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Otra sirvienta había salido sigilosamente antes de mí. Nos presentamos.

—Soy Albia. He venido con Laia Graciana, es solo temporal, gracias a los dioses. Su acompañante habitual, Venusia, no podía. Está en cama con gota —inventé alegremente.

—Se daría de puntapiés a sí misma si pudiera. ¡Oh, no…, demasiado doloroso! Soy Vestis. Estoy con Estacia, la esposa de Mamiliano.

Solté una risita.

—Algunas de las chicas creen que no existe, o que él la tiene encerrada en el cuarto de los baldes.

—Oh, a veces consigue reunir el valor suficiente y se escapa.

—¿Cuál es?

—La de ahí al fondo, en el lado más alejado de la puerta. Todo dientes y tetas. ¿Cuál es la tuya?

—La rubia sentada a su lado. Delgada, estirada y rencorosa.

—Podrías hacer el trabajo de Pandora… «Percibo que desprecias a casi todo el mundo, pero tienes buena figura…».

—Apuesto a que podría. Me encanta tu colorete.

—Es «Toque de color»; se lo he birlado a ella.

—A ti te queda perfecto. ¿Cómo es que Estacia se ha escabullido hoy para venir aquí?

—Él ha tenido que irse corriendo a ver a los vigiles. Trabaja para unos clientes habituales que lo llaman a todas horas. Deben de pagarle bien… Cuando ellos dicen salta, él salta como una rana. Han apresado a unos hombres y él tiene que sacarlos. Estaba irritable, más aún que de costumbre, porque decía que esta vez esos hombres eran inocentes de verdad, así que ponerlos bajo custodia era un abominable atrevimiento. Unos rivales cometieron el delito.

—¿Y qué delito era?

—A mí no me preguntes. Algo malo. ¿Un asesinato? Él no se molestaría en ir allí en persona si no fuera algo muy urgente y grave.

—¡Parece que en tu casa tenéis mucha diversión!

—Está bien si puedes esquivarlo a él y sus toqueteos… —Vestis se había acercado a una puerta del templo para oír por la rendija si ocurría cualquier cosa. Un susurro captó su atención—. ¡Mierda! Vamos, Albia. ¡Nos estamos perdiendo la tabla de letras!

Volvimos a entrar precipitadamente. Con las prisas, cerramos la puerta con excesiva rapidez y provocamos que entrara una corriente de aire frío. Las asistentes soltaron una exclamación ahogada, convencidas de que era un visitante del mundo de los espíritus. En la oscuridad, no podían vernos. Vestis sofocó una risita.

Pandora se encontraba ya en el apogeo de su numerito. Había colgado un anillo de un fino cordel, y lo mantenía suspendido sobre el disco plano que había sobre el trípode delante de ella. El disco debía de tener letras griegas grabadas alrededor del borde, porque Pandora iba deletreando palabras, a medida que el anillo se balanceaba de un lado a otro. El anillo se comportó con indecisión al principio, pero una vez comprendido su papel, se movió con la misma velocidad que el secretario egipcio de mi padre. ¡Menudo escribiente! Debía de haber recibido una educación mejor que la mayoría de las elegantes mujeres que asistían a la sesión.

Marcia Sentila y Sentia Lucrecia decidieron que había llegado su momento. Estaban sentadas juntas en la primera hilera, justo enfrente de Pandora. Durante todo el procedimiento, ambas habían permanecido inclinadas hacia delante con vehemencia, pero sin hacer ningún movimiento para participar. Ahora Sentia se movió, luego pidió bruscamente a Pandora que intentara ponerla en contacto con alguien. Sacó un trozo de piedra roto y afirmó que procedía de la tumba donde estaba enterrada una persona allegada. La hechicera se llevó repentinamente una mano al ceño fruncido como afectada por una gran resaca.

—¿Hay alguien ahí? —llamó Pandora. No, no…, en serio, lo hizo—. ¡Aah! —El dolor debía de haberse agravado. Una experta en hierbas como ella debería poder recetarse unos polvos para el dolor de cabeza.

