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Me sentía vencida por el cansancio, pero no perdí el buen juicio. Las maldiciones solo funcionan si la víctima cree en la magia. Las hechiceras no pueden someter a una terca escéptica. Destrocé aquella cosa horrible y luego arrojé los trozos a la galería. Me metí en la cama, donde en los cálidos brazos de mi marido intenté olvidar nuestro hallazgo y fingí dormir.

Tiberio estaba más preocupado, aunque las prácticas de ocultismo lo dejaban tan indiferente como a mí. Sus creencias estaban enraizadas en la tradición romana, en la que unos dioses buenos sienten una solícita compasión por unos desventurados seres humanos, pero mantenemos el control de nuestro propio destino.

Sin embargo, el hecho de que hubiera habido un intruso sí tenía importancia. A Tiberio le molestaría que alguien me deseara algún mal. A partir de ese momento estaría preocupado; eso formaba parte de su amor. Se mantuvo despierto un rato, hasta que mi negativa a dejarme amedrentar debió de tranquilizarlo y se durmió.

Tiberio no dejaría de darle vueltas, eso seguro. Por esa razón, y solo esa, odié a quienquiera que lo hubiera hecho.

Incluso mientras me dormía, mi mente siguió replanteándose mi situación. Los hombres tenían razón al advertirme que no me mezclara con criminales. Yo me enorgullecía de que en mi trabajo sabía ponderar los riesgos; siempre puedes equivocarte, pero como profesional yo siempre me negaría a hacer algo que fuera manifiestamente peligroso. Lo que hacía era llevar a cabo simples búsquedas de documentos, resolvía problemas financieros para viudas con escasos conocimientos sobre el mundo y seguía la pista a canallas que abandonaban a sus hijos… Pero cuando los encontraba, me hacía a un lado y dejaba que sus agraviadas esposas los golpearan con grandes utensilios caseros. La mitad de las veces, esas esposas volvían con ellos. Pocas superaban la vergüenza y volvían a contratarme cuando posteriormente sus maridos las dejaban otra vez. Porque lo hacían. Claro que lo hacían. Yo podría haber avisado a aquellas ingenuas mujeres. Bueno, solía hacerlo, porque advertirles que no confiaran de nuevo en esos cabrones formaba parte de mis servicios profesionales…

No me enfrentaría con Anthos y Neo. Obligarles a confesar qué furioso criminal los había envidado requería de una fuerza mayor que la mía. Seguramente los asesinos huirían; debía perseguirlos una patrulla armada. Con la amenaza cercana de una guerra entre la banda de Rabirio y la de Balbino, lo mejor sería que mantuviera una gran discreción, y seguramente lo haría. Solo había una circunstancia que me llevaría a actuar sin dudarlo: si Florio regresaba. Florio, el cruel dueño de un burdel que en otro tiempo me había atraído con engaños, me había encerrado y violado. Florio, con el que acabaría ajustando cuentas, por mucho que tuviera que esperar.

Me pasó por la cabeza la posibilidad de que la joven Clodia Volumnia, tan alegre, cándida y deseosa de atención y nuevas experiencias, hubiera sufrido una experiencia similar a la mía. Los preámbulos podían haber llevado a una horrorizada niña a acabar con su propia vida; o, si se había resistido, podían haberla matado como castigo. Pero no. Clodia tenía quince años. Era demasiado mayor para Florio. A Florio le interesaba carne más joven.

Me esforcé en recordar que Clodia Volumnia era la razón por la que estaba allí trabajando. Se trataba de conseguir justicia para ella. Había podido comprobar que en aquella parte de Roma nada era tan civilizado como pretendía ser. Entre los monumentos imperiales, en las grandes casas de magnates huraños, los recuerdos de demagogos y aventureros coloniales de un tiempo pasado acechaban todas las formas de corrupción. El aire supuestamente dulce y saludable del Quirinal ocultaba los olores a moralidad relajada, traiciones banales e incluso conflictos de bandas. En aquel entorno, del que casi con toda seguridad ella no era consciente, una joven había vivido y desgraciadamente había muerto. Yo estaba decidida a poner al descubierto tanta podredumbre como fuera posible…, empezando por la verdad sobre la muerte de Clodia.