Es una técnica de interrogatorio de los vigiles, destinada a desorientar al sospechoso. Es muy básica. El problema es que tú tampoco puedes ver al sospechoso.
—Estoy segura de que todos aquí te creen. Tú querías a Clodia, así que, ¿tengo razón?, cuando regresaste a Roma con los pies sangrantes y el corazón afligido, te escondiste, ¿pero hiciste saber a tu hermana que estabas aquí?
El hermano asintió con cautela.
—En realidad, me enteré de que estaba disgustada porque la habían separado de Numerio, me lo dijo él, así que pensé que, si sabía de mí y de mi problemática situación, quizá tendría algo mejor en que pensar que la distrajera.
—Me alegro, porque eso me ayuda a explicar algo que me ha tenido desconcertada. Tus amigos y tú cenasteis juntos en el termopolio llamado Fábulo.
—Es cierto.
—Cluvio, que organizó la velada, llevó a cabo un sorteo para llenar nueve plazas. A ti te tocó una, así que supongo que todos tus amigos sabían que estabas de vuelta en Roma, y no solo tu mejor amigo, Numerio.
—En ese momento, estaba en casa de Numerio, con permiso de sus padres. Ellos fueron muy amables conmigo; su madre me dio ungüentos de hierbas para los pies, hechos especialmente con sus propias manos… —Me contuve para no soltar un gemido—. Numerio se lo dijo a los otros, nuestros amigos. En realidad, si la cena tenía un propósito era el de poder reunirnos todos de nuevo. A los demás no los había visto desde que me fui de Roma.
—Aquí necesito tu ayuda, Publio Volumnio. Eso fue la noche antes de que tu hermana Clodia muriera. Ella no estaba invitada a la cena, pero salió de casa a escondidas y fue de todas formas.
El hermano trató de darse la vuelta para verme. Habló con tono abatido.
—Sí, vino. Fue culpa mía, supongo. Estaba muy emocionada sabiendo que había vuelto a Roma, así que vino para verme cuando se enteró de lo de la cena.
—¿No os habíais visto antes?
—No. Solo habíamos intercambiado mensajes a través de mi esclavo.
—¿Te refieres a Doroteo? Bien, Publio, durante bastante tiempo pensé que Clodia debía de haberse presentado en la cena para ver a un joven por el que suspiraba. No era Numerio, porque ese episodio había terminado en realidad. Pero ¿quizá imaginaba que podía ponerle ojitos a Vincencio?
—Vincencio no estaba en la cena.
—Lo sé. ¿Lo sabía ella? Vincencio es un miembro importante de vuestro grupo, sin embargo no obtuvo un lugar cuando se echaron a suertes… No voy a preguntar si eso fue deliberado, si, quizá, queríais distanciaros de alguien con cuya familia no queríais tener tratos. —A mi espalda percibí que a Verónica se le erizaba el vello de la nuca. Cuando planteé la idea abiertamente, vi miradas furtivas entre Anicia y Umidia, que estaban sentadas juntas, entre Cluvio y Numerio, y entre Cluvio y Granio.
—Nunca haríamos algo así —sostuvo Aucto, que parecía el de mejor carácter entre ellos. Sus amigos acababan de confirmarme que sí lo harían.
—Bueno, dejémoslo. Por favor, cuenta lo que ocurrió cuando llegó tu hermana. ¿Esperaba ver a Vincencio?
—Creo que en realidad sí.
—Así que sufrió una decepción… ¿Pero se alegraba mucho de verte a ti, el hermano al que idolatraba?
—Estaba contenta, sí. Yo no estuve allí todo el tiempo, y no estaba cuando llegó y se unió al grupo.
—¿En serio? ¿Y dónde estabas?
—Cerca. Hablando en privado con otra persona.
—¿Quién era?
—Bueno…
Miré fijamente al grupo de amigos.
—¿Quién fue? ¿Quién recuerda haber hablado con su buen amigo Publio?
—Fui yo —confesó Umidia en voz baja.
—¿Y dónde mantuvisteis esa conversación?
Ella no dijo nada, pero se ruborizó.
Rodeé la silla para plantarme delante de Aucto.
