8
Mientras esperaba a que Crisa volviera dentro a por su estola, Volumnio Firmo asomó la cabeza por una ventana. Claramente había estado pendiente de nosotras, aunque estaba bastante lejos de donde nos habíamos sentado; esperaba que no hubiera oído lo que se había dicho exactamente.
Le dije que iba a ver a su mujer. Mencioné que la investigación iba a llevar su tiempo y que tendría que alojarme en alguna parte. Mientras hablaba, el esclavo Doroteo me trajo el adelanto de mis honorarios. También él debía de haber estado observándonos discretamente, puesto que sabía que estaba a punto de irme. Comentó espontáneamente que había una habitación libre dos plantas más arriba en el edificio, que según supe ahora pertenecía a la familia en su totalidad. Alquilaban lo que ellos no utilizaban.
Tomé nota de ese dato. Unos apartamentos bonitos en un edificio bien cuidado sería una mina de oro. Esta familia tenía mucho dinero. Habiendo una muerte inexplicable de por medio, podría ser un dato relevante.
No estaba segura de que a Volumnio Firmo le gustara realmente la idea del esclavo, aunque se notaba que los sirvientes allí no se sentían intimidados y podían aportar sus sugerencias. Volumnio ordenó a Doroteo que comprobara que todo estaba en orden, luego yo podría ver la habitación a mi regreso. Señaló alegremente que el alojamiento gratuito reduciría mis gastos. Eso al menos fue bien recibido.
Crisa reapareció, lista para acompañarme.
Mientras caminábamos descubrí que la otra abuela, la madre de Volumnio Firmo, vivía con él desde la muerte del padre, momento en el que Firmo había heredado el edificio. Desde que él se había mudado a la casa con su familia, su madre ocupaba sus propios aposentos en una de las esquinas de la galería de la primera planta. Compartir una propiedad como esa es bastante corriente, aunque puede provocar problemas.
Tendría que interrogar a Volumnia Paula más tarde. Solté un reniego mentalmente porque eso daría tiempo a madre e hijo para hablar entre ellos. Habría preferido hablar con ella yo primero.
¿Por qué Firmo no había mencionado antes la proximidad de su madre? No todo era franco en esa familia. Si tenía que sonsacarles hasta la información más trivial, ¿qué otros hechos más importantes me ocultaban?
Los suegros de Firmo vivían junto al templo de Quirino, que tenía fama de ser el templo más antiguo de Roma. Unas columnas dóricas rodeaban el altar como un auténtico bosque, con una doble hilera a lo largo de cada costado. Como la mayoría de los monumentos, debía de haber sido reconstruido tras diversos incendios, pero conservaba el carácter antiguo que convenía a un altar al fundador de Roma, Rómulo, después de que fuera misteriosamente deificado y «llevado al cielo en una nube». Esa era una forma de deshacerse de un gobernante cuyo tiempo había pasado; no creía que tuviéramos la suerte de librarnos así de Domiciano.
Rómulo y su hermano Remo estaban representados en el frontón consultando los augurios, sin indicación alguna de que un gemelo asesinaría posteriormente al otro. No obstante, se decía que Domiciano había matado a Tito para hacerse con el poder, y aun así rendía tributo a la memoria de su hermano de boquilla. El fratricidio era un crimen muy romano.
Se trataba únicamente de uno de los muchos templos que había en el Quirinal, una colina con una tranquila atmósfera que me parecía muy distinta de los callejones del Aventino que yo conocía. Aquí las calles se mantenían más limpias, perros callejeros y niños llorones se mantenían a raya, y de vez en cuando pasaban por nuestro lado literas cubiertas extremadamente discretas, que portaban sobre sus fornidos hombros esclavos bien vestidos y emparejados.
Aquí vivía la gente adinerada. Otros menos afortunados que se encontraban más abajo en la escala social se apiñaban cerca de ellos, esperando adquirir clase mezclándose con sus importantes vecinos. Esos vecinos guardaban las distancias. La élite no detenía sus literas para asomarse a través de las gruesas cortinas y dar la hora. A los buscavidas no los invitaban a una tisana en su casa.
