CAPÍTULO 06
Peter aceptó el candelabro que James le dio y siguió a su anfitrión hasta el piso de arriba. Mientras subían, sus enormes sombras jugaban a las escondidas con los retratos y las descoloridas cortinas. La casa crujía a su alrededor como un anciano ubicando sus huesos en la cama. James se detuvo en la última puerta del largo pasillo y la abrió.
—Este es tu cuarto.
Peter le sonrió.
—Lo sé. He venido aquí a cambiarme.
James le devolvió la sonrisa mientras cerraba la puerta detrás de los dos. Se inclinó hacia delante para presionar un beso en la boca de Peter. Señaló una puerta situada en medio de la pared de enfrente.
—Pero lo más importante, esa es la puerta de mi habitación. Mi padre mantenía a su amante, Rose, aquí y a mi madre en el otro lado en las habitaciones de la condesa.
—Qué conveniente para él. ¿Y qué pensaba tu madre de eso?
James se encogió de hombros.
—Creo que después de engendrar seis hijos eso fue un gran alivio. En todos sus años juntos, nunca la vi intercambiando con Rose más que unas palabras.
Peter se estremeció cuando James deslizó la mano hacia abajo sobre su vientre plano y hacia su pene erecto para ahuecar sus cojones.
—¿Me has extrañado, entonces, Peter?
—Sí, ¿no te lo he dicho?
James apretó con fuerza y se dejó caer sobre sus rodillas.
—Déjame que te chupe con rapidez antes de irme y encontrar a mi ayuda de cámara.
—No duraré mucho tiempo. He estado duro desde que llegué aquí. —Peter suspiró cuando James tragó su eje entero en un repentino movimiento. —¡Ah, Dios, esto se siente... —Él llegó rápido, bombeando su semilla en la garganta de James.
James se puso de pie y se limpió la boca con el dorso de la mano.
—¿Tal vez me devuelvas el favor más tarde?
—Si me prometes que eso no molestará a tu esposa.
James apartó su mirada del ahora flácido pene de Peter.
—Si me permites entrar en tu cama y somos razonablemente discretos, no hay razón para que lo sepa nunca. —Él frunció el ceño. —¿Por qué el pensamiento de follarme aquí te hace sentir incómodo?
—Me gusta tu esposa. No quiero hacerla daño, sobre todo en su propia casa.
James hizo una mueca.
—Gracias por recordarme eso. Ella se merece un hombre mejor que yo. —Miró hacia la cama de Peter. —Es cierto que nunca he traído a casa a un hombre. Le preguntaré a Abby si a ella la importa.
Peter trató de no mostrar su diversión ante los sinceros comentarios de James. Él realmente tenía un matrimonio extraordinario si podía hablar tan abiertamente de esos asuntos con su esposa.
—¿Tu esposa ocupa las habitaciones de la condesa?
—Sí. —James miró el reloj sobre la repisa de la chimenea. —De hecho, por lo general viene a mi habitación para charlar después de que yo despido a mi ayuda de cámara. ¿Por qué no nos encontraremos allí en media hora?
Peter se detuvo cuando estaba quitándose la corbata.
—¿Estás seguro, James? ¿No crees que mi aparición en tu dormitorio pueda parecer un poco prematura?
James se rió mientras abría la puerta vinculante.
—Si Abby no te quiere allí, te lo dirá ella misma. Pero creo que la conozco lo suficiente como para decir que su curiosidad se despertó definitivamente.
Peter contemplaba su reflejo en el espejo. El sentido común le decía que era demasiado pronto y que debería tomarse un tiempo para averiguar exactamente lo que quería Lady Beecham antes de aparecerse en el dormitorio de su marido, vestido con su ropa de dormir. El instinto le dijo que James tenía razón y que bien podría saber ahora si él tenía alguna oportunidad de éxito.
Se deslizó hacia abajo los pantalones y se acarició su polla mientras se quitaba la ropa interior. Lady Beecham le intrigaba: su aguda inteligencia era una atracción instantánea en una mujer que parecía no tener la vanidad o la capacidad para coquetear. Si realmente era tan sencilla como parecía, él debería ser capaz de decidir exactamente qué quería de él en los próximos días.
Se quitó el resto de su ropa y se lavó, concentrándose en su polla. La rápida, áspera boca de James le había excitado y quería más. Le gustaba la sensación resbaladiza del jabón sobre su eje, que estaba más que listo para follar de nuevo. Quería tirar a James debajo de él y hacerle rogar para que le permitiera correrse....
