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A la mañana siguiente fui rápida y enérgica en todo lo que hice. No estaba de humor para tonterías.
Tiberio se había ido al puesto de lechugas. Yo sabía perfectamente que tenía muchas ganas de conocer al restaurador de estatuas. Le gustaba cualquier tipo de trabajo con materiales naturales; quería saber cómo volvía a unirse el trozo de piedra. Después, me prometió que visitaría la Primera Cohorte para inquirir acerca de los progresos en el asesinato de Jucundo. Yo podía haber ido, pero seguramente él le sacaría más información a Escorpio.
Atravesé el patio a grandes zancadas en dirección al apartamento de Volumnio. Firmo había salido. Di instrucciones a Doroteo para que lo registrara todo en busca de cualquier otra muestra de hechicería, y que se mantuviera especialmente alerta por si aparecían intrusos.
—Alguien entró ayer en mi habitación. Quiero que coloques un nuevo cerrojo.
—No hay cerrojo…
—¡Tú lo has dicho! Quiero uno. Quiero que esté todo bien seguro la próxima vez que entre ahí. —Mi tono daba a entender que la falta de diligencia tendría como resultado que su otro brazo acabara también en cabestrillo. Yo había vivido en un gran edificio de apartamentos alquilados; sabía cómo enfrentarme con los caseros y sus secuaces. Sé amable con ellos, hasta que te hinchen las narices; entonces córtales en seco.
Bueno, vale, mi casero en el Edificio del Águila era mi padre. Pero, aunque yo no pagara alquiler, nunca le dejaba pasar una cuando vivía en su horrible propiedad de un barrio pobre. Así que no iba a bajar el listón para aquella gente.
Pensando en las relaciones naturalmente espinosas entre los padres y sus rebeldes hijas, me calmé un poco. En ausencia del padre de Clodia Volumnia, volví a interrogar a su niñera, Crisa. No habíamos hablado desde mi primer día en el caso. En aquel momento, me habían dado la versión más ligera de la historia: «Era una alegría y un placer para sus amigos tratar con ella, era amable con todos…». Ahora yo sabía que todo eso era falso. Repasé todo el material nuevo que había recogido sobre la supuestamente virtuosa Clodia:
- Era difícil, dada a las rabietas, había engatusado a una abuela para que le comprara un regalo muy caro, era insolente con su madre, manipulaba siempre que podía, enredaba a su padre.
- Se pegaba como una lapa a un grupo muy poco adecuado para ella, todos mayores y más sofisticados.
- Había olvidado su supuesta pasión por Numerio Cestino con la misma facilidad con que la había olvidado él; después había suspirado por Vincencio, el mundano vividor procedente de una familia criminal.
- Tenía por costumbre salir trepando por la ventana de su dormitorio en secreto para ir de correrías.
- La habían visto borracha en público mientras estaba sola y sin supervisión la noche en que murió; algunos de sus supuestos amigos habían alentado aquella situación de riesgo.
Me tomé las cosas con calma con la sirvienta. No tenía nada que ganar hostigándola. Fingí simpatizar con los problemas de Clodia, que eran los que podía experimentar cualquier muchacha en edad de crecer. Sin embargo, señalé que no había la menor posibilidad de que Vincencio quisiera estar con ella. Clodia era demasiado inocente para interesarle y él procedía de un entorno muy distinto.
Una vez abordado el tema, vi que Crisa no se sorprendía. Dije que Vincencio había estado con varias chicas, que no se quedaba con ninguna, que alardeaba de su actitud indiferente hacia las mujeres. Su única virtud consistía en que había intentado reducir al máximo el contacto con la fascinada Clodia.
Crisa confirmó que Clodia se había prendado de él precisamente porque Vincencio era inalcanzable. En aquel momento aún estaba triste por Numerio, pero abierta a cualquier nueva obsesión. Siempre obstinada, sin mostrar jamás la menor sensatez, se encaprichó de Vincencio e intentó mantenerlo en secreto. Crisa lo sabía, la madre de Clodia lo sospechaba; sus abuelas debían de tener sus corazonadas; el padre no tenía la menor idea.