Marcia Sentila tenía un apartamento en la planta baja de un edificio de viviendas, pero vivía en un patio muy recogido, en el que colgaban densas cortinas de vegetación. Un conserje vetaba la entrada al edificio a los visitantes, y luego su propio y altanero portero nos vetó de nuevo antes de que nos permitieran entrar en la elegante morada. Marcia Sentila tenía una vivienda más pequeña que la de su yerno, un nido para ricos. Sus habitaciones tenían cortinajes más suntuosos, sus paredes estaban pintadas con colores costosos. Se respiraba la exclusividad.
Crisa esperó lo justo para presentarme y se fue. Yo sabía que Marcia Sentila había sido antes su ama, pero solo intercambiaron un escueto saludo. ¿Estaba intimidada la sirvienta porque la suegra tenía fama de comportarse de manera violenta con los esclavos? Varias sirvientas aparecieron silenciosamente cuando llegué yo, acompañantes innecesarias, dado que Marcia Sentila estaba en su propia casa. Tomé nota: ninguna de aquellas mujeres mostraba señal alguna de malos tratos. Revoloteaban alrededor de su ama con aire muy protector hasta que ella les mandó salir, lo que hizo con absoluta calma. Tal vez realmente había derribado a Doroteo de manera accidental.
Cuando me quedé a solas con la señora de la casa, sus modales conmigo fueron simplemente austeros. Si bien había aceptado recibirme y no se negó a cooperar, la severa abuela de Clodia no se anduvo con rodeos: desaprobaba que Volumnio Firmo me hubiera contratado. Aunque me sometió a un escrutinio poco amistoso, seguí adelante e hice unos comentarios sobre mi investigación.
—En realidad he venido a ver a tu hija, pero ya que tú y yo tenemos ocasión de hablar primero en privado, ¿hay algo que puedas decirme?
—Desde luego que no.
Marcia Sentila era una mujer huesuda, de rostro delgado, vestida con un recargado estilo similar al de su decoración. Aquí el estatus era importante. Llevaba velo incluso en privado, mostrando su duelo con la mayor formalidad posible. Por lo demás iba muy cuidada y adornada. Parecía probable que el peso de las joyas le magullara el escuálido busto. La envolvía un denso y empalagoso perfume que se acercaba a lo desagradable. Imaginé que sería el mismo anticuado ungüento que había usado toda la vida; en mi opinión, llevaba demasiado tiempo en el frasco.
La mujer se comportaba como una persona que había sufrido. Tenía que ser una pose. Debía de haber disfrutado siempre de una vida placentera, cómoda y ociosa. ¿Había empezado a adoptar esa expresión afligida recientemente, con la muerte de Clodia, o la matriarca había intentado siempre dar a entender que merecía algo mejor en la vida haciéndose la mártir? Eso habría sido difícil de soportar para su yerno.
Sabía por Crisa que Marcia Sentila era viuda. Había quedado en muy buena posición, y por lo tanto también su hija; la dote que Volumnio Firmo supuestamente se había negado a devolver debía de haber sido cuantiosa.
Aun manteniendo la cortesía, insistí en que necesitaba ver a Sentia Lucrecia.
—Comprendo que puede ser incómodo, señora, pero es por tu nieta. Lo que pretendo conseguir es la verdad. Saber lo que ocurrió realmente será beneficioso para todos.
Apretando los labios como si me estuviera imponiendo de una manera vergonzosa, Marcia Sentila me condujo no obstante hasta su hija. Por el camino habló al fin, al menos sobre su consuegra.
—No es por criticar, joven, pero espero que no te dejes influir por Volumnia Paula. Traté de convertirme en su amiga durante muchos años, pero ella me rechazó. Esa mujer tenía un marido imposible y ahora vive con su imposible hijo. En realidad deberíamos tenerle lástima. Es mucho lo que tiene que aguantar. Todos los hombres de esa familia son insufribles. El chico no es mejor. Recuerda que tendrás que ser indulgente —concluyó con tono despreciativo.