Peter se estremeció cuando cubrió su excitado cuerpo en su larga y negra bata. En la habitación de James distinguía la suavidad de la voz de una mujer. Apretó el cinturón de su bata y miró el reloj. Pronto tendría tiempo para saber si era realmente bienvenido.
—¿Te importa si me acuesto con él?
La abierta pregunta de James hizo a Abby querer sonreír. Él descansaba contra la puerta del dormitorio mirando tan ansioso como un colegial que esperaba ser castigado. Ella caminó pasando junto a él dentro de su dormitorio.
—¿Aquí?
Indicó la imponente cama ducal, complementada con las cortinas bordadas con el escudo de la familia y el lema. La tácita conjetura del dormitorio de que ella estaba lista y dispuesta a producir el próximo heredero siempre la hizo estremecer.
—¿Estás seguro de que los fantasmas ancestrales lo aprobarán?
—No me importan los fantasmas. Me importa lo que piensas tú. —Él la siguió y cerró la puerta. —Y no, no le follaría aquí. Yo iría a su cama para no molestarte.
Abby se quedó mirando la puerta de enfrente que conducía a la habitación de Peter Howard. Follar era una palabra tan evocadora y una que James nunca había utilizado frente a ella antes. Le miró. ¿Cómo se sentiría sabiendo que su legítimo esposo estaba realizando actos indecentes con otro hombre dos puertas más allá de su cama?
James cambió su postura.
—Abby, yo sería discreto. Ninguno de los empleados lo sabría, te lo prometo.
Ella se encogió de hombros.
—Te sorprenderías de lo que saben. Ellos ya saben el poco tiempo que pasas en mi cama. Estoy segura de que les dará una gran satisfacción informarle eso de nuevo a tu madre. —El toque de amargura en su voz la sorprendió.
—Eso nunca sucederá. —Él fue a servir un brandy para cada uno. —Lo último que quiero es empeorar las cosas aquí para ti. Puedo esperar.
Ella suspiró mientras él le dio el vaso y se sentó. —Sueno como una arpía, por favor perdóname.
Él tomó la otra mano y la besó en la muñeca.
—Eso no es necesario. Me estoy comportando abominablemente como de costumbre. Peter me dijo que estaba siendo desconsiderado.
Abby ocultó una sonrisa. ¿El amante de su marido le recordaba sus modales? Tal vez debería darle las gracias después.
—¿Te gusta? —James se sentó frente a ella, la copa de coñac suspendida en su mano.
—Sí. Es un hombre muy interesante.
James le sonrió.
—Sabía que te gustaría. Él es diferente a cualquiera con quien me haya topado antes en el estrecho mundo de la alta sociedad.
—Creo que es un hombre en el que se puede confiar.
—Yo también lo creo.
Ella levantó la vista cuando alguien llamó a la puerta. James se encontró con su mirada.
—¿Estás lista para verle, Abby, o debo decirle que se vaya?
Ella tomó una profunda respiración.
—Quiero hablar con él.
Aún sosteniendo su mirada, él volvió su cabeza.
—¿Peter? La puerta está abierta; entra.
Abby contuvo la respiración cuando Peter Howard entró en la habitación. Llevaba una larga bata negra, que le cubría desde los hombros hasta los pies. A pesar de que la prenda revelaba menos de su cuerpo que la ropa de noche, la vista de su larga y magra figura la hizo estremecerse. ¿Entendía James lo difícil que era para ella salir de la seguridad de la vida que había creado para alcanzar su meta? De alguna manera intuía que Peter entendería eso mejor que su marido.
¿Qué haría Peter en esta escena doméstica? Ella y James, charlando delante de la chimenea como el viejo matrimonio que eran. Ella hizo girar el coñac alrededor, pero no podía obligar a que nada pase por sus resecos labios.
Peter mantenía su atención sobre ella mientras James se volvía para sonreírle a él. Sus dedos apretados alrededor del cristal hasta el dolor.
—¿Soy bienvenido, Lady Beecham?
Ella le miró, y sus pálidos ojos azules la examinaron como contrapartida. Su expresión se mantenía en calma. No creía que él la estuviese desafiando por el amor de James. No era el tipo de hombre que se burlaría, o tomaría ventaja de ella. Su alegato sobre la honestidad en la cena la había convencido de ello.
—Sí, sí, lo es. —Dejó su copa y enganchó los pies descalzos más alto hasta que desaparecieron debajo del borde de su camisón blanco. —Estaba a punto de decirle a James que quería hacerle unas preguntas.
Se sentó en la tercera silla y la sonrió.
—Esa es una idea excelente. ¿Qué quiere saber?
Miró a James, quien asintió con la cabeza alentadoramente.
—Pregúntale lo que quieras, Abby. Si no quieres hacer esto, no lo haremos. Es tan simple como eso.