—¿Clodia era muy inmadura?
—Por supuesto que sí. Tenía quince años. Él es muy atractivo, Albia, extremadamente cortés; es encantador. Clodia había estado siempre muy protegida. Para ella él era como un dios.
Los tutores siempre creen que sus pupilos están muy protegidos. Decidí creer sus palabras. Para mí Vincencio no era ni siquiera un semidiós, tan solo un joven guapo y de buenos modales, demasiado creído y en ocasiones desvergonzado.
—Iba tras él como persiguen algunas chicas a los gladiadores, Albia. Quería su retrato, estaba al tanto de todo lo que hacía, se pasaba el día imaginando cosas sobre él, pero si él la hubiera mirado alguna vez, podría haberse desmayado.
—Bien, Crisa, pensemos. Vincencio no quería saber nada del encaprichamiento de Clodia. Estaba rodeado de jóvenes hermosas y más maduras con habilidades sociales más que obvias. ¿Para qué iba a hacer caso a una niña cohibida? Además, por culpa de su familia, que espera influir en sus decisiones, jamás se compromete. Vincencio debe encontrar pareja dentro de su propia comunidad, protegiendo la vida y las prácticas de su cerrado clan. Supongo que ya sabes quiénes son. Vincencio ha recibido una buena educación, se relaciona con la sociedad respetable… Sin embargo, sigue siendo parte importante del mundo criminal del que procede. Su estrecha relación con Pandora, su abuela, así lo indica. Su educación legal, incluso, tiene como propósito prepararlo para su futuro como uno de ellos. No sé cuánto sabía Clodia de todo esto, pero seguro que percibía que su amor era imposible. Si quería atraer a ese joven, ¿qué podía hacer?
Crisa, la sirvienta capaz y digna de confianza, mostró un inusual titubeo. Le tembló el labio. Agachó la cabeza.
—Deja que te diga lo que yo creo —añadí en voz baja—. Si hubo un filtro amoroso, no estuvo nunca destinado a Numerio Cestino. Olvídate de eso. Clodia quería hechizar a Vincencio.
Crisa sostuvo que ella no sabía nada. Jamás había oído hablar de nada de eso. Jamás había visto semejante cosa en la habitación de Clodia.
Lo dijo de una manera que me convenció de que había hecho la pregunta correcta.
En mi trabajo, tenía que ser muy cuidadosa cuando entrevistaba a esclavos sin conocimiento de sus amos. Hasta cierto punto, podía hacer pasar un interrogatorio exhaustivo por una charla casual, pero Crisa empezaba a mostrarse incómoda, así que me interrumpí. Si necesitaba algo más, pediría permiso.
Hice una última pregunta antes de dar por concluida la entrevista.
—Tú conoces a la gente con la que salían Clodia y su hermano. ¿Había algún chico entre ellos llamado Trebo?
—No, que yo sepa.
Me fui a ver a la abuela.
Volumnia Paula, la abuela rolliza, estaba en casa, en sus cómodos aposentos. Suponía que estaría. Seguro que se quedaba sin resuello si intentaba salir a la calle, así que se quedaba allí y picoteaba más frutas con miel, lo que empeoraba su estado.
Yo seguía siendo una empleada. Se llevaron rápidamente los dulces del ama y trajeron una bandeja de sus secas tortas de avena. Volumnia Paula dejó que me las comiera todas. En cuanto me fuera, podría volver a comer sus golosinas en privado. Yo seguía deprimida después de perder a Jucundo, así que hice de aquella comida de peor calidad mi desayuno.