—He estado en Fábulo. ¿Imagino que vosotros dos os metisteis en el rincón que tienen habilitado para besuquearse?
Aucto se retorció en el asiento con aire desdichado. No veía a los demás. Yo me había colocado adrede como barrera entre él y sus padres, entre él y Umidia, entre él y los padres de ella.
—Sí —admitió en voz muy baja, como si me hablara a mí en privado—. Pero solo hablamos, de verdad. —Aunque antes había parecido creíble, ahora sonaba mucho menos convincente.
—¡Por supuesto! —le espeté sarcásticamente. Me eché hacia atrás—. ¡Espero que tuvieras en cuenta que en algún momento tendrías que contarle a Umidia lo que hiciste con la mujer del tribuno! Cuando salisteis de allí, ¿qué estaba ocurriendo? Con tu hermana, por ejemplo.
Vi que Aucto se preparaba para lo que venía.
—Clodia se puso muy contenta de verme.
—¿Y?
—Y habían estado bebiendo mucho.
—¿Clodia había bebido demasiado?
Él asintió.
—Era demasiado joven para saber cómo beber. No comía gran cosa…
—No, había tenido que cenar antes en casa con tus padres, que le habían prohibido salir. Bien, tus amigos, que deberían haber sido más sensatos, la estaban animando a pasarse con el vino, ¿no? —Otra reticente inclinación de cabeza—. ¿Les dijiste que pararan?
—Lo hice… y pararon.
—¿Ella bebió más, después?
—Algo. Solo porque para entonces Clodia se portaba ya como una tonta, así que no pudimos pararla. Al final, se quedó dormida.
—Perdió el conocimiento.
—Sí, pero la sentamos apoyada en unos almohadones.
—Así que esta es la imagen: ¿Clodia está inconsciente, tumbada sobre unos cojines, mientras el resto de vosotros seguíais cenando?
—Sí.
—¿Eso fue sensato?
—Puede que no, pero para entonces todos habíamos bebido demasiado vino.
—Tengo entendido que algunos estabais ya entonados antes de la cena, al llegar… ¿Estabais acostumbrados?
—Sí.
—¿A ninguno se le ocurrió enviar a Clodia a casa?
—No pensábamos con claridad. Además, la cena era espléndida, así que queríamos quedarnos hasta que terminara. —Lo miré fijamente. Él respiró despacio—. Bueno, Flavia Albia. Había un problema. No teníamos a nadie que pudiera llevarla. Clodia había llegado a Fábulo por su cuenta, sin acompañantes. Y debido a mi situación, esa noche yo no tenía a ningún esclavo conmigo.
—¿Al final se fue alguien con ella? ¿Tú?
—Sí. Era mi hermana pequeña, así que no iba a dejarla allí dormida. Un par de amigos y yo nos aseguramos de que llegara a casa sana y salva.
Me acerqué a los amigos y me detuve delante de ellos.
—Dejemos descansar a Publio un momento. No quiero que se sienta acosado. Granio, creo que tú fuiste uno de los amigos que acaba de mencionar. Ponte en pie, por favor… Bien, ahora describe lo que ocurrió cuando llevasteis a Clodia a casa de sus padres.
Granio, uno de los menos agradables del grupo, se levantó con dificultad.
—Pedimos prestada una silla de manos y pusimos a la niña borracha en ella. Era como un fardo… ¡No fue nada fácil!
—Aclaremos las cosas, ¿fuisteis Aucto, Popilio y tú?
—No. En un principio Popilio iba a ayudar, o eso dijo, pero se escabulló. Se fue con otra persona.
—¿Quién?
Granio lanzó a Popilio una mirada pesarosa.
—Sabinila, creo. —Yo lo miré con dureza, así que acabó delatando a todos los demás, contándolos con los dedos—: Sabinila y Popilio se fueron juntos, Redenta y Cluvio, Anicia y Numerio. Los demás nos hicimos con la silla de Umidia. Ella fue dentro con Clodia.
—¿Clodia estaba consciente entonces?
—No. Tuvimos que llevarla entre todos para sacarla y meterla en la silla.
—¿A una delgada muchacha de quince años? Bueno, ¡estabais todos borrachos!
—¡Como cubas! —admitió él orgullosamente.