Le dije que le agradecía la advertencia, aunque aún no conocía a Volumnia Paula. Marcia Sentila me lanzó una mirada, como si yo estuviera siendo negligente.
—Es una pena —dijo, con desdén—. Pensaba preguntarte qué había dicho de mí.
La actual disputa familiar parecía ser realmente grave. Me pregunté si habrían utilizado a Clodia como tira y afloja entre las dos abuelas enemistadas.
Encontramos a Sentia Lucrecia sola en un jardín diminuto, un patio de luces de forma cuadrada. El alto edificio se alzaba a su alrededor con cinco o seis plantas, pero las habitaciones superiores tenían las ventanas pequeñas, por lo que no daba la sensación de estar siendo observado. Plantas trepadoras y helechos lo convertían en un rincón inesperadamente aislado. Era pasado el mediodía. Se oía a otras personas recogiendo los restos de la comida, haciéndome muy consciente de que no era probable que yo fuera a comer.
La madre de Clodia simplemente estaba sentada. Perdida en su dolor, se ceñía firmemente el cuerpo con la estola, como si no fuera a sentir calor nunca más. En lo alto brillaba el sol, pero allí abajo dibujaba unas formas moteadas sin conseguir calentar el sombreado patio. Aquel era el peor lugar para ella, pero había ido allí para estar sola. Era delgada, como su madre. Tenía el rostro demacrado y gris. Reconocí esa clase de dolor: desde que había perdido a su hija todo ocurría a su alrededor mientras ella permanecía aturdida, sin llorar siquiera, incapaz de comprender lo que sucedía. Al principio no se percató de nuestra presencia. Con un gesto seco en dirección a la inmóvil figura, su madre dio a entender que, ahora que yo había visto la situación, debería dejar a Sentia Lucrecia sola con su dolor. Yo fingí no haberme dado cuenta de su indirecta.
Me acerqué con calma, me detuve delante de la desdichada madre, me puse en cuclillas y tomé sus manos entre las mías. En voz baja, le hablé con tono amable.
—Me llamo Flavia Albia. Me pidió que viniera Laia Graciana, que es amiga tuya, según creo. Ella piensa que yo podría ser de ayuda para descubrir lo que le ocurrió a Clodia. Siento mucho tu pérdida.
Para mi sorpresa, y quizá la de su implacable madre, Sentia Lucrecia salió de su trance.
—Sí, conozco a la querida Laia de nuestro pequeño grupo en el templo de Ceres. —Su voz era firme, aunque sonaba ligera y aguda, demasiado joven para su edad—. Es muy amable por su parte querer ayudar. Me habló de ti. Gracias por venir. Tengo que darle las gracias por convencerte.
Le dije que estaba segura de que Laia no necesitaba que se lo agradeciera. Fui educada. Era la primera vez que había oído a alguien diciendo que Laia Graciana era amable.
Me pareció captar un leve destello en los ojos de la madre, como si hubiera adivinado mis verdaderos sentimientos con respecto a Laia Graciana. Era demasiado pronto para preguntar si ella también los compartía.
Sus ojos eran de un tono marrón increíblemente oscuro, más que los de su madre. Tal vez la hija hubiera heredado esos ojos, lo que me daba una primera imagen de Clodia Volumnia. Si estaba en lo cierto, al menos la muchacha podría parecerme real por fin. Con esos ojos, Clodia habría sido muy bonita, como había dicho la sirvienta.
Solté las manos de la madre y me levanté, antes de que mis rodillas empezaran a quejarse. El raquitismo infantil no me había hecho ningún bien.
