CAPÍTULO 22
Peter tragó, probó la escoria de una noche de beber sin tregua y se quejó. Rodó sobre su espalda, se dio cuenta que estaba en la cama y se preguntó cómo había llegado hasta allí. Una franja de luz solar se deslizaba a lo largo de la gris colcha de seda y sobre su almohada, y cerró los ojos. Por lo menos no había sucumbido a sus deseos del opio. Adams había desobedecido sus expresas órdenes de ir a conseguirle algo, por lo que Peter le estaba profundamente agradecido.
—Buenos días, señor.
Peter se agrietó al abrir un ojo y vio a Adams llevando un cuenco de agua hirviendo, que colocó en la mesita de noche junto con una fresca toalla blanca.
—¿Tú me arrastraste hacia aquí arriba anoche?
Adams hizo una reverencia.
—Sí, señor. No quería que los otros criados o cualquier visita potencial lo vieran en su estado de ebriedad.
—Típico de ti, —Peter murmuró mientras Adams abría la puerta y tomaba una bandeja de la doncella revoloteando afuera. El aroma del fuerte café asaltó su nariz. —No me harás comer nada, ¿verdad?
Adams descubrió la bandeja y desplegó una blanca servilleta almidonada con aire experimentado.
—Sólo café con brandy y algunas tostadas, señor. Esto debería aliviarlo.
Peter se sentó, y arrastró la bandeja sobre las rodillas.
—Realmente eres un tesoro, Adams.
—Lo sé, señor.
—Y yo no tuve la intención de echarte anoche, tampoco.
—Me doy cuenta de eso, también, señor.
Peter le sostuvo la mirada. —Gracias.
—Lo vi luchar para dejar el opio una vez, señor. No tenía la intención de ver que suceda de nuevo.
—Gracias a Dios uno de nosotros tiene algo sentido común.
—En realidad, señor, en los viejos tiempos, si hubiera estado realmente desesperado, habría simplemente salido por sí mismo. Sabía que no haría eso anoche, señor.
—¿En serio?
—De hecho, señor, usted es un hombre mucho mejor que el crédito que se da por usted mismo.
Peter tomó cautelosamente un sorbo de café que estaba rebajado con brandy. Su estómago se sacudió inestablemente y masticó un pedazo de pan. Es cierto, no había estado lo suficientemente desesperado como para contemplar salir de la casa en busca de un fumadero de opio. Tal vez estaba más maduro de lo que se daba cuenta.
Adams continuó acomodando la sala, disponiendo la ropa y preparándose para afeitarlo como si nada hubiera sucedido. Peter miró alrededor de su confortable habitación. Si él renunciaba a su participación en el negocio de Valentín, ¿podría darse el lujo de vivir así por más tiempo?
Empujó esa desagradable comprensión atrás y se concentró en conseguir algo de comida para su estómago. ¿Qué demonios había hecho ayer? Ah, sí, de una sola vez se había distanciado de todos los que habían pretendido cuidar de él. Su nueva vida lo esperaba, vacía y sin amigos, justo como él había querido. Dejó de comer. ¿Había hecho lo correcto? ¿Creía realmente que él era tan carente de valor que nadie lo querría?
No, no era tan simple como eso. Él había hecho lo necesario para proteger a la gente que le importaba, aunque se quedara sin nada. Maldición, ¿Por qué siempre permitía dejarse manejar por las emociones de todos los demás? Debería sentirse satisfecho de sí mismo por hacer lo correcto en lugar de miserable.
Por supuesto, si William Howard estaba diciendo la verdad, tenía la posibilidad de reunirse con su familia recién descubierta. Frunció el ceño a su café. ¿Acaso siquiera quería ese velo de respetabilidad, de aceptación? ¿Se lo merecía? Su historia de vida era muy poco probable que la miraran con buenos ojos. Esclavo de un burdel, buscador de emociones, un completo bastardo...
Ahí estaba despreciándose otra vez, humillándose a sí mismo. Casi podía oír a Abigail diciéndole...
—Un mensaje fue entregado esta mañana temprano, señor. ¿Quiere verlo?
Peter asintió con la cabeza y trató de adivinar de quién sería. Los Beechams y los Sokorvskys podrían ser igualmente tenaces cuando se decidían. Y por Dios, que él ayer había hecho sin duda lo suficiente para merecer su ira. La nota era de James.
Voy a estar esta noche en la casa de Madame a las diez. Aún me debes una media hora de tu tiempo de tu deuda original.
Beecham.
Peter gruñó. Cómo le parecía a James que podría insistir en hacerle cumplir con su parte del trato. ¿Qué estaba esperando que Peter haga? ¿Ofrecerle una última media hora de sexo? Visualizó la cara angustiada de Abigail, la forma en que ella le había ofrecido su amor y la facilidad con que él lo rechazó....