—Cuéntamelo todo.
Parecía un escolar que no había hecho los deberes. Atrancándose con las palabras, explicó que Umidia se había sentado en la silla sujetando a Clodia, mientras ellos iban caminando al lado. Era tarde. Todos en el edificio de los Volumnia estaban durmiendo. Con el mayor sigilo posible, los dos jóvenes habían subido a Clodia por el primer tramo de escaleras hasta el rellano. Publio sabía cuál era la ventana del dormitorio de Clodia. La abrieron. Era un poco estrecha para alguien de la corpulencia de Publio, pero consiguió entrar por ella.
—¿Se veía? ¿Estaba todo a oscuras?
—Había lámparas de aceite en la galería. Publio se llevó una consigo al trepar al interior.
—¿Estoy en lo cierto al suponer que la cama de Clodia estaba colocada contra la puerta del dormitorio?
Granio se sorprendió de que lo supiera.
—Sí. Publio tuvo que moverla. Umidia entró por la ventana y le ayudó.
—Pensaba que habíamos dicho que Umidia se había quedado esperando en la silla.
Granio se quedó perplejo al ver que lo había pillado.
—No… eh… ella decidió venir a ayudarnos. Dijo que éramos unos idiotas inútiles. Lo siento, intentaba dejarla al margen de todo esto… De todas formas ella y Publio siempre iban juntos…, al menos hasta que ella se enteró de las travesuras que él había hecho en Tripolitania… —Granio soltó una indigna risita—. Yo me quedé fuera, sujetando a Clodia. Luego la levanté por encima del antepecho de la ventana, lo que resultó bastante difícil, y ellos la recogieron y la llevaron a la cama.
—¿No se despertó en todo ese tiempo?
—No.
—¿Qué pasó después?
—A Umidia le daba mucho miedo que nos pillaran a todos. Era la única que pensaba con claridad. Salió por la ventana de un salto. Los dos le susurramos a Publio que se diera prisa en salir también.
—¿Por qué se demoró? ¿Qué estaba haciendo?
—Colocando a su hermana para que estuviera cómoda.
—¿Lo visteis vosotros?
—Estábamos mirando por la ventana, instándole a darse prisa.
—¿La desvistió él, o con la ayuda de Umidia?
—No. ¡Habría sido difícil con ella desplomada en la cama dormida!
—¿Umidia y tú habríais visto algo si se hubiera cometido algún acto delictivo en ese momento?
—¡Anda ya! Claro que sí, pero no hubo nada, por supuesto. Su hermano estaba ridículamente encariñado con ella. Estiró a la borrachita en la cama con todo cuidado y la dejó muy bien colocada. ¡Si hubiera sido mi hermana, no me habría molestado! —Granio se dio cuenta de que sus padres, sentados en el lado opuesto, no estaban muy contentos, y su expresión se volvió esquiva.
—¿En qué posición quedó Clodia?
—De espaldas. Con los brazos a los lados. Boca arriba, con la ropa tapándola bien. Publio apagó la lámpara para mayor seguridad. Luego saltó fuera con nosotros. Llevó a Umidia a su casa, creo. Luego debió de volver andando a la casa de los Cestia. Supongo que tuvo que meterse en la casa a escondidas, por si los preocupados padres descubrían que el joven Numerio estaba fuera tan tarde con una chica. ¡Es todo un hombre! Yo me fui tambaleándome para reunirme con mis queridos viejos, que, puedo asegurártelo, me estaban esperando para darme amablemente las buenas noches e interesarse por mí, preguntándome dónde había pasado la velada, por no mencionar cuánto había costado exactamente. —Los padres en cuestión miraban ahora a Granio con expresión aún más severa. La madre de Cluvio, a la que yo había conocido en la fiesta de los Nueve Días y que me había parecido una mujer agradable, rodeó los hombros de la madre de Granio con el brazo—. Todo normal. Fin de la noche.
—Y por lo que sabéis vosotros —pregunté a Granio para concluir—, ¿Clodia Volumnia todavía estaba viva?
—Sabemos que estaba viva. Cuando nos íbamos sigilosamente como espíritus en la noche, la oímos roncar. Todos reímos.