Sentia Lucrecia también se puso en pie. Tras sacudirse una hoja caída en su regazo, nos condujo al interior para hablar. Su madre lanzaba chispas por los ojos, pero no intentó desaconsejarle la entrevista. Entramos en un salón. Echaron a los sirvientes, pero por desgracia la madre se quedó. Un poco tarde, me ofrecieron algún refresco, pero de un modo tan vago que obviamente esperaban que les dijera que no se molestaran. Es una fantástica característica del latín, «una pregunta esperando un “no” por respuesta».
Mantenía un tono discreto en todo momento. No tenía sentido suscitar resentimientos.
Brevemente resumí la historia que había oído hasta entonces, pero sin abordar el tema del filtro amoroso. Marcia Sentila no aportó nada, aunque por su actitud de antes yo creía que iba a intervenir. Sentia Lucrecia se mostró de acuerdo con lo esencial. Recordé que Crisa había dicho que era una buena madre, una mujer por la que la sirvienta tenía mucho respeto. A pesar de la pena, habló con franqueza.
Durante un rato, la madre de Clodia describió lo maravillosa que era Clodia. Su carácter dulce y cariñoso, su futuro prometedor, su divertido ingenio, su lealtad, su dedicación al gobierno de la casa, su diligencia diaria tejiendo en el telar…
Yo sabía por Crisa que el telar era solo para aparentar.
—Parece que era encantadora. Es una tragedia. Dime una cosa, Sentia Lucrecia, ¿estabas en la casa esa noche?
—No, mi madre y yo estábamos visitando a unas amistades que conocemos a través de la Bona Dea. —Otro culto. La Buena Diosa es un antiguo misterio religioso reservado únicamente a las mujeres. Una vez al año las participantes expulsan a los maridos del dormitorio, luego se reúnen todas para consumir grandes cantidades de una «bebida de hierbas». Yo tenía una abuela que pertenecía a este culto, pero Helena Justina las llama viejas arpías borrachas y se niega a unirse a ellas—. Debería haberme quedado con Clodia —dijo Sentia, culpándose a sí misma—. No debería haberla dejado sola cuando estaba sufriendo una pena tan grande.
Gracias a Sentia sabía ahora hasta qué punto llegaba la aflicción de Clodia por haber rechazado su padre a Numerio Cestino. Clodia no lo había podido aceptar. Su madre había temido que no llegara nunca a resignarse. Incluso su abuela, que nos observaba en torvo silencio, se ablandó lo bastante como para mostrarse de acuerdo.
—Eso significa que debemos abordar el punto más delicado —dije, dirigiéndome a ambas mujeres—. Perdonadme, pero debo haberlo. —Mi disculpa era una formalidad; en realidad debían de estar esperándolo—. Se ha sugerido que la noche en que murió, Clodia había ingerido algo. Su padre está convencido de ello.
—¡No! —exclamó la madre contundentemente.
—No es cierto. —La abuela fue más tranquila, pero igual de rotunda. Cuando las miré, Sentia Lucrecia insistió.
—Yo lo habría sabido. Mi hija y yo estábamos muy unidas.
—¿Existió? ¿Le había conseguido alguna de vosotras esa pócima? ¿La compró la propia Clodia?
Ellas lo negaron. Bueno, tenían que hacerlo. Admitirlo las habría expuesto a un escandaloso enjuiciamiento.
—Jamás existió semejante cosa. Mi marido está totalmente equivocado —dijo Sentia Lucrecia fríamente.
—Él dice que os oyó a todas discutiendo esa posibilidad.
—No era en serio.
—Tengo que preguntarlo —volví a decir a Sentia Lucrecia, manteniendo un tono razonable—. Se había hablado de filtros amorosos, así que debo asegurarme.
—¡Solo hablado! —volvió a afirmar rotundamente. Su madre soltó un resoplido burlón ante mi insistencia.
—¿No acudisteis a una mujer llamada Pandora? Creo que Rubria Teodosia es su verdadero nombre.
—Nos proporciona cremas en ocasiones —interpuso la abuela con tono irritado. Tal vez creía que sería mejor admitir eso por si acaso más tarde yo probaba que habían estado en contacto con ella. Marcia Sentila era inteligente; yo veía perfectamente cómo aquella vieja y flaca tirana observaba el curso de la conversación, de manera que pudiera meterse de por medio para ganarme la partida.