—Estoy de acuerdo, lady Beecham. —Peter se inclinó hacia delante. —Si decidimos seguir adelante, es porque es algo que todos queremos y deseamos. Nada será impuesto para ninguno de nosotros.
Una vez más su sinceridad se filtraba a través de la incertidumbre de ella. Parecía comprender instintivamente que la honestidad era algo que ella y James valoraban. Juntó las manos en su regazo.
—¿Por qué?
—¿Por qué estoy de acuerdo en ser parte de esto? —Él sonrió y la dulzura de ese gesto le daba ganas de devolverle la sonrisa. —Porque estoy cansado de mi vida y quiero encontrar un desafío. Esa sería la respuesta más simple.
—¿Somos un desafío?
—Un desafío sexual que nunca me han ofrecido antes.
Abby frunció el ceño.
—No estoy segura que yo desee ser "ganadora".
Peter se encogió de hombros, un gesto elegante y fluido. —Si todos nosotros aprendemos algo de esta experiencia, tal vez todos ganemos. Yo, por mi parte, estoy dispuesto a darle una oportunidad.
—¿Por qué?
—Porque la encuentro al mismo tiempo fascinante y refrescante. Tal honestidad en el matrimonio es un bien escaso.
—¿Y si digo que no, usted aún seguirá viendo a James?
Peter murmuró su agradecimiento cuando James le entregó una copa de brandy.
—No, si va en contra de sus deseos, milady. Nunca he sido el tipo de hombre que se interpone entre un esposo y una esposa.
—A menos que te lo pidan, vamos, es así, —comentó James. Abby frunció el ceño al darse cuenta de lo rápidamente que Peter disimuló la sonrisa cuando James le hizo la broma. Se le ocurrió que si continuaba con esta loca fantasía, pronto podría estar riendo con ellos.
Ella le rogó silenciosamente a Dios por algo de confianza.
—No quiero acabar siendo un objeto de diversión. —Bloqueó la mirada con Peter. —Si todo esto es una artimaña elaborada para persuadir a James para que me deje, prefiero saberlo ahora.
Peter suspiró.
—Entiendo cómo se siente, milady, y la aplaudo por su franqueza. La única manera de poder demostrarle que yo soy sincero es dándole mi palabra de que nunca mencionaré cualquier cosa que ocurra entre nosotros tres a nadie. Si puede aceptar esto, creo que podemos llegar a un acuerdo muy satisfactorio para todos nosotros.
Le miró fijamente, se dio cuenta de la seriedad de su expresión y la franqueza de su mirada. A pesar de su aislamiento, o quizás debido a eso, ella se consideraba un buen juez de la personalidad. Acaso era el momento de dar ese salto de fe. Le tendió la mano.
—Por favor, llámame Abigail.
Tomó sus dedos dentro de los suyos y los besó suavemente.
—Y yo soy Peter. Será un honor servirte, ma’am.
James se inclinó hacia delante y cubrió las manos de ambos con las suyas. Las apretó con fuerza.
—Entonces, ¿vamos a brindar por nuestra nueva asociación?
Abigail se echó hacia atrás cuando James levantó su copa.
—Por los nuevos comienzos.
Ella amablemente chocó su copa contra las otras dos y bebió un pequeño sorbo de aguardiente. Su mano tembló y el borde tropezó con su labio, salpicando el brandy en su manga.
Peter cerró los dedos suavemente alrededor de su muñeca y enderezó la copa.
—Tranquilízate, milady, nada va a pasar esta noche. Necesitamos tiempo para conocernos.
Ella le sonrió mientras bebía un poco más de brandy.
—Está bien, no pensaba que irías a saltar sobre mí y arrancarme la ropa.
Su sonrisa mantenía un toque de picardía y aprobación.
—Eso sucederá mañana por la noche, ¿no te lo dijo James?
Abby apoyó la copa antes de que se le caiga.
—¿Estás bromeando conmigo?
—Sí, creo sí.
Ella se encontró sonriéndole y relajándose en su silla. Peter terminó su coñac y miró a James.
—Antes de que vayamos más lejos, me gustaría deciros algo acerca de mí mismo. James ya debe haber oído los rumores, pero creo que deberían escuchar la verdad.
James levantó una ceja.
—Pensé que ya habíamos acordado seguir adelante, pero si crees que es necesario.
Peter estudió su copa de brandy vacía.
—Hace veinticuatro años, el buque donde estaba fue atacado por piratas. Otro niño y yo fuimos tomados prisioneros y vendidos como esclavos a Turquía.