La noticia de la cruel muerte había llegado hasta allí. Volumnia Paula, que lo había conocido en la fiesta de los Nueve Días, no podía tener nada útil que contarme, así que atajé su necesidad de chismorrear. No iba a permitir que se hablara de Jucundo como de un tema escabroso de la Gaceta Diaria. En cualquier caso, tras la pelea con mi padre, no podía enfrentarme a más discusiones. Detesto especialmente tener que entablar conversación sobre temas de noticias con mujeres cuyos estrictos maridos no les han permitido aprender lógica.
Obsequié a la abuela con la misma lista de defectos de Clodia que había dado antes a Crisa, luego saqué la misma conclusión de que quizá la chica había querido usar magia para atrapar a Vincencio, lo que por fin daba sentido a la idea del filtro amoroso. Volumnia Paula me recordó con suficiencia que tanto ella como su encolerizado hijo habían echado la culpa al filtro desde el principio. Nada cambiaría su opinión de que la madre y la otra abuela de Clodia habían hecho la vista gorda, y seguramente habían retirado las pruebas después de la muerte de Clodia. Se suponía que yo debía demostrarlo.
Vi venir la sugerencia de que mi misión parecía poco fructífera y que podría darse por terminada. Por suerte, la mención de Sentia Lucrecia y Marcia Sentila permitió un cambio de tema. Volumnia Paula se lanzó, como un barco por una grada hasta el agua, a soltar una furiosa diatriba sobre el divorcio y la demanda de indemnización en los que estaba inmerso Firmo.
La mujer y la suegra se resistían a llegar a un acuerdo. Habían rechazado un arbitraje basándose en que, dado que Firmo era famoso por su habilidad para la mediación, ellas estarían en desventaja. Eran pobres e inocentes mujeres sin conocimientos de los procedimientos legales. Lamentándose de lo injusto que era, sin embargo, habían recurrido a los tribunales de justicia. Tanto los términos del divorcio como el pleito sobre el brazo roto del esclavo los llevaba un prestigioso abogado del Quirinal; lo pagaba la suegra. Había contratado a un hombre llamado Mamiliano.
Tardé un poco en digerir la noticia. Por lo que pude averiguar, las mujeres lo habían elegido porque vivía junto al templo de Júpiter Victorioso, lo que los convertía en vecinos. Conocían a su esposa, Estacia. Eso sí tenía sentido: madre e hija y la esposa acudían a la misma experta en belleza, que por supuesto era Pandora.
¿Había alguna mujer en el Quirinal que no tuviera un tarro de la crema facial de vid salvaje de Pandora? (Seguramente colocado en un estante, porque no encontraba nunca el momento de aplicársela…).
Volumnia Paula y yo seguíamos discutiendo sobre las litigantes y sus demandas poco razonables, cuando una esclava introdujo en la estancia a una mensajera urgente de Laia Graciana. La infortunada intermediaria había recorrido todo el edificio, preguntando por mí.
—Quiere que sepas, Flavia Albia, que la reunión de Pandora…
—¡Reunión para probar mascarillas faciales! —exclamé con firmeza dirigiéndome a Volumnia Paula. A la sirvienta la fulminé con la mirada para que cerrara el pico.
La sirvienta continuó, imperturbable. Se notaba que estaba acostumbrada al férreo gobierno de Laia. Por suerte no dijo en ningún momento «sesión espiritista».
—Será esta noche. Laia Graciana vendrá a buscarte. Dice que estés preparada. Si no estás aquí, no esperará. No quiere perderse nada.
—¡Claro que no! —convine cordialmente. Volumnia Paula se mostraba excesivamente curiosa. Para disimular, me fui por las ramas.
—Laia y yo compartimos un vivo interés por los exfoliantes de la piel. Llevamos tiempo intentando conseguir una cita para una demostración privada de un nuevo y fabuloso corrector de avellana; va emparejado con un tapaporos de lujo que nos han prometido que nos conferirá un brillo interior natural. Bueno, se trata de un lujo razonable, ¿verdad? Volumnia Paula, gracias por tu tiempo. Ahora debo darme prisa…