Maldita sea, por supuesto, él se preocupaba por ella. ¿Era un completo estúpido? Se levantó torpemente de la cama, se vistió con una velocidad que le hizo dar vueltas la cabeza y se dirigió hacia su despacho. En su ausencia había sido limpiado, el hedor de alcohol reemplazado por el aroma de la cera de pulir. ¿Abigail no había entendido que él no era digno de ella? ¿Qué él había sido dañado sin posibilidad de reparación? Ella tenía a James, quien a pesar de sus preferencias sexuales era un maldito buen esposo.
Peter se derrumbó en su silla y puso su cabeza entre las manos. Salvo que él no quería que ella tuviera a James. Él la quería toda para sí mismo. Con un gemido, se frotó la cara hasta hacerse daño. Era mejor para todos si él se marchaba. Valentín y Sara serían felices juntos y también lo serían los Beechams. Había sido una tontería dejarse involucrar emocionalmente con ellos. Había llegado el momento se encontrar a una persona propia para amar.
Buscó la miniatura de su madre, estudió su cara detrás del ahora agrietado cristal. A pesar de todas las ventajas en la vida, ella había hecho sus elecciones y probablemente vivido para lamentarlas. Tenía que perdonarla, o el conocimiento de que ella lo había abandonado seguiría desgarrando su alma. Abigail tenía razón en una cosa. Tenía que aprender a amarse a sí mismo.
El reloj dio el mediodía y él hizo una mueca ante el jubiloso sonido. Escribiría al abogado de su abuelo. Solicitaría más información sobre el estado familiar y planearía un viaje hacia el norte. Eso le daría tiempo para superar a los Beechams y para que se olviden de él. Los Sokorvskys eran otra cosa. Arrastró un pedazo de papel hacia él, afiló su pluma y comenzó a escribir.
Abby miró a James, la aguja suspendida sobre su bordado. El salón de su casa daba a la calle, y el vidrio reflejaba la inestable oscuridad del cielo, haciendo que la habitación se llene de sombras.
—¿Vas a hacer qué?
—Encontrarme con Peter en lo de Madame. Todavía me debe una media hora de su tiempo.
—¿Y crees que irá?
James alzó las cejas.
—Por supuesto, si él es un hombre de honor.
Abby colocó la costura de nuevo en la cesta.
—¿Y qué es exactamente lo vas a hacer en esa media hora?
—Tener sexo con él.
Ella se puso de pie.
—¿Hablas en serio?
James le dio unas palmaditas en el hombro.
—Abby, no chilles de esa manera, es muy indecoroso. Voy a hacerle creer que es lo que quiero, cuando en realidad voy a estar tratando de persuadirlo para que vuelva con nosotros.
—Utilizando el sexo. No va a funcionar. Él no quiere ser utilizado.
—Abby...
Ella secó una lágrima que se escapó.
—Él no nos quiere, James. Él dejó eso muy claro. —Levantó la barbilla. —Y yo no lo quiero si él se odia tanto a sí mismo, de todos modos.
Su sonrisa era compasiva.
—Eres una mentirosa.
—No, no lo soy.
—¿Crees que Peter se odia?
—Por supuesto. Se cree que es indigno de ser amado porque todo el mundo en su vida, incluyendo a su madre, lo abandonó.
James la miró fijamente.
—¿Cómo diablos llegaste a esa conclusión?
—Es obvio para cualquiera que tiene un cerebro.
—Tal vez un cerebro femenino.
Abby se adelantó hacia él y lo empujó en el pecho.
—Peter no quiere ser usado sexualmente. ¡Si insistes en proseguir con esto, sólo lo distanciarás aún más y no te servirá de nada!
James sonrió.
—No te preocupes, voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar. —Él le besó la mano. —Tú lo quieres de vuelta, ¿no?
—Sí, lo quiero.
—Entonces confía en mí.
Peter llegó temprano a la casa de Madame. No tenía intención de permitirle a James ponerlo en desventaja. También pretendía meterse algunos tragos fuertes en su interior antes de encontrarse con su antiguo amante. James podría estar formidable a su manera.
Echó un vistazo a los salones, hizo una reverencia a Helene, pero no se aproximó. Ella arqueó las cejas en una pregunta obvia pero estaba demasiado vulnerable para enfrentarla. Un juego de cartas estaba comenzando a su derecha y gustosamente tomó asiento. Tal vez podría encontrar el hombre o la mujer de sus sueños aquí esta misma noche.
Pero él había conocido a la mujer de sus sueños...
Implacablemente rechazó esa idea. Abigail podría fantasear con estar enamorada de él, pero su atracción se basaba en el hecho de que él la había introducido en el sexo, no en una verdadera emoción. Su boca se torció en una sonrisa irónica. ¿Y su atracción por ella? Volvió su atención a sus cartas, descartó una y arrojó otra moneda en el centro de la mesa. Tal vez él simplemente envidiaba la seguridad de la vida de ella y su lugar en el corazón de la familia Beecham.