—Recuerdo haber leído sobre esto en los periódicos, —dijo James. —Fuisteis rescatados a los dieciocho años por un comerciante Inglés y regresasteis a nuestras costas honradamente.
—Eso es correcto. Fuimos esclavos durante siete años. —Peter aún se negaba a mirar a Abby. —Lo que mucha gente no sabe es que fuimos esclavos en un burdel turco.
Abby se tapó la boca con la mano.
—Pero sólo tenías once años cuando fuisteis capturados.
Su boca se torció.
—Supongo que tuvimos suerte en algunos aspectos. Al menos la mujer que nos compró esperó hasta que tuvimos la edad suficiente para tener una erección antes de ponernos a trabajar como esclavos sexuales.
—¿Y cuántos años tenías entonces?
Levantó una ceja.
—Lo suficientemente mayor para follar y para que a ella la pagasen por eso, eso es todo lo que le importaba. Podría haber sido peor. —Le dirigió a ella otra sonrisa encantadora, que no tuvo mucho éxito en bloquear las imágenes más terribles del lenguaje gráfico que él había conjurado en su mente.
—Cristo.
James terminó su coñac de un trago y estampó la copa sobre la mesa. A pesar del estallido de James, Peter mantuvo su atención en ella.
—Si mi pasado te ofende, estaría dispuesto de salir de tu casa. Y, por supuesto, mi oferta de silencio permanece.
El reloj de la repisa de la chimenea resolló y sonó cuando marcó la media hora. Abby se aseguró de mantener la mirada fija firmemente sobre Peter.
—¿Por qué debería estar ofendida por tu pasado? Tú fuiste el que tuvo la tenacidad para sobrevivir, no yo.
Él la sonrió, la belleza de esto la provocaba a ella ganas de llorar. Él obviamente no era el tipo de hombre que necesitara o esperara ser digno de lástima.
—Gracias por eso.
James se puso de pie y apoyó la mano sobre el hombro de Peter. Abby estudió el breve destello de cruda emoción que nubló su mirada.
—En lo que a mí respecta, siempre serás bienvenido aquí.
Peter extendió la mano y palmeó la mano de James. Sus largos dedos era casi tan oscuros como los de su marido. Se los imaginaba contra su pálida piel, contra los tonos más cálidos de James, los imaginaba a todos juntos...
James le tocó el hombro y ella saltó.
—Tengo que volver a Londres mañana. ¿Permitirás que Peter se quede y te haga compañía? —Hizo un guiño a Peter. —Hay dos primas mayores que viven en la casa, y mi madre vive bajando por el sendero. Me imagino que tu reputación estará a salvo.
Si ella dijera que no, ¿Peter también se iría? Ella les sonrió a los dos.
—Sería agradable tener a alguien nuevo con quien hablar. Juro que he aburrido a todos aquí hasta la muerte con mis historias.
Peter le tomó la mano y la besó.
—Estoy seguro de que nunca podrías ser aburrida, Abigail.
James se echó a reír, su buen humor aparentemente restaurado.
—Oh, sí que puede. Espera hasta que ella quiera hablar de las teorías de la rotación de cultivos o de diferentes tipos de abono en el momento en que tú estés tratando de comer tu cena.
Abby frunció el ceño.
—Por lo menos estuviste tan aburrido que dormiste bien esa noche.
Peter se levantó y se inclinó.
—Estoy esperando ansioso muchas tardes de tan estimulante debate, milady. Ahora te ofreceré las buenas noches. Ha sido un día largo.
Él asintió con la cabeza a James y se retiró a su dormitorio. Abby notó la forma en que James no trató de seguir los movimientos de Peter con la mirada. Con un suspiro, ella le abrazó y le besó en la mejilla.
—James, si te hace feliz, ve con él. No me importa.
Se encontró con su mirada, la esperanza brillando en la de él.
—¿Estás segura, Abby?
Le tocó la mejilla.
—Sí, ve y disfrútalo.
Dejó escapar un suspiro.
—Gracias. Me aseguraré de que seamos discretos.
Su sonrisa desapareció mientras cerraba la puerta de su habitación. Ella se apoyó en los paneles pintados de colores brillantes y escuchó el chasquido revelador de la abertura de la puerta opuesta. No pasó mucho tiempo. Se imaginó a Peter con sus brazos alrededor de James. Los imaginó quitándose la ropa... ¡Dios!, quería verlos, para entender lo que hacían juntos.
Envolvió sus brazos alrededor de su cintura y se quedó mirando la cama fría y vacía. Tal vez algún día tendría el valor suficiente para pedirle a James que la mostrara exactamente lo que hacía, pero hasta entonces, tendría que conformarse con ella misma y su imaginación.