Deseé haber podido interrogar a Sentia Lucrecia a solas, pero desde luego la petición habría sido rechazada. Era la casa de su madre; su madre estaba al mando. Si cualquiera (un hombre) os dice alguna vez que las mujeres romanas no cuentan para nada, ponerle un ojo a la funerala y sacarlo de su error.
Está claro que incluso Sentia se mantenía alerta. Reforzó la respuesta de su madre.
—Todas las mujeres de esta zona compran cosméticos a Pandora. Es perfectamente normal e inofensivo.
—¿Ningún indicio de hechicería? —espeté—. ¿Nada de decir la buenaventura en la trastienda? ¿Nada de métodos absolutamente fiables para descubrir si tu amante te es fiel? ¿Nada de convocar a los espíritus que comparten el Inframundo con los fantasmas de parientes muertos? ¿Nada de píldoras para la virilidad? ¿Nada de polvos para impedir la concepción? ¿Nada de abortos clandestinos? ¿Nada de encantamientos para hacer que a tus rivales les salgan pústulas y se vuelvan estériles?
—¡Cremas para la cara! —repitió Sentia Lucrecia.
—¿Nada más?
—Algún que otro supositorio suave —graznó Marcia Sentila, como si admitir que tenía almorranas equivaliera a confesar el vicio más inmundo.
Su hija se sorprendió al oírlo.
Exhalé el aire de un modo que indicaba que se me planteaba un problema.
—Entonces tendré que deciros una cosa. Alguien me ha informado de que, después de encontrar muerta a Clodia Volumnia, fue necesario limpiar su vómito. Sé que era una joven sana. La única deducción posible…
—Comió algo que le sentó mal. —¡Oh, gracias, abuela, por esta intervención tan poco útil!
—¿Te ha dicho eso Crisa? —preguntó Sentia Lucrecia—. Bueno, pues son tonterías. Crisa no sabe lo que dice. Debe de haber olvidado lo que ocurrió en realidad en aquella horrible noche.
Al contrario que la abuela, ella no me había visto llegar acompañada por Crisa. Era interesante que hubiera adivinado quién me lo había dicho. Lo sabía. Sabía que Crisa había tenido que limpiar la habitación.
—Cualquiera que haya tenido que limpiar vómitos suele recordar la experiencia —la increpé. La madre de Clodia clavó la vista en el suelo—. Sobre todo cuando se acaba de encontrar un cadáver, ¿no? —Ambas mujeres guardaron un sombrío silencio.
Les hacía ver lo que estaba pensando. Si se llegaba a un litigio, la palabra de una esclava no contaría gran cosa, pero un informe mío tendría su peso.
Les pedí que me dijeran dónde vivía Pandora. Ellas afirmaron no saberlo. La vendedora de cosméticos visitaba a sus clientes a domicilio para llevarles muestras. Si pedían alguna cosa, se la entregaba luego un mensajero.
—Entonces, ¿no sabéis si en realidad vive en un nido de hechiceras? —comenté fríamente.
En un último intento por descubrir alguna cosa útil, pedí los nombres de los amigos de Clodia. Sobre esto no se planteó problema alguno.
—Mañana —explicó Sentia— será la reunión para señalar el fin de los Nueve Días de Luto Formal. Podrás conocerlos entonces, conocerlos a todos.
Dado que era evidente que la madre y la abuela estaban decididas a asistir al acto conmemorativo, yo tendría ocasión de observar a los padres de Clodia juntos. En teoría los dos deberían ser los anfitriones. Me pregunté cómo se las apañarían para sacarlo adelante, cuando todos sus amigos y parientes sabían que él había demandado a la abuela por lesionar a su esclavo y que la pareja pensaba divorciarse.
Al menos el escándalo garantizaría tal vez una buena asistencia.