No era como si pudiera pedirle que dejara a James. ¿Qué tenía para ofrecerle? Una herencia dudosa, un menos-que-perfecto pasado y un futuro incierto. ¿Qué mujer podría aceptar un hombre así?
Abigail lo haría.
Descartó dos cartas más, tomó otra y frunció el ceño a su mano. ¿Qué demonios estaba haciendo, incluso pensando en ella? Él amaba demasiado a James y se negaba a destruir su matrimonio.
—¿Estás ocupado, Peter?
Levantó la vista, encontró a Valentín cerniéndose sobre él.
—Sí.
Valentín descaradamente estudió sus cartas.
—Yo creo que no, con esa mano.
Peter cerró los ojos brevemente y luego tiró sus cartas. Se puso de pie y se enfrentó a su amigo.
—¿Qué puedo hacer por ti, Lord Sokorvsky?
—Necesito hablar contigo.
Peter suspiró.
—¿Otra vez? ¿Sara no te explicó mi posición contigo?
—¿Sara? No la he visto hoy.
Peter se abrió camino hacia el más tranquilo de los tres salones principales. Valentín lo detuvo con un gesto hacia la escalera que conducía hacia arriba.
—¿Qué debería haberme dicho Sara?
—Que deseo discutir la disolución de nuestra sociedad del negocio.
La ira brilló en los ojos de Valentín.
—Al diablo con eso. —Él agarró el brazo de Peter. —Vamos arriba y tengamos esto apropiadamente en privado.
Peter apretó los dientes.
—Tengo una cita a las diez.
—¿Con Beecham supongo? ¿Él folla tan bien como yo?
—Mejor... probablemente porque él quiere estar conmigo.
—Lo dudo. Vienes y hablas conmigo en privado o diré lo que necesito decir aquí mismo.
Peter comenzó a subir la escalera, Val justo a su lado. Se detuvo en el primer rellano y punzó su dedo en la cara de su amigo.
—¡En primer lugar me gustaría decir que estoy cansado de recibir órdenes en torno a la aristocracia, y en segundo lugar, la única razón por la que estoy yendo arriba contigo es para preservar la reputación de tu esposa!
Val continuó hasta otro tramo de escaleras y abrió la primera puerta que encontró. Peter lo siguió adentro de la habitación y se apoyó contra la puerta. Frunció el ceño cuando Val caminó con resolución hacia el centro de la habitación, forcejeó afuera de su chaqueta y arrancó su corbata. Peter lo miró parpadeando.
—¿Qué estás haciendo exactamente?
—Me estoy desvistiendo.
—¿Por qué?
Valentín se detuvo sacándose la camisa sobre su cabeza. Emergió, sus ojos violetas una profunda furia púrpura, su largo cabello escapándose de su cinta.
—Porque eso es lo que quieres, ¿no? Yo, desnudo, sobre mis rodillas, rogándote.
—¿Rogando por qué?
A pesar de su enojo, la polla de Peter se retorció ante la erótica vista del musculoso cuerpo de Valentín. Su amigo lo miró.
—Por tu polla.
—Eso no es lo que quiero en absoluto. —Con un gran esfuerzo Peter mantuvo su voz suave, la expresión fría.
—Mentiroso. —Val se quitó las botas y comenzó con los botones de sus pantalones. — De esto es de lo que se trata todo esto, ¿no? De Follarme.
—No, no lo es.
Val hizo una pausa, sus dedos deteniéndose en su cintura.
—No te creo.
—Puedo conseguir sexo en cualquier lugar. Tú lo sabes. —Peter se encogió de hombros. —Estoy muy cualificado y estoy contento con brindarle el servicio tanto a hombres como a mujeres.
Val frunció el ceño.
—Tú no eres una prostituta más. No es necesario que te vendas a nadie.
—¿No lo soy?
Val se encontró con su mirada, su expresión llena de preocupación.
—Peter, tú eres uno de los más honorables y más valientes hombre que he conocido. Tú me haces avergonzarme.
El silencio llenó el tenso lugar entre ellos hasta que el fuego crepitó y escupió algunas chispas.
—¿Te sientes bien, Val?
Por un instante, Valentín pareció claramente incómodo.
—Sara me dijo que debería decirte lo mucho que aprecio lo que hiciste por mí, cuando estábamos en el burdel.
—¿Sara te lo dijo?
—Lo sé, no es como si yo necesitara decírtelo, ¿verdad? Sabes cómo me siento. —Val encontró su mirada. —Tú me salvaste la vida. Me salvaste.
Peter cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la puerta.