El anillo tembló en el cordel. Las asistentes estaban absolutamente fascinadas. De repente el anillo recorrió todo el disco hasta llegar a la χ.

—Ji… —anunció Pandora—. ¿Hay alguien que empiece por…?

—¡Kapa! —gritó Sentia Lucrecia, desesperada por oír que el espíritu de su hija estaba allí.

El obediente anillo titubeó, luego zigzagueó sobre el disco. Κ, λ, ω. Fue suficiente; el trabajo de la servicial baratija había terminado. Para eso estábamos todas allí.

—Klodia… ¡Clodia! Es mi Clodia.

—Percibo a una niña, una niña que sufre mucho… Hay poder en este lugar, hay energía… La persona que viene a través de mí desea hablar.

—¿Está aquí su alma? ¿Es Clodia Volumnia?

—Veo a tu hija, de pie junto a tu hombro. Asiente con la cabeza. Quiere hablar contigo. ¿Qué preguntas te gustaría hacerle?

Allí no había nadie. Me entraron ganas de gritar de rabia. Era muy cruel, pero la madre y la abuela lo aceptaron con entusiasmo. Para eso habían venido, eso era lo que estaban desesperadas por oír.

—¿Es feliz? —preguntó la madre. Tenía la voz trémula. Temblaba. Su propia madre, la escuálida Marcia Sentila, se cubría la cara con el velo, hecha un mar de lágrimas al parecer. Pero Sentia Lucrecia estaba más angustiada. Toda su concentración estaba enfocada en las preguntas—. ¿Es feliz, Clodia? ¿Está bien? ¿Le asusta el lugar en el que está ahora?

Esas habrían sido demasiadas preguntas para que las deletreara un anillo, por muy bien educado que estuviera. Pandora le echó una mano con voz escalofriante.

—Clodia habita en un lugar feliz. No tiene miedo. Ya no está contigo, pero se fue en paz, ¿verdad? ¿Su muerte fue rápida al final?

—Murió en medio de la noche…

—Eso pensaba.

Sentia Lucrecia casi se había derrumbado. Marcia Sentila tomó las riendas.

—¡Pregunta! Pregunta, ¿bebió alguna pócima? Pregúntale si fue eso lo que la mató.

—Por supuesto que no —se apresuró a decir Pandora con tono apaciguador—. Me dice que no tomó nada parecido. ¿Por qué iba a hacer algo así?, pregunta.

Por los dioses, acabaría viéndome obligada a hablar. Las personas que pierden a un ser querido son muy vulnerables al fraude. Los pobres parientes de Clodia estaban sobrepasados por el dolor. Creer que podrían hablar con ella de nuevo, y la esperanza de que ella misma resolviera el terrible misterio que había dividido a la familia, invalidaba toda su capacidad crítica. De lo contrario, jamás habrían recurrido a Pandora nada menos… ni habrían dado crédito a su cínica manipulación.

No había ningún espíritu. De haberlo habido, ¿cómo esperaban que Pandora admitiera la existencia de un filtro amoroso? ¿Qué espíritu habría condenado públicamente al recipiente mismo a través del cual entraba en contacto? Una vidente culpable le habría dicho a ese espíritu que mantuviera su invisible boca cerrada.

Yo habría dado un paso adelante y habría gritado. No tuve que hacerlo. Las puertas del templo se abrieron de golpe. No eran seres malévolos del mundo místico, sino un grupo de soldados extremadamente reales.

Los encabezaban Volumnio Firmo y su madre. Incluso la rolliza Volumnia Paula entró en el templo con cierta rapidez, aunque apoyándose en dos bastones cuando irrumpió en la cela. Chilló que éramos todas hechiceras practicando magia, profanando la memoria de su preciosa nieta. Firmo indicó al centurión que estaba al mando que arrestara a todas las presentes.