—No hagas esto, Val. No trates de hacerme ver como algo que no soy. Ahora no. —Dios, no podía soportar más esto. Simplemente no podía.
Val se acercó más, y el familiar aroma de su cuerpo atormentó los sentidos de Peter. Él hizo una mueca cuando Val ahuecó un lado de su cara.
—Tal vez Sara tenía razón y tú necesitas saber cómo me siento contigo. —Val suspiró. —Traté de convencerme de que Sara podría proveer todo lo que necesito en la cama.
—Ella puede.
—No, ella no puede. Ella fue la que se dio cuenta de eso y se aseguró de que te unieras a nosotros. Hice como que lo hice por ella, pero en realidad, era por mí también. —Él se encogió de hombros. —Parece que mis experiencias pasadas me hicieron incapaz de establecerme con un solo compañero.
Acarició el labio inferior de Peter con el pulgar, su voz suave.
—¿Qué puedo hacer por ti, Peter? Si no me quieres, ¿qué es lo que quieres?
Peter luchó contra un insólito deseo de llorar.
—No lo sé.
—No te creo. El embarazo de Sara y el descubrimiento de tu familia son meros catalizadores. Esta crisis ha estado preparándose durante mucho tiempo. He observado que no estás satisfecho con tu vida. ¿Has descubierto lo que quieres?
—Lo que quiero, no lo puedo tener.
—¿Quieres a Beecham?
La nota celosa estaba de vuelta en la voz de Valentín. Peter casi sonrió. Seis meses atrás él habría estado encantado de escuchar ese tono, ahora no importaba.
—Yo le tengo mucho cariño a James, pero no puedo darle la dominación sexual que él anhela.
—Ah, así que es su esposa.
—Sí, ¿qué tan ridículo suena eso? Yo, un bastardo de cuna humilde aspirando a la mujer de otro aristócrata.
Valentín le devolvió la mirada, sus ojos decididos.
—¿Ella te ama?
—Ella piensa que lo hace.
—Pero dudas de ella.
—Yo dudo de mí mismo. No tengo nada que ofrecerle. Está casada con un marido que se preocupa por ella, y tiene la seguridad de un apellido antiguo y respetado.
—Tú tienes el nombre de una respetable familia ahora.
—Tengo el apellido de mi madre porque soy un bastardo no deseado. —Tragó saliva. —Ella me puso en ese barco para deshacerse de mí para poder comenzar una nueva vida. —Un reflejo de su propio dolor se reflejaba en los ojos de Valentín.
—Pero si no hubieras estado en aquel barco, no me habrías encontrado y, eventualmente, regresado a Inglaterra.
Peter se echó a reír.
—¿Y yo debería estar agradecido por eso?
—Estás vivo, ¿no? Si el plan de tu madre hubiera funcionado, seguramente estarías muerto ahora.
Peter simplemente se lo quedó mirando, su cerebro trabajando frenéticamente mientras se ordenaba a través de las palabras de Valentín.
—No lo había pensado así.
—Entonces, piensa en ello ahora. Tú tienes tu vida y la capacidad de amar a quien quieras.
—Excepto si ella está casada.
Val frunció el ceño.
—Tú y yo nunca vamos a poder tener una vida sexual que se ajuste a las normas. Acéptalo. Amo a Sara con todo mi corazón, pero me di cuenta que no puedo hacerlo sin ti en mi cama, de vez en cuando. —Su sonrisa era casi tímida. —Te echo de menos. ¿Por qué no encontrarías la felicidad con los dos Beechams?
Peter abrió la boca para responder y Val apoyó su mano sobre ella.
—No digas que eres indigno o tendré que darte un puñetazo.
Peter retiró lentamente la mano de Valentín.
—No iba a decirlo. Me he dado cuenta que eso no es verdad. Anoche pensé en volver a mis viejas adicciones, pero no podía hacerme eso a mí mismo.
El rostro de Val se suavizó.
—Dios, Peter, tú eres uno de los hombres más dignos y que más vale la pena que conozco. —Se inclinó hacia delante, rozó sus labios contra los de Peter y lo besó profundamente. Peter abrió la boca, permitiendo que el gusto y las texturas de Valentín lo abrumen, hundió la mano en el largo pelo de su amigo. Después de un momento Val dio un paso atrás.
—Prométeme que por una vez en tu puñetera vida irás detrás de lo que quieres, no de lo que tú piensas que yo quiero o lo que Sara o la sociedad quiere, sino de lo que te hará feliz. —Alejó el pelo de Peter de su cara con suaves dedos. —Quiero que seas feliz, Peter.
Peter miró a su amigo. Eso fue exactamente lo que Abigail le había dicho también.
—No sé qué decir.
Val empezó a ponerse la ropa de nuevo.
—No digas nada, sólo decide lo que vas a hacer para lograr que los Beechams vuelvan, y hazlo.